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El asesinato de intelectuales en Irak

Fuentes: Rebelión

«Nuestros enemigos son innovadores e ingeniosos; nosotros también.Nunca dejan de pensar en nuevos métodos para perjudicar a nuestro paísy a nuestro pueblo; nosotros tampoco» George W. Bush, Esta historia podría comenzar, como muchas, el cálido viernes 30 de julio de 2004, en una de las laberínticas calles de Mamudiya, a unos 30 kilómetros al sur […]

«Nuestros enemigos son innovadores e ingeniosos; nosotros también.
Nunca dejan de pensar en nuevos métodos para perjudicar a nuestro país
y a nuestro pueblo; nosotros tampoco»
George W. Bush,



Esta historia podría comenzar, como muchas, el cálido viernes 30 de julio de 2004, en una de las laberínticas calles de Mamudiya, a unos 30 kilómetros al sur de la ciudad de Bagdad. Ismail Jabbar al-Kilabi, director del Instituto Normal de Enseñanza, había recibido amenazas toda la semana, por su colaboración con el nuevo gobierno impuesto por Estados Unidos, pero las desestimó porque en Irak todo constituye un peligro. No hay excepciones a esa regla directa, inmisericorde e intacta. Era culpable porque era un pacifista. Defendía el partido Fadila, que apoya al líder espiritual moderado del chiísmo, Ayatola Ali al-Sistani. Acaso su herejía fue no renunciar al miserable salario pagado por el régimen de turno. No hizo mucho caso, sin embargo, y continuó, tras sus plegarias cotidianas en la mezquita, como si ese día fuera el primero y no uno de los últimos.

Entonces surgió lo impensable. Un grupo de hombres fuertemente armados le quitó el paso en la calle, alguno de ellos lo llamó «traidor» y otro gritó su nombre, con rabia. Un minuto después, ante los ojos de todos, se escuchó una ráfaga de disparos y al-Kilabi, tenso, inseguro ahora, y descompuesto, se dejó caer, no sin doblar ambas rodillas, herido de muerte. Mucho más tarde, camino al hospital, atendido con toda la indiferencia del caso, murió. Fue una ejecución sumaria, compartida, celebrada y enriquecida por muchos de los testigos que la presenciaron y que no dejaron de sonreír en ningún momento.

Según la Unión Iraquí de Profesores Universitarios, con este asesinato llega a 250 el número de intelectuales que han sido víctimas de la violencia desde abril de 2003. El 27 de julio del mismo año, por ejemplo, fue atacado Muhammad al-Rawi, Presidente de la Universidad de Bagdad. Su muerte no fue un caso aislado. También murió el Dr. Abdul Latif al-Maya, un eximio académico de Ciencias Políticas de la Mustansiriya. Tuve el placer de conocerlo, y me sorprendió sobremanera que luego de sus declaraciones a una televisora, fuera víctima del fuego de unas ametralladoras que no procedían, al menos hasta donde se sabe, de integrantes de la resistencia. Ambos eran críticos acerbos de la política de invasión y ninguna investigación ha permitido conocer quién ordenó su muerte.

Hay otros casos. Debo mencionar el crimen horrendo contra el Dr. Nafa Aboud, profesor de Literatura Árabe de la Universidad de Bagdad, cuyo único delito fue pedir la paz para su nación. Y en la macabra lista, que no voy a suministrar completa, resaltaría el monstruoso atentado contra el Dr. Sabri al-Bayati, geógrafo, un erudito que había logrado crear una escuela de grandes profesionales. Y no veo cómo olvidar al Dr. Fala al-Dulaimi, Asistente del Decano de la Mustansariya, al Dr. Hissam Sharif, un miembro notable del Departmento de Historia de la Universidad de Bagdad, o el Profesor Wajih Mahjoub, del Departamento de Educación Física.

Pero aquí no se agotan los problemas del mundo intelectual iraquí. La transferencia de poder no ha podido evitar el malestar creciente por la presencia de 140.000 tropas estadounidenses que gozan de impunidad total en el país. Los intelectuales que se han atrevido a denunciar esta situación, son despedidos de sus trabajos y los periódicos no publican críticas contra Estados Unidos.

Esta incertidumbre (una indefinición que impide la disidencia o la colaboración) ha provocado una fuga masiva de intelectuales en Irak. Cerca del 20% de los 300 pasaportes que, de media, se emiten al día en el país corresponde a profesionales bien formados, lo que supone la fuga de casi medio centenar de trabajadores cualificados al día. Además, los agentes encargados de expedir los pasaportes advierten de que mucha gente está huyendo en busca de trabajo sin desvelar su profesión. Por eso, médicos, abogados, escritores, docentes, jueces, científicos y hombres de negocios buscan trabajos mejor pagados y más seguros en Jordania, Siria o en Europa. Muchos doctores han salido ya con o sin sus familias después de haber sufrido secuestros y amenazas en los últimos meses, según han denunciado trabajadores de la sanidad.

Estos asesinatos y actos de censura, por desgracia, han convertido a Irak en una nación en ruinas, sin esperanzas de lograr la estabilidad, ya en las puertas de una guerra civil. «Aquí todo futuro se parece al pasado», me dijo hace ya un año un joven poeta iraquí. Tenía 26 años cuando conversó conmigo. Hoy está muerto, víctima del error de un soldado inglés, y lo peor es que su frase parece el epitafio de todo su país.


Fernando Báez es autor de «La destrucción cultural de Iraq» (Octaedro, 2004).