Pocas veces he visto un título tan cursi como «Travesuras de la niña mala», el último libro de Vargas Llosa, pero no me sorprende. Este escritor es el mismo que reivindicó como literatura las obras de Corín Tellado, siendo secundado en semejante desfachatez por Juan Cueto y Cabrera Infante, aunque este último ya lo ha […]
Pocas veces he visto un título tan cursi como «Travesuras de la niña mala», el último libro de Vargas Llosa, pero no me sorprende. Este escritor es el mismo que reivindicó como literatura las obras de Corín Tellado, siendo secundado en semejante desfachatez por Juan Cueto y Cabrera Infante, aunque este último ya lo ha pagado.
Vargas Llosa es un digno representante de la burguesía peruana que viajó a Europa para afilar su pluma, estilográfica por supuesto, y se estableció en Barcelona a la espera del inmediato advenimiento de la revolución mundial. Ni que decir tiene que Marito, que así le llamaban los suyos, era un rojo furibundo y todo 1o que no fuera asaltar por las mañanas el Palacio de Invierno y por las tardes la agencia literaria de Carmen Balcells le parecía un despilfarro histórico. Consiguió reconocimiento comercial y crítico con su primera novela. Ese éxito no fue suficiente para satisfacer el ego que le embargaba y buscaría nuevos cambios políticos; y enamorado del mercado global, se presentó como candidato a la Presidencia de Perú, donde fue derrotado por el chino Fujimori, que en realidad era japonés.
Presumiendo de perseguido político, se nacionalizó español, y para demostrar su agradecimiento se marchó a vivir a Londres, que debe de ser un sitio más fino que Madrid. Personaje de aspecto atildado, de físico cuidado y convencido de sus dotes de seductor, no ha dudado en subirse a un escenario y leer una obra teatral. Está el pequeño detalle de que su voz se quiebra y le salen unos gallos que resultan impropios de su viril aspecto; pero, inasequible al desaliento, sigue su camino a la espera de un premio Nobel que se le escapa.
Como apóstol de la globalización se dedica a escribir enjundiosos artículos para demostrar lo malos que son los comunismos (¿quedan?) y que no hay más salvación que la ofrecida por el sistema USA. Es una pena que de sus estancias en París no haya aprendido esa máxima francesa que dice que no hay que escupir sobre lo que se ha amado. En España publica libros y artículos en la empresa de Jesús de Polanco, también conocido como Jesús del Gran Poder, cuyo periódico sufre amnesia socialdemócrata en cuanto publica cualquier noticia que se refiera a Hispanoamérica.
Su reverso en la misma órbita se ejemplariza en Juan Luis Cebrián. Plúmbeo periodista y nefasto novelista, desde su primera obra, «La rusa», hasta la última, «Francomoribundia», ha castigado sin piedad a los correctores de pruebas de la editorial Alfaguara, que deben de ser los únicos que han conseguido terminar de leerlas. Hay que recordar que en el alegre despilfarro del cine español hasta consiguió que «La rusa» fuera llevada a la pantalla. Como dice el austero dicho castellano, hasta el recuerdo huyó sin dejar huella.
Este negativo fotográfico de «Bragas» Llosa comenzó su andadura durante el anterior régimen, que parece que tenía poco de democrático. No era un simple escriba en busca de sustento, protegido de Fraga ejerció con máximo cargo en los servicios informativos de Televisión Española, cuando sólo había una, grande y muy poco libre. Después, en cualquier punto de un recorrido ignoto, debió de caerse del burro, como a Saulo de Tarso le alcanzó la luz y se transformó en un ardiente defensor de aquel inexplicado trayecto que bautizaron como Transición. Nombrado director del periódico «El País», ejerció una influencia decisiva en la formación de una opinión pública que, lógicamente, debía ser la que ellos publicaban. Fue ejecutivo ejecutor; hasta exilió a Martín Prieto, que era su compinche del alma, pero olvidó releer a Machado y no recordó que lo nuestro es pasar. y un día se encontró convertido en cargo administrativo, con sueldo espectacular pero tan inútil como un jarrón Ming en un «batzoki».
En fin, dos vidas paralelas a pesar de su aparente diversidad. El peruano, desde la radicalidad a la comodidad; y el español, desde la superficialidad a la contabilidad. A ambos les viene ajustado el diálogo casi socrático en el que alguien, similar a ellos, afirma:
-Cambiar de opinión es de sabios.
Y alguien con conocimiento ético contesta:
-Eso es lo que dicen los traidores cuando quieren que les tomen por filósofos.
Juan Antonio de Blas es escritor.