Cuando Benicio del Toro, el reconocido actor de origen puertorriqueño, aceptó encarnar al Che Guevara en el filme que rueda con el norteamericano Steve Soderbergh, se fue a Argentina a indagar más sobre la vida de la legendaria personalidad. Allí encontró a un amigo de juventud del Che, Carlos Ferrer, Calica, quien ofreció a la […]
Cuando Benicio del Toro, el reconocido actor de origen puertorriqueño, aceptó encarnar al Che Guevara en el filme que rueda con el norteamericano Steve Soderbergh, se fue a Argentina a indagar más sobre la vida de la legendaria personalidad. Allí encontró a un amigo de juventud del Che, Carlos Ferrer, Calica, quien ofreció a la prensa sus impresiones sobre el actor: «»Me dijo que es un admirador ferviente del Che y de la Revolución cubana y tiene intenciones de hacer algo serio, porque uno siempre tiene mucha desconfianza de todo lo que viene de Estados Unidos».
Andy García, como era de esperar, hizo todo lo contrario. No se detuvo siquiera a saber cómo era, actuaba y sentía el Che Guevara. Se creyó los cuentos de los Carlos Alberto Montaner, los Félix Rodríguez, y otros buenos amigos que lo arropan en Miami cuando va a reunirse con los mercenarios de la Brigada 2506 o comparece en un programa de televisión del Canal 41 con el inefable Oscar Haza para hacer proselitismo (más que publicidad) sobre su frustrada aventura fílmica titulada La ciudad perdida.
No vale la pena desmontar las insidias que derrocha el filme ni las infamias que suscribe. La ciudad perdida, como veremos más adelante, cayó por su propio peso (o mejor dicho, su carencia total de peso) en el saco de las realizaciones olvidables. Pero sí apuntar cómo esta obsesión por enlodar la memoria del Che, a quien Andy García presenta como un matón desaforado, tiene mucho que ver con la desesperación cada vez más evidente en los círculos de la ultraderecha cubanoamericana ante las nuevas realidades del entorno continental.
Es la misma desesperación que llevó a una radio de Miami a arremeter contra el cantante dominicano Sergio Vargas por vestir una camiseta con la imagen del Che, o a Paquito D’Rivera a amenazar al guitarrista y compositor de origen mexicano Carlos Santana por lucir idéntica prenda en la ceremonia de entrega de los Oscar.
Se trata de que la lección ética del Che está rindiendo frutos en una América Latina donde el modelo neoliberal sufre una profunda crisis y se advierte un cambio de mentalidad incompatible con las viejas reglas del colonialismo cultural, aquellas que dictaban obediencia sin límites a los esquemas de Washington. De que los valores de la solidaridad se van haciendo notar por encima de los contravalores del egoísmo.
Como García quiere ignorar esto, se lamenta de que su filme no haya tenido la acogida que merece en el público hispanoamericano, pese a su insistencia publicitaria y a que el diario madrileño El País, a propósito del estreno de la película este noviembre en España, la haya presentado como «una sobria y elegante declaración de amor» a Cuba, y subraye como valor añadido que el guión original fue escrito por Guillermo Cabrera Infante.
La película, cuya trama se ubica (¿o desubica?) temporalmente en los días previos al triunfo de la insurrección contra la tiranía batistiana e intenta contar el destino de de tres hermanos ante la situación revolucionaria, no funciona ni como panfleto ni como película.
Eso lo supieron los directivos de los estudios de Hollywood que rechazaron el proyecto a lo largo de varios años. Una vez realizada, le ha costado dios y ayuda distribuirla. García tuvo que admitirlo en una entrevista concedida a las frívolas páginas sociales del periódico dominicano Listín Diario: «Hubo festivales de cine que no quisieron mostrar el filme». Pero fiel a su manera de pensar, mira la paja en ojo ajeno al decir: «Y continuará pasando de parte de la gente que no quiere ver ensuciada la imagen del Che Guevara y de quienes apoyan el régimen de Castro en Cuba».
En los propios Estados Unidos la crítica no ha sido complaciente con La ciudad perdida. Michael Atkinson en The Village Voice comentó: «La historia de García lamenta la pérdida de riqueza fácil de unos pocos privilegiados. […] La gente pobre está absolutamente ausente; García y Cabrera Infante al parecer pensaron que las revoluciones campesinas suceden por ninguna razón en particular -o al menos por ninguna razón que al 1% acaudalado debiera importarle».
Peter Reiner, crítico del Christian Science Monitor, escribió: «En La ciudad perdida se ha perdido la complejidad histórica».
Stephen Holden, en The New York Times, señala burdos errores de contexto: «Las masas de cubanos empobrecidos que recibieron a Castro como un libertador aparecen solo en avances noticiosos granosos y en blanco y negro. […] El diálogo político en la película estrictamente está a nivel de un estudiante de secundaria» En cuanto al nivel de actuación, lamenta la profusión de «bufas parodias de amargados apparatchiks comunistas ladrando órdenes».
Ed González, en Stant 2006, concluye: «[La película es] un manifiesto que probablemente agrade solo a aquellos cubanos cuyas cuentas bancarias fueron destruidas después de la Revolución, o por aquellos que lograron su fortuna en Estados Unidos».
Un periodista español, J.M Álvarez, muy bien enterado de los avatares de Andy García, ha descrito con exactitud la trayectoria artística y los modales políticos del actor-director de origen cubano: «Educado en los valores y costumbres de Estados Unidos, decidió hacerse actor de cine. Y la cosa fue relativamente bien mientras se limitó a representar papeles de policía justiciero o de ayudante de capos italianos. Pero un día debió de perder su escaso juicio y decidió, para desgracia del Séptimo Arte, protagonizar a García Lorca en una película en la que éste -a causa de las ideas preconcebidas que los estadounidenses tienen sobre el mundo hispano en general- era presentado casi como un torero haciendo el paseíllo a las cinco de la tarde. Menos mal que lo único que tiene Andy en común con el poeta granadino es el apellido. Ahora se inicia como director de cine, reflejando, bajo su reaccionario punto de vista, la sociedad habanera de la década de los 50, hasta la llegada al poder de los revolucionarios de Sierra Maestra».
«Hace tiempo -prosigue Álvarez- que se considera un «exiliado político», no sé muy bien por qué, pues desde que su familia abandonara Cuba voluntariamente, siendo él un niño y por tanto sin capacidad analítica, no ha regresado jamás. En consecuencia, lo único que conoce de Cuba es la propaganda intoxicadora que realizan la extrema derecha cubana de Miami y los medios de desinformación imperialistas. Pero como la ignorancia, a medida que se prolonga en el tiempo, provoca que algunos adquieran confianza, Andy terminó creyéndose su condición de exiliado e hizo causa común con Gloria Estefan -la del clan musical de Florida- para, junto a grupos terroristas de Miami, participar activamente en las repugnantes maniobras dirigidas a secuestrar al niño cubano Elián González, con el fin de evitar que fuera entregado a su padre».
En suma, que García es mucho más creíble como El padrino III que haciéndose pasar por nostálgico de una Cuba que infructuosamente imaginan los Bush y sus correligionarios del Sur de la Florida.