Traducido del inglés para Rebelión por Beatriz Morales Bastos
El discurso del presidente Barack Obama retransmitido a todo el Estado desde el Despacho Oval de la Casa Blanca el pasado jueves [27 de agosto de 2010] fue un ejercicio de cobardía y de engaño. Fue decepcionante para el pueblo de Estados Unidos y de todo el mundo en su caracterización de la criminal guerra contra Iraq. Y fue cobarde en su prosternación ante el ejército estadounidense.
El discurso no podía sino inspirar disgusto y desprecio entre quienes lo vieron. Obama, que en gran medida debe su presidencia al sentimiento en contra de la guerra del pueblo estadounidense, utilizó el discurso para glorificar la guerra a la que erróneamente se había considerado que él se oponía.
El pasaje más espeluznante llegó al final del discurso de 19 minutos cuando Obama declaró: «Nuestras tropas son el acero de nuestro barco de Estado» y añadió: «Y aunque nuestra nación navegue por aguas tempestuosas, nos dan confianza de que nuestro rumbo es bueno».
El miserable discurso de Obama merece ser recordado por esta declaración más que por todas ambigüedades acerca de la retirada de tropas. Era una retórica apropiada para una república bananera gobernada por los militares o para un Estado fascista. El ejército (y no la Constitución, ni la voluntad del pueblo o las instituciones ostensiblemente democráticas del país) constituyen el «acero» en el «barco de Estado». Se supone que los derechos democráticos del pueblo son un lastre que se puede arrojar por la borda cuando sea necesario.
El motivo del discurso fue el plazo artificial fijado por el gobierno de Obama para lo que el presidente llamó el «final de nuestras misiones de combate en Iraq.» Ésta es sólo una de las innumerables mentiras incluidas en sus breves comentarios.
Unas 50.000 personas pertenecientes a las tropas de combate siguen desplegadas en Iraq. Aunque se les ha cambiado el nombre por el de fuerzas «transitorias» dedicadas supuestamente a «adiestrar» y «aconsejar» a las fuerzas de seguridad iraquíes, su misión sigue siendo la misma.
Es más, apenas una semana después de que los medios convirtieran el repliegue de Iraq de solo un batallón Stryker en un «hito» que señalaba la retirada de las últimas tropas de combate, se envió de vuelta al país ocupado desde Fuerte Hood, Texas, a 5.000 miembros del Tercer Regimiento Acorazado de Caballería.
Washington no tiene intención de acabar con su presencia militar en Iraq. Sigue construyendo bases permanentes y está determinado a seguir con la agenda original después de que gobierno de Bush iniciara la guerra en marzo de 2003: la imposición de la hegemonía estadounidense en el rico en petróleo Golfo Pérsico.
El discurso de Obama fue tan incoherente como humillante. De forma deshonesta, el presidente trataba ganar crédito por cumplir su promesa de campaña respecto a Iraq. Cuando era candidato había prometido retirar las tropas de combate estadounidenses del país en el plazo de 16 meses desde que llegara al poder. Al final se limitó a adoptar el calendario y el plan diseñados por el Pentágono y el gobierno de Bush para una retirada parcial que deja 50.000 soldados de combate en Iraq.
Bajo la apariencia de rendir tributo a «nuestros soldados» el residente demócrata se sentía obligado a distorsionar y lavar la imagen de todo el carácter de la guerra a la que fueron enviados a luchar describiendo uno de los capítulos más negros de la historia estadounidense como una especie de esfuerzo heroico.
«Mucho ha cambiado» desde que Bush emprendió la guerra hace siete años y medio, afirmó Obama. «Una guerra para desarmar a un Estado empezó una lucha contra toda insurgencia» en la que los soldados estadounidenses combatieron calle por calle para ayudar a Iraq a aprovechar la oportunidad de un futuro mejor».
El discurso se elaboró como si el presidente se dirigiera a una nación de amnésicos. ¿ Creía realmente que nadie recuerda que fue una guerra que se emprendió basándose en mentiras? Se le dijo al pueblo estadounidense que era necesaria la invasión de Iraq porque el gobierno de Sadam Husein había desarrollado «armas de destrucción masiva» y se estaba preparando para ponerlas en manos de al-Qaeda para hacer estallar «nubes en forma de hongo» sobre todas las ciudades estadounidenses.
No había «armas de destrucción masiva» ni había relación alguna entre el régimen iraquí y al-Qaeda. Eran invenciones de un gobierno que estaba decidido a llevar a cabo una guerra de agresión para hacer avanzar los intereses estratégicos imperialistas estadounidenses.
Estas mentiras se expusieron minuciosamente y contribuyeron a hacer que entre el pueblo estadounidense aumentara una hostilidad generalizada hacia la guerra. Todo esto tiene que ser olvidado, descalificado y reducido a detalles insignificantes.
Obama presentó al pueblo iraquí como el afortunado beneficiario del auto-sacrificio y heroísmo estadounidense, que le otorgó la «oportunidad de abrazar un nuevo destino».
Apenas se podría imaginar que más de un millón de iraquíes han perdido la vida a consecuencia de esta guerra estadounidense que no fue provocada, ni que la violencia ha expulsado de sus hogares a unos cuatro millones de personas obligadas a exiliarse o bien desplazas dentro del propio país devastado por la guerra. Cada institución y componente esencial de la infraestructura social de Iraq fue arrasado por la invasión estadounidense, que desencadenó lo que con toda propiedad se podría calificar de sociocido, el asesinato de toda una sociedad. La devastación causada por el militarismo estadounidense ha dejado una destrozada nación de viudas, personas sin hogar, parados y heridos.
Aunque se pudo lograr una reducción temporal de la resistencia armada a la ocupación estadounidense cometiendo una sangría entre el pueblo iraquí, lo que ha quedado es una sociedad y un sistema político inviables, dominados por divisiones sectarias y eclipsados por la continua presencia estadounidense.
Entre las secciones del discurso de Obama que más revolvían el estómago estaba el tributo gratuito a su antecesor, George W. Bush. Aunque reconoció que habían «estado en desacuerdo respecto a la guerra» (un desacuerdo que no tenía ganas de explicar en detalle), Obama insistió en que «nadie podría dudar del apoyo del presidente Bush a nuestros soldados, o de su amor al país y su compromiso con nuestra seguridad». Esto demostraba, continuó, que «había patriotas que apoyaban esta guerra y patriotas que se oponían a ella. Y todos nosotros coincidimos en nuestro reconocimiento a nuestro hombres y mujeres soldados».
Bush emprendió una guerra que era ilegal según el derecho internacional. Él y otras figuras dirigentes de su gobierno (Dick Cheney, Donald Rumsfeld, Condoleezza Rice) arrastraron al pueblo estadounidense a un crimen de guerra, esencialmente el mismo acto por el que los nazis fueron juzgados y condenados en Nuremberg: planear y emprender una guerra de agresión.
Obama dijo a su audiencia que había hablado con Bush aquella tarde, aparentemente para expresar su solidaridad a un criminal de guerra que debería ser juzgado en La Haya.
Inevitablemente, a este crimen esencial le sucedieron toda una serie de otros crímenes. Los «hombres y mujeres soldados» estadounidenses, cuyo honor se invoca constantemente para justificar el asesinato masivo, se convirtieron en partícipes de estos espantosos crímenes.
Al pueblo estadounidense y al mundo entero le asquearon las imágenes procedentes de Abu Ghraib. Pero el gobierno Obama ha intervenido ante los tribunales para impedir que se expongan las pruebas de otros actos criminales que son aún más atroces.
Los propios soldados fueron víctimas de esta guerra. Casi 4.500 han perdido la vida en la agresión emprendida por el gobierno de Bush y otros 35.000 más han resultado heridos. Cientos de miles han padecido traumas psicológicos a consecuencia de ser arrojados a una sucia guerra colonial.
«La grandeza de nuestra democracia es nuestra capacidad para movernos más allá de nuestras diferencias y aprender de nuestras experiencias mientras hacemos frente a los desafíos que tenemos ante nosotros», continuó Obama. ¡Menuda farsa!
La reputación de la democracia estadounidense se construyó sobre principios y derechos constitucionales que fueron destrozados por el gobierno Bush en nombre de una «guerra global contra el terrorismo». El gobierno de Obama ha aceptado completamente estos ataques a los derechos democráticos y ha defendido el espionaje interno, los juicios extraordinarios, el encarcelamiento sin cargos o juicio, e incluso arrogar al ejecutivo el derecho de considerar a ciudadanos estadounidenses sospechosos de terrorismo y ordenar su ejecución extrajudicial.
El retorcido camino del discurso de Obama llevó de Iraq a Afganistán. En este caso afirmó que era una guerra que podría ser apoyada por «estadounidenses de todo el espectro político» porque supuestamente se emprendió contra al-Qaeda, que «sigue tramando contra nosotros».
Señaló que la «retirada de Iraq» había permitido que se dedicaran mayores recursos a esta guerra con el resultado de que «casi una docena de dirigentes de al-Qaeda» habían sido «asesinados o capturados por todo el mundo».
No se explicó qué tiene esto que ver con triplicar el número de soldados estadounidenses desplegados en Afganistán desde que Obama entró en la Casa Blanca. Según altos cargos y agentes de la inteligencia estadounidense, hay menos de cien miembros de al-Qaeda en Afganistán, que ahora está ocupado por casi 100.000 soldados estadounidenses y otros 40.000 de la OTAN y otros soldados extranjeros.
Obama continuó reconociendo que las fuerzas estadounidenses «están luchando para romper el impulso talibán» sin molestarse siquiera en exponer los argumentos a favor de una relación entre esto y «eliminar» a miembros de al-Qaeda por todo el planeta. La realidad es que en Afganistán las fuerzas estadounidenses están luchando contra afganos que resisten a una ocupación extranjera. El objetivo no es derrotar el «terrorismo», sino establecer el dominio estadounidense en Asia Central, con su importancia geoestratégica y sus vastos recursos de energía.
Por último, tras reconocer que la guerra de Iraq había contribuido a llevar al país a la quiebra, Obama sugirió que el cambio que ha ordenado en el despliegue militar en Iraq está relacionado en algún modo con una determinación por parte de su gobierno de cambiar su centro atención hacia resolver la crisis a la que se enfrentan más de 26 millones de trabajadores estadounidenses que o bien están en paro o son incapaces de encontrar un empleo a tiempo completo.
«Hoy, nuestra tarea más urgente es restaurar nuestra economía y hacer que los millones de estadounidenses que han perdido su empleo vuelvan a trabajar», afirmó. «Para fortalecer a nuestra clase media debemos dar a todos nuestros niños la educación que merecen y a todos nuestros trabajadores las habilidades que necesitan para competir en una economía global».
Ésta es otra mentira. Mientras que el gobierno ha entregado billones de dólares para rescatar a Wall Street, ha dejado claro muchas veces que no hará nada para crear empleo para los parados. Por lo que se refiere a la educación, el gobierno federal sigue recortando los fondos, despidiendo a profesores y cerrando escuelas.
Tras su retórica artera el discurso ha subrayado una cosa: las decisiones respecto a Iraq y Afganistán las han dictado los altos cargos militares y la Casa Blanca de Obama las ha implementado obedientemente. Éste es un gobierno que no tiene una política independiente y mucho menos convicciones. Implementa unas políticas elaboradas en otra parte (en Wall Street y dentro del Pentágono) y está entregado a la defensa de la aristocracia financiera a expensas del pueblo estadounidense.
Fuente: http://www.wsws.org/articles/
rCR