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El «caos» se viste de chiita

Fuentes: Insurgente

  Andaba con prisa la Oficina Oval, probándolo todo. Desde el coqueteo con grupos sunitas que colaboran en el supuesto enfrentamiento con la fundamentalista Al Qaeda -apartados de sus primordiales objetivos nacionalistas-; pasando por el financiamiento de más fuerzas locales, que ponen el pecho a los rebeldes -iraquizando la guerra-; hasta la «neutralización» de los […]

 

Andaba con prisa la Oficina Oval, probándolo todo. Desde el coqueteo con grupos sunitas que colaboran en el supuesto enfrentamiento con la fundamentalista Al Qaeda -apartados de sus primordiales objetivos nacionalistas-; pasando por el financiamiento de más fuerzas locales, que ponen el pecho a los rebeldes -iraquizando la guerra-; hasta la «neutralización» de los chiitas, mediante privilegios de Gobierno… Pero lo humano y lo «divino» como tácticas para detener la lucha liberadora acaba de sumirse en el más sonado de los fracasos.

 

Sí, lo que hace solo unos días bosquejábamos como posible escenario -el redivivo auge de la insurgencia- constituye ahora un panorama real, tangible, comprobable a pesar del empeño mediático, concertado por las élites de poder globalizador, en presentar a los ocupantes como dueños y señores de la situación.

 

En el instante de redactar estas líneas, sitios como la sureña Basora, sobre todo, y la sagrada Kerbala resultaban arena de una sañuda liza entre las milicias del Mahdi, leales al clérigo chiita Al Sadr, y nada menos que 30 mil efectivos del ejército y la policía locales, apoyados por la aviación norteamericana. De acuerdo con atentos observadores, el polvorín estalló a causa de una ofensiva gubernamental «más seria» para hacerse del control de Basora, enclavada en una de las zonas más ricas en petróleo. ¿Casualidad?

 

Un rimero de cables noticiosos daban cuenta de que los combates se extendían por todas las áreas chiitas de Iraq -entre ellas, el barrio bagdadí llamado Ciudad Sadr, con dos millones de habitantes-, mientras el «incorregible» líder religioso llamaba a una campaña de desobediencia civil, que incluya el cierre de tiendas, negocios, colegios y universidades; y anunciaba la declaración de una «revuelta civil», de continuar los ataques de las fuerzas de seguridad iraquíes y estadounidenses.

 

¿Lo más preocupante para el Pentágono y sus aliados locales? Tal vez el que los comandantes de campo del Ejército del Mahdi se preparaban «para combatir a los ocupantes», algo que significaría el fin del alto al fuego declarado por el sacerdote el 29 de agosto del año pasado, y un consiguiente dolor de cabeza para los personajes aposentados en la Casa Blanca, porque precisamente esa tregua había contribuido de señalada manera al descenso de la violencia guerrillera en Iraq durante al menos los últimos tres meses de 2007. Verdadero respiro para los gringos, que hoy por hoy ya traspusieron el umbral del pánico, con más de cuatro mil soldados muertos en aquellas calcinadas arenas.

 

Por supuesto, al stablishment le interesan solo ciertas cifras, porque en su empuje obvia con olímpico aliento el hecho de que las víctimas fatales de la conflagración en que está abismada la segunda ciudad más poblada del país, Basora -bajo toque de queda-, sobrepasaban el centenar, civiles las más, en tanto los heridos se estimaban en más de 650.

 

¿Por qué Basora?

En diciembre pasado, luego de cuatro años y medio de ocupación, el ejército británico se replegó de Basora, cediendo el control de esta al gabinete de Nuri al Maliki, impuesto por Washington. Más que acto de buena fe, la retirada indica que la coalición liderada por EE.UU. está derrotada en toda la línea y muchos de sus integrantes buscan la forma de salir del país. Tal, un criterio que compartimos plenamente.

 

Pero para esa marcha es menester una artimaña: iraquizar la guerra (como se vietnamizó otra, donde halló la derrota un imperio que se cisca en las lecciones de la historia). Por eso, las tropas iraquíes avanzan en la vanguardia contrainsurgente. Claro, con el apoyo de aviones y helicópteros archiartillados y de rasante vuelo. Medios que, a no dudarlo, asumirán mayor protagonismo si la confrontación se expande, y si prosiguen las deserciones en las filas de cipayos, que no aguantan el ánimo libertador.

 

Pero el diluvio ígneo contra Basora se debe ante todo a que esta se asienta sobre una de las más abundantes reservas petrolíferas del mundo y se encuentra muy cerca de la principal ruta de suministro del ejército gringo, la autopista que enlaza a Kuwait y Bagdad. Cómo rayos seguir permitiendo que la urbe sea gobernada, de facto, por señores de la guerra en competencia los unos con los otros, cada uno de ellos pretendiendo el control de valiosas concesiones y negocios ilegales. Cómo diantre permitir que también los chiitas nacionalistas señoreen en una zona de vital importancia para la economía, venida a menos, de la superpotencia «aria».

 

No importa que Al Sadr haya sido muy cuidadoso, para no provocar una confrontación general con las tropas yanquis o con las unidades iraquíes apoyadas por estas. Al Sadr representa una amenaza sin igual, pues, aunque han sufrido cuantiosas pérdidas, sus hombres están mostrando proverbiales preparación y moral para luchar hasta las últimas consecuencias.

 

Combate hasta el final

Precisamente eso es lo que desea conjurar el Imperio. ¿Acaso se pueden poner en juego unas reservas petrolíferas, las de Basora, que permitieron a Iraq exportar más de millón y medio de barriles en el mes de febrero de 2007 -un ejemplo- por los puertos de la región? ¿Acaso se podría olvidar que a través de esos puertos -Basora y Umm Qasr- transita más del 90 por ciento del crudo que se envía al exterior?

 

Lógicamente, no. La paz… de los sepulcros deviene necesaria a aquellos que buscan en esa nación árabe la baza para evitar el derrumbe del dólar. Algo que analizábamos en anterior artículo, pero cuyas generalidades no deberán faltar aquí. Recordemos que en la agenda de la OPEP figura ya la sugerencia irano-venezolana de debate sobre el pago del barril de petróleo. Que Teherán ha cortado toda transacción en la moneda «universal», al crear su propia bolsa del hidrocarburo. Y que Qatar ha anunciado una reducción de su reserva en el billete verde y el paso a divisas tales como el euro, al tiempo que se espera la misma actitud de los Emiratos Árabes.

 

Mas continuemos contextualizando. La emergente China, cuyas arcas contienen 1,4 billones de dólares, se apresta a «reajustar y diversificar su política monetaria en las transacciones financieras y económicas de ámbito mundial», en el decir de sus dirigentes, que sin embozo alguno aseveran: «Estamos a favor de las monedas fuertes».

 

Para mayor inri, el «pobre» Washington, complacido por una reducción evidente de los atentados a oleoductos, acaba de ver cómo los incoercibles chiitas vuelan uno allá en el sur profundo. Y eso sí que no, señores, porque entonces devendrían vanas las tácticas leguleyescas como la presión para que se apruebe la Ley del Petróleo de Iraq, que dejaría en manos de las multinacionales con capital mayoritariamente gringo ese sector estratégico, y coadyuvaría… Elemental: a impedir la hecatombe del dólar, porque se trata de que la Mesopotamia entre en la OPEP, como pretende Washington, y allí trabaje para que la divisa Made in USA perdure por los siglos de los siglos.

 

Mire usted que estos chiitas de Al Sadr venir a fastidiar un plan que, impulsado por la reciente visita del vicepresidente Dick Cheney a Bagdad, contiene entre sus elementos una guerra que, aproximadamente hasta el 2017, costará unos tres billones de dólares, conforme al cálculo de Joseph Stiglitz, Premio Nobel de Economía. Y hasta la compra de sunitas, para integrar las milicias Despertar, las cuales enfrentan a los insurgentes sirviendo de escudo a los invasores.

 

¿Irse de una vez por todas de Iraq, bajo el influjo de la metralla chiita o sunita, indistintamente? Todo depende de factores como el Ejército del Mahdi -entre los protagonistas del conflicto-, que, integrado por unos 60 mil efectivos, es considerado por el Departamento de Defensa (USA) «la mayor amenaza a la seguridad» en el país mesoriental. Y es que Al Sadr se ha negado en todo momento a insistentes reclamos de entregar las armas a un Gobierno «incapaz de expulsar a los ocupantes estadounidenses».

 

De continuar este crescendo de la insurgencia chiita, análoga en bríos a la sunita, podría ahondarse, crecer cual la hiedra, la extenuación del ejército yanqui, al borde de la quiebra tras cinco años de ocupación, y perjudicado en grado sumo por la recesión económica que se cierne -o ya se ceba- en la superpotencia con ínfulas de metrópoli eterna.

 

Lo peor para la Casa Blanca es que carece de disyuntiva. Irse de la Mesopotamia quizás marcaría el fin del Imperio; permanecer, eso mismo: la debacle de la nueva Roma. Y puede que los patriotas sunitas y chiitas hayan intuido o sepan al dedillo la enseñanza histórica de resistir, resistir y resistir, para vencer.