Cuando uno sigue las evoluciones del expediente iraquí en su vertiente política y de seguridad se da cuenta de que la ocupación es el mayor de sus problemas y no es posible que miles de lemas, propagandas, discursos y formaciones políticas consigan negar que Iraq está bajo ocupación estadounidense directa y bajo el control indirecto […]
Cuando uno sigue las evoluciones del expediente iraquí en su vertiente política y de seguridad se da cuenta de que la ocupación es el mayor de sus problemas y no es posible que miles de lemas, propagandas, discursos y formaciones políticas consigan negar que Iraq está bajo ocupación estadounidense directa y bajo el control indirecto de varias fuerzas regionales que tienen seguidores y milicias en Iraq y que mueven el expediente político y de seguridad cada vez que lo necesitan de acuerdo a sus intereses nacionales. No pueden negar que la ocupación extranjera y la injerencia extranjera generan tensión, resistencia y falta de estabilidad. No es lógico que se nos haga ver que todo va bien, que las cosas funcionan como si la ocupación no estuviera presente y la injerencia no fuera evidente. A pesar de esto de lo que algunos pretenden convencernos, la ocupación militar es ocupación, y la democracia al amparo de la ocupación no puede ocultar los puntos flacos de esa ocupación ni tapar la deshonra de estar satisfecho y colaborar con ella. No obstante, al mismo tiempo puede que sea verdad, como éstos pretenden hacernos ver, que la ocupación, por muy brutal que sea, puede ser un éxito. Tomemos como ejemplo la ocupación por parte de Hitler de la Europa Occidental y la ocupación ruso-soviética de la Europa del Este tras la II Guerra Mundial. En ambos casos, a la cabeza de estos Estados ocupados había unos mandos colaboracionistas que poseían aparatos internos y recibían el apoyo principal de las fuerzas de ocupación. Si hubiera surgido una resistencia valiente contra Hitler sin ayuda exterior se habría acabado con ella fácilmente. Tanto en la Europa del Este como en Rusia, EEUU intentó apoyar a la resistencia comunista hasta comienzos de los años cincuenta sin éxito.
La invasión de Iraq puso fin al régimen de Saddam Huseín y con él al sistema de sanciones impuestas por EEUU y Gran Bretaña que provocó la muerte de cientos de miles de iraquíes, más de los que murieron en todas las guerras iraquíes juntas, a lo que hay que sumar la destrucción de la sociedad y el Estado. Es imposible convencer a nadie de que la actual ocupación de Iraq es lo mejor para los iraquíes, que es mejor que la situación anterior por mala que aquella fuera. Aunque la ocupación logró derrocar el anterior sistema, destruyó el Estado, disolvió el Ejército, ha desarticulado su geografía, ha desahuciado a millones de iraquíes, ha fomentado la vuelta de las estructuras arcaicas del Estado (sectarias y tribales) y ha abierto la puerta al infierno de la lucha sectaria y étnica, del caos securitario, legitimando la injerencia exterior en los asuntos de Iraq, incluida la injerencia de los grupos terroristas. No hay duda de que una parte importante de los iraquíes dieron la bienvenida al final del bloqueo y a la caída de Saddam Huseín. Pero quizá si se hubiese puesto fin a las infernales y demoledoras medidas del embargo, el pueblo iraquí sin necesidad de guerra podría haber gestionado la situación por sí mismo sin necesidad de ninguna intervención exterior. Con el final de las sanciones y la caída del régimen de Saddam Huseín en Iraq los Estados Unidos tuvieron a su disposición numerosos recursos para reconstruir Iraq. Los estadounidenses podrían haberse centrado, como anunciaron, en la reconstrucción de Iraq preservando las estructuras del Estado y la unidad nacional como paso previo a una retirada rápida dejando un Iraq unido para los iraquíes. En realidad lo que hicieron los estadounidenses fue destruir y hacer retroceder a Iraq 20 años. Es natural que los iraquíes hayan creado distintos tipos de resistencia contra la ocupación. Al principio la resistencia no contó con ningún tipo de apoyo externo para extenderse por el interior como respuesta a los excesos de la ocupación y a la violencia de los ocupantes, así como a la mala gestión del nuevo sistema político. La espiral de violencia tiene su origen en los actos aún más violentos cometidos por la ocupación como por ejemplo la masacre de Faluya que se cobró miles de víctimas principalmente civiles.
En cuanto a las relaciones entre el antiguo régimen iraquí y Al Qaeda se sabe que no hubo tal nunca como han reconocido finalmente los propios estadounidenses. Pero con la «victoria» de Estados Unidos se convirtió el Iraq ocupado en un «campo abonado para terroristas» de Al Qaeda y otros grupos como ha escrito la experta en terrorismo de la Universidad de Harvard Jessica Stern, en un artículo publicado en el periódico The New York Times tras la destrucción de la sede de Naciones Unidas en Bagdad. La salvaje e ilegal guerra contra Iraq se produjo a pesar de la oposición de la comunidad internacional que previno de que esa agresión ilegal conduciría al aumento de las armas de destrucción masiva y a la expansión del terrorismo. Estos peligros fueron desechados por parte de la administración del señor George W. Bush al compararlos con la importancia de controlar Iraq y sus riquezas, y se lanzó la primera guerra preventiva con la que se controló la situación interna en Estados Unidos ( ).
Una de las lecciones más clara que la historia nos ha dado es que ningún país colonizado puede lograr desarrollarse mientras el yugo de la ocupación se mantenga sobre su política y su economía. El calvario de Iraq no acabará hasta que no se retire la ocupación, se construya la unidad nacional iraquí sobre la base de la reconciliación y se pase página.
Artículo traducido por Al Fanar Traductores en www.boletin.org