Cuarto capítulo del libro «Cine & Literatura: el matrimonio de la posible convivencia», Universidad Los Libertadores, Bogotá, 2014, 141 pp.: Cap. IV, pp. 93 a 102.
Con el título Sin lugar para los débiles, que no corresponde al dado en inglés ni al original literario, llegó al país la más reciente película de los hermanos Joel & Ethan Coen, esta vez dirigida por ambos (1), como ya lo habían hecho en El quinteto de la muerte, 2004, en inglés The Lady Killers (2), con base en el filme original inglés de Alexander Mackendrick, uno de los precursores de la comedia Ealing: mezcla de humor negro, psicología, realismo y nacionalismo no chauvinista que muestra la visión corrosiva de una Inglaterra en crisis. En realidad, Sin lugar para los débiles es un título moralista que no se corresponde con No Country for Old Men, título original del filme, o No es país para viejos, de la novela de Cormac McCarthy (3), novela que, como se verá en este ensayo, hace énfasis en el carácter criminal y sanguinario de EE.UU, como dice el sheriff Ed Tom Bell (Tommy Lee Jones en el filme): «Pensé en mi familia y pensé en él [el tío Ellis] condenado a su silla de ruedas en esa vieja casa y me pareció que este país tiene una historia bastante extraña y tremendamente sanguinaria además. Lo mires por donde lo mires.» (p. 223) Algo que los Coen reflejan en unas imágenes cuya brutalidad, dureza, violencia, en suma, no hacen sino reflejar la realidad cotidiana de la América profunda. Entendiendo aquí por América lo que creen los gringos es su país: un continente. No un país, como en efecto es: pero, esta es otra historia, una que se remonta a la Doctrina Monroe, Destino Manifiesto, Plan Marshall, Alianza para el progreso, hasta llegar, incluso, a la Alianza del Pacífico, todos eufemismos para un mismo hecho: la paranoia de los dirigentes gringos frente a un eventual ataque, que nunca ha habido, del comunismo; como nunca ha habido armas de destrucción masiva en los países que han invadido de manera injustificada, siempre, aunque, eso sí, con el callado apoyo de ONU, OEA y OTAN y con la rodilla en tierra del resto del mundo.
Sin lugar para los débiles, se reitera, alude a una categoría moral y materialista en la que, al parecer, los únicos que sobreviven en ese país extraño y sanguinario serían los poderosos, adjudicando dicho adjetivo a los que manejan el dinero, los grupos mafiosos de las drogas y el poder que ello representa. Mientras No es país para viejos sí da en el punto por cuanto prescinde de moralismos, de los que debe estar exento el gran arte, y toca las fibras más sensibles de un conglomerado al que no le queda más remedio que seguir viendo al crimen suelto por ahí, como se hace patente al final del filme. Y no es que se haga apología del delito por parte de los buenos hermanos judíos Coen. Ni más faltaba… aunque se trate de un filme a medio camino entre el thriller y el western, con todo lo que de crimen y de emoción pueda tener el primero o de asesinato y de tensión en un ámbito sin ley, gobernado por narcotraficantes y oportunistas, el segundo.
Igual que en la novela, en el filme el narrador principal es el sheriff Bell, quien le imprime a la obra de los Coen una impronta personal, nostálgica, de época, como ya éstos lo habían hecho en El hombre que nunca estuvo (2001). Así, aquél reflexiona sobre sí mismo, sobre la relación con su padre, con el entorno, con el país. Y lo que lo motiva a confesarse es, ni más ni menos, la esencia de la religión, lo que siempre queda de ella, la culpa: «Mandé a un chico a la cámara de gas en Huntsville. Había matado a una chica de 14 años. La prensa decía que había sido un crimen pasional y él me aseguró que no hubo ninguna pasión. Él tenía 19 años. Y me explicó que hacía mucho tiempo que había pensado matar a alguien. Dijo que si lo ponían en libertad lo volvería a hacer. Dijo que sabía que iría al infierno.» Esto es lo primero que dice Bell al comienzo de la novela y, palabras más, palabras menos, en el filme. Actitud que se mantendrá a lo largo del mismo, lo que en este caso importa. Los Coen han sabido extrapolar la idea del argumento de la novela de McCarthy (eso es una buena adaptación) y la han transformado en imágenes de incuestionable efectividad, no efectismo, a través de planos ya cerrados ya abiertos y de travellings lentos, casi morosos, tenuemente iluminados o valiéndose de claroscuros y contraluces que resaltan a esos personajes solitarios, confusos, inmersos en el caos de la vida cotidiana, familiar, social y política. Poco a poco, se va forjando la intimidad de un filme que no pretende más que ser fiel a la historia original y a un estilo de cine que a lo largo de una carrera, la de los Coen, ha ido mostrando los recovecos más oscuros del alma humana para terminar por reflejar un mundo en el que el Mal supera al Bien, de lejos, y sume al espectador en la amargura, sin remedio, y en la desesperanza, sin vuelta a la esperanza. Y ya se sabe: «El bien y el mal son pendejadas nuestras. Todo lo que hace el hombre lo hace por conveniencia», al decir del neurofisiólogo Rodolfo Llinás. Y eso es lo que a lo largo del filme hace un personaje como Anton Chighur, por más desquiciado que pueda parecer o psicópata que en efecto sea: condición doble del enfermo y alienado que le permite engañar como evitar ser engañado.
Ese no retorno a la esperanza o la abierta desesperanza en el género humano, es lo que deja una historia como la que involucra al sheriff Bell; a un veterano de Vietnam que intenta sobrevivir cazando antílopes americanos o berrendos, Llewelyn Moss; a un asesino en serie (y en serio, aunque cause risa), un panclasta que va por ahí, íngrimo, regando sangre y sembrando cadáveres con una pistola neumática idéntica a la que sirve para matar ganado, Anton Chighur; al ex agente de las Fuerzas Especiales e infaltable emisario, Carson Wells, de un cartel mafioso u oficial-clandestino: el que al fin de la jornada recibe los dividendos del crimen organizado. Esto no significa que no haya cabida para el humor, negro, ni que en medio de tan oscuro panorama deje de filtrarse la luz de la inteligencia para, al paso del tiempo, permitir abrigar la esperanza de un cambio de rumbo para una humanidad agobiada y doliente, como dice el piadoso credo que tanto mal ha cohonestado y, más que eso, causado a la misma humanidad que dice defender, ayudar, socorrer. La historia, aunque se enmarca en la década de 1980, le habla a los hombres de hoy en cuya mente agoniza la idea del respeto, así como los antiguos principios de tolerancia, justicia e igualdad, magna herencia, a la letra, de la Declaración de Independencia de EE.UU del 4/julio/1776.
Normalmente, en relación con los filmes, poco se habla del paisaje como personaje. Esto es palpable en No es país para viejos, si se tiene en cuenta que, al mismo tiempo, el paisaje es el hombre. El hombre es la geografía. Sin el hombre no hay geografía posible. La geografía no puede prescindir del hombre. El paisaje es un personaje más y, además, en una tierra inhóspita con una historia de violencia ancestral. El paisaje es inseparable de la historia y esta la hace el hombre. Según Ethan Coen: «Los decorados naturales son una de las razones por la que queríamos rodar la película ya que son parte íntegra del libro, de la historia. Representan un personaje más». A lo que su hermano Joel añade: «Es una tierra inhóspita, con una historia de violencia. Al igual que en la novela, el paisaje es un personaje, no se separa de la historia». Ubicado en diversos lugares de México y EE.UU: Albuquerque, en Nuevo México; Big Bend National Park, de Texas; Garson Studios, College of Santa Fe; Las Vegas, Nuevo México; Marfa, Texas; Santa Fe, Nuevo México; Desert Sands Motel; Piedras Negras, Coahuila, México. Difícil, en efecto, separar estos paisajes de la historia.
Llewelyn Moss, en lo alto de una colina situada al oeste de Texas, dispara sin dar en el blanco y los antílopes se alejan en zigzag. Cuando falla, con sus binóculos avizora a lo lejos a un perro grande y sin cola, de pelo negro; lo observa; tiene la cabeza enorme, las orejas recortadas y cojea mucho; más adelante, cuesta abajo por la loma, a kilómetro y medio, divisa a un grupo de camionetas Bronco, con neumáticos todo terreno, faros en el techo y cabestrantes. Los hombres parecen estar muertos. Baja los binóculos. Se sienta y observa, largo rato. Se acerca. Los balazos dejan una estela espaciada y rectilínea en las carrocerías. Moss adivina que fue con armas automáticas. En el primer carro, un cadáver sobre el timón. Más adelante, tres cuerpos tendidos en la zona desértica. Un perro grande como el de la planicie, muerto, con las tripas afuera. El segundo vehículo, vacío. Abre la puerta del tercer Bronco y encuentra a un hombre en el asiento, que lo mira y le dice: «Agua, hombre. Agua, por Dios». «No llevo agua», responde Moss y se aleja echándose la ametralladora de aquél al hombro. Va adonde su mujer y discute con ella para regresar luego, con agua, al mismo sitio. Su indecisión primera, lo mete ahora en problemas. Máxime cuando, previamente, Moss ha tomado un cargamento de heroína de un cartel de la droga y, de ñapa, un maletín con dos millones trescientos mil dólares. Surge, entonces, un nuevo filme sobre la avaricia.
También Moss resulta presa de la culpa: en adelante, tratará de sacudirse de ella. Nunca se sabrá si su falla estuvo en robar el botín mafioso o en soñar con un mundo distinto para él y su esposa, Carla Jean, en un país donde los sueños ya no caben en su presupuesto metafísico, un país que con la rueda dentada de la globalización, movida por los políticos de cuyos nombres no vale la pena acordarse, pasa y despoja sin piedad a sus habitantes. Cuando el sheriff Bell visita a su tío Ellis, éste, a propósito de la mujer del asesinado tío Mac, le dice: «Este país es muy duro con la gente. No puedes evitarlo. No están para servirte. Eso es vanidad». Y en la novela: «Este país te mata en un abrir y cerrar de ojos pero la gente lo sigue amando. ¿Entiendes?» Mientras, preocupado por Moss, Bell, próximo a jubilarse, con la culpa acechando y sin saber aún si va por el camino correcto, con mayor razón después de que fue condecorado por una acción de la que se avergüenza, tras su regreso a Texas no piensa sino ayudar y hacer el Bien. Pero, las buenas intenciones se estrellan contra el muro del Mal, que para él encarna Anton Chighur, su principal obstáculo en la vía a la jubilación y en la larga y fallida llegada de Dios: «Siempre pensé que cuando me volviera viejo, Dios vendría de algún modo. Y no ha venido». Y al parecer nunca vendrá, parece recordar el presente, así como el final del filme de los a veces no bien ponderados hermanos Coen: en hebreo, sacerdote. Es decir, a quienes cabría bautizar, por su santo y puro oficio, los profanos sacerdotes del cine: bienaventurados y no malditos.
El bien intencionado sheriff busca a Moss para salvarlo de Chighur, esto es, de la muerte, la que éste lleva a cuestas, cual si fuera un enfermo, en una bala de oxígeno que de paso le sirve para activar su pistola neumática, silenciosa arma con la que penetra cerebros y abre cerraduras. También, porque tiene la noble intención de ver unidos de nuevo a Moss y a Carla Jean. Lo que le permitiría recuperar, en parte, su buena conciencia. Pero, Chighur no piensa igual; tampoco, ninguno de los otros competidores por el escurridizo botín y bien se sabe, por el capitalismo, que la competencia es el comienzo de toda guerra. Competidores para los que aquél representa un peligro superior al de la peste bubónica, metáfora del Mal absoluto, de la conciencia sin dueño. Detrás de su carácter impasible, de su actitud robótica, Anton esconde una lógica tan implacable como la irracionalidad que muestra su país con los desposeídos, con los sin techo, con los negros. Detrás de cada acción suya hay toda una retórica y una argumentación que dejan sin piso las de sus víctimas, como en el caso del hombre al que obliga a bajar del carro y al que le ordena quedarse quieto, hasta que él acciona su pistola; o en el de aquel otro al que le pide trasladar sus galpones para él poder utilizar el furgón. Pocos monstruos de la historia del cine fantástico inspiran tanto terror como este ejemplar de un cine realista y a la vez arquetipo de las sombras más siniestras que avanzan hoy, sin reconocer a nadie, por suelo gringo, dejando a su paso solo ruinas, dolor y tragedia. Símbolo funesto del individualismo y de la vanidad y dardo ácrata en la cabeza de los Otros, a quienes no ve, Chighur opina acerca de lo que ha pasado con los viejos: «Se han dedicado a otras cosas. No todo el mundo es apto para este trabajo. La perspectiva de unos beneficios desorbitados lleva a la gente a exagerar sus propias aptitudes». Y como los criminales se hacen cada vez más jóvenes, los viejos van saliendo de circulación, algo que ya le va quedando claro (no sólo) al sheriff Bell.
Tras el fragor de la lucha, con el botín en manos tal vez de quien menos se esperaba pero al tiempo de quien más probabilidad tenía de apropiárselo, el sheriff Ed Tom Bell, tras enterarse de la muerte de Carla Jean y que sigue sin entender, ya en casa con su esposa Loretta, reflexiona sobre su país: «Me parece saber hacia dónde vamos. Nos están comprando con nuestro propio dinero. Y no sólo son las drogas. Hay por ahí fortunas acumuladas de las que nadie tiene ni idea. ¿Qué pensamos que va a salir de ese dinero? Un dinero que puede comprar naciones enteras. Ya lo ha hecho. ¿Puede comprar este país? Lo dudo. Pero hará que tengas tratos con quien no deberías». Es decir, con quien no entiende de modales ni de respeto ni, mucho menos, de ética, ya no de moral… Pero, por otra parte, también con países que jamás desearon ser invadidos y lo fueron aun resistiéndose.
Lo que al final del filme queda claro, también por parte del sheriff Bell, al referirse a la pérdida del respeto: «En cuanto dejas de oír Señor y Señora el fin está a la vuelta de la esquina». Lo que no es moralina cívica, literaria ni fílmica sino, apenas, una muestra de cómo anda el mundo en cuestión de buenas maneras, entendidas como tolerancia y respeto hacia los demás. Por último, un país en el que los criminales son cada vez más jóvenes y van cada día en aumento, no es para viejos: he ahí una razón práctica, no inducida por retorcidos prejuicios morales ni maniqueos, por la que el filme no deba llamarse como se tituló en español pues hace énfasis en el carácter mercantil y no artístico del mismo: para confirmar esto, se recuerda que el título de la novela fue tomado del poema Sailing to Byzantium o Navegando hacia Bizancio, del irlandés William Butler Yeats (1865-1939), también dramaturgo: That is no Country for Old Men (4) o Aquel no es un país para viejos.
No es país para viejos , termina con otra reflexión del sheriff Bell, esta vez con la alusión de dos sueños relacionados con su padre, de quien casi no ha hablado y a quien sabe, aun en la confusión de la culpa, no le ha hecho justicia, pese a que nunca lo decepcionó y a quien le debe más de lo que creía: uno, que no recuerda del todo y en el que se encuentra con él en la ciudad, recibe dinero suyo y cree que lo pierde. Otro, lo lleva de vuelta a los viejos tiempos, en los que Tom montaba a caballo por las montañas, a plena noche; cruza un desfiladero, hace frío y hay nieve en el suelo; su padre, a caballo, lo sobrepasa y sigue, sin decir palabra. Lleva un fuego en un cuerno y Tom puede ver el cuerno por la luz que hay dentro. Y en el sueño sabe que toma la delantera para preparar una gran fogata en alguna parte en medio de la oscuridad y que cuando él llegue su padre estará esperándolo. Y entonces el sheriff despierta. El espectador, entretanto, ha tenido una pesadilla: los Coen han mostrado que a la ilusión del sueño protector del sheriff se opone una fuerza concreta, abrumadora, letal, encarnada en la figura de Chighur, la del crimen que, aun herida, avanza por la calle, suelta, y a la vista, ciega, de todo el mundo. Así, por más película que sea No es país para…, puede decirse con absoluta certeza, y no porque se anuncie una segunda parte o en efecto se realice, que la pesadilla continúa. Más, se trata de una pesadilla sin fin.
SAILING TO BYZANTIUM NAVEGANDO HACIA BIZANCIO – WILLIAM BUTLER YEATS (1865-1939) – Letra bilingüe estrofa por estrofa. Tradujo: LCMS.
I
That is no country for old men. The young/ In one another’s arms, birds in the trees/ -Those dying generations- at their songs,/ The salmon-falls, the mackerel-crowded seas,/ Fish, flesh, or fowl, commend all summer long/ Whatever is begotten, born, and dies./ Caught in that sensual music all neglect/ Monuments of unageing intellect.
Aquel no es un país para viejos. Los jóvenes/ Tomados del brazo, las aves en los árboles/ -Aquellas generaciones muriendo – en sus canciones,/ Las cascadas de salmón, los mares repletos de atún,/ Peces, animales, aves, encomian todo el largo verano,/ Todo aquello que se produce, nace y muere./ Atrapado en esa música sensual todo ignora/ Monumentos de un no envejecido intelecto.
II
An aged man is but a paltry thing,/ A tattered coat upon stick, unless/ Soul clap its hands and sing, and louder sing/ For every tatter in its mortal dress./ Nor is there singing school but studying/ Monuments of its own magnificence;/ And therefore I have sailed the seas and come/ To the holy city of Byzantium.
Un hombre viejo no es más que una cosa miserable,/ Un abrigo andrajoso sobre un bastón, a menos/ Que el alma aplauda y cante, y cante más fuerte/ Por cada arruga en su traje mortal./ Ni hay otra escuela de canto que el estudio/ De monumentos de magnificencia única;/ Y por eso he navegado los mares y he venido/ A la santa ciudad de Bizancio.
III
O sages standing in God’s holy fire/ As in the gold mosaic of a wall,/ Come from the holy fire, perne in a gyre,/ And be the singing-masters of my soul./ Consume my heart away; sick with desire/ And fastened to a dying animal/ It knows not what it is; and gather me/ Into the artifice of eternity.
Oh, sabios que están en el fuego sagrado de Dios/ Y en el dorado mosaico de un muro,/ Vengan del fuego sacro, giren hasta mí,/ Y sean los maestros de canto de mi alma./ Consuman mi corazón; enfermo de deseo/ Y atado a un animal agonizante/ No sabe ya lo que es; y llévenme/ A la ilusión de la eternidad.
IV
Once out of nature I shall never take/ My bodily form from any natural think,/ But such a form as Grecian goldsmiths make/ Of hammered gold and gold enamelling/ To keep a drowsy Emperor awake;/ Or set upon a golden bough to sing/ To lords and ladies of Byzantium/ Of what is past, or passing, or to come.
Una vez fuera de la naturaleza, no he de tomar/ Mi forma de ninguna cosa natural,/ Sino una forma como la que los herreros griegos hacen/ De oro repujado y esmalte dorado/ Para mantener despierto a un somnoliento Emperador;/ O ponen en una rama dorada para que cante/ A los señores y las damas de Bizancio/ Sobre lo pasado, lo presente, o lo por venir.
FICHA TÉCNICA: Título original: No Country for Old Men. Título en español: No es país para viejos. País: EE.UU. Año: 2007. Formato: 35 mm.; Color; 122 min. G/D: Joel & Ethan Coen. F: Roger Deakins. Música: Carter Burwell. Intérpretes: Tommy Lee Jones (Ed Tom Bell); Josh Brolin (Llewelyn Moss); Javier Bardem (Anton Chighur); Carson Wells (Woody Harrelson); Carla Jean Moss (Kelly McDonald); Loretta Bell (Tess Harper); tío Ellis (Barry Corbin). Producida por: Scott Rudin, Ethan & Joel Coen. Producción: Scott Rudin/Mike Zoss. Presenta: Miramax & Paramount Vantage.
Notas:
(1) Y no la única como dijo erradamente Tomás Eloy Martínez (1934-2010), en El Espectador, 24 de febrero al 1º de marzo de 2008, p. 19ª: esto es, cuando el citado periódico era semanario y no diario, como hoy lo es.
(2) Revisión y puesta al día de los viejos géneros clásicos, no remake.
(3) McCarthy, Cormac. No es país para viejos. Mondadori, 2006.
(4) Aquel no es un país para viejos, poema original del irlandés William Butler Yeats.
http://leereluniverso.blogspot.com/2011/01/poesia-navegando-hacia-bizancio-de-w-b.html
Luis Carlos Muñoz Sarmiento (Bogotá, Colombia, 1957) Padre de Santiago & Valentina. Escritor, periodista, crítico literario, de cine y de jazz, catedrático, conferencista, corrector de estilo, traductor y, por encima de todo, lector. Estudios de Zootecnia, U. N. Bogotá. Periodista, de INPAHU, especializado en Prensa Escrita, T. P. 8225. Profesor Fac. de Derecho U. Nacional, Bogotá (2000-2002). Realizador y locutor de Una mirada al jazz y La Fábrica de Sueños: Radiodifusora Nacional, Javeriana Estéreo y U. N. Radio (1990-2014). Fundador y director del Cine-Club Andrés Caicedo desde 1984. Colaborador de El Magazín de EE. Ex Director del Cine-Club U. Los Libertadores y ex docente Transversalidad Hum-Bie (2012-2015). XXIV FILBO (4-16.V.11): Invitado por MinCultura a presentar el ensayo Arnoldo Palacios: Matar, un acto excluido de nuestras vidas (MinCultura, 2011), en Pabellón Juvenil Colsubsidio (13/may/11). Invitado al V Congreso Int. de REIAL, Nahuatzén, Michoacán, México, con Roberto Arlt: La palabra como recurso ante la impotencia (22-25/oct/12). Invitado por El Teatrito, de Mérida, Yucatán, para hablar de Burgess-Kubrick y Una naranja mecánica (27/oct/12). Invitado al II Congreso Int. de REIAL, Cap. Colombia, Izquierdas, Movimientos Sociales y Cultura Política en Colombia, con el ensayo AP: Matar, un acto excluido de nuestras vidas, U. Nacional, Bogotá, 6-8/nov/2013. Invitado por UFES, Vitória, Brasil, al I Congreso Int. Modernismo y marxismo en época de Pos-autonomía Literaria, ponente y miembro del Comité Científico (27-28/nov/2014). Invitado a la XXXIV Semana Int. de la Cultura Bolivariana con la charla-audición El Jazz y su influencia en la literatura: arte que no entiende de mezquindades, Colegio Integrado G. L. Valencia, Duitama ( 28/may-1°/jun/2015). Invitado al III Festival Int. LIT con el Taller Cine & Literatura: el matrimonio de la posible convivencia, Duitama (15-22/may/2016). Invitado al XIV Parlamento Int. de Escritores de Cartagena con Jack London: tres historias distintas y un solo relato verdadero (24-27/ago/2016). Invitado a la 36 Semana Int. de la Cultura Bolivariana con las charlas-audiciones Los Blues. Música y memoria del pueblo y para el pueblo y Leonard Cohen: Como un pájaro en un cable, Duitama (21/jul/2017). Invitado al Encuentro de Escritores en Lorica, Córdoba, con La casa grande: ¿estamos derrotados? (10-12/ago/2017). Escribe en: www.agulha.com.br www.argenpress.com www.fronterad.com www.auroraboreal.net www.milinviernos.com Corresponsal www.materika.com Costa Rica. Co-autor de los libros Camilo Torres: Cruz de luz (FiCa, 2006), La muerte del endriago y otros cuentos (U. Central, 2007), Izquierdas: definiciones, movimientos y proyectos en Colombia y América Latina, U. Central, Bogotá (2014), Literatura, Marxismo y Modernismo en época de Pos autonomía literaria, UFES, Vitória, ES, Brasil (2015) y Guerra y literatura en la obra de J. E. Pardo (U. del Valle, 2016). Autor ensayos publicados en Cuadernos del Cine-Club, U. Central, sobre Fassbinder, Wenders, Scorsese. Autor del libro Cine & Literatura: El matrimonio de la posible convivencia (2014), U. Los Libertadores. Autor contraportada de la novela Trashumantes de la guerra perdida (Pijao, 2016), de J. E. Pardo. Espera la publicación de sus libros El crimen consumado a plena luz (Ensayos sobre Literatura), La Fábrica de Sueños (Ensayos sobre Cine), Músicos del Brasil, La larga primavera de la anarquía – Vida y muerte de Valentina (Novela), Grandes del Jazz, La sociedad del control soberano y la biotanatopolítica del imperialismo estadounidense, en coautoría con Luís E. Soares. Su libro Ocho minutos y otros cuentos (Pijao Editores, 2017) fue lanzado en la XXX FILBO, Colección 50 Libros de Cuento Colombiano Contemporáneo: 50 autores y dos antologías. Hoy, autor, traductor y, con LES, coautor de ensayos para Rebelión.
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