Traducido del inglés para Rebelión por Beatriz Morales Bastos
La foto de un anciano iraquí llevando en brazos el cuerpo quemado de un niño en Faluya, ampliamente difundida durante la controversia de los últimos días acerca del empleo de armas químicas, es prácticamente una copia de otra anterior que recuerdan los iraquíes, la de Halabjia en marzo de 1988. Ambos niños fueron víctimas de armas químicas: el primero fue matado por un dictador que no respetaba la democracia ni los derechos humanos y el segundo por soldados estadounidenses, apoyados por los británicos, que blanden la bandera llena de colores de aquellos principios al tiempo que rocían a los iraquíes con fósforo blanco y uranio empobrecido.
La imagen de Faluya es emblemática de una ocupación injusta. La semana pasada leíamos que el ejército estadounidense «estaba sorprendido por lo que habían encontrado» en una redada en un edificio del ministerio del Interior: más de cien prisioneros, muchos de ellos «con muestras de haber sido golpeados brutalmente» y de estar desnutridos. Había también informes de cadáveres con signos «de haber sido duramente torturados». El viceministro del Interior, Husein Kamel, también estaba «sorprendido». Su simulada sorpresa es una farsa inferior solo a la mentira de las Armas de Destrucción Masiva. Lo mismo que bajo el régimen de Sadam Husein la tortura ha continuado en centros de detención, prisiones, campos [militares] y celdas secretas mucho más allá de Abu Ghraib.
Mientras que los gobiernos británico y estadounidense se han pasado los treinta meses de la ocupación defendiendo la legalidad de las armas químicas y la «utilidad» de la tortura para obtener información, los iraquíes se han implicado en una lucha diferente: sobrevivir a la cada vez más dura ocupación y definir en consecuencia democracia y derechos humanos. Sus rasgos característicos son las experiencias de castigos colectivos, detenciones y asesinatos aleatorios.
El 16 de octubre, por ejemplo, un grupo de adultos y de niños se reunió en torno a un Humvee quemado a las afueras de Ramadi. Había un cráter en la carretera dejado por runa bomba que el día anterior había matado a cinco soldados estadounidenses y dos soldados iraquíes. Algunos niños estaban jugando al escondite y otros se divertían tirando piedras al vehículo, cuando un avión F-15 estadounidense disparó a la multitud. El ejército estadounidense afirmó después que habían matado a 70 resistentes en ataques aéreos y que no tenía constancia de que hubiera víctimas civiles.
Entre los «resistentes» muertos se encontraba el niño de seis años Muhammad Salih Ali, que fue enterrado en un bolsa de plástico después de que su familia recogiera lo que creían que eran sus restos; el de cuatro años Saad Ahmed Fuad, y su hermana de ocho Haifa, que tuvo que ser enterrada sin una de sus piernas ya que su familia fue incapaz de encontrarla.
El ejército estadounidense utiliza cada vez más los ataques aéreos para reducir sus propias bajas. También trabajan con las fuerzas iraquíes en misiones de búsqueda y destrucción para llevar a cabo represalias después de ataques con éxito contra sus tropas o para intimidar a la población antes de un proceso político coreografiado por EEUU.
La mayoría de los iraquíes se muestra indiferente ante el calendario político impuesto por los ocupantes -desde la cesión nominal de soberanía hasta los extraños tres meses de discusión étnica y sectaria acerca del gobierno provisional y la declaración por parte de Condoleezza Rice de la victoria del «Sí » en el referéndum sobre el borrador de la constitución apenas tres horas después del cierre de los colegios electorales. Creen los iraquíes que el objetivo de todo el proceso es desviar su atención de los principales problemas: la ocupación, la corrupción, la rapiña de los recursos iraquíes y el fracaso del gobierno provisional en el ámbito de los derechos humanos.
Un reciente informe de Human Rights Watch ofrece nuevos detalles acerca de las torturas infligidas a detenidos por parte del ejército estadounidense en Iraq. En una base militar cercana a Faluya, no solo se ha tolerado la tortura sino que incluso a veces se ha ordenado hacerla. El informe describe rutinarios y fuertes golpes a los prisioneros y la aplicación de productos químicos abrasivos a los ojos y piel de los detenidos para hacer que brillaran en la oscuridad. Miles de ellos han estado detenidos durante más de un año sin acusación o juicio alguno, incluyendo al escritor Muhsin al-Khafaji, que fue detenido en mayo de 2003.
Las mujeres son retenidas como rehenes por los soldados estadounidenses para obligar a sus parientes fugitivos a entregarse o confesar haber cometido actos terroristas. Sarah Taha al-Jumaily, 20 años y de Faluya, fue detenida dos veces: el 8 de octubre fue acusada de ser la hija de Musab al-Zarqawi, a pesar de que su padre, miembro de un partido panarabista, había estado detenido por el ejército estadounidense durante más de dos meses; y el 19 de octubre fue detenida y acusada de terrorismo. Miles de personas se manifestaron y hubo una huelga para pedir su liberación. El ministro de Interior afirma que hay 122 mujeres detenidas acusadas del nuevo crimen de ser «potenciales bombas suicida».
Dado que continúan las operaciones militares estadounidenses a gran escala, la situación sanitaria sobre el terreno se encuentra en un momento crítico. La infraestructura sanitaria iraquí, los médicos y el personal de los hospitales son incapaces de afrontar la cada vez mayor crisis humanitaria. No es de sorprender que cada vez más iraquíes apoyen a la resistencia.
La resistencia armada es aceptada por una resolución de 1978 de la Asamblea General de NNUU que reafirma «la legitimidad de la lucha de los pueblos por su independencia… contra… fuerzas ocupantes por todos los medios disponibles, en especial la lucha armada». El Congreso Fundacional Iraquí, un grupo que reúne partidos políticos y organizaciones de la sociedad civil, está dirigiendo la resistencia política. También existe la resistencia civil y comunitaria que incluye mezquitas, grupos de mujeres, grupos en defensa de los derechos humanos y sindicatos, que están en contacto con grupos internacionales contra la guerra y movimientos antiglobalización.
La mayoría de los iraquíes cree que tiene derecho a algo más que a una apariencia de independencia. La lección que la historia nos enseñó en Vietnam, que una persistente resistencia nacional puede acabar con los ejércitos más poderosos, se está aprendiendo ahora en Iraq.
Haifa Zangana es una novelista iraquí y estuvo presa durante el régimen de Sadam [email protected]
Texto original: http://www.guardian.co.uk/comment/story/0,,1646116,00.html