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Antonio Méndez Rubio presenta el libro “Fascismo de baja intensidad” en la librería La Repartidora (Valencia)

El fascismo (hoy): en la cabeza, en la piel y en la vida cotidiana

Fuentes: Rebelión

«El neofascismo o fascismo de baja intensidad es ahora más inmediatamente económico y mediático que político o nacionalsocialista, dado que se apoya no tanto o no principalmente en las amenazas neonazis contra la democracia sino en los componentes neofascistas y totalitarios inscritos en un sistema global, supuestamente democrático y a la vez modelado desde la […]

«El neofascismo o fascismo de baja intensidad es ahora más inmediatamente económico y mediático que político o nacionalsocialista, dado que se apoya no tanto o no principalmente en las amenazas neonazis contra la democracia sino en los componentes neofascistas y totalitarios inscritos en un sistema global, supuestamente democrático y a la vez modelado desde la lógica excluyente y corrosiva de un capitalismo antisocial».

La definición es del escritor y poeta Antonio Méndez Rubio, y se incluye en el libro «Fascismo de baja intensidad» publicado por la editorial La Vorágine y presentado en la librería asociativa La Repartidora (Valencia). Pese a que la definición parezca cerrada y categórica, el autor pretende en este libro, que recoge unos 80 textos (citas de filósofos y ensayistas, fragmentos de artículos de autor y reflexiones genéricas), dejar el concepto abierto y aportar meramente retazos para que sea el lector quien, con estos materiales, reconstruya la categoría de «fascismo».

Escrutando en el libro puede hallarse otro atisbo de conceptualización, que el autor tomó de un manifestante del 15-M: «Necesito que seamos personas, no perros». Méndez Rubio pondera que pocas veces se encuentra en el espacio público actual «una declaración de principios tan descarnada y tan contraria al instinto de manada». Considera esencial «destruir» la manada o el rebaño para transitar hacia un mundo más libre e igualitario.

El libro, de estructura «rota», parte de una hipótesis que surge después de varios años de lecturas: aquello que se denomina «fascismo» se ha diluido en el aire, en el inconsciente, resulta imperceptible y por tanto mucho más difícil de combatir que en el periodo de entreguerras. Cuando se apela al fascismo (en los discursos), el término suele oscilar entre dos extremos. Por un lado, el fascismo como fenómeno histórico que tiene lugar en unos países y periodos concretos, pero que después desaparece. Es, por tanto, un fenómeno acotado temporalmente a los años 30, al que no tendría sentido referirse hoy. Méndez Rubio subraya un segundo planteamiento, más «popular» y «vivo» en la calle, que consiste en asimilar el fascismo a un «autoritarismo ciego», a una cerrazón que remite a los instintos más primarios y animales. Siguiendo esta tesis al fascismo, como fenómeno intrínsecamente humano, no se le podría derrotar (incluso podrían constatarse elementos «fascistas» en el Homo Sapiens).

Entre ambas tesis existe una tercera opción, planteada por Paxton en «Anatomía del fascismo». Se trata de considerar el fascismo no como un absoluto, sino como el fruto de una combinación de elementos, no exclusivamente «fascistas», pero que relacionados darían lugar a esta categoría. El primer elemento es la movilización de masas (desde cada átomo de la masa), lo que implica de entrada estar instalado en la Modernidad capitalista. Además un proyecto de control total y sin límites, en el que desparecen los espacios de frontera y las divisorias entre lo público y lo privado; en tercer lugar, se requiere una estructura de «normalidad» y «orden»: el fascismo no se basa en condiciones extremas o delirantes sino en una cotidianidad «moderna», de masas y capitalista (fascismo y capitalismo no son lo mismo, pero se fueron juntos a la cama, viene a decir Paxton).

El cuarto elemento capital son las «pasiones movilizadoras». El movimiento fascista emerge en un momento de crisis, que lo es también de los sujetos y los sentimientos. Este punto incluiría los elementos psicológicos e ideológicos. Afirmaba Wilhelm Reich: «El fascismo debe considerarse como un problema relacionado con la psicología de las masas y no con la personalidad de Hitler o con la política del partido nacionalsocialista». Antonio Méndez Rubio agrega a estos rasgos un quinto elemento: la vocación colonial y el expansionismo sin freno.

«Los cinco elementos no son propiamente fascistas, pero cableados y conectados dan lugar al fascismo», sostiene el escritor y poeta. La gran pregunta es si puede pasarse página, si la categoría tendría que acotarse a los años 30. «El fascismo hoy continúa vivo, lo que ocurre es que permanece tan arraigado y somatizado que es difícil convertirlo en discurso». Se trataría en la actualidad de un fascismo «ambiental» (difícilmente perceptible aunque atraviese todos los aspectos de la vida), «global» y «tecno-mediático».

El libro incluye reflexiones singularmente valoradas por Antonio Méndez Rubio para acercarse a la categoría de fascismo. Según Pier Paolo Pasolini, «el fascismo fue incapaz de arañar siquiera el alma del pueblo; el nuevo fascismo, a través de los nuevos medios de comunicación e información (sobre todo, justamente, la televisión) no sólo lo ha arañado, sino que lo ha violado: El verdadero fascismo es lo que los sociólogos han llamado demasiado alegremente sociedad de consumo».

O la idea que Michel Foucault incluía en el prólogo a la edición americana del «Antiedipo», de Deleuze y Guattari: «El enemigo mayor, el adversario estratégico: el fascismo. Y no únicamente el fascismo histórico de Hitler y Mussolini -que tan eficazmente ha sabido movilizar y utilizar el deseo de las masas- sino además el fascismo que está en todos nosotros, en nuestras cabezas y en nuestros comportamientos cotidianos, el fascismo que nos hace amar el poder, amar incluso aquello que nos somete y nos explota».

Sin embargo, comenta Antonio Méndez Rubio, el fascismo incorpora hoy elementos nuevos, por ejemplo, la depresión como patología de la «normalidad»; además, ya se ha violado un espacio demasiado profundo -el inconsciente colonizado- para que el sujeto pueda ejercer un control (matiza el escritor que no ha de entenderse el inconsciente como algo exclusivamente individual, pues estos se hallan conectados). Igual que en el fascismo pueden trazarse líneas de continuidad entre los años 30 (del siglo XX) y el presente, lo mismo puede hacerse con viejas formas de resistencia, que pueden recuperarse para el mundo de hoy. Por ejemplo los anarquistas otorgaron importancia a la «revolución interior», y no sólo en sentido espiritual.

Autores como Bauman se referían en la década de los 90 de un fascismo que formaba parte de los cuerpos, hasta el punto de llegar a confundirse con el sujeto (sin que se le perciba como un enemigo). En un tono más o menos parecido, Foucault se preguntaba: «¿Cómo hacer para no volverse fascista incluso cuando (sobre todo cuando) uno se cree un militante revolucionario? ¿Cómo eliminar el fascismo de nuestros discursos y nuestros actos, de nuestros corazones y nuestros placeres? ¿Cómo desalojar el fascismo que se ha incrustado en nuestro comportamiento?».

Desde el inicio de la crisis se producen en España 243 intentos de suicidio diarios, la mayoría por la ingesta de fármacos diversos, según el Congreso Nacional de Laboratorio Clínico. «La gente están cayendo como moscas», apunta Antonio Méndez Rubio. Enfermedades como el cáncer también pueden responder a razones psicosomáticas. Pero a la hora de señalar responsabilidades hay como una flagelación general: «El verdugo nunca tiene la culpa de nada, y nosotros siempre la tenemos de todo». Frente a esta castigo colectivo, se pregunta el autor de «Fascismo de baja intensidad», «¿Por qué no pensar que el ambiente en el que vivimos es tóxico; ahí se abre un nuevo espacio de lucha, porque sabemos que lo psíquico es político». La persona es altamente vulnerable, necesita ser receptora de cuidados. «Hoy somos como bichitos, hipersensibles y sin la dermis, a quienes se les propone el acorazamiento personal, que sabemos no es la solución».

Un reciente estudio del Observatorio Hatento alertaba de que un 47% de las personas sin hogar había sufrido un incidente o delito de odio, relacionado con una situación de exclusión social extrema. De este porcentaje, un 81,3% ha pasado por la experiencia en más de una ocasión. Las víctimas principales son mujeres, personas con dependencia del alcohol y quienes permanecen más tiempo en la calle. En un 28,3% de las experiencias analizadas, los responsables de las agresiones fueron chicos jóvenes durante una noche de fiesta.

¿Tienen que ver estos ataques al pobre con el fascismo de los años 30? «No hace falta disfrazarse de neonazis; las razones tienen que ver seguro con la clase social y la victimización del pobre; no es totalmente igual a lo que ocurría en los años 30, pero tampoco absolutamente distinto», afirma Antonio Méndez Rubio. Ciertamente, para mantener la dominación el sistema «ha sabido corregir las disfunciones y madurar», de manera que el fascismo no sea fácilmente perceptible. «Luego a esas agresiones se les pondrá el nombre que se quiera».

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.