Sadam es un delincuente. Lo ha sido siempre. Cuando servía a los intereses de los Estados Unidos, como baluarte frente a la pretendida amenaza de los ayatolas y masacraba iraníes con las armas de destrucción masiva que le facilitaran tanto los propios Estados Unidos como algunos gobiernos europeos, era un delincuente. Cuando sirviendo idénticos intereses […]
Sadam es un delincuente. Lo ha sido siempre.
Cuando servía a los intereses de los Estados Unidos, como baluarte frente a la pretendida amenaza de los ayatolas y masacraba iraníes con las armas de destrucción masiva que le facilitaran tanto los propios Estados Unidos como algunos gobiernos europeos, era un delincuente.
Cuando sirviendo idénticos intereses arrasaba con poblaciones kurdas apelando a los mismos destructivos argumentos, también era un delincuente.
Cuando siendo socio de quienes hoy lo condenan y matan, reprimía a su pueblo y dilapidaba las arcas nacionales, también era un delincuente.
Cuando el presidente español José María Aznar le entregó la Orden de Isabel la Católica, Sadam también era un delincuente. Claro que, un delincuente menor, de muy escasa cuantía, de muy poco valor. Nada que ver con Bush padre, Bush hijo, Blair, Aznar, Berlusconi y demás capos de la mafia que controla el mundo y que se arrogan el derecho de juzgar a sus propios matones cuando los jubilan pretendiendo, además, que el mundo asista a tan penoso espectáculo, ejecución incluida, como si se lo creyera, como si esa banda terrorista que fabrica guerras y mercados tuviera, para nadie que no sea un idiota, alguna autoridad moral.
«El mundo es un mejor lugar sin Sadam» volverán Bush y sus acólitos a resumir el crimen. Y tienen razón, la misma, por cierto, que haría del mundo un paraíso sin ellos.
Tras el asesinato de Sadam por los inmorales, curiosamente, han restituido en el gesto, la honorabilidad que nunca tuvo antes.