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El dilema de los dirigentes de Iraq

Fuentes: Al Ahram Weekly

Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández.

Cuando Haidar Al-Abadi fue nombrado en agosto primer ministro de Iraq, las potencias occidentales, los vecinos de Iraq y las Naciones Unidas alabaron su nombramiento considerándolo un paso prometedor en los esfuerzos para formar un gobierno de unidad que trabajara para salvar a Iraq de una inminente guerra civil.

El Presidente Barack Obama de EEUU elogió la «visión política» de Al-Abadi y su «talante integrador», saludándole como la persona adecuada para dirigir Iraq mientras el país se enfrenta a la enorme amenaza del grupo del Estado Islámico (EI), que se ha apoderado de casi una tercera parte del territorio iraquí y que se encuentra ya en las inmediaciones de Bagdad.

Muchos de los autoproclamados expertos en Iraq de los medios de comunicación occidentales se unieron al coro, atizando la excitación por el nombramiento de Al-Abadi. Le veían como el hombre que iba a poder dar la vuelta a las fallidas políticas de su predecesor Nuri Al-Maliki, a cuyo modelo de gobierno, profundamente autoritario y sectario, se culpabiliza en gran medida de la crisis en Iraq.

Muchos iraquíes también confiaban en que Al-Abadi, formado en Gran Bretaña y que tiene un doctorado en ingeniería electrónica, sería capaz de lograr alguna mejora en la suerte de Iraq.

En su programa de gobierno, Al-Abadi prometía llevar a cabo los cambios necesarios, pero la pregunta que se plantea es si va a poder realizarlos.

Al-Abadi cometió un error político garrafal la semana pasada en su primera aparición en la escena internacional, cuando durante su visita a Nueva York para asistir a la Asamblea General de la ONU dijo a los periodistas que tenía «informes exactos» de los planes del EI para atacar los servicios del metro en EEUU y París.

Afirmó que había un grupo de militantes de nacionalidad estadounidense y francesa que estaba bajo vigilancia iraquí.

Los altos funcionarios estadounidenses y franceses, que hubieran esperado recibir de antemano tan importante información a través de canales oficiales dijeron que no había pruebas que respaldaran las afirmaciones de Al-Abadi. Para mayor bochorno, los medios internacionales se dieron prisa en burlarse de él alegando que estaba fuera de la realidad o que era innecesariamente alarmista.

En otros casos, esa declaración se habría considerado simplemente una infracción de la etiqueta por parte de un político que acaba de llegar al poder y que intenta atraer la atención mundial durante un importante acontecimiento internacional. Sin embargo, la torpeza diplomática de Al-Abadi reveló también una falta de profesionalidad en un momento crítico y en un lugar especial.

La metedura de pata ha puesto bajo los focos el sentido del discernimiento y las cualidades de liderazgo de Al-Abadi en un momento en que la comunidad internacional está poniendo sus esperanzas en él para ver si demuestra tener el liderazgo necesario para resolver la prolongada crisis de poder y el conflicto etnosectario.

Menos de un mes es apenas tiempo suficiente para poder hacer una valoración completa de la capacidad de gobierno de Al-Abadi, pero puede ciertamente funcionar como diagnóstico, de modo especial cuando se enmarca en la mínima experiencia política del nuevo primer ministro.

Al-Abadi es un líder inexperimentado que carece de la fortaleza política para abordar con eficacia los complicados problemas de forma convincente y para múltiples audiencias, con sus diversos intereses y puntos de vista.

Con Iraq en un punto de inflexión crucial, la cuestión clave ahora es si Al-Abadi puede aumentar sus expectativas y proporcionar el necesario liderazgo. Si no, tendrá que asumir la responsabilidad por el fracaso de su gobierno y finalmente por la ruptura de Iraq.

Al-Abadi parece sentirse desalentado ante las tareas a afrontar, sobre todo a la hora de cumplir al menos con una parte de las expectativas: librar a Iraq del legado de sectarismo, autoritarismo, ineficacia, corrupción desenfrenada y esclerótico sistema político de Al-Maliki.

Uno de los mayores desafíos de Al-Abadi es la guerra contra el EI. La campaña de ataques aéreos lanzada por la coalición internacional dirigida por EEUU puede tener el potencial necesario para afectar al grupo terrorista y limitar su capacidad para nuevos avances, pero no de destruir la organización.

Los ataques aéreos constituyen una guerra asimétrica, y no se espera que los capitostes de EEUU se aventuren en una guerra que podría revelar debilidades y vulnerabilidades a adversarios dispuestos a utilizar esos ataques.

Por tanto, la estrategia militar de la coalición se basa en encargar a las fuerzas de seguridad iraquíes que derroten al EI luchando sobre el terreno. Eso es algo que Al-Abadi debe emprender en su capacidad de comandante en jefe de las fuerzas armadas de Iraq.

El grupo parece haber ampliado sus efectivos a decenas de miles de hombres desde los sorprendentes ataques que llevó a cabo en junio, y se ha reorganizado y cambiado sus tácticas y estrategias de modo asombroso. Una de las tácticas notables que ha adoptado es compensar su debilidad frente a la poderosa fuerza aérea de Iraq redistribuyéndose por zonas residenciales.

En suma, aunque el bombardeo de la coalición puede haber ralentizado los avances del grupo, no ha disminuido hasta ahora su capacidad para operar en múltiples frentes en Iraq. En efecto, el EI, que está apoyado por grupos locales sunníes y los leales al ex presidente iraquí Sadam Husein, está a la ofensiva en muchas partes del centro de Iraq, sobre todo en la periferia de Bagdad.

Una mirada más estrecha sobre la crisis iraquí muestra que, en el cinturón que rodea Bagdad. hay bolsas que el grupo mantiene y que ha utilizado para romper las líneas de las fuerzas iraquíes de seguridad y amenazar a la capital.

El mes pasado, el grupo lanzó dos ataques importantes en el norte y oeste de Bagdad, enfrentándose con las fuerzas de seguridad y las milicias chiíes en muchas posiciones. Los informes sugerían que el grupo había utilizado gas cloro en algunas áreas cercanas a Bagdad, añadiendo una nueva dinámica a la guerra contra las fuerzas iraquíes.

El grupo ha estado a la ofensiva en muchas zonas de Bagdad. La pasada semana, los militantes asediaron a las tropas iraquíes estacionadas al oeste de Bagdad durante cuatro días antes de sobrepasar sus barricadas y matar a unos 300. También se apropiaron de equipamiento, armas y vehículos militares, incluidos tanques.

Los coches-bomba y las explosiones en las carreteras han continuado produciéndose en Bagdad en las últimas semanas. El 18 de septiembre, los militantes del EI atacaron una prisión controlada por la inteligencia del ejército, demostrando su capacidad para romper sistemas pesados de seguridad. Las explosiones en las barriadas chiíes persiguen desafiar a las milicias chiíes que toman parte en los combates contra el grupo.

Con todo, Iraq no parece tener un enfoque militar capaz de derrotar al EI sobre el terreno, y se duda de la capacidad de Al-Abadi para poner en marcha una estrategia viable hasta que empiece la rehabilitación general de las fuerzas de seguridad iraquíes.

Los analistas están de acuerdo en que el ejército iraquí está en una situación desastrosa, y para combatir agresivamente al EI se necesita un ejército bien entrenado y armado.

Esto va a necesitar de un líder de alto nivel ayudado por asesores y personal profesional elegidos sobre todo por su competencia y experiencia y no por sus antecedentes sectarios o lealtades personales.

Al-Abadi tiene aún que mostrar que puede cambiar a fondo la forma en que su predecesor dirigía las fuerzas de seguridad, que se habían convertido en instituciones desmoralizadas y corruptas.

En el frente político, también persiste la confusión, se esperaba que Al-Abadi formara un gobierno de unidad nacional que se encargara de la reconciliación, especialmente para ganarse a los líderes comunitarios sunníes, alienados por el enfoque sectario del gobierno de Al-Maliki.

También se esperaba que el gobierno de Al-Abadi acabe con los desacuerdos con los kurdos respecto a compartir el poder y los recursos nacionales.

Sin embargo, el nuevo gobierno está lejos de ser inclusivo. En muchos aspectos se parece aún bastante a los gobiernos que se formaron tras la invasión estadounidense de 2003 que unió a las oligarquías etno-sectarias de las tres principales comunidades, chiíes, sunníes y kurdos, mientras excluía a las extensas elites nacionalistas laicas.

Washington ha promovido la idea de incluir a los sunníes en las tareas policiales de sus áreas creando la Guardia Nacional Provincial, que era una de las condiciones para que EEUU incrementara su ayuda militar.

Sin embargo, hasta ahora, Al-Abadi no ha dado pasos concretos para formar esas unidades, y los políticos chiíes han propuesto la idea de reclutar a milicias chiíes como equivalentes. Al-Abadi no tiene aún ministro de defensa o de interior debido a las disputas entre parlamentarios sunníes y chiíes.

Mientras tanto, los ministros kurdos no se han unido al gabinete a la espera de que se resuelvan las disputas respecto al presupuesto estatal, los ingresos del petróleo, el estatuto de las fuerzas kurdas de los Peshmerga y el futuro de los territorios de los que se han apoderado los kurdos durante la contienda con el EI.

Al-Abadi tiene también problemas con sus compañeros chiíes. En los últimos días muchos chiíes han declarado estar desconcertados por los compromisos de Al-Abadi en la lucha contra el EI, incluyendo su decisión de parar los ataques aéreos contra los baluartes de los insurgentes dentro de las ciudades.

Estos chiíes creen que la agenda de seguridad del primer ministro sigue estando al servicio de las condiciones previas que impone EEUU.

Uno de los principales problemas que los iraquíes esperan que Al-Abadi aborde es la corrupción. Ha prometido no guardar silencio respecto a este problema pero se confía poco en que realmente ponga en marcha las medidas necesarias para erradicarla.

El gabinete de Al-Abadi incluye a algunos pesos pesados chiíes de los que se esperan presiones para participar en la toma de decisiones. Es improbable que pueda mostrar fortaleza para mantener una postura firme ante ellos si no despliega mejores habilidades y cualidades de liderazgo.

Los dirigentes del Iraq post-Sadam han sido objeto de críticas por despilfarrar las oportunidades de reconstruir Iraq como Estado estable y democrático. En el pasado, han demostrado ser incapaces de adoptar medidas audaces e innovadoras. Lamentablemente, las mismas elites corruptas y avariciosas empoderadas por la invasión dirigida por EEUU ocupan ahora los escaños del poder en Bagdad y están más que dispuestas a cometer los mismos errores que sus predecesoras.

Al-Abadi no es la excepción. La forma en que los estadounidenses y otros aliados han estado animando su ego ha sido una forma de excusarse de la responsabilidad del anticipado fracaso de la campaña contra el EI, permitiéndoles culpar de ello a Al-Abadi.

Ante tan compleja situación, lo que Iraq necesita son líderes con capacidad de regeneración, con visión estratégica, coraje, integridad y habilidades para construir consenso e introducir una nueva serie de iniciativas políticas que transformen la forma de dirigir el país y no hacerlo como si fuera un conglomerado de feudos.

Sin esas medidas, Iraq no sobrevivirá a los fracasos de sus dirigentes. No hará sino retroceder hasta poner fin a su vida como Estado unitario y todo porque los líderes que se suben al carro del poder reconocen los desafíos a los que se enfrentan, pero no están dispuestos o son incapaces de hacer lo necesario para superarlos.

Salah Nasrawi es un periodista y escritor iraquí.

Fuente: http://weekly.ahram.org.eg/News/7406/19/Iraq’s-leadership-quandary.aspx