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Segunda parte de la crítica acompasada que se publicó en Rebelión el 2 de agosto de 2007 de Corsarios de Levante, de Arturo Pérez Reverte

El corsario de la aurora (y II)

Fuentes: La Fiera Literaria

Por consejo de médico, tuve que detener la lectura del espantoso relato -nunca novela- de Arturo Pérez Reverte, uno de los dos grandes bluff -el otro es Javier Marías- de la literatura narrativa española actual. Ellos sabrán por qué, pero de este espanto que voy a analizar a continuación, ha dicho Franciso Rico que es […]

Por consejo de médico, tuve que detener la lectura del espantoso relato -nunca novela- de Arturo Pérez Reverte, uno de los dos grandes bluff -el otro es Javier Marías- de la literatura narrativa española actual. Ellos sabrán por qué, pero de este espanto que voy a analizar a continuación, ha dicho Franciso Rico que es la obra de un clásico. José Belmonte, catedrático de Literatura como el anteriormente nombrado, lo ha comparado con Cervantes y le ha montado ya dos crongresos en la Universidad de Murcia. El escritor y reciente Premio Cervantes, Juan Marsé, así como los críticos de los periódicos más importantes, afirman que es el mejor novelista -lo que ni siquiera es malo- que hay y ha habido en mucho tiempo. Él mismo pregona a cada momento, apoyándose en los académicos más sesudos y en la crítica, que ha renovado la novela, que la ha librado del secuestro en que la tenían asfixiada los Faulkner, Kafka, James, Virginia Woolf, Hesse, Mann, Camus, Pavese, Butor etc. Y que, como premio a su labor liberadora, tiene más lectores que nadie, gana más dinero que ningún otro autor y es académico. Para mí, patético. Porque ya verá el lector que se trata de alguién de cuyas solemnes vaciedades patrioteras se puede uno reir. […]

Pág. 118.- Primer párrafo con que me encuentro cuando me dispongo a pasar otra temporada en el infierno: «Dos días más tarde, cuando la Mulata dejó atrás la costa de Berbería y arrumbó a tramontana cuarta al maestre, en la derrota de Cartagena, Diego Alatriste tuvo tiempo de sobra para observar al moro Gurriato, porque este remaba en el quinto banco de la banda derecha, junto al bogavante«. Aparte de que no entiendo lo que quiere decir lo subrayado, observo que Pérez se muestra más atento a reproducir lo que él cree el lenguaje de la época y a utilizar los tecnicismos que ha aprendido, que a configurar una realidad delante de lector, que es la obligación del novelista.

Id.- En un largo párrafo, Pérez alecciona al lector acerca de lo que en las galeras es una «buena boya», palabra (palabra no, Pérez, expresión) derivada del italiano buonavoglia, etc. No explica, por el contrario, lo que es un mogataz ni un cómitre.

Id.- Eso sí, maese Pérez establece originales comparanzas: «más falsa que el beso de Judas». Y ello después de un buen lote de frases hechas: «acogerlo con las bendiciones oportunas», que es además anacrónica, «fue mano de santo», etc., que, para colmo, no se usaban en la época.

Pád. 119.- Alborozado, me entero de cuál es el sueldo del cómitre, aunque no de lo que es un cómitre.

Id.- Busque por su cuenta el lector curioso -el que no lo sea, eso se ahorrará- el parrafazo que se dedica, en esta novela de aventuras, al peinado del mogataz (¿?), sus tatuajes, sábanas… Personalmente, me alegro de saber que el buen hombre no renuncia a la gumía.

Págs. 119-120.- Completamente en serio: más parece esto una descripción de costumbres y hábitos -vestimentas, comidas, bebidas, sueldos, ropa de cama, etc., etc.- que relato de aventuras. Da la impresión de que Pérez no hace más que contar lo que ha aprendido al documentarse, como he dicho y volveré a decir.

Pág. 120.- Copons se escandaliza: «ni se inmuta cuando hacen la zalá». ¿Es grave esto, Pérez?

Id.- Más claro le resulta al lector hodierno saber lo que ocurre cuando los remos están frenillados.

Pág. 120-121.- Continúan las trepidantes aventuras. Unos cagan por la borda, otros en la letrinas de proa, otros zurcen sus zaragüelles, otros hacen la colada, otros se despiojan, otros, en fin, rezan a Alá. Eso sí, manteniéndose cerca del estanterol.

Pág. 121.- Más y más enumeraciones que, por serlo, no resultan descriptivas.

Id.- A continuación: los muslimes se enfadaban cuando el viento rolaba y se daba orden de calar palamenta. Reverte ignora, pese a sus loables deseos de ser novelista, que la función de la prosa novelística no es hacer exhibiciones terminológicas, sino levantar una realidad delante del lector. ¿Qué puede «ver» un lector al que le hablan de estanteroles, calar palamenta y vientos rolantes de Babilonia? El corrector ortográfico de mi ordenador, lector sencillo donde los haya, subraya en rojo todos estos palabros.

Id. Hay un fulano con una cruz en la cara. Serviría sin duda para cualquier cosa, menos para jugar a cara o cruz.

Id.- Reverte informa de lo que hicieron los godos cuando llegaron los sarracenos.

Id .- La interjección «ridiela», probablemente, es de la época, pero la exclamación «no me jodas», no. Su primera aparición data de la época de los Moratines y fue en un misal dominicano.

Pág. 122.- Alatriste lleva seis páginas observando al moro Gurriato, mogataz él, que está sentado «en la postiza de su banda». Su observación le da para una conversación más aburrida que una sesión de la Academia..

Quizá todo esto le ocurriese porque no había revesado el estómago.

Id.- Nada nos debe extrañar, tratándose de un moro bagarino.

Id.- Como en las novelandrias de Marcial Lafuente Estefanía, quiosqueras donde las haya y se detectaren, Copons, entre parlamento y parlamento, emite un gruñido.

Relación de las comidas galerustres y/o galerudas, los olores del barco y sus tripulantes, los camastros, la ropa, etc. El lector empieza a preguntarse que cuándo va a pasar algo. Copons, después de gruñir, se lo aclara en aparte: «Yo, hace un rato, eché el hámago.

Id.- La expresión «a cuerpo gentil» es contemporánea de «no me jodas». Resulta anacrónica en este contexto.

Pág. 123.- Se inaugura con una relación de enfermedades y malestares varios y otras de clases de galeotes.

Id.- Continúa la plasta conversacional que tiene por tema al Gurriato.

El que antes gruñía ahora se toca la nariz. Para haber revolucionado la novela, como quieren el profesor Belmonte, el escritor Juan Marsé y la madre del interesado, no deja de echar mano de recursos manidos.

Si los «personajes» gruñen de vez en cuando, el crítico se siente con derecho a bostezar alguna vez.

Pág. 124.- Ahora Copons ya no gruñe, tuerce el gesto.

¡Si antes lo digo! Vuelve gruñir y arruga el entrecejo. ¿Sostiene usted, profesor Belmonte, que esto es «literatura» de Academia y no de quiosco? Toda la página y casi la mitad de la siguiente está ocupada por la inacabable conversación sobre el Gurriato y la madre que lo parió.

Pág. 125.- Otra vez encontramos a Pérez cerca del estanterol, observando cómo el piloto utiliza la ballestilla, que él sabrá lo que es.

Disertación sobre heridas y curaciones.

Pág. 126.- Cita, como otras tantas veces, unos versos. Ésta, de Quevedo. Algo sobremanera antinovelesco.

Id.- Alatriste y Copons nunca se ponen a charlar en la cubierta ni en la cafetería, sino -esta vez, por ejemplo- bajo la vela del trinquete al final de la crujía, que debe de ser un sitio identificable por los lobos de mar como Pérez, pero no por mí.

Id.- A Pérez le parece que se puede pensar más de lo debido. Yo, que creo que nunca se piensa lo suficiente, empiezo a explicarme algunas cosas.

Id.- Ahora, los versos citados son de Juan Bautista de Vivar. Se ve que Pérez ha rebuscado, en las obras de la época, todas las composiciones de exaltación de la vida y el espíritu militar. Tal vez lleve dentro, como ha dicho Francisco Rico, un sargento frustrado.

Capítulo V

Págs. 130-131.- Continúa nuestro minucioso autor con su bullicioso documental, merced al cual nos enteramos de nuevas y sabrosas peripecias, sin que falte una jugosa cita del Viaje del Parnaso, de Cervantes, que Pérez debe de saberse de memoria: avituallamiento, geografía del mediterráneo, puerto de Sicilia, galeras que suelen surcar por aquellos andurriales, aunque a veces nos confundan precisas alusiones a montar el cabo, levar ferro, cuarta al jaloque, dar popa, árboles trinquete, vigías en las gatas escandallo y proejando y bogando… Para al final encontrarnos con que se nos vuelve a hablar del moro Gurriato, que parece insinuarse como el protagonista de este inmenso carajal.

Págs. 131-132.- Nos enteramos, y lo celebramos, de que Gurriato se ha hecho presto a la vida de gurapas y de que come en la sabeta y bebe en el chipichape. Y, si se tercia, corea las salomas. (Tantas adivinanzas, profesor Belmonte, ¿no suena a cachondeo de uno sin gracia?)

El caso es que Pérez, como narrador, es todo lo contrario de lo que sus fans pregonan. En sus «obras» hay menos aventura que en una partida de damas.

Pág. 132.- En fin, un verdadero portento el tal Gurriato, sobre todo en comparación con los desaprensivos que venían a cagar en los bacalares de la postiza.

Pág. 133- Por fin nos enteramos de algo: Gurriato es un mogataz… Sí, pero ¿Qué es un mogataz, rediantres?

Pág. 134.- En la primera línea, el narrador parece haberme adivinado el pensamiento: «A lo que no lograba sobreponerme era al aburrimiento». (Experimento la grata sensación de no estar solo en el mundo).

Nota al margen: de oídas de buenas bocas, sabía que Reverteris no escribía bien y que tampoco era novelista, según mis cánones, que son los del Círculo de Fuencarral de Crítica Literaria. Pero tanta insistencia laudatoria de los señores Ussía, Ansón, Rico, Salvador, De la Concha, Marías, Muñoz Molina, Rico, Belmonte, y tantos otros amantes de la novela hueca, me habían puesto en la idea de que era muy entretenido contando aventuras de piratas y/o espadachines. La verdad es que es más soso y plasta que un debate entre dos pesos pesados de la política.

Pág. 134.- El que narra es lector, como Alatriste y como sin duda el propio Pérez y, después de habernos aburrido con pormenores sobre su aburrimiento, nos habla de lo que ha leído últimamente: un volumen con las Novelas ejemplares de don Miguel de Cervantes y el Retrato de la lozana andaluza, la sequedad de cuyos conceptos osa censurar.

Pág. 135.- Insoportable, señor Pérez. Ciento treinta y cinco páginas y aquí no pasa nada. Vengan nombres de cabos, vengan nombre de golfos, vengan nombres de estrechos, islas, vientos, puertos, caminos y canales …, entre palabras y expresiones que es imposible que entienda quien no haya hecho el servicio militar en la marina -bogando a cuarteles, saetía, para hacer aguada a toda ropa.

Págs. 135-136.- En el tránsito de una a otra, el barco toma «la vuelta de mediodía cuarta a lebeche […], dispuesto a dar un gentil Santiago a aquellos hideputas».

No es buena prosa la de Pérez Reverte. Mucho menos, prosa novelesca. Es una prosa alambicada, de laboratorio, que, por lo tanto, no evoca la realidad a la que se refiere. La prosa narrativa debe tender a la descripción, podríamos decir, fenomenológica, y a la representación, sin volverse sobre sí misma desatendiendo la realidad que debe conformar en la cámara oscura que, durante el tiempo de la lectura, es la mente del lector.

Pág. 136.- Informe sobre las costumbres de los piratas ingleses y holandeses. Y más citas de versos de don Luis de Góngora, Cristóbal de Virués y Lope de Vega…el Fénix de los Ingenios, añade, erudito.

Pág. 137.- Aquí nos larga todo cuanto ha aprendido sobre los piratas, que es bastante más de lo que, leyendo la página anterior, supusimos.

Págs. 137-138.- Si el lector es curioso y aplicado, aquí puede enterarse de lo que es un pirata y qué un corsario. Pérez no solamente los define, sino que los distingue y los describe, señalando sus rasgos morales, sociales y administrativos.

Pág. 138.- Pérez nos hace ver que no es lo mismo cortar cabezas, saquear, ahorcar o empalar al prójimo por las malas, que si lo hace con bula de su majestad católica.

Id.- Información documentada de los corsarios españoles -ora soldados, ora particulares- y sobre ilustres personajes como el duque de Osuna y el conde-duque de Olivares.

Pág. 139.- Nueva lección de geografía, pero tan esotérica, que no nos enteramos de dónde está, por ejemplo, la isla de Lampedusa, ya que se nos señala que está «quince o dieciséis leguas hacia poniente cuarta a jaloque de Malta». Eso ¿es parriba o pabajo, Pérez? Y menos mal que nos aclaras que seguisteis el camino «mochos y a boga reposada […] para caerle a la saetía cosaria sin que se nos fuera de las manos». Continúa la lección de geografía, ahora por parte del piloto.

Pág. 140.- La lección se remata con una cita en verso de Lope de Vega. Este Pérez es un erudito. Novelista no lo es.

Pág. 141.- Desentendido de las aventuras que sus partidarios dicen encontrar en sus plastas, Pérez se empeña una vez más en hacernos ver cuán puesto está en terminología marineril.

Se impone un comentario: quien escribe una y otra vez, en una novela, cosas como ésa de «hacia poniente cuarta al jaloque» para jactarse de conocer los tecnicismos, a costa de no enterar al lector «de lo que realmente pasa» no es persona inteligente, es más bien dueño de una mente infantil, esto es, inmadura. Quien haga una lectura psicológica de esta u otra falsa novela de Pérez Reverte se dará cuenta pronto de que la ha escrito con el mismo espíritu con que hubiese jugado a la guerra con soldaditos de plomo. Aquellos que quieren justificar su injustificable ingreso en la Real Academia suelen aducir como mérito su prosa. Aparte de que la tal prosa no es sino un pastiche arcaizante, no es de la prosa, señores académicos, de donde brotan los valores estéticos de una narración novelística, sino de su composición, de la justa distribución y empleo de los elementos novelísticos -descripciones, diálogos, ambiente, alusiones y elusiones, tiempo y tempo, monólogo interior, etc.-, en una palabra, de la forma justa y precisa de presentación de la realidad ante el lector.

Pág. 141.- Los que manejan el escandallo, que yo no sé lo que es, ponen a la gente en tierra «a calzón enjuto»… ¿Enjutos? ¿Por contraposición a calzonazos? ¿A taparrabos? ¿A qué?

Id.- Tan alejado se muestra el autor de la narración, que, en lugar de decir «lo que pasa», se pone a decir «lo que va a pasar».

Pág. 142.- Esto ya es demasiado, señor corsario, que parece usted un cosario de noticias sin el menor interés. Venga proyectos, venga descripciones de armas y vestimentas, venga palabros sólo inteligibles por los que saben nadar…Pero nada de esas «aventuras» que han hecho famoso a Pérez entre sus incondicionales los Ussía, Belmonte, Conte, Pozuelo, García Posada, Echevarría, Goñi y otros celtíberos de segunda generación. Siempre he estado dispuesto a admitir la novela de entretenimiento, aunque fuera de la Academia y del Parnaso, pero ésta es aburrida como una reunión en la cumbre de opinadores radiofónicos matinales.

Pág. 143.- Toda esta página, entre saetías, corullas, bogando a la sorda, ciabogas, dar barreno, feluca, ración de gambas, punta de levante, despalmando, artillar bayatolas, paveses y pedreros, filaretes, meter caña a una banda, a la sorda, barajar la isla, está ocupada por el relato de lo que se proponen hacer.

No entiendo la actitud de los antes nombrados, desde el punto de vista de la crítica literaria. ¿Estarán a sueldo del sistema o de la industria cultural? Si han leído a Salgari, a Stevenson, a Julio Verne, tendrían que admitir que todo el marketing con que se ha favorecido a Reverte es una marranada.

Pág. 144.- ¿Se propone Pérez darnos, por fin, una sorpresa? A la vista de Alatriste aparece un conejo. No. De lo que nos informa es -escarcela mediante- del reuma del capitán.

Pág. 145.- Más de lo mismo tirando a peor. Descripción del barco. Yo sólo me entero de lo referente a la saetía, la entena, las alpargatas y el calafate.

Págs. 146 y ss.- Descripción, minuciosa y aburrida, del puerto y naves que lo ocupan.

Pág. 147.- Hablar de que el capitán -que tuerce el mostacho, al contrario que el alférez, que encoge los hombros- se había encontrado con una mala papeleta es otro anacronismo. Adivine el lector: Si el alférez Muela mete «la mano en la escarcela» ¿Dónde la ha metido?

Pág. 148, 149, 150.- Minuciosa y aburrida descripción de un pequeño fregado -cómo aprietan el gatillo, qué clase de gorro llevan, donde se guarecen- con un grupo de ingleses… Ningún argumento tiene este libro y apenas trama. No es una novela, es una especie de documental de espesor vacuno y lanar. ¿Esto es aventura para usted, señor Ussía? ¿Es esto entretenido, don Darío Villanueva? Parecen los pliegos de un examen en la Escuela Naval.

Pág. 150.- Todavía alcanzamos a enterarnos, en esta página, de cómo se rema.

Pág. 152.- Continúa la recreación de unos lances, contados según los libros consultados por Pérez, que no forma forzosamente parte de una novela.

Id.- Y ahora -se le acabará de ocurrir al narrador- nos enteramos de que el barco llevaba, como pasajeros, a cuatro caballeros de Malta.

Págs. 153 y ss.- Descripción de un buen abordaje, aclarada por la mención de nuestros familiares cogullas, arrumbadas, zaínas, gallofas, saetías, bocanas, merengues, felucas, humillos, enfiladas, gúmenas, moyanas, pedreros, zurreadas, chascadas, obenques, enclavijadas, ciabogas, esgüazo, cecinas, galimas, letuarios, etc., etc.

Id.- No creo que «camarada» sea palabra de estotros y aquestotros tiempos. Don Francisco Rico piensa como yo. Lo cual reconozco que no es precisamente una garantía.

Pág. 154.- Hace acto de presencia el patriotismo testicular de Pérez: la infantería española es temible en un abordaje, aunque sus miembros no sepan leer. Especialmente si se anuncia por el grito de: «¡Santiago, España, cierra, cierra!»… El autor sabe muy bien que esto ocurría, lo ha leído en libros solventes y nos lo cuenta. Pero que no se engañe a sí mismo con ayuda de sus leales. Esto es un resumen de sus lecturas, pero no es, insisto, una novela, como revela también el hecho de que no contenga personajes. Hay nombres de sujetos pertenecientes a una historia fingida, la que se nos cuenta, mas no insertos en modo alguno en un segundo mundo, como debe ser en una narración novelesca. Al igual que su autor, los portadores de esos nombres no piensan. Tampoco sabemos por qué actúan como actúan. Sus actos no forman parte de un todo secuencial. Como mucho, recrean el fregado que han tenido o calculan como será el siguiente.

Pág. 157.- La comparación pereztre de un marino inglés con uno español enardecerá sin duda a la extrema derecha leyente.

Pág. 158.- Minucioso relato, sin el menor interés, sin el más mínimo sentido de la aventura y, menos aún, de lo novelesco, de otro abordaje llevado a cabo por los que liberan. Con la correspondiente ración de palabros, claro.

Otra cosa de la que nos da cumplida cuenta, cada dos por tres, Reverte, aunque no lo hayamos señalado hasta ahora, es la meteorología. Se ve que también se ha impuesto en marejeadas, marejadillas, mar gruesa, vientos de levante, vientos de poniente, lluvias abrileñas y ventolinas mediterráneas.

Pág. 159.- Lección sobre las patentes de corso y otros documentos. Apasionante. Pero se olvida de decir al lector expectante qué es un ojo plático.

Termina el capítulo con la amenaza de que, en el siguiente, tendremos moro Gurriato para rato.

Compare el leyendo esta plasta celtíbera con cualquier novela de Salgari o de Stevenson y deducirá que esto no es una novela de aventuras. Que ni siquiera es una novela.

Capítulo VI

Pág. 161.- Sigue el documental: Pérez nos cuenta con detalle que los corsarios de Malta hacen cosas propias de corsarios, como era de esperar. Según decíamos, no sigue un argumento, sino que habla ora del alquiler que cobra Carlos V a los caballeros de San Juan de Jerusalén por la isla, ora del pirata de pata de palo, Barbarroja, que Pérez nos recuerda una vez más que se llamaba Jaradín.

Págs.161-162.- Ahora cuenta, inflado de patriótico orgullo, que «somos la nación católica más poderosa del mundo». ¡Por favor, señores Belmonte, Villanueva, Posada, Conte, Rico, etc. ¿esto lo consideran ustedes una novela?

Págs. 162-163.- Cuando el narrador se encuentra ante determinado escenario, ello le hace recordar lo que pasó allí, aunque sea hace más de setenta años. Y va y lo cuenta. Sin olvidarse de las consiguientes lecciones de historia, geografía, meteorología, economía, navegación, etc.

Pág. 163.- Minuciosa descripción de La Valetta le jour y La Valetta la nuit.

Pág.. 164-165.- Minucioso relato de un antiguo ataque de los turcos a La Valeta. Evidentemente, Pérez es de los que están en la falsa idea de que novelar consiste simplemente en ponerse a contar cosas. Para que un relato sea novela se requieren otros ingredientes que él no tiene nunca en cuenta y que seguramente desconoce.

Págs. 165-166.- Y ahora, como otras veces, los comentarios del narrador a lo narrado por otro. Quien a su vez ha narrado lo que Pérez ha leído.

Pág. 167.- Pasean, también como otras veces, y el somnoliento lector tiene que soportar nuevas descripciones y evocaciones, si bien en ésta echa de menos el parte meteorológico, sustituido en esta ocasión por el menú de una taberna, a donde van a «remojar la gorja» y a «masticar algo cristiano». Lo mismo se zamparon un reclinatorio.

Pág. 168.- Ahora nos entera Pérez de lo que ha aprendido acerca del lenguaje y costumbres de los nativos. Sobre todo de las mujeres.

Pág. 169.- Informe sobre las relaciones de los españoles con los venecianos. Añade una breve lección sobre el peinado de unos y de otros. Interesantísimo.

No he de decir que, como de costumbre, nadie dice nada sin pasarse los dedos por el bigote, encogerse de hombros, arrugar la nariz o adelantar el mentón.

Págs. 170-171.- Reyerta callejera entre españoles y venecianos por un quítame allá esas reliquias de San Pablo. Aunque los españoles son tres y seis los venecianos, los primeros salen vencedores, como no podía ser menos, siendo un tan grande patriota como Pérez el cronista.

Pág. 171.- Reaparece el moro Gurriato para echar una mano a los tres mosqueteros.

Pág. 172.- Nos entera Pérez de lo que es costumbre marineril en caso de reyerta. Y allí fue Troya, sentencia nuestro héroe.

Todo el relato de la pelea entre -ya- cien venecianos y cien españoles es un ejemplo insuperable de lo que no es prosa novelesca.

Pág. 174.- Larga cita de un cronista, para acentuar el carácter antinovelesco de la narración.

Pág.- 175:- Con una simulada bronca del capitán a los héroes, tan mal novelada o nada novelada como lo anterior, llegamos a la mitad de esta «novela de aventuras», con menos acción que el Código Civil.

Y así liquidamos la primera mitad del insulso relato. Me pregunto si merece la pena seguir soportando la retahíla de nombres propios y términos inusuales con que pretende lucirse el inciensado pedante.

Los misterios del santo corsario

Comienza aquí la segunda parte de lo que sea, de Pérez, y no sabemos si llegaremos al final. Alguna vez quisiéramos hacerlo en esta vida.

Pág. 176.- «Disparado el tiro de leva […] zarpamos ferro»… ¿Qué habrán hecho? me pregunto inquieto. Y como lo que Reverte me aclara es que la chusma regalada divisaba el cabo del Pájaro, pues me quedo a la luna de Estocolmo, ya que tampoco se me dice de qué trató la parla que tuvo Pérez con el moro Gurriato.

Id.- Qué expresiones más gráficas… ¡Este Pérez! Pues no va y dice que la gente del barco «dormía a pierna suelta».

Id.- El barco se convierte, Pérez avizor, en una replica del Covent Garden: una cincuentena de instrumentos de viento, sobre los usuales bancos, remaches y ballesteras, de los que brotan ronquidos, gruñidos, pedorretas, regüeldos, «y otros ruidos nocturnos que ahorro a vuestras mercedes». Lo que nos ahorras, capitán, es nombrarlos, no su nocturnal y desagradable existencia.

Id.- Afortunadamente, Pérez, desvelado -¡hay que tener sentido de la aventura!-, camina hasta la altura del banco de espalder -ya saben, el conocido banco de espalder-, hasta que encuentra al moro apoyado en la bayatola, que no nos dice si es cómoda.

Id.- «Dijo en respuesta a mi pregunta…». Esto es de novela de quiosco, Pérez.

Pág. 177.- «Todo le parecía nuevo y extraño». Id.

Id.- Las sensaciones que experimenta el marino insomne, las comparan ustedes con las del Simbad de Álvaro Cunqueiro, y tendrán una idea de la diferencia que hay entre la literatura y la cuenta de la compra hecha sobre papel de estraza.

Id.- Nuestro Pérez parece discípulo de Tomassi de Lampedusa: dice muchas cosas para no decir nada.

Id.- Un marinero hace guardia junto al escandelar. Menos mal que no eligió otro sitio más raro. Jamás lo hubiésemos encontrado sus devotos.

Id.- Tanto documentarse, para al final no enterarse de que lo de Muza y Tarik fue otra historia muy diferente.

Pág. 178.- Plúmbeas conversaciones sobre curiosidades aprendidas en libros, sustituyen, en esta falsa novela de aventuras, a los hechos.

Pag. 179.- Pérez se apoya en un filarete. No sé si es un lugar seguro, la verdad. Porque no sé lo que es.

Id.- El moro Gurriato empieza a plantearse las grandes cuestiones metafísicas: «¿De dónde vengo?» Cualquier cosa, menos dar golpe.

Guarriato se autodefine como Beni Barrani, que, andando Pérez por medio, tiene que ser interesante.

Hay algo que el Beni «no vio con sus ojos». ¿Con qué pensaba verlo entonces?

El marinero de guardia resulta iluminado por la caja de marear, que no sé si es muy brillante.

Pág. 180.- Alatriste sabe que va a morir, «y eso lo hace distinto a los demás hombres».

Esta «novela de aventuras», que prende el lado infantil de los críticos y profesores españoles, no es sino una ristra de comentarios sin gracia sobre las cuestiones más tontas.

Pág 180.- Por fin sucede algo: sopla el viento y la mar se pone picada: es todo cuanto se le ocurre a Pérez, para despertar el interés de sus lectores. Por si acaso, sin embargo, les aclara la situación indicando que «se entabló un griego fuerte», «despertando a la chusma a puros anguilazos», porque «se cala la palamenta», mientras «los rociones saltan sobre la corulla». Suerte para los que pudieron instalarse en los pañoles, mientras otros se arrebujaban tumbados en las balleneras, agarrándose a las arfadas, entre vómitos y peseatales, hasta que rola griego al jaloque. ¡Magnífico! Yo, es como si lo estuviera viendo, como suele ocurrir cuando de trata de buena prosa narrativa.

Nota al margen.- El infantilismo de Pérez raya en la estulticia cuando, como ocurre en este libro media docena de veces, abarrota casi una página de términos marineros que el lector normal desconoce. Como los desconoce, se queda sin saber lo que le han querido decir sobre el qué, cómo, cuándo, dónde, etc., que es lo primero que ha de saber decirle el autor.

Y éste es el momento en que decido no dejar pasar ni una línea más sin suscribir la teoría de una suscriptora de La Fiera Literaria, psicóloga, que ya acertó al diagnosticar que el de Javier María y sus insalvables torpezas es un caso de dislexia no detectada por los médicos de la Academia. Para ella, el del muy testicular conde de Péreztriste, hipermacho de los que no quedan, es un caso claro de infantilismo. «Pérez se cree sus propias historietas y con ellas se lo pasa en grande. Es como un niño déspota y caprichoso de sesenta años casi, que vive fuera de su tiempo. Lo increíble es que lo haga para el mayor gozo de críticos y profesores como José Belmonte, Pozuelo Yvancos, Miguel García Posada, Ángel Basanta, Darío Villanueva, Nuria Azancot, Juan Cruz, García Jambrina, Francisco Rico, etc., quienes, para colmo, lo consideran un renovador de la novela y lo comparan con Cervantes.

Aun cuando estuviera esto correctamente escrito -no siempre lo está- carece por completo de literariedad. No es más que una redacción colegial, mediante la que Pérez transmite al lector un resumen de lo que ha leído sobre el tema de la piratería y ciertos pasajes de la historia de España. ¡Nada más, por Belcebú! ¿Qué aprecian esos señores? Me pregunto.

Pág. 182.- Ahora describe una tormenta, con algunas pinceladas de geografía: una verdadera estafa que los señores críticos no huelen.

Y venga cómitre, palamenta, guiñadas, barloventear, culo al griego… Ni el lector más devoto pienso que se dedique a pasar ávido las páginas a ver qué pasa. Porque puede estar seguro que no se va a encontrar con nada diferente a lo ya leído.

Pág. 183.- «…habiendo rolado de nuevo el viento al griego…» y otras pruebas de haberse documentado para suplir carencias infantiles… Al tiempo que trata de contentar a sus leales -que han de tener muy anchas tragaderas-, Maese Pérez, literalmente, juega a los piratas, como quizá no pudo hacerlo en su pedante adolescencia. Tal vez una ingenuidad en él. Pero, en los críticos mentados, auténtica tontería e incompetencia.

Capítulo VII

Me dispongo a iniciar el capítulo VII del trepidante relato, cuyo título, «Ver Nápoles y morir», me hace sospechar con fundamento que va a tratar de otra efusión liricoide del conde, completamente alejada de la aventura que se supone nos está contando. Esto me pone nervioso; más aún, me hace rolar palamenta, calafate de estribor, cuarta al griego, que es el estado de nervios más molesto que se conoce.

Se me viene olvidando decir que Pérez, para su mayor vilipendio, es monárquico, como Marías, como Muñoz Molina, como Almudena Grandes y Elvira Lindo; monárquicos de los de ahora.

Pág. 185. Ya lo decía yo. El capítulo se inicia con una lírica descripción del Vesubio al amancer -un amanecer «bermejo», por supuesto.

Id. La indumentaria de Alatriste merece igualmente media página….

Id., como igualmente los sentimientos del capitán ante el paisaje y las especulaciones de Pérez sobre Francisco de Quevedo y lo que hubiese hecho de estar en su pellejo.

Pág. 186.-Según nos informa cuidadosamente Pérez en esta página, Alatriste se dedica, en este punto de sus locas aventuras, «a reflexionar». ¡Magnífico! Porque hay por ahí cada aventurero que se mete en un fregado sin pensárselo dos veces…

Para que no nos engañemos, nos aclara -verán qué bueno- «que Alatriste no era poeta y sus únicos versos propios eran cicatrices y una docena de recuerdos». Para concluir, al alimón con Cervantes: «Así que se caló el sombrero, y tras mirar a uno y otro lado… -sigue don Miguel…- requirió la espada, miró al soslayo, fuese, y no hubo nada. Es un clásico este Pérez.

Id.- Otra lección de geografía e historia, como han requerido siempre las aventuras.

Págs. 186-187.- Capítulo, minuciosamente detallado, de las memorias del valeroso capitán.

Pag. 187:- Para no dejarse nada, Pérez especula aventureramente sobre lo que un su amigo, Álvaro de la Marca, pensaría allá en Madrid si lo supiese a él por aquí.

Id.- Alude a varias aventuras que, por supuesto, no narra.

Pág. 188.- Descripción de personas y sus estáticas andanzas. Si, para Pérez, éstas son aventuras, ¿qué será para él un éxtasis contemplativo?

Cita de Lope de Vega, incrustada en un párrafo que quiere ser cervantino.

Id. Paseo de Alatriste por la playa, no sabemos si buscando aventuras o coquinas.

Pág. 189.- Alatriste se muestra encantado de estar en Nápoles.

Id.- Caemos en la cuenta, al leer el último párrafo de esta página, que, hasta ahora, Alatriste ha cruzado más miradas que mandobles.

Pág. 190.- «indivíduos de pésima catadura…». No hay que preguntase por cuáles han sido las lecturas de Pérez.

Dómine Pérez, si quieres saber lo que es lenguaje novelesco, analiza las primeras páginas de La Regenta, El poder y la gloria o La revuelta.

Id.- Esta nota se podría titular «la metamorfosis de Correas», que se había vuelto «apicarado, burlanga y putañero, amigo de rondar garitos y manflas, etc.»

Ésta, que no es novela de aventuras, de lo que trata es de la vida privada de los aventureros en cierne.

Pág. 191.- Y más recuento de fulanos. Son las aventuras que estremecen a los Belmonte, Pozuelo Yvanco, Darío Villanueva, etc., hasta el gorro ya de novelas profundas, intelectuales, imaginativas, renovadoras en lo formal de aquéllos insoportables Huxley, Mann, Camus, Pavese, Butor, etc. del siglo XX.

Id.- El acompañante de Pérez, tan aventurero como él, se empeña en jugar unas quínolas en boliche. Por cierto que este extraño sujeto era «doctor de la valenciana»

Amplia descripción del tal. Media página.

Id.- ¡Y pretende darle garatusa! ¡Nada menos! ¡A Pérez!

Pág. 192.- Y es que, claro, al verlos chapetones, los toma por niños. Por cierto que, para mí, Reverte es un chapetón incurable. Otra página en que se demuestra que el aventurero no tiene ninguna aventura que contar. Para colmo, los que pueden hacer algo no hacen nada. Tal vez sea el momento de recordar aquello de «la novia de Reverte / tiene un pañuelo / con cuatro picadores / Reverte en medio».

Id. Alejado de todo afán aventurero, Pérez lo que anhela es una iglesia donde guarecerse en caso de estocadas.

Págs 192-193.- Eso sí, no deja de sorprendernos con algún hallazgo: «La aurora de rosáceos dedos despuntaba…». «Tras una noche de harto vino, harta música y harto darle a la descuadernada». ¡Si al menos tuviese alguna gracia lo que cuenta¡ Aunque hay que tener salero para estar toda la noche bebiendo, cantando y dándole a la descuadernada. ¡Me muero de risa!

Pág. 193.- Descripción pormenorizada de Jaime Correas, quien señala al tahúr «con un movimiento de cabeza.» Y quien, según Pérez, era partidario de calcorrear.

Id.- Nos sorprende Pérez: «A Correas y a mí se nos apareció la Virgen». El caso es que a mí, anoche, se me apareció Pérez. No sé lo que es peor.

Pág. 194.- Pérez, en un arrebato aventurero, evoca ahora sus recuerdos de Nápoles -es mucho lo que guarda dentro este Pérez- y nos invita a que lo imaginemos «joven, gallardo y español bajo las banderas… «. No dice si en compañía de Jiménez Lozantos y Pío Moa, o Pido Moda, en castellano antiguo. El resto de la página lo resumo en un «¡Viva España!», mientras evoco al joven Pérez.

Pág. 195.- Nos invita a volver al Nápoles de su juventud. Se está poniendo pesado.

Id.- Los viernes y sábados de su mocedad se los pasaba «campando de garulla», que debe de ser algo estupendo.

El aventurero Pérez sólo necesita página y media para contarnos sus vacaciones estivales de antaño.

Pág. 196.- A Alatriste le entregan una carta que ha llegado. Desde este aviso hasta que el epistolado la toma en sus manos, transcurre toda una página que Pérez colma de remembranzas. A casi doscientas páginas del principio de esta «novela de aventuras» sigue si ocurrir nada.

Págs. 197-199.- Estas páginas están enteramente ocupadas por una epístola dirigida al señor don Iñigo Balboa Aguirre por doña Angélica de Alquézar. Parece mentira. Con todo lo que ha tratado de impregnarse Pérez del tono de la escritura de aquella época, y la tal epístola está compuesta de una sarta de anacronismos, expresiones actuales, es decir, contemporáneas de Pérez, que no se pueden soportar. Alguien de la época sólo la hubiese entendido a medias. Lo que sí queda patente es el esfuerzo de Pérez por ponerse a tono, pero hasta para esto le faltan dotes narrativas.

Lo que cuesta trabajo creer es que los críticos y profesores varias veces nombrados hayan tomado lo que hace Pérez Reverte por literatura, por novela excelente, ¡y de aventuras!, cuando no es más que imitación y, para colmo, sin profundidad. Como opina nuestra compañera M.-J. A. P., en una carta publicada en el número 213, mayo de 2009, de La Fiera Literaria, estas pseudonovelas no son sino desahogos de alguien que no ha salido mentalmente de la adolescencia y anhela el retorno a aquella época en que, teniendo a su amigo tonto por escudero, jugaba a caballeros después de haber visto una película de Errol Flynn. ¡Ah, Pérez, Pérez, cuán largo me lo fiáis!

¿A qué no sabes, oh lector compañero de aventuras, qué me gustaría hacer ahora? Me gustará volver a visitar a Malacalza en compañía de Pérez. ¡Eso sí que sería una aventura!

Pág. 197.- Es tan patriota nuestro Pérez, que intenta dejar bien a la posta española. Y a la monarquía -«universal monarquía», dice con orgullo- y a la «religión verdadera».

Id.- Informe sobre Nueva España.

¿No lo decía? Nuestra católica patria es baluarte de la fe y crisol de virtudes, según Pérez.

Pag. 199.- «Como podéis ver, creo que aún os amo…» ¿Cómo va a ver él lo que ella solamente cree?

Ni un lector tan atento como yo, logra percatarse de qué vienea significar esta larguísima carta entre los paseos por Nápoles.

Pág. 199-200.- Más descripciones: que si el sol, que si la ropa tendida, que si las ventanas…

Pág. 200.- Evocación de cosas que han pasado, pero que no pasan delante del lector como debe ser en una novela.

Id.. «Volvió el rostro hacia mí, lentamente, y se quedó mirando la carta»… Apuntes de este jaez pueblan la obra revertesca, como la novelas de quiosco, cuyos autores las emplean para engrosar el texto y cobrar más. Sus textos, por eso, están llenos de entrecejos que se arrugan, mentones que se adelantan, labios fruncidos, etc. Es lo que hay que hacer, como dice Pérez, no lo que hicieron esos Kafka, Proust, Hesse, Pratolini, Kazantzaki, Faulkner… que ya tenían hasta el gorro a nuestros críticos y profesores, que son los más sabios del mundo. Menos mal que Pérez vino a redimirlos de tan pesada carga.

Id.- «El capitán permaneció callado otro largo rato. Apoyé el hombro en la pared. Mirábamos pasar a la gente»… Y enumera la clase de gente que pasaba en cinco largas líneas, antes de contarnos cómo es aquel barrio… Aventura tras aventura, como se ve.

Págs. 200-201.- Y venga más descripciones del inmueble… Por estas páginas, estuvieron a punto de nombrar a Pérez ministro de la Vivienda.

Págs. 201-202.- Pugilato de miradas y gestos entre Pérez y su interlocutor. Los de éste son terribles, y les hubieran dado miedo a cualquiera, menos a Pérez, según Pérez.

Pág. 202.- Continúan charlando tranquilamente y haciendo variados gestos, como es lo propio en novelas de vertiginosas aventuras.

Id. El que habla con Pérez se cala el chapeo y requiere la espada, como en el soneto cervantino. A veces, Pérez se cree Cervantes. Otras, Quevedo. Otras, Cristóbal de Virués. Otras, Hervás y Panduro… Pero alguien de lo tiene que decir: Memento homo, qui pulvis eris et in Pérez reverteris.

Id.- «Seguía mirándome como antes… Como si acabara de verme por primera vez.» Pero por Dios, Pereztre, esta expresión la ha empleado un millón de veces Corín Tellado.

Pág. 203.- Descripción de un barrio y del Vesubio. Imagino a Ussía, a Belmonte, a Darío Villanueva, a Juan Marsé y los demás ansiando saber qué describe en la página siguiente.

Pág. 209.- En su inacabable deambular, se encuentra con una prostituta. Como hay poca luz, teme habérselas con «un callonco piltrofero».Pero resulta ser «una bachillera del abrocho».

Pág. 210.- «Una caricia […] que no me desagradó por cierto». La expresión «por cierto» hace tiempo que está desterrada del lenguaje narrativo.

Id.- «Poniéndome la mosca tras la oreja». Una más de las infinitas frases hechas.

Id.-Nos informa sobre las construcciones de la ciudad.

Pág. 211.- Como rasgo propio de este incansable narrador, otra aventurera cita en verso.

Id.- «… cuando la haifa retiró la mantilla y dejó ver una cara razonable». Al lector le gustaría saber cómo es una cara no razonable. En cualquier caso, un anacronismo.

Pág. 212.- En el cuarto entra un engibacaire, dice Pérez. Yo no sé lo que es eso, pero el maestro me lo aclara al decirme que es «gente de la hoja», «un jaque» y que tenía «la viva estampa del rufo».

Pág. 213.- «…estaba a un jeme de borrajarle el mundo a la pencuria…» Pues sí, lo que yo decía.

Capítulo VIII

Este capítulo se titula La Hostería del Chorrillo. Me temo que nos vamos a enterar de la disposición de las habitaciones y hasta del nombre del arquitecto y de sus más ilustres visitantes, pero no vamos a asistir al desarrollo de ninguna aventura digna de ese nombre, pese a lo cual ésta seguirá siendo una novela de aventuras para los fans de Pérez, como Belmonte, Ussía, Darío Villanueva, Pozuelo Yvancos, etc. A mi manera de ver, todos los miembros de la crítica vernácula, patriótica y sumisa se han juramentado para hablar siempre bien de Pérez y de Alatriste, su profeta.

Pág. 215.- Lo que nadie podía esperarse: Alonso de Contreras bebe agua de la fuente, se seca el morro con la manga, aspira con satisfacción el aire, mira el Vesubio, camina…¡Es emocionantísimo! Para fortuna del lector, Alatriste también bebe.

Id.- Pérez no deja de recordarnos tácitamente que se trata de una aventura vertiginosa: «ambos militares prosiguieron su paseo». «Ambos» no es palabra para emplear en una novela.

Págs. 215-216.- Apenas sus capitanes pisan un reguero de sangre, el clarividente Pérez sabe que allí habían despedazado, aquella misma mañana, a ocho corsarios moriscos, ni uno más ni uno menos.

Pág. 216.- «Me fastidia» y «tengo al virrey encima de la chepa» no son expresiones de aquellas calendas.

Id.- Pérez traslada a sus lectores cuanto ha aprendido sobre Lope de Vega y su hijo Lopito. Sus capitanes hablan de madame Lope como podrían hablar dos ejecutivos modernos en el ascensor.

Pág. 217.- :::»los golfillos de la calle […] se encargaron de ellos». Tampoco es expresión de aquellos tiempos.

Id.- En forma de conversación, Alatriste nos larga cuanto ha aprendido al documentarse. Si accediéramos a conceder a Pérez, magnánimamnte, el título de novelista, sería para añadir: el más torpe del mundo.

Págs. 218-219: Sendas páginas, que diría Javier Marías, están ocupadas por una insulsa conversación, durante la cual los interlocutores, como en las novelas de Marcial Lafuente Estefanía, suspiran antes de hablar, hacen una mueca antes de contestar, dibujan una ancha sonrisa, se llevan una mano al ala del sombrero, saludan, asienten satisfechos, se retuercen el mostacho (por cierto, me gustaría saber cómo se retuerce uno el mostacho con melancolía). En este libro, siempre están los falsos personajes -no lo son, novelísticamente hablando- antes o después de la batalla. La batalla o la aventura siempre es referida, nunca novelada.

Pág. 219.- Insisto: los «personajes» siempre están fuera de la aventura en esta «novela de aventuras».

Págs. 219-220.- «La mención del infeliz duque los puso serios a los dos, y ya no abrieron la boca hasta llegar a la calle de las Carnicerías, frente a los jardines del palacio virreinal, etc.» El lector perspicaz piensa para su tabardo: pues si dejan de hablar, ¿con qué va a llenar las páginas Pérez?

Pág. 220.- Currículum vitae del Duque de Osuna.

Pág. 221.- Cita de varias estrofas de Quevedo, leídas por Pérez, según dicen, en las «Mil mejores poesías de la lengua castellana».

Id.- «Por cierto -dijo de pronto Contreras-. Hablando de vuestro joven compañero…» ¿Por qué «de pronto»? Rompió a hablar y se acabó. Y vaya que si habla. Explicaciones y más explicaciones. Esta es una novela de explicaciones, descripciones y relatos… ¿Dónde verán los fans de Pérez la aventura?

Id.- «su joven compañero» y «ese fulano» no son expresiones de aquellosotros tiempos.

Pág. 222.- La expresión «encajan como un guante» no se usaba por aquellos idus y calendas. La usó por primera vez Antonio Gala en carta a Terenci Moix, del primero de marzo del año jubilar de 1999. A continuación, lo hizo Almudenne La Ggand, una vez se hubo enterado de lo que era un guante.

Id.- «Alatriste se pasó dos dedos por el mostacho, sombrío…»

«En silencio, Alatriste, fruncido el ceño bajo el ala del sombrero que le echaba sombra [como era su obligación; por eso lo llaman sombrero, en los ojos glaucos y fríos…

Todo esto, además de cursi y quiosquero, es tan inútil como un balón para un cojo de entrambas dos sendas piernas, que diría Javier Marías.

Finalmente, Contreras se dispone a «zarpar ferro a la noche con el terral». Como otros lectores, me siento desgraciado: no sé lo que es zarpar ferro ni terral

Pág. 223.- Encontramos al relator del tarugo pereztre, que es evidente que carece del gen del entretenimiento, en su cuarto de la posada. Y tiene una ocurrencia. ¿Cuál? ¡Tiembla, lector! ¡Irse a dar otro paseo! Conteniendo la emoción, anhelamos que Pérez nos lo narre detalladamente.

Id.- Media página describiendo cómo iba vestido el no sabemos si ex paseante o futuro paseante.

Id.- Describe el garito «elegante» (¿) al que piensa ir y otros por los que puede optar, como si hablara de las cafeterías de la calle Goya.

Pág. 224.- Trepidante aventura en forma de conversación sobre los ahorros. La mayoría de los lectores no sabe lo que es el argén, tan familiar para Pérez.

Pág. 225.- Alguien pretende darles garatusa. ¡Nada menos! Argén y gatusa. Nos sentimos en nuestra salsa

Págs. 226-227.- Continua la insulsa conversación. Dos páginas. Y más frases hechas que en un documento notarial. Y evocaciones varias

Id.- Pérez no es sencillo: «Me miraba con el mismo calor que lo que crujía bajo nuestras botas en los inviernos de Flandes.

El Alatriste es un manual de gestos: «Torcía el mostacho en una mueca irónica, despectiva, que me revolvió los bofes». Se ve que el malvado Pérez Alatriste está por hacerle la puñeta al narrador.

Pág. 227.- Continua Alatriste con su repertorio: «Inclinó a un lado la cabeza y miró al suelo…»

Id.- Pero hay quien le gana. Uno que «murió a tiempo de que yo nunca lo viera borracho, cogiendo zorras por las orejas y lobos por la cola».

Págs. 227-22.- Y hacen pausas. Y se detienen en el umbral. Y matan con los ojos. Y hacen muecas. Y miran muy fijos. Y cierran las puertas a su espalda… Como los títeres quiosqueros de Lafuente Estefanía.

Es el momento oportuno para que Alatriste reciba una carta de don Francisco de Quevedo -¡cuatro páginas!-, que empieza así: «Queridísimo capitán». Esto no lo hubiera escrito Quevedo ni en ceniza convertido.

Ni lo demás tampoco. La misiva es una chorrez neoclásica. Pérez, disfrazado de Quevedo, da cuenta a Alatriste de corrupciones y tráficos de influencias. Sin olvidar el tema catalán ni los problemas con la Iglesia. Ni las macutadas provenientes de palacio. Por lo demás, ¿a cuenta de qué viene esta epístola, tan anacrónica en su expresión? Aunque él se lo crea, que se lo cree, Pérez no es Quevedo ni su doble.

Pág. 230.- Pérez cree que miles gloriosus significa «soldado glorioso». No, Pérez, significa «soldado fanfarrón».

Pág. 232.- Pérez se dispone a describirnos el Chorrillo y comienza con la explicación de por qué se llama así: etimología, folklore, habladurías y demás. Lo que ya empieza a considerarse «el estilo Pérez»: rellenar páginas y páginas de cosas que uno no entiende por qué le interesan tanto a José Belmonte, Ussía, Pozuelo Yvancos, Conte, Darío Villanueva, Gregorio Salvador, García de la Concha y otros de los que, como ellos, usan zaragüelles.

Id.- Lección de Historia de España..

Pág. 233.- Y más información sobre Nápoles y sus habitantes. Y sobre la vestimenta de Alatriste. Y otra cita en verso. Este libro es un potaje, Belmonte. No es una novela y, mucho menos, de aventuras. Observar a Pérez, creyéndose un lobo de mar y tratando de imitar a nuestros clásicos irrepetibles resulta patético.

Pág. 234.- Lecciones de geografía y costumbrismo. Ya lo he dicho: Pérez aprovecha al máximo sus lecturas. Y es de todo punto incapaz de inventar nada por sí mismo.

Pág. 235.- Antes de decir nada a dos soldados que le increpan, «Alatriste se pasó despacio, casi pensativo, dos dedos por el mostacho». Si nos fijamos bien, el mostacho de Alatriste viene a ser el protagonista de este fideo napolitano.

Id.- Descripción prolija de los dos soldadotes malencarados. Por supuesto, «sendos» «lucían mostachos en caras muy bien rasuradas, y calaban chapeos con plumas». ¿Devendrá el encuentro un torneo de mostachos?

Id.- Lección de esgrima. Lección de lenguaje caballeresco. Pérez es un experto en «sendas entrambas dos disciplinas», que diría Javier Marías, el otro gran renovador de la novela no novelística.

Aprendemos que no hay nada como ocultar algo tras al faldón del herreruelo.

Pág. 237.- «Acaba de tener un problema ahí arriba» no es lenguaje propio de aquellotra época, documentado Pérez.

Id.- Alatriste «no aparta los ojos del soldado» y «se encoge de hombros». Me temo que, de un momento a otro, hará un gesto vago y se llevará la mano al mentón, frunciendo el ceño y arrugando la nariz.

Lo que Alatriste piensa que son los otros ocupa media página. Nunca sabremos si acierta.

Pág. 238.- «Alatriste volvió a acariciarse el mostacho.» ¿No lo decía yo?

Id.- «Basta de palabras -lo interrumpió el otro, encarándose con Alatriste». El lector prudente y pragmático piensa: «Antes se lo debería haber dicho».

Pág. 239.- Alatriste lo mira muy fijo, tomándole la medida con los ojos (no en balde es un aventurero).

Id.- Una sonrisa distraída torció la boca de Alatriste.

Id.- Asintieron los otros, tras mirarse entre ellos.

Y venga miradas. Y venga sonrisas…

Pág. 240.- «… y confiaba en no errar al respecto». Esto es lenguaje oficinesco de tu época, Pérez.

Id.- «…un par de esmarchazos de mala catadura, de los de baldeo, rodancho y cuello deshilachado…». El diccionario de Pérez tiene que ser más extenso que el de la RAE.

Pág. 241.- Consideraciones sobre una partida de naipes.»Frunció los

labios con recelo.» ¿Habrá un fulano de éstos que deje la cara quieta?

Id.- «Tenían a mano herrerazas cortas». ¿Qué tendrían? El otro tenía un

agujón. Acudiré a De la Concha.

Pág. 242.- Palabrotas de Alatriste, que no oso reproducir. Y nueva

operación con el mostacho.

Id.- «Oído al ‘parche». ¡Pero Pérez! Esta expresión es posterior al cine

mudo. Lo mismo que «está claro como el agua», expresión posterior a la

invención del alcantarillado.

Págs. 243-244.- Los aspavientos de chulería y jactancia alatristana

Pág. 242.- Palabrotas de Alatriste, que no oso reproducir. Y nueva

operación con el mostacho.

Id.- «Oído al ‘parche». ¡Pero Pérez! Esta expresión es posterior al cine

mudo. Lo mismo que «está claro como el agua», expresión posterior a la

invención del alcantarillado.

Págs. 243-244.- Los aspavientos de chulería y jactancia alatristana

tienen que ser autobiográficos.

Pág. 244.- Lo «miraba como si lo viese por primera vez». Esta es la

frase más repetida en la literatura barata.

Pág. 245.- En esta página y la anterior no hay más que miradas con distinta

significación.

 

Capítulo IX

Pág. 247.- Descripción de un barco.

El capitulo se titula Leventes del rey católico. Es de suponer que en él continuará la divulgación de las lecturas de Pérez.

La devoción que siente Pérez por la infantería de Castilla no es inferior a la que sentía John Ford por el Séptimo de Caballería. Pérez no es escritor, pero sí un gran patriota.

Págs. 247-248.- Con su sed insaciable de aventuras, enumera todas las mercancías con que trafican los turcos y los griegos. Pero nos deja sin saber qué son la galima y el caramuzal. Ignoro si es cuestión de cequíes o de que las galeras estuviesen recién despalmadas y bien provistas de bastimentos. O tal vez fuera que estaban hechos de «carnaje fresco y aguada».

Pág. 249.- Cita en verso de Vélez de Guevara.

Pág. 250.- Por si alguien lo dudaba, Pérez demuestra su familiaridad con el Quijote. Y es que, como ha demostrado José Belmonte, Pérez es a Alatriste lo que Cervantes es a don Quijote (sic).

Id.- Pérez prometió al lector referirle «lo que confesó el renegado español capturado en el caramuzal» y víctima de «ir sentado en el banco de cogulla», y lo larga sin saltarse una palabra. Son éstas las ocasiones en que se luce con su lenguaje clásico y su buena memoria.

Pág. 251.- Nos presenta a otro renegado: un marsellés que se había retajado.

Así se explica. No es lo mismo retajarse que no retajarse.

Id.- «Lo del bajel turco eran palabras mayores». No, Pérez, no. En aquel tiempo, aún no había crecido las palabras.

Id.- Encierran al condenado «en el pañol del bizcocho».

Id.- «…salió al rato acariciándose la barba -¿cómo no?- y con una sonrisa de oreja a oreja». Para eso, Pérez, le hubiesen hecho falta unas orejas, que no se inventaron hasta el siglo XIX. Demasiados anacronismos, mi capitán.

Págs. 251-252.- Lector curioso: aquí tienes media página para enterarte de cómo y por qué una galera llega a ser capitana. Igualmente te enteras de qué cargos hay en ella.

Pág. 252.- ¿Cómo va a venir la noche de levante, Pérez?

Págs. 252-253.- Pérez observa, apenas amanece, todo lo que hace el piloto y nos lo cuenta. Y también nos cuenta lo que haría en otras circunstancias.

Pág. 253.- Aunque ya nos ha dicho que era el amanecer, por si acaso, insiste en que era muy temprano.

Id.- «Y la chusma -Pérez es clasista, además de machista- seguía dormida en sus bancos y remiches». No sé por qué, pienso que los de los bancos iban más cómodos que los de los remiches.

Id.- «Un viento razonable».

Alatriste se despierta y ¿qué es lo primero que hace? «Se inclina sobre la regala»… No sé si para rezar sus oraciones o para hacer de su persona, pues ignoro lo que es una regala. Tanto se explica Pérez, que no se explica.

Págs. 253-254.- Descripción de las operaciones de aseo del héroe. Da gusto enterarse de cómo se seca.

Pág. 254.- Hecho todo lo cual, se recuesta en la batayola..

Id.- Siempre ansioso de narrar aventuras, Pérez precisa la cantidad de vino que se zampa el Alatriste, dónde guarda el pellejo y con quién lo comparte. No sé cómo pueden soportar tantas emociones Ussía, Dario Villanueva, Belmonte, Pozuelo y los demás fans de Pérez.

Un auténtico malabarista: con una mano sostiene el bizcocho, mientras con la otra se quita las legañas.

Y, por supuesto, el capitán echa un vistazo, mientras el escudero retira la mirada.

Pág. 255.- Ahora Alatriste MIRA desde lejos, y el escudero, «de soslayo».

Por lo menos yo, esperaba esta precisión: «El moro Gurriato hurgaba entre los dedos de sus pies, minucioso».

(¿He de decir que no traigo aquí todo lo que lo merece?)

Pág. 256.- No deja pasar muchas líneas sin hacer «un ademán vago».

Pág. 257.- Ahora -primera línea- «mueve la cabeza».

Id.- «En su ruda tosquedad». ¿Es que puede haber una tosquedad que no sea ruda?

Más de dos páginas ya hablando del Gurriato y de Copons. ¡Apasionante!

Id.- Se pasa la mano por el cráneo. Ah! Y golpea el filarete.

Pág. 258.- Y coge un manojo de estoperol.

Id.- Alatriste moja su mostacho en el vino. ¡Las de cosas que sabe hacer con su mostacho este sujeto!

Pág. 259.- Hay que suponer que el tudesco es habilidoso, cuando «manejaba moyanas, sacres, culebrinas y esmeriles». Y sabe lo que es una mohona.

Id. Los mostachos mandan. Si Alatriste se mojaba el suyo, el alférez Labajos se lo seca. Diferentes versiones del mostachismo contemporáneo.

Pág. 259 y ss.- Al parecer, toda la oficialidad ha sido convocada para chismorrear. ¡Y también para hablar del tiempo! Y para que Pérez luzca sus conocimientos de las costumbres de entonces.

La palabra guasa no existía in illo tempore, Pérez. Ni la gente empleaba el cachondeo como ahora.

Pág. 261.- A Dios gracias, saben que van a contar con el viento meltemi.

Pág. 262.- Viajarán en una mahona, eso sí.

Id.- Y olerán a galima.

En fin, suposiciones sobre la «aventura» que después no nos contarán. «Algunos de los presentes enarcaron las cejas». (En esta historia, el que no gesticula es que está muerto).

Pág. 263.- Entre el conocido viento meltemi y la mareta revuelta, hicieron «que las cinco galeras nos perdiéramos de vista unas a otras». No se iban a perder de vista unas a unas, Pérez.

Pág. 264.- Ahora, el aventurero nos explica cómo pasa la noche la gente de mar, lección de geografía incluida. Y de navegación, aunque en ésta no se nos dice lo que es «tomar lengua» ni «hacer la descubierta».

Pág. 264-265.- Ni tampoco lo que significa «arrumbar esa noche en la misma vuelta de jaloque levante (reconozco que soy un pesado, pero Pérez lo es más, además de infantil e inmaduro. Debe de ser cierto que duerme en una cuna con forma de lanchón y vestido de mosquetero, como ha contado Belmonte, tal si fuera un mérito literario.

Pág. 265.- Lecciones de geografía y de historia. Está claro, señor Ussía, señor Belmonte, don Darío, que Pérez se limita a contar lo que ha leído… ¡Y eso no es literatura! Y, mucho menos, novela.

El muy aventurero Alatriste se pasa todo el santo día «sentado en una ballestera, leyendo el libro de los Sueños que le había enviado a Nápoles don Francisco de Quevedo.

Págs. 265-266.- Larga cita de los Sueños. ¡Al fin ideas en este libro!

Pág. 266.- «Proejar por el viento» y «Zarpar ferro».

¿Qué suponías, oh lector amante de las aventuras, que harían los aguerridos corsarios de Pérez durante todo el día? Pues esto: despiojarse unos a otros, protegerse del calor y comer garbanzos hervidos, pues era viernes.

Pág. 267.- «Brisa de lebeche». «Zafar rancho». Destacar, «marinado por nuestra gente, un caique de griegos».

Id.- Cita en verso de su colega Cervantes, que tanto aprendió de Pérez.

Pág. 268.- Deducimos que, si se perdió la Invencible, fue porque nadie pensó lo que Pérez explica aquí que pensó él.

Id.- Alatriste y compañía se disfrazan de turcos. Es de anotar la falta de sentido del humor de Pérez, como de todo el que se toma tan en serio a sí mismo.

Pág. 269.- El capitán solicita a sus hombres «boga larga». Si no le obedecían, la obtendría «a golpe de corbacho» o mediante «el mosqueo de anguilazos».

Id.- Afortunadamente, no soplaba el viento maestral.

La boga de la nave de Pérez termina por hacerles catar [a los turcos, que pusieron proa al griego] el almagre.

«A ojos vista», «era cosa hecha»… se explica Pérez.

Quien no sepa qué es un trinquete de cruz ni un mesana latino o una gavia, que se lo pregunte a Pérez en el descanso.

Pag. 271.- Se ve que Pérez se identifica con todos los que gritan términos marineros. Lo que dijo nuestra suscriptora: infantilismo senil.

Tengo que recordar que nada de lo que se cuenta aquí tiene nada que ver con un argumento o una trama. Se trata de una serie de estampas, dibujadas por Pérez a partir de lo que ha leído.

Diversas relaciones que extrae Pérez de su diccionario en veinte tomos, para darme la razón:

Jergones, mantas, mochilas, etc

Cofres, cestones, talegas, etc.

Petos, morriones, rodelas, espadas, etc.

Arcabuces, mosquetes, chuzos, picas, etc. etc., etc. Por no hablar de las diferentes clases de bocadillos… Todo cuanto ha aprendido Pérez, ese aventurero de laboratorio.

Y ello entre gritos del capitán Urdemalas: ¡Cuarta a babor!… ¡Amolla ese cabo!… ¡Tensa la driza!

Pág. 272. Y un mérito más, para que nos sintamos orgullosos: «Nadie blasfema como un español en temporal o en combate».

Id.- Los de Pérez pierden la entena del trinquete. Y eso que el capitán Urdemalas tiene el ojo plático y le busca la popa a la mahona, alta como la de las urcas.

Pág. 273:- «Jesucristo dijo sed hermanos, pero nunca dijo primos». Afirmación con la que pretende hacer una gracia pero que, sin embargo, demuestra su incultura. Si Jesús (no Jesucristo) no dijo anepsios, sino adelfoi, sus vicarios han insistido en decir lo contrario. Se trata de una de las polémicas más fuertes entre los exegetas carcas y los exegetas progresistas, de la que sale malparada la virginidad de María. Que Pérez sea virgen no le autoriza a pensar que todo el mundo lo debe ser.

Id.- El alférez Labajos aúlla. Esto explica el pánico de los turcos.

Manual reducido del perfecto abordaje. Alatriste hace uso de la rodela, el capacete, la entena, ballesteras, arcabuces, capacetes… Copons y él se anudan a la chorla un pañuelo aragonés, como, siglos después, harían Peter Lawford, Robert Duvall y otros en las películas sobre la Segunda Guerra Mundial.

(Por cierto que, en el texto más o menos narrativo de Pérez, los capitanes, que son muchos, se dirigen a sus soldados llamándoles «hijos». Tal vocativo no se empleaba en el siglo XVI. Es cosa de las películas americanas sobre la Segunda Guerra Mundial, otra de las devociones testiculares de Pérez).

Todo ocurre cerca de la mahona. Así se explica.

Pág. 275.- Pasamos página y todavía nos encontramos crujías y moyanas. Y, por supuesto, la tablazón: No cabe duda de que Pérez es de esa clase de realista costumbrista que le llama al pan pan, al vino vino y a la moyana moyana.

Id.- Todos gritan «¡Santiago!… ¡Cierra!… ¡Cierra… ¡Santiago, cierra España!» Suena ridículo, pero me consta que a Pérez le emociona. En este caso, además de llorar, piensa en su padre, otro héroe.

Pág. 276.- «Se defendieron con mucha decencia» no es expresión propia de aquellas calendas.

Id. Y lo hacen por las bordas, portas y gradillas, que todo el mundo reconoce.

Id.- Pérez les entra a fondo con la rodela mientras se cubre con el rodancho.

Para estar en pleno fregado, Pérez se fija en demasiados detalles.

Pág. 277.- «Al juntarnos las tres galeras, la causa quedó vista para sentencia». ¡Pero Pérez! ¿Qué forma de hablar es aquestotra?

Otra bravata: «Los galenos griegos han demostrado que lo españoles tienen dos centímetros más de huevos que los turcos». ¡Y no nos dice lo que hacen con el excedente!

«Habían estado gritando lindezas». ¡Las lindezas no se empiezan a gritar hasta el siglo XIX, capullo!

Vocabulario turco, para uso del lector interesado.

«Vive Dios que hicimos un buen día, raspando a lo morlaco». Pues así sería, yo no lo dudo. Como no dudo de que «durante un rato hubo licencia de saco franco para hacer galima». Por cierto, que «la mahona era de más de setecientas salmas».

Pág. 278.- «Al preguntar cómo había ido la cosa por mi lado». Hasta Rommel, nadie había preguntado cómo había ido la cosa por su lado. Un poco más abajo, «éste resumió la cosa». ¡Demasiadas cosas!

Sigue aclarándose maese Pérez: «Al meter el espolón en la banda enemiga, se llevó por delante la palamenta y un bolaño mató al sargento, buen espumador de ollas». ¡Pobre! Es sabido lo que duele una muerte por bolaño».

«Todo Cristo saltó a la galera». Todo Cristo es expresión hodierna, Pérez, no de entonces.

«El gato del arraez». De los conocidos gatos del arraez.

«Con la alegría que es de imaginar» no es expresión novelesca. El lector de novela no tiene que imaginar, tiene que «ver».

«Que era de ver cómo lloraba el infeliz…» Es lenguaje de relato, no de novela.

«En la mahona liberamos a quince [que iban encerrados] en la zahorra». ¡Clarísimo!

Pág 280.- Pérez vuelve a llamar hembra a una mujer.

Pág. 281- «Los vizcaínos pretendían mochar parejo». ¿A quién se le ocurre?

Id.- Pérez recibe la orden «de parar el saco franco». Lo que todos esperábamos.

«Hombres hechos y derechos». Expresión de la era Pérez, no de entonces.

«Las inclemencias del tiempo…», «Los estragos de la guerra»… ¡Pero Pérez!

Cita en verso de Torres Naharro.

«…ante el obispo y el marqués de turno». El colmo.

Pág. 282.- Otra cita en verso, después de largas consideraciones sobre los botines y los saqueos.

Pág. 283.- «Miran desde la talanquera». Cuando sepa lo que es la talanquera sabré si hicieron bien en mirar desde allí.

 

Capítulo X

Pág. 285.- «Dije en el capítulo anterior que donde las dan las toman». ¿Eso dijiste, Pérez? ¡Qué tío! Pero, aparte celebrar la ocurrencia, he de decirte que esa alusión al capitulo es antinovelesca. Andrés Bosch definía la novela como «vida posible fingida». Y la vida no tiene capítulos. Ni tu relato tiene vida. No es más que la redacción escolar de un nostálgico infantiloide, al que le hubiera gustado vivir en el siglo XVI, calzar zaragüelles y ser El Cojo de Lepanto.

(Entre paréntesis diré que, desde el punto de vista de mi «teoría de la novela», la definición de Bosch vale para la novela de sentimientos, la novela psicológica y la novela intelectual; no para la novela de puros valores estéticos, ésa cuya andadura interrumpió la industria cultural, de la que Pérez es un producto y de cuya defunción han levantado acta los Marías, Muñoz Molina, Gala y Mainer, Darío Villanueva, Sanz Villanueva, Belmonte, Pozuelo Yvancos, García Posada y otros fusilables).

La inmensa diferencia que hay entre Salgari o Stevenson y Pérezsonn es la que hay entre la novela de aventuras y el relato costumbrista de quien no es capaz de hacer ni siquiera literatura de quiosco, pero en España es académico.

Págs. 285-286.- Pimentel, Zugastieta, Conesa y los demás son nombres,

Pérez, no personajes. Tú no has dibujado un solo personaje. Y sin personajes no hay aventura, digan lo que digan Belmonte, Pozuelo Yvancos, Conte, Rico, Basanta, Mainer y los demás «críticos» afanados en confundir a los lectores. Ni siquiera Alatriste es un personaje, por lo que resulta un abuso, además de por otras mil razones, compararlo con don Quijote, como ha hecho Belmonte.

Pág 286.- Tras una nueva lección de geografía, hay un barco que «toma lengua».

Pág. 287.- Pérez relata no sólo lo que es, sino también lo que podría ser. Antinovelístico.

Pág. 288.- ¿Se decía «por enésima vez» entonces? Es expresión propia de los académicos del siglo XXI.

Varias páginas para contar que allí no se mueve nadie. Pura aventura, de las que gustan a los fósforos de Pérez.

Y, a continuación, en un arrebato, Pérez de Austria obsequia al lector con un apasionante parte meteorológico.

Id.- Enumeración de las piezas de que disponen, si les da por hacer algo, que hasta ahora han estado muy quietos.

El lector sabe lo que son veinticuatro piezas de artillería. Pues sepa que también tienen esmeriles, cucuruchos y sacres en las bandas.

Id.- «Los oficiales y cabos de La Mulata se miraban unos a otros». ¿Nueva danza de miraditas, Pérez?

Id.- Llega uno que quiere conocer los planes y pregunta: «¿Cuál es la idea?». Otro anacronismo.

Quien diga que esto es una novela y, todavía más, de aventuras, que pruebe a contársela a un su tío. Comprobará que no tiene nada que contar.

Pág. 290.- ¿Hacer una finta? Te equivocas de siglo, Pérez.

Id.- «El capitán negó con la cabeza». ¡Vaya por Dios! ¡Que cabezas y faces más expresivas! Casi no les hace falta aprender idiomas.

Id.- «¡Puto el último!» ¡Vaya por Dios! Es un grito de principios del XX.

«Urdemalas lo fulminó con la mirada». ¡Qué bien! Como en las novelas de Pérez y Pérez y El Caballero Audaz (Primera mitad del XX, cuando todo quisque fulminaba con la mirada.)

No satisfecho con fulminar con la mirada, «Urdemalas hizo una mueca desabrida», cuyo significado se encarga de comunicarnos Pérez, para que no quedara sólo en desabrida.

Pág. 291.- Uno de los marineros, que se apellida Quemado, asegura no tener prisa en zarpar ferro.

Id.- «Un soldado español, mal que le pesara, no se hacía matar de cualquier modo, sino con arreglo a lo que de su reputación esperaban amigos y enemigos». ¡Si lo sabrá el patriota testicular Pérez Reverte!

Pág. 292.- Reparten un chipichape de arraquín por banco, porque piensan que ese será aquel día el mejor rebenque.

Id.- Mueca burlona de Quemado.

Ahora es Urdemalas el que mira fijo y hosco. Y ordena que pongan de pavesadura cuanto encuentren.

-«¿Lo he dicho claro?» -«Clarísimo.» Ni pregunta ni respuesta son propias de aquellas fechas.

«…con aires de pocas fiestas». Lo mismo.

(Entre nosotros, maese Pérez, tanto alarde de conocer el vocabulario marineril toca la gaita al leyendo. Y es ridículo).

Otrosí digo: ¿cómo es posible que unos catedráticos de Literatura, unos académicos, unos críticos de medios de comunicación importantes, le den el visto bueno, ya entrado el siglo XXI, a esta ingenua especie de narración, llena de expresiones como estotras y aquestotras: dijo el cabo… apostilló el sargento… terció el alférez… añadió el teniente… torció el gesto el capitán… arrugó la nariz el almirante, añadió el comandante… replicó su hermana… etc., etc., etc. Ah y: guárdenlo todo en el escandelar.

Pág. 293.- «Hubo sonrisas tensas».

Se miran unos a otros de reojo y se santiguan.

Pág. 294.- Como otras muchas veces, en esta crónica de la nada, las aventuras de Pérez, a la que él intenta insuflar emoción, son suposiciones. Habla de lo que le podrá pasar. Se regodea en el pensamiento de que le mutilen un brazo o una pierna. ¡Con las ganas que él tiene de ser otro manco de Lepanto. Sin abandonar el escritorio.

Pág 295.- Este pensamiento «le hacía flaquear las piernas». Algo que no hubiese podido ocurrir si te la hubiesen cortado, capullo

Las especulaciones de Pérez sobre un posible combate naval y sus alardes de estratega de secano siguen tocando el tambor al lectorado. La novela, Pérez, hay que escribirla en presente de indicativo. Aunque se empleen los verbos en pretérito. Tú esto lo ignoras, claro, que es lo literario. Una carencia fundamental, por mucho que nos aturdas con el empavesamiento de las bandas, la velas enrolladas, los jergones, las ruanas, mochilas, jarcias y demás, sin olvidar vuestras «miradas absortas».

«Todos hacíamos de tripas corazón», algo que no se decía in illo tempore.

Pág. 296.- Se aprestan a la batalla y el ambiente es de lo menos aventurero del mundo: pensamientos espirituales, consejos morales, reflexiones sobre las postrimerías, amigables composiciones…

Pág. 297.- «…alpargatas a la española…», que no es lo mismo que «españolas en alpargatas».

Pág. 298.- Largas divagaciones sobre el porte del moro Gurriato, quien, considerando que puede morir en la refriega, se dedica a dar consejos.

En todo este trance, como, en realidad, en todo el libro, hay más afán de enumerar, en un alarde verdaderamente ridículo, que de describir o expresar. ¿Por qué alguien no le dice a Pérez de una vez que no es novelista, que novelar es otra cosa? Quizá quienes tendrían que hacerlo ignoran la transformación que empezó a experimentar la novela, desde relato de aventuras o psicológico a obra de arte literario en los años medios del siglo XX. Transformación truncada por la industria cultural, de la que Pérez es un elemento muy activo.

Pág. 298.- El narrador se apoya en el filarete de la arrumbada (es lo que yo le habría aconsejado).

Id.- Ahora piensa en todo lo que habría podido ser en esta vida, antes de ser un pincho moruno en manos turcas.

Págs. 298-299.- Menos aventura, cualquier cosa. Ahora, un nuevo parte meteorológico.

Pág. 300-302.- Relación exhaustiva de los embarcados con sus cargos y ocupaciones, familia a que pertenecían y atuendo. Entretenidas aventuras, según el concepto que de la aventura tienen Belmonte y sus congresistas.

Pág. 302.- Las embarcaciones se separan unas de otras por la distancia de un espolón con fanal. Sin duda, la correcta.

Id. Pérez se sitúa junto al encargado de manejar un pedrero.

Id.- El cómitre da un pitido y restalla corbacho en espaldas de galeotes.

Pérez se pone el capacete. Media página enumerando todo lo que se echa encima.

Págs. 302-303.- Echa una meada por si acaso. Los que están cerca le imitan, pues también era «gente acuchillada». Sabido es que no hay como ser acuchillado para andar menguado de la próstata.

Pág. 303.- Cinco clases de gorros usan los turcos, si atendemos la relación de Pérez.

Id.- «Cómitre, sotacómitre y alguacil «corrían de proa a popa, a lo largo de la crujía, desollando chusma a corbachazos».

Pág. 304.- El lector se hace cargo perfectamente de dónde estaba la galera, si Pérez le aclara, como le aclara, que se encontraba «a la distancia de un tiro de moyana».

Pág. 305.- Lástima que rompen parte de su palamenta. Lo apasionante de esta historia es que el lector va pasando las páginas ansioso, a ver si al barco de Pérez le rompen o no la palamenta.

Id.- El capitán Muntaner y sus caballeros «pelean vendiéndose caros». Echaba yo de menos está expresión, tan propia de un relato de héroes.

Pág. 306.- Continua el relato de la pelea, sin el menor componente de emoción, interés o literatura. ¡Pero qué aburrido eres, querido Pérez! ¡De qué poca imaginación te ha adornado natura!».

«Una manga de jenízaros», «medias picas, desde las gatas», «alcancías de fuego», «tamboreta barrida», «otro sorbo de arraquín», «torturados por el corbacho», «pegadas al fanal», «culo a popa»… ¡La leche que mamaste, Pérez! ¡No me entero de nada!

El relato verista de una pelea hispano-turca acontecida de verdad sería más interesante que esto. Señor Belmonte, Sr. Rico, y demás entusiastas de Arturo Pérez Reverte, al que llamáis novelista, innovador y a quien veneráis en un altar de la Docta Casa, ¿me negaríais lo siguiente?: vamos por la página 307 de un relato -que no novela- de 348- y ni una sola gota de invención. Pérez es todo lo que queráis, menos un creador.

Pág. 308.- ¿Tardarán mucho los turcos en alanzarles? Pues sólo «media ampolleta». ¿Podría bogar la tropa? -«Ni hartos de alboroque».

Pág. 309-310.- Patriótico elogio, por parte de Pérez, de la infantería española. «Para un soldado español, su oficio era su honra».

Pág. 310.- En medio del fregado, Alatriste recuerda unos versos alusivos a lo dicho. Pérez es un entusiasta admirador de sí mismo y de la marina de Castilla. En vez de académico, lo deberían haber nombrado almirante honorario.

Id.- «Sin embargo, calló y no dijo nada». ¿Cómo iba a hacerlo, si calló?

Pág. 311.- ¡Pero hombre! Ven el horizonte negro, por eso «habrían dado cualquier cosa por algunas palabras alternativas.» ¿A nivel de optimismo, Pérez?

Pérez no logra hacer ver al lector la refriega, en medio de la cual, uno a uno, cada cual va largando su sentencia.

Alatriste, que para eso es el mandamás, larga la suya «con economía de verbos». Forma de hablar hodierna, no clásica ni marinera. 

Id.- Pérez se solaza de haber decapitado a un turco, contraviniendo los derechos humanos.

Pág. 320.- Pérez lleva dentro un poeta, y no nos habíamos dado cuenta sus incondicionales. Reparad en cómo describe el final de esta pelea (la versificación es mía):

Enfundé vizcaína,
recuperé mi espada,
embracé la rodela,
volví a la lucha,
fuime
y no hubo nada.

(Voto a mis manes y penates, que jamás se ha descrito, o intentado describir, más detallista, verista, sin interés y, en consecuencia, aburridamente, una batalla. Esto no es aventura. Esto no es literatura. Reverte, buen mozo él, está dotado para hacer muchas cosas. No para hacer novela.)

Id.- También acierta a ver las últimas boqueadas del sargento, cuya faz queda atravesada por un dardo otomano como una banderilla de aceituna con anchoa.

Id.- «Lo que sucedió a continuación no hay pluma que lo escriba». ¡Qué bien! Infame trampa. Porque lo que viene a continuación de lo que el «escritor» nos oculta es «ganar la proa de La Mulata». O sea, que lo que podría resultar más interesante, el autor lo oculta porque no sabe escribirlo. Para disimular su dejación, Pérez dice «Dios y yo lo sabemos». Y los ateos ¿a quién se lo preguntamos?

Pág. 321.- «La galera turca hizo ciascurre». Esto aclara muy bien lo que sucedió después. Ya se sabe lo que es hacer ciascurre.

Pág. 322.- «… el estado de nuestras naves era lamentable.».- No, Pérez, no. Describe cómo han quedado las naves, y que el lector deduzca cuál era su estado. No impongas tu parecer, que eso no es de novelista

Id.- Temerarios ellos, los turcos se retiran hasta quedar a tiro de moyana.

Id.- Un piscolabis con tasajo de tintorera nunca viene mal, lo reconozco.

Pág. 323.- Pues no estaban tan mal provistos: les quedaban dos gallinas vivas en las jaulas de la gambuza. Y, si no, a tirar de las ostagas al izar entena. Y a cantar una saloma.

Pág. 324.- La ideología machista de nuestro héroe se pone, una vez más, de manifiesto. Para él, todas las mujeres son putanas. Sobre todo, las turcas, porque también es racista.

Pág. 325.- Creo que llamar a los franceses gabachos, no es de allende, sino de aquende. Ya nos lo aclarará Ricote.

Pág. 326.- En pleno delirio de patriotismo testicular, Pérez se nombra a sí mismo novio de la muerte: «Como españoles, nuestra familiaridad con la muerte nos permitía aguardarla de pie -¿en la reja floría, quizá?- y nos obligaba a ello; pues a diferencia de otras naciones -será de otros nacionales- nos juzgábamos entre nosotros según la manera de comportarnos ante el peligro». ¡Hermoso en verdad!

Id.- Cita a Jorge Manrique. Es lo que se debe hacer en plena refriega.

Pág. 327.- Pérez supera a Jorge Manrique en cuanto a filosofar sobre la muerte se refiere y, a los que no pensamos como él, nos considera «regalados, cómodos y menguados».

Id.- ¿Tu crees, académico Pérez, que, en aquellos tiempos, la gente se relajaba? ¿Tú crees que hablaba de «falsa alarma»? ¡Qué poco práctico eres! Hablas como ahora, pero comes como entonces.

Pág. 329.- «Ahogados de mala manera…». Pero ¿es que hay alguna buena manera de ahogarse, Pérez?

Id.- «Hasta el extremo de que…» Querido Pérez, ¿por qué no dejas el lenguaje oficinesco para cuando seas mayor?

Id.- «Guardaban sus ahorros en sus remiches…» ¡Buena medida!

Id.- Un gitano malagueño llega a donde está Pérez no mal provisto, pues porta una almilla y una cherinola.

Pérez intenta formar un trozo de brega, con atención al bastión del esquife y a las escalas […] por donde el enemigo podría ganarle los corredores hacia las arrumbadas. Y aún tiene tiempo y humor para escuchar címbalos, añafiles y chirimías.

El amontonamiento de términos marineros resulta tan abusivo como infantil. Es triste que un Pérez, de los Pérez de secano de Castilla y cierra España, caiga en estas prácticas tan ridículas, demostrativas de lo poco que le sirvió su paso por Salamanca, Alcalá y el Alcázar de Toledo.

Pág. 331.. «Pérdidas espantosas». ¿Qué es eso, Pérez? ¿Qué es para ti una pérdida espantosa? Insisto: no tienes lenguaje de novelista, mal que les pese a tus tribunos catedralicios.

Crujías, jarcias, pañoles, cámaras de boga, arrumbadas…. Lugares de sobra conocidos por el lector pereztre.

Id.- A aquel amasijo de hierros retorcidos y maderas astilladas no creo que se le pueda llamar escombro, oh inmortal.

Pág. 332.- «… bajo un sol abrasador…». ¡Pérez! El sol siempre es abrasador, déjate de valores entendidos y conceptos acreditados, que eso no es de novelista.

Id.- «… los pocos mosquetes que funcionaban…». ¡Pero, hombre! Lo primero que funcionó en este mundo fue el autogiro La Cierva, ¡en el siglo XX!

Ay, Pérez, Pérez, aparta de mi este cáliz. ¡Yo que quise ampararte, como la gallina ampara a sus polluelos, y tú te me escurres cual otomana y obstinada anguila!

¡Vas de mal en peor, criatura! ¡Alatriste, «con gesto maquinal» -¡antes de inventarse las máquinas!-, saca Los sueños de Quevedo de la faltriquera, y se pone a leer en medio del fregado.

Creo que Pérez nos está preparando para que, pese a la desigualdad de fuerzas, los invencibles españoles venzan. A mí, no es que me importe.

Pág. 333.- Escurrir la bola (o el bulto) no es expresión propia de la era Pérez, por más que la acepten Ricote y Belmontégoras.

Todos siguen allí levantando la vista, mirando a uno y otro lado, etc. Y encogiendo los hombros, no hay que decirlo.

Id.- «…no quedaba nadie que pudiera tenerse en pie, capitán incluido. Oficinesca expresión impropia de aquellos tiempos sin oficinas.

Machín de Gorostiola opina «a bocajarro» que hay que rendirse. ¿Por qué a bocajarro? ¿Cómo?

(Ya he apostado en varias ocasiones la mitad de mi patrimonio a que ni Pérez, ni Marías, ni Muñoz Molina han escrito en su vida ni siquiera un mal poema. Ni dicho una gracia. Ni tenido una ocurrencia. Ni viajado en globo. Su falta de literariedad y de sentido del humor los delata).

Pág. 334.- Hablan todos en clave de ejecutivos… «No es tan simple la cuestión», etc. Y, naturalmente, volviéndose Alatriste a mirar al noble, para, a continuación, encogerse de hombros y mirar al cómitre y al caporal. Miraditas y encogimientos de hombros. ¿Cuántos lleva ya? Menos mal que no usa tirantes.

Id.- «Sus expresiones eran duras; incómodas incluso». Aparte de que el lector no ha leído una sola expresión dura e incómoda, así no se calificaban en aquel tiempo las expresiones. «No era asunto suyo», «Se conocían y respetaban», «Cada uno en su esfera», «tampoco era asunto suyo»… revelan una mentalidad oficinesca que, aplicada a Lepanto II, disuena sobremanera.

Pág. 335.- Alatriste «tenía una sed de mil diablos». Y ¿qué es una sed de mil diablos, Pérez? Seguro que cada lector tiene una idea distinta de la sed de mil diablos. Inadmisible en lenguaje novelístico.

Ahora especulan sobre lo que harían los turcos si ellos se rindieran.

(Pérez no es un clásico, señor Rico, como usted ha afirmado en desdichado artículo, que comentaremos. Pérez no merece ser objeto de congresos como si fuera un escritor, señor Belmonte; ni ser equiparado a Cervantes, como usted ha hecho el día de su más aciaga borrachera. Pérez no merece estar en la Academia, señor de la Concha, señor Salvador, señor Ansón. Pérez no ha renovado nada, señor Marsé, como usted tampoco lo ha hecho; Pérez ni siquiera es entretenido, señores Ussía y Villanueva. Pérez es una de las dos grandes estafas literarias -la otra es Javier Marías- cometidas por unos académicos acomodaticios, una crítica incompetente, un periodismo ignorante, el lectorado cateto de una monarquía cocotera.)

Id.- «Cada cual tenía sus límites», como hubiese dicho el entrenador del Getafe y dice Pérez.

Id.- «¿Lleva usted un libro encima?» No sé por qué lo pregunta. Cuando se pelea cuerpo a cuerpo, es lo que suele llevarse.

Alatriste enseña el suyo y todos se escandalizan. En lugar de la Guía para una buena muerte, de San Prudencio el Apologeta, aquel desdichado porta un libro de Quevedo.

Choteo a costa de don Francisco y de su madre que no te perdono, Pérez.

Pág. 336.- Otra ojeada significativa entre Alatriste y Machín de Gorostiola, que así se ahorran palabras.

Id.- «Era una mirada ecuánime, de veteranos». ¿Nos escribirá Pérez alguna vez un «Tratado de las miradas»?

Quienes se tomen en serio, en este punto, los planes de rendición es que no conocen a Pérez, al capitán Pérez, al invencible Pérez…

Pág. 338.- Continua el aburrido relato de un abordaje de manual, según los manuales consultados por Pérez.

Pág. 339.- Lo malo es que cruje la palamenta. Y que los turcos abren brechas con sus espolones y ganan a los de Pérez la arrumbada zurda y el árbol trinquete, llegando hasta el pie del árbol maestro y el bastión del esquife. (Las desgracias nunca vienen solas, pensaría nuestro héroe).

Como siempre que se le presenta una dificultad expresiva, el narrador «no sabe cómo pueden aguantar firmes». Recurso de mal novelista o no-novelista.

Pero la joya de esta página es aquesta: «Alatriste decidió aprovechar la coyuntura». ¿Será posible, Pérez? ¿Aprovechamiento de coyunturas hace cuatro siglos?

Pág. 340.- Los de Pérez se deciden a tajar recio. Lo que suponíamos.

Id.- En cualquier fregado, Pérez siempre está entre los primeros.

Id.- «No hay nada que más consuele en el desastre que un grupo que conserva la disciplina». Debió de aprender esto en el Frente de Juventudes.

Id.- Pérez se aventura por el espolón y la serviola. ¡Sabia medida!

Id.- Aunque los turcos se abroquelan en la carroza, los «cuatro gatos» de Pérez, al grito de «¡Santiago, aborda, aborda», los empujan al agua.

Id.- «Con lo que les ganamos el trinquete sin esfuerzo, y aún el árbol maestro si nos atreviéramos». No. … Y aún les hubiésemos ganado el árbol maestro, si nos hubiésemos atrevido.

Pág. 341.- Pasma comprobar cómo Pérez de Castilla recuerda hasta los más mínimos detalles de su lucha cuerpo a cuerpo con cuanto turco se ponía al alcance de su invicta espada.

Id.- Ahora nos enteramos de que había mechas en la cogulla de la galera turca.

Pág. 342.- Los galeotes suplican no ser fritos en aceite, mas los de Pérez hacen oídos sordos a sus súplicas.

Resulta extenuante tanto detallismo. Por lo visto, Reverte escribe solo para Belmonte, Ussía, Rico, Pozuelo, don Darío y otros amigos de la infancia.

A Pérez le producen congoja los gritos de los asados vivos.

La nave perezna encaja un asalto turco «horroroso», según la antinovelística manera de adjetivar del novelista y académico.

Pág. 343.- La sangre corre por los bacalares, que es por donde yo esperaba que corriera.

 

Epílogo

Pág. 345.- Donde se aprovechan coyunturas, es lógico que haya cosas que no compensen, aunque estas palabras empiecen a emplearse siglos más tarde. Mas, si las emplea maese Pérez que es realacadémico, elegido por De la Concha, Gregorio Salvador y otros cabezudos, por algo será.

Sin embargo, esto es lo de menos. Lo de más, puesto que estamos tratando de una obra concreta, es LA ÚLTIMA Y GRAN ESTAFA DE MAESE PÉREZ, NEGACIÓN DE LO QUE ES UNA COMPOSICIÓN NOVELESCA, ESCANDALOSA. Se ha pasado medio libro intentando relatar una batalla naval, con tan inútil como aburrido detallismo, y cuando tiene que resolverla, perdiendo sin perder los suyos, se inventa un epílogo, con milagro de la Virgen incluido, con patriotismo testicular incluido, y aquí no ha pasado nada, los turcos han desaparecido durante la noche, dejando tranquilos a los heroicos españoles, que, aunque derrotados, no pierden, continúan invictos, sanos y salvos, dispuestos a llevar a cabo nuevas hazañas. Es para ponerte orejas de burro; Pérez, aunque otra cosa te pondrán sin duda tus Belmonte, Rico, Posada, Pozuelo, Ayala, Basanta, es decir, la flornata y la basura de la más burda e incompetente crítica literaria del mundo.

Von Pérez se permite incluso aventurar el razonamiento que ha llevado a los otomanos a dejar tranquilos a los de Santiago y cierra España y largarse: «decidieron que no compensaba la captura de una mísera y arruinada galera el alto costo en vidas que iba a suponer tomarla». ¡Magnífico! Con una suposición se resuelven trescientas cincuenta páginas de aburrido relato de nada. El lector que tenga la costumbre de ir preguntándose «a ver cómo termina», se encuentra con que no termina. Belmonte y Rico ¿no se dan cuenta de estas cosas?

Pág. 346.- Cumplida necrológica, que es de las cosas que al Reverte le encanta hacer.

Id.- Se refiere el invicto Pérez a los difuntos de su bando llamándoles «camaradas», palabra que no fue inventada hasta el siglo XX por Stalin.

El que nos cuenta todo esto salió del trance «con razonable salud», expresión no utilizada hasta la Segunda Guerra Mundial, cuando la salud de algunos empezó a ser razonable.

Tampoco es correcto hablar de «averías» respecto a los desperfectos de una galera. Ni aún contando con «la jarcia de la jareta».

Pérez, que no se ha demorado en contarnos el final de la «aventura», se demora en contarnos las chapuzas que tienen que hacer para que el barco no se hunda. Si esto es una novela de aventuras, Pérez es Alí Babá.

Se disponen a zarpar ferro, como yo suponía.

Antes, son dignamente enterrados los que habían dado de vida por su patria, por Dios y por su rey, como dice el patriota, buen creyente y buen vasallo Pérez.

 

Son bastantes las entrevistas a Pérez que he tenido oportunidad de leer, en las que el buen hombre, engañado por una crítica incompetente y venal, unos docentes que siempre reman a favor de la corriente que más empuja y unos periodistas ignorantes, inflado por la vanidad, se jacta, con insoportable pedantería, de:

-Haber revolucionado el género novelístico.

-Haber rescatado la novela de no sé qué secuestro.

-Haber conseguido para ella lectores que no tenía.

Querido Pérez:

-No se puede renovar nada volviendo a fórmulas caducadas hace más de dos siglos. Para colmo, usted no hace novelas, usted hace relatos, como deberían saber los Belmonte, Rico, Salvador, Ansón, Mainer, Marsé, De la Concha, etc. La forma de presentación de la realidad novelística, la composición, es completamente distinta en la novela que en el relato. En éste se refiere lo que en aquélla se hace presente delante del lector (remito a M. García Viñó: Teoría de la novela, Barcelona, Anthropos, 2005).

Pérez piensa que la novela se había estrellado por culpa de quienes, de hecho, la habían revolucionado y renovado de verdad, configurando un nuevo campo del arte literario que hasta entonces no había existido -la novela carecía de valores estético-literarios, como pensó siempre Paul Valéry y pienso yo. La dotaron de valores estéticos los Joyce, Hamsum, Faulkner, Virginia Woolf, Huxley, Kafka, Musil, Svevo, Jünger, Hesse, Henry James, Stapledon, Claude Simon, Butor, Robbe Grillet, etc. Hay que ser un desgraciado, un desgraciado jaleado por una partida de capullos incompetentes, que a saber lo que persiguen, para atreverse, basándose en un éxito comercial, a discutir la labor de estos monstruos de la literatura.

En cuanto a los lectores, Pérez, que si son españoles y tuyos son forzosamente analfabetos, no es misión del escritor hacerlos. ¿Tú crees que, a más lectores y más dinero, mejor escritor? Pues estás en esto tan equivocado como en todo. La misión del escritor de novelas no es hacer lectores. Es escribir obras narrativas que incluyan valores estéticos, éticos, imaginativos, técnicos, intelectuales. Y que sean de su tiempo. En arte, está permitido todo, menos hacer lo que ya se ha hecho.

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