El hecho de que la Administración Bush impidiera que Saddam fuera juzgado por un tribunal internacional similar al que procesó a Milosevic en la Haya, sin duda fue porque ninguna corte internacional hoy admite una condena a muerte. Hay prisa para eliminar al ex dictador, al que por cierto no le han dado ni un […]
El hecho de que la Administración Bush impidiera que Saddam fuera juzgado por un tribunal internacional similar al que procesó a Milosevic en la Haya, sin duda fue porque ninguna corte internacional hoy admite una condena a muerte. Hay prisa para eliminar al ex dictador, al que por cierto no le han dado ni un lápiz para escribir (¿quizá por temor a que empiece a redactar sus memorias?), no piensan darle tiempo para hacer nada. Si han vuelto a incluir la pena de muerte en el derecho iraquí tras la era Saddam es por algo… aplicarán la letra de la ley dentro de los 30 días posteriores al fallo.
La pena de muerte para el dictador Husein ya había sido firmada hace tres años, e incluso antes de la exhibición televisiva de una captura más que dudosa. El rumor de que Saddam y la Administración Bush hubieran acordado un pacto de rendición a cambio de protección pasea por diferentes círculos en Oriente Medio. Sino ¿Cómo se explica que un tirano todopoderoso como Saddam, y con tantos recurso, que sabía que iban a por él, en vez de huir del país con anterioridad, buscara refugio en un zulo tan mísero que cualquiera de los construidos por los grupos terroristas menores del mundo habrían parecido un hotel de cinco estrellas?
¿O es que Saddam Husein era más inepto que El Dioni, aquel vigilante español que en 1989 y tras apropiarse de 300 millones de pesetas que custodiaba, se ayudó de un pasaporte falso y huyó a Brasil, donde se hizo la cirugía estética para evitar ser identificado?
Él, uno de los mandatarios más poderosos de todo la región, fue encontrado en un agujero, solo, despeinado, como si fuera un vagabundo, ni tan siquiera con teléfono móvil… ¡Y los norteamericanos insistían que él desde su escondite dirigía la temible Resistencia!… Desde luego se trataba de una escenografía bien estudiada, diseñada para humillarle aun más ante la opinión pública y, en concreto, ante los árabes.
Acerca de la existencia de este posible acuerdo, el periódico británico «Sunday Mirror» publicó en septiembre del mismo año que Hussein estaba negociando en secreto su salida de Irak con Estados Unidos, solicitando un exilio seguro en Bielorrusia a cambio de dejar Bagdad convertida en «zona liberada» para las tropas estadounidenses. Si fue así, lo cierto fue que «Roma no pagaba a los traidores» y que Saddam, otro monstruo fabricado por EEUU y con fecha de caducidad, volvía a caer por tercera vez en la trampa tendida por sus antiguos protectores.
Si todo obedeciera a un plan diseñado por la Administración Bush, desde los sospechosos asesinatos de varios abogados de Saddam [1] hasta la actitud del juez, que hace callar al ex presidente cada vez que él pretende exponer argumentos, pasando por la censura que aplican los medios de comunicación occidentales a la hora de reproducir algunas de sus intervenciones en el juicio… el dictador iraquí será ejecutado.
Este juicio podría haber sido único en la historia, pues por primera vez se sentaba en el banquillo de los acusados uno de los déspotas más sanguinarios de Oriente Medio, podría haber sido un primer paso para devolver la confianza en la justicia y en la democracia en un país tan desgarrado y herido como Irak… pero ni fue un juicio justo y ni siquiera lo aparentaba. Las irreguralidades cometidas contra la Bestia de Baghdad empezaron desde el mismo momento de su captura televisiva.
Saddam, en condición de Jefe de Estado, gozaba de la protección que figura en la Convención de Naciones Unidas de 1973 y ratificada por EEUU e Irak, por la que no podía ser objeto de detención por una fuerza extranjera. Su enjuiciamiento ante tribunales designados por el invasor, así como los procedimientos establecidos por los ocupantes, que permiten que la negativa del acusado a contestar sea usada en su contra, no tienen cabida en el derecho internacional. Y, además, en justa medida, si sobre la cabeza de los acusadores y los acusados pende el mismo peso de la ley, aquellos que juzgan a Saddam carecen de autoridad moral para procesar al ex patrón de Irak: ellos le armaron, le defendieron durante los años en los que les interesó ser amigos del tirano iraquí… y, lo peor, durante los tres años de la ocupación destrozaron más vidas que él durante todo su mandato. Aquellos países que hoy han llevado a juicio al dictador han convertido en seres errantes, en refugiados sin patria, a cuatro millones de personas; han dejado detrás de sus tanques y misiles a decenas de miles de mutilados y heridos y a un desconocido numero de detenidos y secuestrados. Estas mismas potencias organizadores del juicio han prohibido que en la corte se les implicara en los crímenes de Saddam. En un país donde no hay ningún sistema judicial, en el medio de un absoluto caos social, legal y político, lo único seguro es que el funcionamiento de este tribunal costará 128 millones de dólares aprobado por el congreso norteamericano pero que procederán del bolsillo de los ciudadanos iraquíes, con la única función de servir de teatro para prestar algo de legitimidad a la invasión y posterior ocupación del país.
La sentencia del Tribunal de Nuremberg de 30 de septiembre de 1946 afirma: «Desencadenar una guerra de agresión es el crimen internacional supremo y sólo difiere de los otros crímenes de guerra por el hecho de que los contiene todos». En este «todos» se incluyen los ataques a la población civil y el uso de armas prohibidas, como lanzar toneladas de bombas de racimo o proyectiles con uranio empobrecido. Pero en el banquillo del tribunal sólo está sentado una persona: un dictador cruel. Se echan en falta a sus acompañantes.
La defensa de Saddam se quejaba de no haber tenido suficiente oportunidad para prepararse y citar a los testigos. No queda claro si es que querían llamar a testificar a algunos altos funcionarios de la totalidad de los países miembros del Consejo de Seguridad y a otra veintena de soberanos amigos de su defendido… y eso resultaba técnicamente difícil de organizar, el caso es que la queja resultó evidentemente inútil pues los asesores norteamericanos (que no internacionales) de esta Corte especial, han sido los que han establecido las normas del juicio, impidiendo que su jurisdicción se extienda más allá de los ciudadanos iraquíes.
De este modo, nadie conocerá, por ejemplo, la identidad de quienes le facilitaron cultivos bacterianos para desarrollar bombas de ántrax y botulismo y componentes para fabricar gases de mostaza y sarín, ni de los responsables del laboratorio Pasteur que le vendieron los gérmenes biológicos, ni el nombre de los directivos de la firma norteamericana Brechtel (que financia las campañas electorales de Bush familia), que suministraron al dictador de Bagdad una planta química…
El hecho de que el juicio se celebrase a puerta cerrada, la inexistencia de un registro público completo de lo que sucede en el interior de esa sala y la prohibición de asistencia al evento a los periodistas que no sean norteamericanos e iraquíes seleccionados, perjudica gravemente la libertad de información. Los videos del juicio que se enviaban a las televisiones del mundo, llevaban la etiqueta de «Aprobada por el Ejército de EEUU».
Por supuesto que preguntarse por qué ha pasado con el gobierno independiente de Irak puede que no resulte pertinente a estas alturas, pero… !Tantas elecciones celebradas para restablecer su soberanía! Ahora se entiende por qué los demás dictadores de la región se atrevan a presentarse como víctimas del acoso de una potencia extranjera que no respeta ninguna norma internacional.
Los organizadores de este juicio no estaban interesados en el destino de Saddam, a quien ya daban por técnicamente muerto, sino seguir influyendo en los destinos de los iraquíes. Han pretendido dividirles en dos nuevos grupos: los sunnitas verdugos y los kurdos y chiitas víctimas de Saddam. No es por casualidad que el primer cargo que se ha presentado en contra del depuesto líder iraquí y otros siete coacusados fuera la matanza de 143 personas en la población chiita de Duyail, en 1982.
La memoria de los acusadores es tan selectiva que no se acuerdan de que Saddam se estrenó en este oficio de mandatario sanguinario mucho antes, en 1963, cuando era un alto cargo del partido Baas. Entonces detuvo, linchó y ejecutó a unos 4.000 comunistas iraquíes, mérito que le sirvió para ser fichado por la CIA. Tampoco se dice que Saddam no era sunnita ni árabe en términos religiosos y étnicos, sino un simple tirano que para mantenerse en el poder mataba a quien se lo cuestionaba. Con este único criterio eliminó a decenas de demócratas de todas las etnias e ideologías, y los no tan demócratas como sus propios yernos, sunnitas y árabes, por cierto. Si los acusadores tampoco quieren recordar que si miles de personas ejecutadas entre 1992 hasta 2003 fueron sunnitas, fue porque las regiones kurdas y chiitas, eran zonas de exclusión y estaban bajo el control de EEUU.
Sus entonces aliados y hoy ocupantes de Irak, intentan convertir este proceso a una especie de «punto final» que ponga también a cero su historial en la zona, para que otros altos cargos del régimen de Hussein, hoy recolocados en el poder por los ocupantes, se salven de la justicia y puedan volver a integrarse en las esferas de poder iraníes. Por eso necesitan ocultar datos. Por ejemplo, que el partido Baas, con sus 8 millones de miembros, tenía a cientos de miles de kurdos y chiitas en su seno, entre ellos el ex vicepresidente kurdo Taha Yassin Rammadan o el chiita Iyad Alawy, quien se convirtió en el primer ministro del país tras la caída de Saddam hasta el abril del 2006.
Puestos a ser realistas, en el mejor de los casos este juicio hubiera podido poner en la palestra a unos cuantos criminales pero nunca se hubiera atrevido a cuestionar los métodos criminales y antidemocráticos empleados contra la población, pues esto podría cuestionar las maneras de actuar de los actuales dirigentes en otras esferas internacionales.
Otra de las malas, y premeditadas, lecciones de este proceso es que sienta el lenguaje de terror y miedo -que no de justicia- en los asuntos internacionales y «legaliza» procedimientos parecidos en el futuro…
La historia conocida de Saddam es la contada por esos vencedores que son capaces de engrandecer a vulgares y criminales como El Sha, Batista, Trujillo, Pinochet, Suharto o Fahd Saudí, con tal de diluir la trascendencia de aquellos que les apadrinaron.
La ejecución de Saddam no dejará de ser un asesinato planeado con alevosía, que, sólo entrará en la historia como una pieza más del ciclo de la brutal violencia que hunde el país.
Parece que el fin de Saddam, además de un castigo, va a ser la única garantía de su silencio.