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El Estado: ¿un mal necesario? (I)

Fuentes: sursiendo.com

Sursiendo hilos sueltos Algunos textos anteriores pueden abrir una puerta a lo que pensamos sobre las instituciones. Sin embargo, con este pequeño ensayo nos proponemos repensar en concreto a la institución estatal. En el contexto actual de crisis múltiples y complejas ¿es realmente el Estado un «mal necesario»? Modernidad: Estado y democracia Portada de El […]

Sursiendo hilos sueltos

Algunos textos anteriores pueden abrir una puerta a lo que pensamos sobre las instituciones. Sin embargo, con este pequeño ensayo nos proponemos repensar en concreto a la institución estatal. En el contexto actual de crisis múltiples y complejas ¿es realmente el Estado un «mal necesario»?

Modernidad: Estado y democracia


Portada de El Leviatán de Hobbes. La frase latina que aparece en la parte superior se puede traducir como

Portada de El Leviatán de Hobbes. La frase latina que aparece en la parte superior se puede traducir como «No hay poder sobre la Tierra que se le compare».

Mucho se habla en los últimos años de la crisis del Estado y de la crisis del capitalismo ¿cómo llegamos hasta aquí? La Edad Moderna se inició alrededor de mediados del siglo XV con los cambios producidos por la caída de Constantinopla, la invención de la imprenta (que dio paso al desarrollo del Humanismo y el Renacimiento), consolidando este cambio de Era el inicio de la colonización de América y la Reforma Protestante en Europa (siglo XVI). Desde entonces y durante estos casi seis siglos se gestaron, desarrollaron y consolidaron un orden y una institución asociadas: el capitalismo y el Estado.

Hace unos años el politólogo italiano Norberto Bobbio enfatizada el debate entre quienes asumen el Estado como continuidad de un período anterior y quienes no. Los autores que están a favor de la discontinuidad sostienen que la realidad del Estado moderno es una forma de ordenamiento tan diferente de los anteriores que ya no pueden ser llamados con los nombres antiguos. Este argumento se apoya en que con Maquiavelo no únicamente se inicia el éxito de una palabra sino la reflexión sobre una realidad desconocida para los escritores antiguos, y de la cual la nueva palabra es un ejemplo. De esta manera sería oportuno hablar de Estado únicamente para las formaciones políticas que nacen de la crisis de la sociedad medieval, y no para los ordenamientos anteriores. El Estado moderno es definido mediante dos elementos constitutivos: la función de la prestación y atención de los servicios públicos y el monopolio legítimo de la fuerza.

Por su parte, los pensadores que están en favor de la continuidad del origen del nombre del Estado afirman que hay una tendencia a sostener la continuidad entre los ordenamientos de la antigüedad, el Medievo y los de la época moderna. Los argumentos que sostienen esta tesis para autores como Hobbes, Montesquieu o Rousseau mencionaban y conceptualizaban al Estado aunque fuera con nombres diferentes (polis, civitas, imperium y res publica). El fundamento de su poder se da en términos jurídicos de donde nace la idea del contrato social y por ende, del contrato de sujeción. El primero, denominado pactum societatis, explica la unión de los individuos en sociedad; el segundo, llamado pactum subjectionis, explica la sumisión al soberano. Con Hobbes se firma el contrato como súbditos y con Rousseau el contrato como ciudadanos (aunque para Hobbes el nacimiento de la sociedad civil va aunado al del Estado).

Según Giovanni Sartori la palabra Estado no se usó hasta el siglo XVI, y «entra en el vocabulario político en Italia, en expresiones como Estado de Florencia y Estado de Venecia para caracterizar las formaciones políticas en las que la terminología medieval (regnum, imperium o civitas) eran manifiestamente inadecuadas». Es Maquiavelo quien primero registra este uso al principio de El príncipe aunque Norberto Bobbio sostiene que la palabra no fue ideada por Maquiavelo:

Minuciosas y amplias investigaciones sobre el uso de Estado, en el lenguaje de los siglos XV y XVI muestran que el paso del significado común del término status de situación al Estado en el sentido moderno de la palabra, ya se había dado mediante el aislamiento del primer término en la expresión clásica status res pública. El mismo Maquiavelo no hubiera podido escribir la frase precisamente al comienzo de la obra si la palabra en cuestión no hubiese sido ya de uso corriente.

Dejando a un lado la controversia sobre la paternidad del concepto, la secularización del aspecto privado del público es el hito de esta nueva organización, el Estado, en apariencia necesaria ante el crecimiento poblacional y por ende sus necesidades derivadas.

La palabra Estado se vuelve importante y necesaria sólo cuando empieza a designar una presencia estructural del poder político y un control efectivo de esa entidad sobre todo un territorio sometido a su jurisdicción. Según Giovanni Sartori para llegar a eso hay que esperar al siglo XIX, alcanzando su madurez en el XX.

Con la revolución industrial iniciada en Inglaterra en el siglo XVIII se da un paso fundamental en la consolidación del Estado-nación y la explosión del capitalismo en Occidente. Se da una reterritorialización producida por las leyes de cercamiento, que en esta nueva contribución aparecerá como un proceso de «urbanización extendida original»: un paso decisivo en la apertura de los territorios precapitalistas a los mercados de trabajo y mercancías, en una dinámica de reestructuración y reescalamiento de las relaciones campo-ciudad consecuente también con las aspiraciones imperialistas del gobierno británico.

Con las grandes luchas y revoluciones del siglo XIX, y las consecuentes respuestas del poder hegemónico capitalista, llegamos al siglo XX con la Primera Guerra Mundial, seguida de la crisis del ’29. Ambos hechos transforman las relaciones sociales y geopolíticas, con un capitalismo que demuestra sus debilidades, pero aún con un Estado sirviéndole de colchón y de reanimador. Las movilizaciones obreras se sucedían, ahora con la referencia soviética como espejo y como apoyo.

Como explica Gustavo Esteva

el New Deal, como se llamó el paquete de políticas que aplicó el presidente Franklin D. Roosevelt ante la Gran Depresión era ante todo una respuesta política a la movilización de los trabajadores. Era ésta, más que las contradicciones estructurales del sistema, lo que ponía en peligro su supervivencia. El New Deal contenía tres elementos: a) Integración institucional de los trabajadores. b) Acuerdo de productividad. c) Creación del «estado de bienestar». Se pactó una «red de seguridad social» que abarcó la educación, la salud, el seguro de desempleo y otros aspectos.

 

El Estado del Bienestar 

Manifestación del pintor Antonio Berni

Manifestación, de Antonio Berni

El contrato social que supone el Estado se reacomoda para prometer porvenir, desarrollo, bienestar. El Estado desde la posguerra (1945) y hasta principios del siglo XXI sufrió tales cambios en la esfera política que nos han obligado a repensar la herencia política de Occidentegenerada en toda su historia.

Un primer momento que debemos identificar es el llamado Estado de bienestar surgido tras los primeros años posteriores a la Segunda Guerra Mundial: el Estado es el principal actor de la actividad económica, controlando las principales áreas de producción. Encontraremos a un Estado poseedor de la generación de electricidad, de los hidrocarburos, brindando los servicios de salud, educación, etc., un Estado que intervendrá en la infraestructura y en la proporción de servicios a la población.

En las democracias occidentales el Estado benefactor tuvo su época de apogeo en los años cincuenta e inicios de los sesenta. Esta forma de entenderlo generó cambios no sólo en el mundo económico sino también en el político y jurídico.

A principios de la década de los setenta se presentaron grandes problemas financieros en las principales potencias mundiales con la inestabilidad en los mercados petroleros y un déficit en el presupuesto para cubrir las exigencias de un Estado asistencial. En este mismo sentido encontramos con los primeros estudios sobre los daños al ambiente, pero especialmente con hallamos ante revolución informática y de las comunicaciones.

Imanuel Wallerstein, en su análisis del sistema-mundo, sostiene que a finales de los años 60 comenzó el declive definitivo del capitalismo (y del Estado podríamos agregar). La economía y las relaciones políticas cambiaron radicalmente, y como dice este autor, lo sucedido en la revolución de 1968 fue más importante aún que las revoluciones francesa y rusa, ya que por su trascendencia fue la única verdadera revolución mundial junto a la de 1848. Esos movimientos del ’68 produjeron cambios «en las relaciones de poder entre los grupos de estatus (los grupos de edad, de género, y las minorías étnicas)» que si bien se registran «en los espacios ocultos de la vida cotidiana» son duraderos y suponen insubordinación permanente. La sociedad civil se muestra menos dispuesta que antes a aceptar pasivamente la dominación y a recibir órdenes. En muchos países se tenían amplios derechos políticos y civiles pero no había derechos sociales o culturales, el descontento desbordó a los movimientos obreros, y tomaron protagonismo otros movimientos como el ecologista, el feminista, el pacifista, el estudiantil, etc. que obtuvieron apoyo de gran parte de la sociedad, incluso ignorando fronteras.

Ante esta nueva realidad de crisis sociales se empieza a delinear lo que actualmente se denomina como neoliberalismo que tiene como ejes centrales el adelgazamiento del Estado, la globalización y la comunicación informática. El Estado deja a un lado sus tareas asistenciales o de prestación de servicios públicos con el objeto de hacer más eficiente su funcionamiento, así encontramos una mayor participación del sector privado (incluyendo a ONG’s) en las tareas que deja de lado el Estado, lo cual generará grandes centros de poder económico en las empresas transnacionales.

Cuando el Estado-nación entra en crisis, lo hace también el concepto de soberanía. La nueva realidad trae consigo a las instancias supranacionales, es decir, los acuerdos comerciales o de integración económica crean nuevas zonas de desarrollo en las cuales participan diversos países regulados por un Derecho supranacional.

A finales del siglo XX inicia una sociedad de riesgo (como la califica Beck) en la que tendremos crisis ecológica, riesgo nuclear, revolución biotecnología, avances (y límites) informáticos que han puesto en crisis absoluta al Estado benefactor y las instituciones políticas modernas. En esta época delEstado neoliberal se ha hecho necesario repensar conceptos políticos que se creían absolutos, tales como la soberanía, el Estado-nación, el Estado de Derecho, los derechos humanos, las esferas de lo público y lo privado, la legitimidad política, el papel del Estado en la economía, etc., y nos encontramos ante nuevas realidades como los derechos de las minorías, el respeto a las diferencias, la idea de autorregulación, el derecho a preservar la identidad, los problemas derivados de la integración económica, los nacionalismos, etcétera.

No se trata ya de un mero desequilibrio que forma parte de la dinámica capitalista ordinaria, sino de una crisis que afecta las bases mismas de la estabilidad social y pone en cuestión la supervivencia misma del sistema. Entonces, Estados ¿para qué? ¿para quiénes?

Para analizar esta perspectiva, es útil volver a la contribución de Wallerstein cuando examina la crisis estructural del capitalismo y considera que ha entrado en su fase terminal. Como mencionábamos más arriba esta fase habría comenzado al final de los años sesenta, cuando la Revolución de 1968 sacudió las estructuras del saber y dislocó las bases de la economía-mundo capitalista. Para Wallerstein, este impacto fue posible porque habían aparecido ciertas tendencias estructurales del capitalismo que hicieron imposible sobreponerse a las nuevas dificultades. Esta fase terminal, que podría durar aún 25 a 50 años, representa una bifurcación: la condición que aparece en un sistema cuando sus dificultades ya no pueden ser resueltas dentro del marco en que opera.

En las décadas de los sesenta y setenta, sin embargo, a partir de esos avances políticos y económicos, pero también por el intercambio desigual y el legado de racismo y sexismo predominantes en la división internacional del trabajo, se produjeron de nuevo amplias movilizaciones de trabajadores que adoptaron muy diversas formas: desde las escuelas y las fábricas hasta las cocinas, las comunas hippies, los plantones y la guerra de guerrillas. La respuesta del capital a estas luchas es lo que propiamente constituiría la globalización neoliberal, muy anterior al Consenso de Washington. Su propósito principal era desmantelar los avances conseguidos por los trabajadores y regresar a la situación anterior al New Deal y a la crisis de 1929. Esta estrategia, por tanto, desmanteló todos los acuerdos anteriores.

 

¿Fin de la modernidad? 

tomado de Flickr

Tomado de Flickr


Así, cuando el capitalismo y el Estado-nación están en crisis, el mundo construido en los dos últimos siglos (la Edad Moderna) llegaría a su fin. Como nos recuerda Monedero, muchos pensadores están teorizando sobre ello: un mundo desbocado (Giddens), una segunda modernidad (Beck), una crisis sistémica (Wallerstein), una transición paradigmática (Santos) o incluso, un cambio de civilización (Morin).

Parece ser que el mundo tal y como lo hemos conocido está derrumbándose, las estructuras impulsadas tras las revoluciones de Francia, de Estados Unidos y la industrial ya no tienen eficacia ni son eficientes para la sociedad, aunque sí paralos poderes fácticos que se aferran al pasado para sobrevivir. Las instituciones sociopolíticas y esas categorías de análisis nacidas en el siglo XIX están perdiendo validez para convivir y explicarnos cómo lo hacemos.

Ya el capitalismo depredador actual, el Estado nación, la dicotomía marxista de la lucha de clases, la democracia representativa, el fordismo y la globalización occidentalizante y consumista, etc. están siendo puestos en cuestión fuertemente por amplios sectores de la sociedad, no sólo por los teóricos o los sectores más politizados.

Precisamente en la Sociedad del Riesgo, Ulrich Beck argumenta que en la realidad social actual hay un vacío político e institucional y los movimientos sociales son la nueva legitimación. Por su parte Zygmunt Bauman con su modernidad líquida ha dado cuenta de los procesos actuales de ruptura y cambio frente a la modernidad sólida, y según él el paso necesario es modificar la realidad y comprender que la vía del cambio es la única posible y la única necesaria, además de ser oportuna, para evitar los conflictos sociales y mejorar las condiciones de vida.

Finalmente Wallerstein que tras hacer un repaso histórico del capitalismo vislumbra el fin del sistema-mundo con una bifurcación posible. Sin embargo el que estemos cambiando de época no significa que vamos a llegar a la utopía. Como dice este autor, la bifurcación puede seguir un camino tenebroso y duro para la humanidad, por ejemplo yendo hacia un fascismo financiero privatizador e inhumano, al estilo Matrix o 1984, por nombrar algunas de las distopías más populares.

Como advierten algunos autores (es el caso de Juan Carlos Monedero) la puesta en crisis del Estado hace peligrar la convivencia social al desaparecer el contrato social en que se basa, por que lo que se debe buscar la manera de construir un Estado distinto, sin capitalismo. A este nuevo ordenamiento ¿seguiríamos llamándolo entonces de la misma manera?

…Continuará…

 

@Sursiendo

Fuente: http://sursiendo.com/blog/2013/09/el-estado-un-mal-necesario-i/

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.