Leí antes de las vacaciones un interesante artículo de Manuel Castells en La Vanguardia, acerca de cómo la SGAE actuó sin decencia valiéndose de la cobertura anuente o ausente del Ministerio de Cultura y el gobierno de Zapatero Alma en Pena, y cómo la trama que se imputa a Teddy Bautista enlazaba con […]
Leí antes de las vacaciones un interesante artículo de Manuel Castells en La Vanguardia, acerca de cómo la SGAE actuó sin decencia valiéndose de la cobertura anuente o ausente del Ministerio de Cultura y el gobierno de Zapatero Alma en Pena, y cómo la trama que se imputa a Teddy Bautista enlazaba con la entrega total de la ministra Sinde a la causa de estos caraduras sin vergüenzas, concluyendo que «la amalgama entre la llamada ley Sinde y las posibles fechorías de la SGAE» fue «resultado del apoyo mutuo entre la ministra y el lobby en todos los frentes». Más o menos lo pensamos todos los que seguimos las diligencias de la Audiencia Nacional para averiguar, por fin, qué es lo que hace o hizo una gaviota en Madrid.
Castells relata, en suma, cómo se atacó durante años la privacidad de personas, empresas o entidades, privatizando funciones de recaudación públicas mientras la Administración, lejos de poner coto a tales despropósitos, aplaudía con las orejas a los muñidores de la trapacería, a pesar de que la SGAE actuaba sin autorización de los propios autores y asfixiaba la mismísima difusión de los contenidos.
Todo ha sido tan descarado que Castells se pregunta, retóricamente, de dónde viene ese extraordinario poder del lobby SGAE. Aquí es donde difiero del ilustre teórico de la sociedad informacional, porque no ofrece una respuesta fundamentada, sino lo atribuye a las majaderías de algunos artistas pesebristas enchiqueirados en las prebendas de los partidos, fundamentalmente el PSOE, que habrían hurdido una estrategia para captar el favor ministerial. Esta explicación es claramente insuficiente porque omite el motivo de la dejación y aliño gubernamental respecto a las actividades recaudatorias abusivas de la SGAE, reduciéndolo a un pequeño grupo influyente y unos políticos influenciables.
¿Por qué el Estado dejó hacer, permitió y alentó con su tacita inacción unas actividades que atentaban gravemente contra derechos individuales básicos, oponiendo unos difusos derechos de autores dejados al margen y amasando una fortuna a través de una red de sociedades parasitarias, como las denomina el fiscal, dedicadas a la sustracción rampante? ¿Cómo fue posible esta aviesa impunidad de años?
Me extraña que Castells no haya citado la existencia de al menos 124 cables de embajada filtrados por el sargento Bradley Manning a Wikileaks, bajo las etiquetas KIPR (Intellectual Property Rights, Derechos de Propiedad Intelectual) y SP (Spain), emitidos desde febrero de 2004 a febrero de 2010. Me extraña porque en ellos se encuentra la explicación a tanto desafuero.
En la SGAE no eran lobos salvajes, sino perros de suelta. El gobierno dejó hacer porque, al igual que hemos leído en los mensajes que refieren la inaceptable y genuflexa actuación a instancia de parte del ministro López Aguilar just following orders para dar cobertura ante el poder judicial a los marines norteamericanos que asesinaron al español José Couso, los oficiales de Estados Unidos influyeron a todos los niveles posibles convirtiendo en prioridad los derechos de propiedad intelectual de los que se nutre su industria cinematográfica, y convirtieron España en campo de experimentos como los que ensayaba la SGAE, con la ministra Sinde como ejemplar de obediente auxiliar de laboratorio y los ciudadanos en el papel de conejillos de indias echados a los perros a ver qué pasa.
Me extraña, sí, que Castells no repare en la progresión de artistas españoles en Hollywood en los mismos años en que se producía este conchabo, como si los éxitos de Pe, Almodóvar y otros fueran una casualidad o un ejemplo de éxito y esfuerzo personal, y no formaran parte de la diplomacia indirecta y del mismo chiquero de porquería en el que retozaban los junteros de la SGAE. ¿No nos acordamos de cómo los mismos que triunfan en los Oscars han estado al frente, qué casualidad, en las tribunas populistas del gremio de actores respetables cercanos al PSOE, mientras los actores realmente comprometidos, como Willy Toledo, eran condenados a la mordaza mediática por hablar? ¿Cómo es posible que el gremio de mediocres afín a un gobierno que gastó millones de euros en el bodrio de Alatriste, para glorificar como el sumun de la españolidad a los ejércitos legionarios de las funestas y sucesivas monarquías hispanas antidemocráticas, haya acabado estrellándose cum laude en Hollywood?
En la industria del cine norteamericano siempre ha existido la figura del hispano, un ser inferior de sentimientos básicos susceptible de mofa para solaz de sus superiores yankees, pero desde 2004 -año de estreno de la estupidizante cinta Spanglish– sabemos ahora que el arlequín torero asumió el rol de simbolizar el premio a los esfuerzos soberanos españoles por ser los más fieles esbirros de la primera potencia en el terreno cultural del capitalismo tardío y sus obsoletos y lastrantes derechos de propiedad.
Todo esto junto explica cómo se creó el ambiente de impunidad e iniquidad en el que progresaron las actividades lucrativas de la SGAE. No es obra de un grupete aislado, sino exponente clarificador de a dónde conduce la subordinación del gobierno español a Estados Unidos, de cómo la soberanía es horadada sin compasión por una cadena de contraprestaciones secretas absolutamente inmorales y ajenas al interés general invocado fraudulentamente en nombre del interés norteamericano.
Teddy Bautista ha sido imputado y los delitos que se han dado a conocer le suponen un baldón de oprobio que portará humillado a la tumba. Pero es sólo un figurante, no un actor principal. Es momento de que se denuncie que él usó una libertad concedida por las máximas autoridades del país que actuaban por omisión de acuerdo con una potencia extranjera, en el marco de un abanico de medidas coercitivas experimentales que constituyeron y constituyen un abuso al servicio del negocio cionematográfico norteamericano, del que se han beneficiado no solo los gestores de la Sociedad, sino indirectamente una parte simbólica del gremio del cine español, precisamente aquella más implicada en la cobertura ideológica del PSOE, que sale eufórica a berrear el «No a la guerra» contra Aznar, y se encierra en un silencio monacal ante Afganistán, Iraq, Sahara Occidental o Libia. Vergüenza. Vergüenza. Vergüenza.
Por eso no puedo compartir con Manuel Castells su apelación a la «inteligente contraofensiva» de Rubalcaba, aconsejando al candidato, exministro totalmente implicado en las trapisondas de servilismo hacia Estados Unidos que acabo de describir, que pida a Zapatero Alma en Pena que prescinda de la ministra Sinde. Y tampoco puedo aceptar como chivo expiatorio que se exagere el papel de Bautista, al que Castells considera «omnipotente» obviando que, en realidad, ese poder nunca fue otro que el del propio gobierno al que Rubalcaba pertenecía, que actuaba para servir los intereses recaudatorios norteamericanos que han sido burlados por los ciudadanos a través de internet. Concluye el antiguo think-tank de Felipe González que, si Rubalcaba hace caso de su consejo, se podrá plantear «el construir un régimen de propiedad intelectual adaptado a la cultura digital y regulado por una administración pública liberada de lobbies sin decencia».
Querido Manuel, una administración pública liderada por cipayos de Estados Unidos nunca se liberará de lobbies sin decencia porque esos palanganeros indecentes son sus más fieles servidores, brazo ejecutor de su agenda oculta. Y la ministra Sinde es una muy representativa actriz de un gremio cuyo oficio, como decía Antonio Banderas recientemente, consiste en mentir, tanto en la pantalla como en la vida real. Mentir a la sombra y sueldo del poder. And the Oscar goes to…¡Peeedro!». Estos son los otros beneficiarios de la subsunción de soberanía cultural practicada por nuestros gobernantes, que miran para otro lado mientras el oprobio machaca a Bautista, pero cuyas carreras progresan o decaen en función de la misma política y los mismos objetivos que han sido abordados en las reuniones de los diplomáticos y empresarios norteamericanos con Sinde y otros ejecutivos «socialistas». La gaviota en Madrid hizo cosas muy feas, sin duda. Pero pudo hacerlas porque lo permitieron las gallinas para complacer al águila.
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