En busca de diferenciarse de la figura polarizadora de Bill Clinton, George W. Bush realizó su campaña presidencial con la promesa de unir en vez de dividir. Esa promesa fue abandonada aún antes de que Bush tomara posesión de su cargo, como se evidenció por la ferocidad de los sustitutos y seguidores del candidato en […]
En busca de diferenciarse de la figura polarizadora de Bill Clinton, George W. Bush realizó su campaña presidencial con la promesa de unir en vez de dividir. Esa promesa fue abandonada aún antes de que Bush tomara posesión de su cargo, como se evidenció por la ferocidad de los sustitutos y seguidores del candidato en la lucha posterior a la discutida elección.
Lo que Bush hizo después de su dudosa ascensión a la presidencia sobre la base de una cuestionable decisión del Tribunal Supremo garantizó que aumentaran las diferencias nacionales demostradas en la elección. El candidato moderado y el liberal en la elección presidencial, Al Gore y Ralph Nader, obtuvieron conjuntamente más del 51 por ciento del voto, comparado con menos del 48 por ciento de Bush. Carente de un mandato popular para llevar al país hacia la extrema derecha, Bush lo hizo de todas maneras -por medio de los nombramientos y sus políticas, desde nombrar como fiscal general a John Ashcroft, un conservador extremo, hasta las gigantescas reducciones de impuestos para los ricos. Pero la tragedia del 11/9 brindó a Bush una oportunidad singular de unir a la nación -y al mundo- bajo su liderazgo.
La historia de cuán rápida y completamente Bush derrochó esa oportunidad, se convirtió en el presidente más despreciado internacionalmente de la historia de EEUU y exacerbó las divisiones nacionales, particular que ha sido contado en un torrente extraordinario de libros, artículos y grabaciones populares. Las acciones de un presidente que dijo que uniría al país han provocado no sólo la indignación de los liberales como el columnista y economista Paul Krugman y los comediantes Al Franken y David Cross, sino que también han inspirado libros muy críticos por ex altos funcionarios de la administración. Ahora viene el filme de Michael Moore Fahrenheit 11/9, ganador del más alto honor en el Festival de Cine de Cannes, la última y comercialmente más exitosa pieza en el catálogo de obras anti-Bush.
Fahrenheit 11/9 deriva su título de Fahrenheit 451, la clásica novela de ciencia ficción de Ray Bradbury acerca de una represiva sociedad del siglo 24 en la que los libros están prohibidos. Irónicamente, el filme de Moore casi fue prohibido en Estados Unidos, no por el gobierno sino por la compañía Walt Disney, la cual se negó a distribuirla. Ahora los conservadores quieren evitar que Moore anuncie su filme. A juzgar por la concurrencia de público durante el primer fin de semana de su proyección, el intento por suprimir el filme sólo ha incrementado su publicidad y atracción. El fin de semana pasado Fahrenheit 11/9 lideraba todos los filmes de estreno en cuanto a público e ingresó más de $20 millones de dólares.
Lo que el público que acuda a los teatros verá en Fahrenheit 11/9 es un ataque sin tregua contra Bush y su administración, desde su debatible victoria en la Florida, hasta su último caos en Irak. Los que odian a Bush dirán que Moore no se aguanta la lengua; los adoradores de Bush aseguran que Moore da golpes bajos. La reacción al filme estará tan polarizada como lo está el país bajo este presidente.
Lo que no puede negarse es que Moore presenta un poderoso retrato de lo que Bush es y de cómo es su administración. Entre los muchos momentos reveladores hay uno que se destaca. El Presidente está hablando ante un grupo de ricos vestidos de etiqueta. Bush dice que ellos son «los que tienen y los que tienen más». Luego les dice: «Algunas personas les llaman a ustedes la elite. Yo les llamo mi base». A juzgar por sus políticas que sistemáticamente favorecen a los ricos, probablemente sea la declaración más certera que Bush haya hecho jamás.
La táctica de guerrilla de Moore, que él ha utilizado en filmes anteriores para denunciar la hipocresía y avergonzar a los poderosos para que se comporten decentemente, se muestra por completo en este filme. Moore señala que, a pesar de todas las poses patrióticas en el Congreso y el voto casi unánime en el Congreso dando a Bush la autoridad para realizar la guerra en Irak, sólo uno de los 535 miembros del Congreso tiene un hijo en las fuerzas armadas en Irak. Esto contrasta con la experiencia de un grupo de jóvenes pertenecientes a minorías en Flint, Michigan, la mayor parte de los cuales tienen familiares en Irak. El mensaje de Moore, casi nunca sutil, aquí también es directo: una guerra declarada por la elite se hace sobre las espaldas de los que no tienen. Para subrayar el hecho, Moore acosa a miembros del Congreso en la calle para pedirles que alisten a sus hijos para pelear en Irak. Recibe excusas, pero nadie acepta.
Moore la toma con los demócratas por replegarse después de la elección en el 2000 y por seguir al presidente en el tema de Irak. Pero su blanco principal es Bush. La historia que Moore cuenta es acerca de una administración que utilizó la tragedia del 11/9, y la confianza del público en sus líderes en un momento de crisis, con el objetivo de implementar un plan para una guerra largamente buscada y para una libertad nacionalmente disminuida.
Moore subraya el caso de una familia de Flint que perdió un hijo en Irak para mostrar cómo la manipulación del patriotismo norteamericano, conjuntamente con la explotación de la necesidad económica, hace factible una guerra electiva. La madre explica cómo alentó a sus hijos a que se alistaran a fin de tener oportunidades educacionales y de carrera que ella no podía darles. El orgullo y el patriotismo de la mujer son palpables. En una escena conmovedora la angustia y la indignación por la inutilidad de la guerra, de ella y su esposo, también son patentes. Más tarde la madre del soldado va a Washington y se detiene en una tienda de campaña frente a la Casa Blanca que una mujer ha levantado para protestar por la guerra en Irak. Allí un seguidor de Bush se enfrenta a la sufrida madre. El intercambio que sigue está entre los más conmovedores del filme.
Una de las virtudes de Fahrenheit 11/9 es que Moore no deja de mostrar el costo real del conflicto: el dolor, las escenas sangrientas, la crueldad que linda con el sadismo, lo que es en realidad el feo y sangriento rostro de la guerra. El filme muestra imágenes casi totalmente ausentes de la versión edulcorada de la televisión norteamericana (a diferencia de la cobertura en otros países). Aunque a veces es un filme tremendamente gracioso, no es siempre un filme de humor, lo que hace mucho más impresionante la enorme afluencia de público. Algunas escenas son difíciles de ver. La cámara de Moore no rehuye mostrar miembros amputados o niños horriblemente heridos. Pero no se regodea con estas imágenes y evita la manipulación obscena.
Entre los pasajes más memorables del filme están las escenas de aparente confusión e inacción de Bush después de que le comunican en la mañana del 11/9 que Estados Unidos ha sido atacado. La denuncia de la conexión Saudí es especialmente escalofriante. El efecto de bumerán de anteriores intervenciones de EEUU es capturado en una escena en la cual el embajador saudí en Washington le cuenta a Larry King que él se había reunido con Osama bin Laden en una sola ocasión: cuando el genio terrorista había ido a agradecer al embajador por obtener la ayuda norteamericana a los fundamentalistas que combatían contra los soviéticos en Afganistán.
Las clases, cuya existencia es negada a menudo en un país imbuido de los mitos del individualismo y las oportunidades ilimitadas, son la clave para la comprensión por Moore de por qué las cosas son como son. En un filme tras otro él ha denunciado con eficacia el secreto sucio de las clases en Estados Unidos. En un filme mostró a un hombre moribundo porque su compañía de seguros se negaba a pagar por un trasplante de páncreas. Moore avergonzó a la compañía hasta que pagó por la operación y el hombre se salvó. Moore lo hace nuevamente en Fahrenheit 11/9. En el filme presenta con eficacia las implicaciones de vida o muerte, hacer la guerra versus estudiar en una universidad exclusiva de la Costa Este, del privilegio y la ausencia de él. En una escena del filme, cuando él explica su teoría de la guerra causada por los ricos y poderosos para controlar a las masas, lo lleva demasiado lejos y termina con una explicación simplista.
Fahrenheit 11/9 demuestra los injuriosos hechos y palabras engañosas de una administración que pasará a la historia como la más impopular en el mundo y para una proporción significativa de Estados Unidos. Y si esta administración cae derribada en llamas en noviembre, Michael Moore, que tuvo la intención de que su tour de force fílmico fuera un factor de la campaña, habrá hecho un aporte significativo a su derrota.