Las fuerzas de Estados Unidos en Iraq responsabilizan a milicias chiitas vinculadas con Irán de 73 por ciento de sus bajas de julio en Bagdad. Pero esos ataques parecen responder más a una escalada militar estadounidense que a los supuestos designios de Teherán. El teniente general Raymond Odierno aseguró que existe una «escalada» en la […]
Pero otra razón explica el aumento de las bajas por ataques de milicias chiitas, ignorada en los informes que la prensa estadounidense dedicó a las acusaciones de Odierno, el militar que sigue en jerarquía al máximo comandante de este país en Iraq, general David Petraeus.
El incremento en los ataques de las milicias comandadas por el clérigo chiita Moqtada al-Sadr responde a una anterior escalada de las tropas estadounidenses contra esos grupos insurgentes, que coincidió, además, con una caída de la actividad de la red terrorista Al Qaeda en Iraq, de predominio sunita.
Odierno afirmó el 5 de agosto en conferencia de prensa que, según informes de inteligencia, Irán «está enviando más dinero (y) más armas» a Iraq y «entrenando a más gente».
El general reiteró sus acusaciones en una entrevista que el diario The New York Times destacó en su portada el 8 de agosto.
Pero los hechos que Odierno atribuye a una decisión política tomada en Teherán pueden ser explicados por el simple hecho de que las fuerzas de Estados Unidos en Iraq montaron más operaciones contra el Ejército Mahdi, que comanda Al-Sadr.
El comando militar estadounidense no entregó información sobre los blancos de sus operaciones en los últimos meses, pero la información periodística revela un patrón de creciente actividad contra las fuerzas de Al-Sadr desde marzo de este año.
Entre el 26 de abril y el 30 de junio, el comando militar anunció que había realizado docenas de operaciones en Bagdad con el propósito de capturar o eliminar a insurgentes chiitas pertenecientes a las denominadas «células secretas», término usual para aludir a las milicias de Al-Sadr, apoyadas por Irán.
El 9 de julio, por ejemplo, tropas de Estados Unidos rodearon un área de Bagdad en busca de una «milicia criminal» a la que acusaron de colocar bombas en las calles. Se informó que fueron atacadas con «granadas propulsadas por cohetes y disparos de armas pequeñas desde numerosas posiciones».
El aumento de bajas estadounidenses, por lo tanto, es consecuencia del mayor número de operaciones militares realizadas por las tropas ocupantes.
Odierno prácticamente admitió este hecho en la conferencia de prensa. Hizo referencia a los éxitos contra Al Qaeda en Iraq y los insurgentes que se identifican con la rama sunita del Islam.
Por lo tanto, «nos estamos concentrando mucho más en grupos especiales aquí en Bagdad», como el Ejército Mahdi, agregó.
Otros informes sobre el apoyo iraní a las milicias chiitas parecen contradecir los dichos de Odierno. El brigadier general Kevin Bergner dijo a la prensa el 2 de agosto que el ritmo de entrenamiento de milicias en Irán se había mantenido estable por un largo tiempo.
Bergner tampoco señaló que hubiera existido un mayor flujo de fondos desde Teherán para el Ejército Mahdi.
El comentario de Odierno acerca de un incremento en el envío de armas sigue la línea argumental del gobierno del presidente George W. Bush, que acusó a los funcionarios iraníes de aprovisionar a las milicias chiitas.
Sin embargo, tras cuatro años de investigaciones, no se ha encontrado evidencia concreta al respecto.
Las acusaciones del general Odierno también coinciden con la postura de su gobierno según el cual toda actividad realizada en Iraq por chiitas desalineados del gobierno responde al mandato de Irán, que habría decidido expulsar a Estados Unidos del país del Golfo Pérsico (o Arábigo).
Además, Washington evalúa que Al-Sadr perdió control sobre el Ejército Mahdi, que se habría fracturado en varias «unidades renegadas», también llamadas «grupos especiales», convertidas en instrumentos de Irán.
Aunque estas milicias siempre operaron sobre la base de un esquema altamente descentralizado, y algunos grupos se embarcaron en actividades que no contaron con la aprobación de Al-Sadr, Washington jamás pudo demostrar que un número significativo de unidades ya no respondan a su liderazgo.
El argumento de las «unidades renegadas» ha servido a un doble propósito. Fue usado para sugerir que los grupos leales a Al-Sadr estaban cooperando con Estados Unidos y, por otra parte, para justificar los ataques contra estas milicias tanto en Bagdad como en el sur de Iraq.
El general Petraeus declaró públicamente que Al-Sadr accedió ante el primer ministro Nouri al-Maliki al despliegue de tropas estadounidenses en una amplia zona de Bagdad, siempre y cuando realizaran sus registros e incursiones de manera «respetuosa».
Sin embargo, el portavoz de Al-Sadr en el parlamento dijo que el entendimiento contemplaba que fuerzas iraquíes realizarían las inspecciones y que los soldados de Estados Unidos sólo intervendrían en casos de resistencia armada. Ese acuerdo, agregó, fue violado.
Las milicias de Al-Sadr se mantuvieron fuera de las calles y no enfrentaron a las tropas estadounidenses. Pero en marzo, el despliegue de fuerzas de Estados Unidos fue cuestionado públicamente y se realizaron manifestaciones de protesta.
Un clérigo chiita exhortó en las plegarias de los días viernes a no cooperar con las fuerzas ocupantes.
El 8 de abril, Sadr reclamó a la policía y el ejército iraní que dejaran de cooperar con Estados Unidos, y pidió a sus guerrilleros que se concentraran en la expulsión de las tropas estadounidenses del país.
No se necesita una «mano iraní», entonces, para explicar la escalada del conflicto con las milicias que es responsable por el mayor número de bajas de soldados de Estados Unidos en Bagdad.
* Gareth Porter es historiador y experto en políticas de seguridad nacional de Estados Unidos. «Peligro de dominio: Desequilibrio de poder y el camino hacia la guerra en Vietnam», su último libro, fue publicado en junio de 2005.