La difusión de El 47 (un hombre, un autobús, el destino de un barrio) ha dado lugar a debates interesantes. La película muestra a un obrero -Manolo Vital- que, a través de un acto heroico, desencadena la acción vecinal logrando mejorar las condiciones de vida de los pobladores de un suburbio, donde se concentraba parte de los trabajadores de las fábricas barcelonesas.
Unos destacan el carácter individual, otros el interclasismo, también se la presenta como algo apolítico, alguno añora los buenos momentos y queda perplejo ante la pasividad actual, buscando la causa en una abstracta conciencia perdida.
La lectura del emocionante artículo de mi compañero de debate Antonio Navas me ha despertado pensamientos de la niñez. Me retrotraje a los años 70 del siglo pasado, en un barrio obrero de la periferia de Sevilla, Torreblanca. Yo acompañaba a mi madre, junto a los vecinos -la mayoría mujeres- por la mañana e intentábamos cortar el tráfico de la carretera Sevilla-Málaga. Allí los picoletos, metralleta en mano, contenían a la muchedumbre. Vi como pegaban a uno de los manifestantes, un obrero en paro, que destacaba por su estatura. No recuerdo el motivo de la protesta, pero las condiciones del colegio, la falta de centro médico, la situación de las calles, su limpieza, iluminación y salubridad, el acerado, bancos para sentarse o papeleras, en fin cualquiera de estas cosas.
El aspecto colectivo de la protesta comunitaria, aun cuando aparece precedida por un acto individual (como en El 47), es claro. La ideología dominante se empeña en ocultarlo y en destacar los aspectos individuales (héroe, líder) del proceso. Pero, el acto individual está en un ámbito colectivo, se hace con medios colectivos, está precedido de conversaciones y debates colectivos, y tiene una finalidad colectiva. Sin ánimo de desdeñar el papel del individuo, éste está subsumido en el colectivo.
Quizás no esté tan claro otro aspecto de la protesta vecinal, su carácter de clase. Cualquier condición colectiva de vida (infraestructuras, suministros, servicios públicos, entre otros) nos remite a la reproducción de la fuerza de trabajo (capacidad de trabajar) y a la clase obrera (la vendedora de fuerza de trabajo). Así, por composición social de los afectados, por la puesta en acción de medios y recursos que son de toda la sociedad, por afectar a la distribución del producto social y a la propia producción social, la acción vecinal es una modalidad de la lucha de clases sociales. Este es otro aspecto que la ideología dominante tiende a soslayar, porque prefiere ocultar que la población está dividida en clases sociales, cuyo fundamento es la propiedad -o no- de los medios de producción, con intereses encontrados.
Aunque menos aparente que la lucha fabril o laboral, donde el objeto son las condiciones laborales y el enemigo un capitalista particular (en el caso de una empresa), la lucha vecinal tiene por objeto las condiciones colectivas de vida; el contrincante es el representante político del capital total del ámbito administrativo que se trate, o sea las administraciones públicas (local, provincial, regional, etc). Nótese que el ente administrativo juega un papel mediador, de representante, no ya de un capitalista en particular ni si quiera de un conjunto, sino de la totalidad, lo que está en juego es la relación social general, el capital. La lucha vecinal es una lucha de clases, pero por la implicación de las administraciones públicas adopta una forma política. De nuevo, la ideología dominante intenta desviarnos de la política (son todos iguales, etcétera) aunque nos dé con ella en la cara continuamente.
Un último aspecto en el que me quiero detener, en un asunto que da para mucho como la protesta barrial, es señalar algo que tiene que ver con su éxito o su fracaso. Lo sintetizo: la lucha vecinal está envuelta en el desarrollo urbanístico y éste es un producto de la acumulación de capital en el lugar de que se trate. Ciertamente en sus expresiones concretas aparecen más determinaciones, pero a mi entender este es el hilo de Ariadna. Dos expresiones de este planteamiento.
La primera es referida al auge y éxito de las luchas vecinales en los sesenta y setenta, lo cual también se puede decir de las luchas sindicales, habría que verlos en el marco de la acumulación de capital y en el tipo de fuerza de trabajo (homogeneidad) que reclaman los procesos productivos que son la punta de lanza en el desarrollo de las fuerzas productivas; por la misma razón, a partir de los ochenta, con el cambio en la fuerza de trabajo (heterogeneidad, diversidad), las condiciones colectivas de la reproducción del obrero-masa, desplazado hacia el este asiático, ha dejado de ser un elemento necesario de la reproducción del capital en las economías occidentales y en España.
La segunda tiene que ver con lo anterior. La acumulación de capital tiene como uno de sus resultados la creación de un ejército industrial de reserva, en palabras de Karl Marx. Parte del cual, se va consolidando como población obrera sobrante para el capital. Éste no tiene interés en estas personas ni en su reproducción. Algunas guerras tienen que ver con esto (Palestina, matanzas en África), también el fenómeno migratorio; en los países donde el desarrollo capitalista toma la forma política de la relación de ciudadanía, la cosa pasa por la caridad pública y la marginación en suburbios periféricos prácticamente abandonados a la mano de Dios. En determinadas ocasiones, la lucha comunitaria es una lucha por la supervivencia humana contra el capital total de la sociedad.
Esto es lo que nos muestra Marx, en su Crítica de la Economía Política, particularmente El Capital, donde investiga las determinaciones generales de la clase obrera en cuanto sujeto histórico portador de la superación del capitalismo.
Allí, a través del despliegue dialéctico: primero, procediendo analíticamente preguntándose por la necesidad de la forma concreta (pobreza y desempleo, acumulación de capital, reproducción de capital, plusvalor, capital, dinero, mercancía); y luego, reproduciendo sintéticamente la determinación de esta forma por el contenido descubierto anteriormente.
La lucha vecinal de “El 47”, una lucha individual, colectiva, de clases, específicamente obrera, y política, nos interpela con imágenes de ayer sobre nuestro presente.
Tras el acto de Vital, no solo se encierra una acción colectiva de un barrio como Torre Baró, lo cual queda subsumido en una lucha de clases por la reproducción de la fuerza de trabajo que, bajo una forma política (ayuntamiento de Barcelona), tiene que ver con la acumulación de capital (barcelonés, catalán, español). De esta acumulación de capital desembocamos en la reproducción del capital, en el plusvalor, en el mercado laboral (salario), en el capital, en el dinero, en la mercancía, en el trabajo y así, remontándonos hacia formas concretas más simples, llegamos a la vida humana. Porque al final, todo esto que puede parecer como que queda lejos, nos habla de la vida de la sociedad y la de sus individuos; de la nuestra, de la actual. Nos cuenta cómo resolvemos el problema de organizar la reproducción del proceso social de vida humana.
Desde las luchas de las mareas (sanidad, educación o pensiones) hasta la de los Barrios Hartos o la plataforma Salvemos el cortijo del Cuarto; desde los Lunes al Sol de la Plaza Nueva hasta los activistas políticos, pasando por los sindicatos; las protestas por la vivienda o la pelea contra la gentrificación; las denuncias del genocidio palestino o las manifestaciones por la paz. Cualquier lucha, en la que estén en juego las condiciones de vida de las personas en la sociedad actual, forma parte de esa manera en que el ser humano en sociedad se apropia la naturaleza para reproducirse.
Es la forma en que leo a Marx, enfrentándomelo a las formas concretas actuales de manera crítica: como una guía, que me orienta, en la búsqueda de respuestas a las preguntas, que abren paso a la comprensión de lo que veo a mi alrededor, condición necesaria de la intervención consciente sobre la realidad, o sea de su transformación.
Pedro Andrés González Ruiz, autor del blog Criticonomia
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