El día 1º de Octubre se conmemora el 75 aniversario de la conquista del voto de la mujer, su protagonista fue Clara Campoamor. Hija de una familia humilde, al morir su padre se pone a trabajar, tiene 13 años; pero no se quedó ahí, comprendió que la única manera de salir adelante en la vida […]
El día 1º de Octubre se conmemora el 75 aniversario de la conquista del voto de la mujer, su protagonista fue Clara Campoamor. Hija de una familia humilde, al morir su padre se pone a trabajar, tiene 13 años; pero no se quedó ahí, comprendió que la única manera de salir adelante en la vida era atendiendo a su formación, y así aprobó unas oposiciones a Telégrafos, se hizo abogada, y llegó a ser diputada de la II República. Fue una excepción a la regla de aquellos tiempos, tanto en su formación cultural, laboral o política, no digamos en lo que se refiere a la existencia misma, la media de edad de las mujeres estaba en 35 años, ella vivió hasta los 82; pocas personas alcanzaban esa edad.
«La mujer olvidada. Clara Campoamor y su lucha por el voto femenino», de Isaías Lafuente, nos lo cuenta en forma de biografía novelada. Libro muy elemental, a veces demasiado general, recoge los aspectos principales del espíritu de la mujer que habiendo tomado parte por la mitad del género humano, las mujeres, que tenían las peores consideraciones en su contra. A pesar de haber luchado por, y conseguido el, derecho al voto de éstas, ha sido olvidada, tanto es así que ni en el Congreso de los Diputados tiene un recuerdo, placa, busto o cualquier otro elemento que la recuerde; ahora parece que quieren, a 30 años de la dictadura.
Ahora bien, no perdamos de vista lo que ocurría, póngase atención en aquellos hombres que eran los referentes de la sociedad de su tiempo, para contrastarlo con el nuestro y sacar alguna enseñanza, aquellos hombres que impartían clases de «moral», o de aquellos otros que regaban a las gentes a través de los periódicos con todo tipo de escarnios hacia las mujeres reafirmando eso tan de la «buena sociedad»: «lo que debe ser».
Ya se daban por entonces algunas condiciones anómalas al respecto: las mujeres podían ser votadas en una lista electoral, pero no podían votar. Consiguieron llegar al Parlamento sólo 3, y sin embargo más del 50% de la sociedad eran mujeres. El machismo no era eso, eso era la expresión parlamentaria del machismo instituido por la religión católica, la monarquía absoluta y las estructuras sociales con las que esas dos instituciones sobrevivían.
El artículo que aprobaba el voto de la mujer, el 36 de la Constitución Española de 1931, Constitución Republicana, quedó así: «Los ciudadanos de uno y otro sexo mayores de 23 años tendrán los mismos derechos electorales conforme a los que determinen las leyes.» Para llegar a eso Clara Campoamor se debió enfrentar a buena parte de la Cámara de los Diputados, esa parte que la tachó a ella y a las mujeres en su conjunto de todo lo peor, acusaciones e insultos que, aunque con sordina, hoy siguen en boca de Diputados y responsables políticos. ¿Deberían dimitir o ser dimitidos quienes teniendo obligación de ser ejemplo de respeto hacen pública ostentación de su machismo?, porque los crímenes que se comenten diariamente contra las mujeres tienen una raíz educativa, social y política. Si son perseguidos los maltratadotes ¿por qué no son perseguidos quienes hacen manifestaciones públicas de machismo?.
Clara Campoamor no dio la primera batalla sino que fue la mujer que plasmó en el Parlamento la reivindicación de un derecho para la mujer.
Si la discusión entre Clara Campoamor y Victoria Kent -la primera defendiendo el derecho al voto como un principio, y la segunda argumentando que no era oportuno en ese momento- permite ver diferencias entre ellas en lo que debe caracterizar a la política como expresión del orden social republicano, en el campo de los hombres hubo un buen número que apoyó a Campoamor, tantos que en la votación final ganaron. Más allá de la no «oportunidad», argumento al que se agarraban algunos con extremada vehemencia, Indalecio Prieto y otros, más allá de tal argumento, decía, estaban los de las burlas y los insultos, hombres que hoy son conocidos y hasta bien considerados (leed «Una breve historia de la misoginia» de Anna Caballé, en editorial Lumen); ese grupo también tenía dos polos, en uno de ellos estaban gentes como Azaña, que describiendo la jornada parlamentaria de la discusión entre las dos diputadas dijo que había sido «muy divertida», y en el otro se ponían los que escandalizaban con argumentos como los de la iglesia católica en la revista Iris Paz: «La sociedad haría muy bien recluyéndolas como locas y criminales, en lugar de permitirles clamar en un club (hace referencia al Lyceum Club, un círculo de mujeres) contra las leyes humanas y divinas. El ambiente moral de la calle y de la familia ganaría mucho con la hospitalización de esas mujeres excéntricas y desequilibras.» Para éstos cualquier cambio es malo, cualquier cambio amenaza con la destrucción.
El libro, que no recoge el ambiente social y político del momento, que no habla de los avances republicanos en otros ámbitos, no es su objetivo, su objetivo es biografíar de manera novelada a Clara Campoamor, sí muestra dos intervenciones que indirectamente hablan del miedo de la burguesía. En Europa los cambios sociales que se aventuraban desde abajo ya habían hecho que algunos gobernantes tomasen postura encubierta a favor del nazismo, téngase en cuenta que estábamos en 1931, un año más tarde Hitler formaría gobierno con los votos del partido católico en Alemania. En España, en el Parlamento, el miedo a los cambios sociales profundos que afectasen al sistema capitalista palpitaban en el fondo de la discusión. Esas dos intervenciones, una a favor del voto de la mujer y otra en contra, indican que lo hacían pensando más allá del «derecho» o la «oportunidad», buscaban la manera de frenar cambios sociales y políticos más profundos: Clara Campoamor, que era del Partido Radical, de Lerroux, un partido del que se fue en el Bienio Negro por su alianza con la ultraderecha, pidiendo el voto a favor a los diputados: «-… No dejéis a la mujer avanzada que piense que su esperanza de igualdad está en el comunismo»; y el diputado Peñalba hablaba así pidiendo el voto en contra: «- Amigos y aliados socialistas ¿estáis seguros de que seréis vosotros los que aprovechéis ese voto femenino y no lo harán los comunistas?». Luego ¿qué se defendía en el Parlamento estando a favor o en contra del voto de la mujer? Parece que una adopción de nuevas formas sociales como freno o el inmovilismo, con el objetivo de impedir en el futuro otros cambios más profundos en una sociedad injusta.
Título: La mujer olvidada. Clara Campoamor y su lucha por el voto femenino.
Autor: Isaias Lafuente.
Editorial: Temas de Hoy.