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EEUU y el Reino Unido sólo tienen una opción seria: la retirada de Irak

Fuentes: El Mundo

En su inmensa mayoría, las leyendas encierran algunas pequeñas dosis de autenticidad, aunque no se encuentra ni rastro de ella en las imágenes que se ofrecen cada día en las cadenas británicas y norteamericanas. Los medios impresos de comunicación no son mucho mejores. Constantemente se repite la propaganda oficial con frases como ésta: «El 28 […]

En su inmensa mayoría, las leyendas encierran algunas pequeñas dosis de autenticidad, aunque no se encuentra ni rastro de ella en las imágenes que se ofrecen cada día en las cadenas británicas y norteamericanas. Los medios impresos de comunicación no son mucho mejores.

Constantemente se repite la propaganda oficial con frases como ésta: «El 28 de junio, Estados Unidos y sus aliados de coalición han transferido el control de la soberanía de Irak a un gobierno provisional encabezado por Iyad Alaui como primer ministro. La transferencia de soberanía ha culminado a poco más de un año de la ocupación dirigida por Estados Unidos».

La idea de que Irak es en la actualidad un Estado soberano gobernado por iraquíes es una ficción grotesca. No hay ni un solo ciudadano iraquí, con independencia de sus opiniones políticas o su afiliación religiosa, que no esté al cabo de la calle de la situación real de su país. Si la BBC se empeña en mantener este tono, su credibilidad, que ya está en el punto más bajo de toda su historia, podría desvanecerse por completo.

Condoleezza Rice, consejera nacional de seguridad de los Estados Unidos, declaraba hace unos cuantos meses lo siguiente: «Queremos cambiar la mentalidad iraquí». Sin embargo, el canal de televisión árabe que los Estados Unidos han financiado bajo el nombre de Verdad ha demostrado ser un fracaso sin paliativos.

En estos momentos, al objeto de impedir que ninguna otra imagen alternativa llegue a los iraquíes y al resto del mundo, un valiente títere del ministerio de Información ha prohibido a la emisora de televisión Al Yazira informar fuera de Irak, una receta tradicional de los manuales de represión.

La «transferencia», diseñada en su mayor parte para convencer a los ciudadanos de Estados Unidos de que a partir de ese momento podrían respirar tranquilos y reelegir a Bush, constituía también una invitación a los medios de comunicación social de Occidente a que no prestaran tanta atención a la información sobre Irak, invitación que los medios aceptaron obedientemente.

Tal y como la semana pasada observó Paul Krugman en The New York Times, «las informaciones sobre Irak han pasado a las páginas interiores de los periódicos y en buena medida han desaparecido de las pantallas de televisión. Son muchos los que se han quedado con la impresión de que las cosas han ido a mejor.

Hasta los periodistas se han dejado engañar: noticias aparecidas en los periódicos daban cuenta de que el ritmo de bajas norteamericanas se había reducido a raíz del traspaso de poderes».

Las cifras reales son mucho menos tranquilizadoras: en junio murieron 42 soldados norteamericanos; en julio, 54.

Las caras del Gobierno

De los dos iraquíes sacados a trancas y barrancas del anonimato para ser los que dieran la cara en nombre de la ocupación, el presidente Yauar es un directivo relativamente inofensivo de empresas de telecomunicación venido de Arabia Saudí. Estaba absolutamente encantado de echarse encima los arreos tribales para las ceremonias oficiales y para posar en las fotos con Rumsfeld y los suyos.

El primer ministro Alaui fue en tiempos un esbirro de baja graduación de los servicios de información de Sadam, que pasaba datos sobre los iraquíes disidentes de Londres. Con posterioridad, lo enrolaron los servicios anglonorteamericanos de información. Al término de la primera Guerra del Golfo, recibió el encargo de desestabilizar el régimen. Mercenarios reclutados por él pusieron bombas en un cine y en un autobús que transportaba niños.

Antes de la guerra, Alaui contribuyó a prefabricar la alarma sobre los 45 minutos de activación de los sistemas de lanzamiento de armas de destrucción masiva.

Después de la ocupación recibió su premio y fue incluido en el consejo de Gobierno. Acto seguido, contrató un despacho de influencias que invirtió 370.000 dólares en una campaña para hacer lobby a su favor en Washington para que le hicieran primer ministro, además de conseguir una columna en The Washington Post.

Como primer ministro, cultiva una imagen gansteril. El 17 de julio, en una extraordinaria crónica enviada desde Bagdad, el periodista australiano Paul McGeough (que tiempo atrás fue director del diario The Sydney Morning Herald) lanzaba la siguiente acusación: «Iyad Alaui, el nuevo primer ministro de Irak, sacó su pistola y ejecutó por lo menos a seis sospechosos de formar parte de la resistencia en una comisaría de policía de Bagdad, apenas unos días antes de que Washington transfiriera el control del país a su Gobierno, de acuerdo con la versión de dos personas que presuntamente fueron testigos de los asesinatos».

«Según ellos», prosigue el relato del periodista, «alinearon a los prisioneros, esposados y con los ojos tapados, contra un muro de un patio adyacente al módulo de celdas de máxima seguridad en el que estaban recluidos, en el centro de seguridad de Al Amariyah… Alaui afirmó ante los presentes que sus víctimas habían matado cada una de ellas al menos a otros 50 iraquíes y que ‘merecían algo peor que la muerte’, según cuentan».

La información de McGeough continuaba así: «Mediante una declaración por escrito, la oficina del primer ministro ha desmentido en todos sus extremos el relato de los testigos… puntualiza que el doctor Alaui no había visitado jamás el centro [de Al Amariyah] y que no ha portado armas. Sin embargo, las mencionadas fuentes han declarado al Herald que el doctor Alaui descerrajó un tiro en la cabeza de cada uno de los jóvenes mientras alrededor de una docena de policías iraquíes y cuatro norteamericanos, integrantes del equipo de seguridad personal del primer ministro, contemplaban la escena en medio de un silencio sobrecogedor».

La realidad es que Irak está sumido en una confusión mucho mayor hoy que antes de la guerra. Tal y como resumió la situación un hombre que pasó por la prisión de Abu Ghraib, «queremos electricidad en nuestras casas, no en nuestros culos».

La opción demócrata

Los ciudadanos de los estados agresores tienen la posibilidad de comprobar todo esto por sí mismos y muy a pesar de los esfuerzos de los medios de comunicación, al menos esa es la esperanza que a uno le queda, de castigar a sus dirigentes por haberlos metido en esta guerra.

El senador Kerry es un político poco convincente. Y no le gusta nada retratar a los demócratas como el menos agresivo de los dos partidos tradicionales. A fin de cuentas, demócratas y no republicanos fueron los presidentes que emprendieron las guerras de Corea y Vietnam. El atractivo electoral del republicano Eisenhower en 1952 se basó en ser el más pacifista de los dos candidatos.En 1960, Kennedy atacó a los republicanos por «la desventaja en misiles» y denunció su debilidad ante la amenaza soviética.

Fue Carter, no Reagan, el que empezó la segunda guerra fría.Por su parte, Clinton tronaba en 1992 contra la debilidad de Bush padre ante Cuba y China. En la actualidad, Bush hijo ha dejado atrás a cualquier rival demócrata en cuanto a acendrado militarismo. Sin embargo, basta con recordar que, en vísperas del 11 de Septiembre, Hillary Clinton y Joseph Lieberman promovieron una carta, firmada prácticamente por todos los senadores demócratas, que denunciaba la política de Bush en Oriente Próximo. Lo que querían era que se apoyara más a Israel.

La derrota de los belicistas, si se produce, será consecuencia de lo que ha ocurrido en Bagdad y en Basora, en Faluya y en Nayaf.Incluso en el caso de que intenten hacer como si no hubieran existido los 37.000 civiles iraquíes muertos en este conflicto según recientes estimaciones de una ONG radicada en Irak, Bush y Blair no van a olvidar los nombres de las ciudades cuyas poblaciones se han negado a rendirse. Sólo hay una opción seria: la retirada incondicional de las fuerzas extranjeras de Irak.

Tariq Ali es periodista paquistaní, especialista en Oriente Próximo y autor de Bush in Babylon: the Recolonisation of Iraq.