Ann Finkbeiner, Los jasones. La historia secreta de los científicos de la guerra fría. Paidos, Barcelona, 2007, 295 páginas (traducción de Albino Santos Mosquera). Hace más de 35 años, en 1971, los «papeles del pentágono» de Daniel Elsberg pusieron al descubierto las maquinaciones del gobierno USA alrededor de la guerra del Vietnam y […]
Ann Finkbeiner, Los jasones. La historia secreta de los científicos de la guerra fría.
Paidos, Barcelona, 2007, 295 páginas (traducción de Albino Santos Mosquera).
Hace más de 35 años, en 1971, los «papeles del pentágono» de Daniel Elsberg pusieron al descubierto las maquinaciones del gobierno USA alrededor de la guerra del Vietnam y la existencia de un equipo secreto de científicos, colaboradores de diversos gobiernos usamericanos, llamado JASON. Ignoro si, como se indica en la contraportada, este ensayo es el resultado de la primera investigación sobre los componentes y actividades de este grupo, pero no hay duda que vale la pena reparar en su contenido y en el neto compromiso político de un grupo de científicos que incluye primeras plumas del ámbito de las ciencias físicas y biológicas, algunos de ellos Premios Nobeles de su disciplina. Los jasones son científicos de punta del mundo académico norteamericano que, al mismo tiempo, asesoran nada más ni nada menos que al Departamento de Defensa del gobierno. Si después de esto, alguien teoriza en torno a la separación radical entre ciencia y política en la sociedad contemporánea, recomiéndenle por favor sosiego y estudio.
Es probable que Ann Finkbeiner, escritora, redactora científica y directora del programa de posgrado en redacción científica de la Universidad Johns Hopkins, no se haya distanciado suficientemente de su «objeto» de estudio; es clara su admiración entregada por muchos de los componentes del grupo («…Freeman Dyson sigue peinando su cabello (de color gris, aunque aún mantiene un cierto tono moreno) a lo duque de Windsor…» (p. 271)); es cuanto menos sesgada la información que usa, basada en una parte no desdeñable en las declaraciones de los propios jasones, algunos de los cuales, curiosamente, se han negado a que su nombre apareciese públicamente; es cierto que el tiempo transcurrido quita hierro (y gritos de rabia e impotencia) a algunas de las actuaciones del grupo; es muy probable que la autora comparta algunos de los valores patriótico-conservadores de este equipo de científicos asesor de políticos de tanta altura moral como Mr. Richard Nixon pero, sea como fuere, vale la pena leersu libro con atención porque su estudio y su objeto de investigación apuntan a una de las grandes cuestiones del siglo XX y de la presente centuria: la imbricación cada día mayor entre determinados miembros de ciertas comunidades científicas y la política gubernamental, en este caso, ni más ni menos, que la política de todo un Imperio. Y, por lo demás, no de cualquier arista de esa política, sino el vértice militar de un Estado que quiso y quiere dominar el mundo mostrando a las claras, para intimidación de los díscolos, su enorme poderío.
Los jasones está estructurado en una Introducción, nueve capítulos -Las bombas; Nace Jasón; Los años de gloria; Héroes; Villanos; Cambios; Correspondencias; Cuellos azules, cuellos blancos, ¿Quo vadis Jasón?– y un epílogo, más las fuentes y un útil índice analítico y nominal.
Vale la pena nombrar algunos de los grandes científicos que han colaborado en Jason: Eugene Wigner, Charles Townes, Hans Bethe, Luis Álvarez, Murray Gell-Mann, Steven Weinberg, Val Fitch, Leon Lederman, y Henry Kendall. Obtuvieron el premio Nobel en 1963, 1964, 1967, 1969, 1970, 1980, 1988 y 1990 respectivamente. Cuatro miembros más, que la autora no cita nominalmente, miembros durante un período breve de Jasón, también alcanzaron el premio. La relación señala un punto esencial del grupo: su independencia. Los miembros del equipo no tienen en general por qué complacer los criterios del señor que paga sus complementos salariales. Se gana en eficacia con ello, desde el punto de vista de la causa defendida. Les va en ello su prestigio científico, el mito y el áurea de su independencia de criterio, y, sobre todo, iría en contra de su autoconsideración: no casarse con nadie que les diga qué deben pensar. Son muy suyos, muy libres y muy independientes, eso sí, como la mayoría de los hijos de vecinos con posiciones políticas firmes.
Steven Weinberg, por ejemplo, abandonó Jason a principios de la década de 1970 tras los estudios que se realizaron sobe la guerra de Vietnam. No sabía si lo que hacía servía para algo positivo ha declarado, sin especificar por otra parte qué entendía por positivo y, además, tenía ganas de escribir libros tan excelentes como Los tres primeros minutos del universo. Empero, a finales de la década de los ochenta, Weinberg volvió a Jason como asesor senior.
Ed Frieman, uno de los jasones que había trabajado con armas nucleares, declaró en una entrevista de 2002 que en su opinión todo había ido bien en el grupo hasta el asunto de Vietnam, «que provocó un tremendo desbarajuste interno en Jason». ¿Jasón y Vietnam? ¿Qué es eso? Un breve relato de lo ocurrido sería el siguiente (No es el guión de alguna película de terror en ciernes).
En 1964, en La Jolla, William Nierenberg, un físico que había colaborado en el proyecto Manhattan y que se había unido a Jason en 1962, dirigió un estudio sobre Vietnam probablemente centrado en los métodos de la guerra de guerrillas de los combatientes vietnamitas. Aquel verano fue un verano de nuevas ideas y de charlas informativas, algunas de las cuales estuvieron promovidas por el gran físico Muray Gell-Mann, el inventor de los quarks. Algunas de ellas, en opinión del propio Nierenberg, repugnantes y estúpidas. Elaboraron dos informes: «Visión nocturna para contrainsurgentes» y «Documento de trabajo sobre guerra interna»
Gell-Mann consiguió que en 1966 Jason volviera a estudiar Vietnam. En la reunión de primavera los jasones ya habían decidido que ellos podían ser de mayor utilidad si hallaban un modo de cortar la ruta de suministros de los norvietnamitas, la ruta Ho Chi Minh. Tiempo después elaboraron un informe que tenía en cuenta la geología y la vegetación, enumeraba las costumbres de los guerrilleros y especificaba tipo de bombas y minas. Sugería, además, los aparatos aéreos apropiados para las operaciones de lanzamiento, sobrevuelo y ataque. Calcularon que costaría unos 800 millones de dólares anuales, invertidos en minas y bombas en su mayor parte, y propusieron un grupo de trabajo de las tres fuerzas armadas para planificar más a fondo la barrera, mejorar sus componentes y llevarla ala práctica. El informe, vale la pena insistir, estaba elaborado por científicos de primera fila, premios Nóbeles muchos de ellos, investigadores en el ámbito de la ciencia básica, supuestos buscadores desinteresados de la verdad.
La posición política de la autora queda reflejada en los compases finales de su estudio. En materia de política o de moral, señala Finkbeiner, cuyo marido como ella misma señala es un físico muy bien situado académica y socialmente, no haría más caso a un jason que a cualquier persona culta. En materia de política científica, confiaría ciegamente en ellos. «Me fiaría de los jasones porque me darían su criterio científico honesto aunque éste implicase políticas que entrasen en contradicción directa con el fervor (sic) pro-tratados climáticos, anti-defensa antimisiles o pro-prohibiciones de pruebas nucleares de muchos de ellos» (p. 254). La señora Finkbeiner es así o ha evolucionado hacia esas posiciones. Si al estudiar, añade entusiasmada, el posible uso de las armas nucleares tácticas en Vietnam los jasones hubiesen descubierto que estas armas eran realmente útiles probablemente no hubieran redactado el informe crítico que en su día redactaron «pero tampoco habrían mentido al respecto». Así de claro, ésa es la limitada, desnuda e ideológica verdad a la que aspiran sus héroes jasónicos.
Pero también en las comunidades científicas hay voces críticas que se niegan a arrodillarse y a seguirse sendas cientificistas de disparate político y social. Charles Schwartz fue nombrado profesor titular de Berkeley y a partir de 1970 empezó a exigir a sus alumnos la firma de una promesa hipocrática por el que se comprometían a no utilizar la física que él les enseñara para hacer daño a alguien. Tuvo que desistir. El departamento de una Universidad puntera, no una institución gubernamental ni una corporación armamentística, le amenazó con retirarle la plaza.
Schwartz dejó de enseñar física. Creía que no hacía más que suministrar carne fresca y cultivada a los contratistas de defensa. Empezó a enseñar asignaturas sobre la relación entre la ciencia, el gobierno y la sociedad. Dejó de recibir incentivos y aumentos de sueldo porque casi no se dedicaba a la investigación científica. Se convirtió en un activista. En 1987, declaro a la Radio Pública Nacional usamericana que aunque los jasones presumen de decirles a los generales cuándo no funcionan sus armas, en realidad sólo sirven para hacer que el Pentágono sea más eficiente (Puede verse su opúsculo Science Against the People: The Story of Jasón -La ciencia contra el pueblo: la historia de Jasón- en la red).
Non serviam: ésa es la norma ética esencial de Charles Schwartz, el principio que acompañaba y acompaña a su compromiso ético y científico: la búsqueda de verdades que no estuvieran al servicio de los destructores y dominadores privilegiados de la Tierra. No todos los jasones compartían ni comparten su punto de vista.
Nota: una versión de esta reseña apareció en la revista El Viejo topo, abril de 2008.