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Detrás de la fachada… los mismos

Fuentes: Insurgente

No hay que ser precisamente suspicaz, ni escéptico, para dudar una vez más de la «gran prensa» (Falsimedia), que, rauda como siempre, hace unos días dio su «incontrovertible» veredicto: «Guerra sectaria conmociona a Iraq», mientras se regodeaba en la destrucción de templos por turbas entregadas a una violencia como catártica, de la que resultaban decenas […]

No hay que ser precisamente suspicaz, ni escéptico, para dudar una vez más de la «gran prensa» (Falsimedia), que, rauda como siempre, hace unos días dio su «incontrovertible» veredicto: «Guerra sectaria conmociona a Iraq», mientras se regodeaba en la destrucción de templos por turbas entregadas a una violencia como catártica, de la que resultaban decenas de muertos entre quienes profesan el sunismo, una de las dos ramas (la otra es el chiísmo) en que se divide el islam en la Mesopotamia.

En la versión más extendida, el asesinato de sunitas y la arremetida contra alrededor de cien de sus lugares de culto constituyen respuestas espontáneas al atentado que demolió parcialmente la mezquita del Domo Dorado de Samarra, tan importante para los chiitas como la iglesia del Santo Sepulcro de Cristo para los católicos, o el Muro de los Lamentos para los judíos, porque, al decir de un colega, «acoge las tumbas de dos de los 12 principales imanes (líderes por disposición divina) del chiismo, Alí al Naqi y Hassan al Askari, sucesores de Alí Ibn Abi Talib, el yerno de Mahoma».

Más que la duda metódica, la cartesiana, aquí se impone otra: la que provocan unos medios en consonancia con círculos de poder empeñados en que la opinión pública internacional se haga la imagen de un islam tremebundo, quebrado en el interior, abiertamente fratricida, en tanto se trenza en batallas contra acendrados valores occidentales como la libertad de expresión. El lector recordará la interminable publicidad concedida a la «reacción fundamentalista, irracional» de los musulmanes a la publicación en Dinamarca de las irreverentes caricaturas del Profeta.

Y no nos tiembla el pulso al escribir lo de «consonancia con ciertos círculos de poder». Si no estuvieran en la cuerda de los «aliados», los corifeos habrían puesto mayor énfasis en el hecho de que durante mucho tiempo los sunitas de Samarra, orgullosos del monumento que distingue a su ciudad, lo cuidaron entrañablemente a pesar de pertenecer a los ahora proclamados «enemigos acérrimos». Además, como alguien señalaba, «si bien la mezquita atacada reviste un valor simbólico para los chiitas, en el pasado inmediato se contabilizaron decenas de atentados contra mezquitas chiitas, con miles de muertos y heridos, y no se produjo ninguna represalia en masa de sunitas».

A despecho de los augustos voceros, observadores como los de IAR Noticias supieron ver que los más de cien cadáveres que yacían al comienzo de los disturbios en la morgue de Bagdad habían muerto a balazos, y que la mayoría presentaba signos de haber sido torturados antes de ser ejecutados: «clásico procedimiento de las operaciones Phoenix y Cóndor».

¿Azar concurrente? No lo creo. Premeditación. Una premeditación que revestiría forma de escándalo mediático si de hallar la verdad se tratara. Porque testigos presenciales han asegurado que «cuatro personas con uniformes de la Guardia Nacional Iraquí nos vendaron los ojos y colocaron las bombas». Incluso, un testimoniante se preguntó «cómo pudieron los terroristas entrar en la zona si está normalmente rodeada por la Guardia Nacional Iraquí y cómo pudieron entrar en la mezquita sin ser atrapados».

Con exactitud de cronómetro suizo, mientras las turbamultas embestían las mezquitas sunitas, ciudadanos como elegidos con suficiente antelación, por haber sido baasistas -del partido de Saddam- o pasar por simpatizantes de la resistencia nacionalista, eran arrancados de los templos por grupos armados y luego aparecían muertos a tiros en perímetros seleccionados de la capital. Así que no se debe hablar, a la ligera, de espontánea violencia sectaria entre grupos religiosos. Más cuando -las propias agencias de prensa lo han mostrado- «las reacciones y las manifestaciones fueron inducidas (solo) por las distintas facciones y clérigos chiitas que responden al liderazgo del gran ayatolá Sistani, el aliado religioso de mayor peso de Washington, cuyo papel fue decisivo para contener la rebelión chiita contra la ocupación estadounidense».

Aquí hay huellas de los escuadrones de la muerte. Y es secreto a voces que esos paramilitares son entrenados por oficiales norteamericanos e israelíes para «operaciones clandestinas que recrean tácticas operativas empleadas por el ejército sionista en Palestina».

Operaciones que estarían preparando un clima de «guerra civil» por cierto nada conveniente a los sunitas. Como reza un editorial del diario mexicano La Jornada, «minoritarios en términos demográficos (cerca del 20 por ciento de la población) y expulsados del poder por la invasión y el arrasamiento de Iraq, tienen todo que perder con esta clase de acciones que apuntan a granjearles el odio de la mayoría chiita (60 por ciento) y a minar las posibilidades de preservar en alguna medida la unidad nacional, severamente fracturada por el texto constitucional que idearon los ocupantes».

Entonces, la lógica más elemental exige tomar en cuenta la posibilidad de que el atentado contra la también conocida como mezquita de Askariya haya sido planeado y ejecutado por los propios estadounidenses. Nadie ignora que Washington, sus servicios secretos y sus adláteres han montado repetidas provocaciones para atizar conflictos que pudieran favorecer sus intereses imperiales. No olvidemos que recientemente las autoridades de Basora detuvieron a militares británicos disfrazados de árabes.

Si bien algunos comentaristas se cuestionan los beneficios que, con el desmesurado desorden, obtendrían la CIA, el Pentágono, la Casa Blanca, las transnacionales petroleras, otros insisten en que «con Iraq sumido en un conflicto armado entre sunitas, kurdos y chiitas, a la administración Bush le sería relativamente fácil operar en el Consejo de Seguridad de la ONU la intervención de una fuerza multinacional de paz que tenga a la OTAN como sustento militar». Y en que «frente a un Iraq desangrado y en caos por una guerra civil (y como ya sucedió en Haití), ni Francia, ni España, ni Alemania, hoy países críticos a la política militar de ocupación de Iraq, podrían negarse a integrar una coalición de paz, aun sabiendo que detrás de ella se encuentra la mano de Washington».

Aguijoneado por el empantanamiento de sus tropas en las reverberantes planicies mesopotámicas, Bush estaría invocando el apocalipsis de una contienda generalizada que le permita quebrar la resistencia armada y, consiguientemente, seguir controlando la administración, el hidrocarburo y los negocios iraquíes, gobierno títere mediante y gracias a la supremacía de unas fuerzas en las que se conjuraría la OTAN, y hasta la ONU.

Ahora, las cosas no son tan fáciles como el emperador querría. Todavía no ha logrado romper el movimiento antinorteamericano. No se detiene el goteo de bajas mortales entre las legiones invasoras… Los signos de continuidad de la resistencia refulgen en la espesa noche iraquí. No en balde el joven clérigo radical Moktada al Sadr, por ejemplo, convocaba a sunitas y chiitas, indistintamente, a una gran manifestación para exigir la salida de las fuerzas de ocupación. A no dudarlo, no todos han mordido el señuelo de una pretendida insurgencia terrorista, donde aparece la mano ubicua de Al Qaeda.

Muchos distinguen, más bien, la diestra y la siniestra del Tío Sam. Y de Israel, acusado con contundentes argumentos en el sitio web Rebelión, por el conocido politólogo James Petras, de incitar a la publicación de las caricaturas de Mahoma, como vía de lanzar a los musulmanes a una enfebrecida reacción antioccidental y, con ello, azuzar una animosidad antiislámica y antiárabe que contribuya a acallar las voces sobre la inexistente amenaza de armas nucleares, tanto en el Iraq devastado como en el Irán por devastar.

Pero por supuesto que en la vida debe prevalecer el equilibrio. Puede que en el atentado del Domo Dorado pesara el que las protestas contra unas viñetas que incluían a un Mahoma a lo Bin Laden, con una bomba por turbante, habían acercado peligrosamente a chiitas y sunitas, entre otros de todo el mundo árabe.

En este denso clima, los próximos días serán definitorios. Si, por encima de filiación religiosa y étnica, los iraquíes llegaran a entender que la guerra civil no les conviene, quizás se generalizaría el apoyo brindado por muchos sunitas a los chiitas de Samarra, y se mantendrían y ampliarían las muestras de solidaridad en las que se han codeado representantes de una y otra secta.…

Y quizás no triunfe la máxima inapelable de divide y vencerás. Quizás veamos hasta el maravilloso acto funambulesco de una Falsimedia desdiciéndose en cuanto a esa «espontánea guerra sectaria». ¿Acaso no nos negamos ser suspicaces o escépticos?