Traducido del inglés para Rebelión por Beatriz Morales Bastos
El periodista Ahmed Abdel Samad y su colega, el fotógrafo Ghali Al-Tamimi, se sumaron a la lista de hombres y mujeres iraquíes mártires tras haber sido asesinados hace tres días por lo que en Irak se conoce oficialmente como «disparos de pistoleros desconocidos» que huyeron a «lugares desconocidos».
Estos términos estereotipados y prefabricados confirman el desprecio por el principal derecho humano, el derecho a la vida, y por el derecho a la libertad de expresión. ¿Qué periodista se atreve a contar la verdad de lo que ocurre en medio de un ambiente de intimidación y amenazas? ¿Cómo pueden preservar su vida los periodistas independientes si informan de algo contrario a las estereotipadas declaraciones oficiales?¿Qué fue del «proceso político» oculto bajo brillantes documentos sobre derechos humanos? ¿O hay acaso una nueva definición de periodista y de su trabajo que solo conocen los políticos del «nuevo Irak»?
El uso que hacen los portavoces del gobierno de este término significa la presencia de una combinación de políticos corruptos, milicias y mercenarios que atacan impunemente a quien quieren. Quizá son de las pocas personas que tienen libertad de movimiento y de expresión para asesinar a quienes traspasan las líneas rojas que ellas mismas han trazado fuera de los límites de la ley y del Estado. Son una minoría que goza de inmunidad frente al castigo en virtud de ser «desconocidos» y «partes», la más importante de las cuales es la «tercera parte», un término que se utiliza desde el levantamiento de octubre para eximir de responsabilidad por la cantidad cada vez mayor de asesinatos «desconocidos», especialmente de aquellas personas que trabajan en medios de comunicación. La Asociación de Defensa de los Derechos de los Periodistas Iraquíes informa de que en solo dos meses desde el inicio del levantamiento se ha atacado y golpeado a unos cien periodistas, además de ataques a medios de comunicación y más de 40 personas secuestradas y asesinadas.
El periodista Abdul Samad y el fotógrafo Ghali murieron después de cubrir las protestas en la ciudad de Basora al sur de Irak. En su último reportaje Abdul Samad refutaba el «anonimato» de los asesinatos, secuestros y detenciones de personas manifestantes, hacía responsable al gobierno y demostraba que este conocía las identidades de «individuos desconocidos». Su cobertura de las protestas populares y su apoyo a los manifestantes lo convirtieron en un probable candidato a una muerte rápida a manos de «pistoleros desconocidos» pertencecientes a una «tercera parte» porque cruzó sus líneas rojas, unas «líneas rojas» que para los periodistas y quienes trabajan en los medios de comunicación se trazan para que nadie las cruce y afirme su independencia y su capacidad de presentar la verdad.
Los términos «líneas rojas», «desconocidos» y «tercera parte» merecen ser añadidos a los logros de los sucesivos gobiernos de ocupación. Por ejemplo, en noviembre de 2009 «personas desconocidas» trataron de asesinar al periodista Imad Al-Abadi, que se recuperó después de que los médicos de Munich lograran sacarle tres balas del cerebro. Cuando volvió a Nasiriyah, su ciudad natal en el sur de Irak, lo recibieron sus amigos, entre los que había otras personas de su ciudad natal, como el conocido cantante Hussein Neama, que afirmó: «Le advertí de que hablara menos, hay líneas rojas».
Al-Abadi no hizo comentarios sobre aquel día, prefirió no hablar. El periodista Jawad Saadoun Al-Dami, del canal vía satélite Al-Baghdadia, no tuvo tanta suerte como su colega, ya que fue asesinado el 24 de septiembre de 2007 por «hombres armados desconocidos» cuando estaba en su coche en el barrio de Al-Qadisiyah, al suroeste de Bagdad.
Es raro el año que no hay un informe internacional que recomiende al gobierno proteger a los periodistas y proporcionarles un entorno adecuado para desempeñar su trabajo. En 2013 un informe publicado por el Comité para la Protección de los Periodistas (CPJ, por sus siglas en inglés) señalaba que Irak encabeza la lista de países en los que no se castiga a los asesinos de periodistas. El informe insistía en que las organizaciones terroristas no son las únicas responsables del asesinato de periodistas, sino que también hay altos cargos del gobierno y bandas organizadas que asesinan impunemente periodistas como represalia por su trabajo.
Según la Asociación de Defensa de los Derechos de los Periodistas Iraquíes, en 2016 fueron asesinados 13 periodistas, la mayoría de los cuales mientras cubrían batallas contra el Daesh. Por otra parte, otros 179 periodistas sufrieron algún tipo de ataque, incluidos golpes y amenazas de muerte, por parte de «terceras partes», por publicar noticias sobre la corrupción en algunas instituciones del Estado. Según las estadísticas sobre los mártires de la prensa iraquí, entre 2003 y 2016 el número total de víctimas fue de 227 periodistas y auxiliares de prensa, incluidos 22 periodistas extranjeros, y que los periodistas iraquíes sufrieron los ataques de todas las partes en conflicto sin excepción.
El ambiente de intimidación que rodea la labor de los periodistas y restringe su libertad de movimiento, la libertad de expresar de sus opiniones y la ausencia de exigir responsabilidades a quienes cometen los delitos hacen que cada vez se recurra más al asesinato como una forma fácil y segura de silenciar las voces independientes. También determina la información de la que dispone el público, entierra la verdad y difunde en su lugar mentiras, con lo que se engaña a la gente.
Aunque este ha sido el panorama general de los últimos 16 años, la campaña de represión y asesinatos se ha incrementado desde que empezó el levantamiento de octubre. Esto va unido a un aumento de la concienciación de quienes se manifiestan de que los derechos no se pueden conceder a unos individuos y a otros no, o a un grupo y a otro no. Si se conceden derechos a un grupo, a largo plazo no serán adecuados para construir una nación que pueda dar cabida a todas las personas con independencia de los métodos de seducción, chantaje y retórica populista.
El hecho de que los manifestantes sean conscientes de ello asusta a los miembros del gobierno, del parlamento y de las milicias, ya que amenaza sus intereses personales, construidos a expensas del país. También amenaza todos los delirios sectarios y la construcción de falsas identidades que se esforzaron en difundir para impedir que la ciudadanía conociera sus derechos, su patria y su futuro.
El aumento de las violaciones [de derechos humanos] y el método de silenciar voces y de privar a la ciudadanía de sus derechos es lo que lleva a los manifestantes a rechazar que los políticos se reciclen, incluso aquellos que dimitieron como parlamentarios durante el levantamiento tras haber participado en el saqueo de la ocupación y sus crímenes o estar en buenos términos con ella durante 16 años. Son indudables los casos de Qusay Al-Suhail (el líder del Partido Dawa, chií, que «dimitió» solo para ser nombrado primer ministro como independiente) y Raed Fahmy (secretario general del Partido Comunista).
Hace tres días dimitió Iyad Allawi, primer ministro del primer gobierno nombrado por el líder de la ocupación Paul Bremer, pero sin mostrar indicio alguno de unirse al pueblo. El hecho de que los manifestantes rechacen el «proceso político» y a todas aquellas personas que participaron en anteriores gobiernos o que participan en el actual no obedece a la venganza, sino que muestra su anhelo de un verdadero cambio y de construir una patria por la que el pueblo ha pagado un alto precio y continúa pagándolo.
Este artículo se publicó originalmente en árabe en Al-Quds el 13 de enero de 2020.
Haifa Zangana es una escritora y pintora iraquí, miembro del comité asesor del Tribunal Brussell para Iraq y colabora con diversas publicaciones árabes y europeas.
Esta traducción se puede reproducir libremente a condición de respetar su integridad y mencionar a la autora, a la traductora y Rebelión como fuente de la traducción.