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La Fábrica de Sueños. "La sal de la tierra" (2014), de Wim Wenders y Juliano Ribeiro

El fotógrafo y su empatía con la humanidad

Fuentes: Rebelión

¡Qué violenta la calma con la que los empachados nos dicen que agradezcamos las migajas! Nina Ferrari

Si matas una cucaracha eres un héroe. Si matas una hermosa mariposa, eres malo. La moral tiene criterios estéticos. Friedrich Nietzsche

La honestidad es incompatible con amasar una fortuna. Mahatma Gandhi

Al pretender escribir sobre el documental La sal de la tierra, algunas cosas acuden rápido a la mente: una lección de fotografía; una cátedra (involuntaria) de humanismo y búsqueda de la verdad; un mensaje de tolerancia e igualdad. El fotógrafo no es el único autor de la foto; se trata del trabajo de un polímata; su legado y el de su esposa es para toda la Humanidad. Sebastião Salgado es un ser humano, un artista, que se ha cuestionado su labor como fotógrafo social y testigo de la condición humana: con la que tiene una empatía difícil de emular. Su obra como fotógrafo/reportero puede equipararse a la del polaco Kapuściński, protagonista del filme entre animado y actuado Un día más con vida (1). Salgado conoce más de la mitad de países de un planeta que se debate entre heridas, deterioro, maltrato. A lo que él y su esposa han contribuido a mermar con la creación del Instituto Terra. Aun con el amor que su trabajo refleja, en 2001 recibió la crítica de Susan Sontag y de periodistas del NYT…

Crítica nada justa, como se verá en este ensayo salido de la bóveda interdisciplinaria de La Fábrica de Sueños, vía Cine-Club Al Filo del Tiempo, en torno al filme que cierra el I Ciclo sobre WW. Obra que cubre desde el génesis, ver Sierra Pelada, hasta el actual y casi inminente fin de los tiempos, aun con el oxímoron que encierra el último trabajo presentado en el documental: Génesis, foto/reportaje (2013). No en vano, exclama: ‘¡Cuántas veces tiré al suelo la cámara para llorar por lo que veía!’ Y por lo que ha llorado no es propiamente un melodrama. ‘Un filme por [WW] y Juliano Ribeiro’ que se inicia así: ‘¿Un filme sobre la vida de un fotógrafo?’ Y recuerda la etimología: del griego photo, luz, y graphein, escribir o pintar. Así, fotógrafo es el que pinta/escribe con la luz. ‘Alguien que escribe y reescribe el mundo con luces y sombras’, dice W. W., lo que de paso aplica para su propio arte: el cine. Por eso, se dice, las artes son distintas formas de escritura; y la fotografía es sólo una de ellas.

Con Sierra Pelada, mina de oro, frente a él, S. S. dice que en segundos vio pasar la historia de la Humanidad: la construcción de las Pirámides; la torre de Babel; las minas del rey Salomón. Solo oía el murmullo de 50.000 personas dentro de un gran agujero. Lo que más impresiona de tales fotos es angulación, encuadre, composición. Si se toma un referente del cine sobre equilibrio de la imagen, distribución de seres y objetos, proporción áurea, ese sería Kubrick. Tal vez, S. S. lo aceptaría. Allí, volvió al génesis: “Casi podía escuchar el murmullo del oro en esas almas”. En picado, los hombres parecen hormigas; en contrapicado, gigantes, ‘héroes’. Nadie piensa en caer de las escaleras, pero ello no deja de ser un reto a la gravedad. Los trabajadores y él estaban para extraer sacos y sacar fotos, en su orden. Subían 50 o 60 veces al día por la escarpada/resbaladiza superficie. Un mundo muy organizado, “pero en una completa locura”, dice S. S. en francés, su segunda lengua: también es ciudadano francés.

Y aparece el símbolo de la codicia entre los obreros, el revólver. Podrían parecer esclavos, pero no había uno solo, aclara: “Si existía alguna esclavitud allí, era el afán de ser rico”. Había de todo: intelectuales, licenciados, empleados de granjas, obreros de ciudad, todos en busca de un chance. Cuando se descubría un filón, todos tenían derecho a un saco. Pero, ese saco contenía la esclavitud, porque podía haber un kl de oro o nada. Ahí se jugaba cada uno la independencia. Cuando los hombres empiezan a tocar el oro, “ya no vuelven”, señala S. S. W. W. vio la foto de un joven con los brazos cruzados, la espalda contra un palo y hombres bajando y subiendo la mina, por primera vez en una galería, hacia 1994. Pensó: Debía ser un gran fotógrafo y un aventurero. Traía sello y firma de S. S. La compró. El galerista sacó más fotos suyas. Lo visto lo emocionó, en especial una mujer tuareg ciega. Siempre que la ve, así sea cada día, llora. El poder de las imágenes. De ahí que los países musulmanes las prohíban.

Ya sabía algo de S. S., a quien le importan las personas, lo que significa mucho para W. W.: “Al fin y al cabo, las personas son la sal de la tierra”. De ahí el título. Pasó mucho tiempo para que se conociera con S. S. Habló con él de su vida, de su obra, de dónde provenía todo. Eso se nota en el filme: el profesionalismo del cineasta y el del polímata. La sal de la tierra S.S. panea sobre su infancia. Puede haber muchos fotógrafos en un mismo sitio y siempre serán fotos muy distintas. Como un libro que leen mil lectores, mil lecturas distintas. Porque esos fotógrafos provienen de sitios muy diferentes, señala. Cada uno con su forma de ver y su propia historia. Y S. S. la aprendió ahí, donde está: ‘Aquí tengo un ideal del planeta’. Producto de largas caminatas con el padre, adonde iban a mirar. Detrás de cada montaña, algo que ver: ‘Aquí he soñado mucho’. Cámaras del fotógrafo y del cineasta se encuentran para denotar el estudio que cada uno hace del otro y, ante todo, cómo ambos se enriquecen…

S. S. quería ir más allá de las montañas, saber qué había detrás, intuyendo quizás, de contera, la dialéctica de Heráclito: ‘Una subida es al mismo tiempo una bajada’. Y a fe que lo logró. Un viaje con Sebastião Salgado. La avioneta aterriza en Papúa Occidental, Indonesia, pueblo Yalí, 2011. Panorámicas, ascensos por la montaña, fotos de detalle. Aborígenes que juegan con la cámara, la tribu aprueba, juegos, bailes, comidas comunitarias. Ubuntu: ‘Soy porque somos’. El sentido de cooperación en estado puro, en un mundo destruido/deteriorado cada día más por el prurito de acumulación capitalista. Mujeres con flores en sus cabezas, y su cuerpo desnudo, sin vergüenza: sin razón para que la haya. Sí, el mundo de la inocencia, en pleno XXI. De la pureza, así suene cursi, porque hoy todo apena: decencia, ética, honestidad, respeto, gratitud. Los piratas han vuelto: el tapabocas del virus/negocio y la vacuna separatista no van gratis: eso lo sabe S. Casas en los montes cual si de arhuacos se…

Se siente nostalgia, porque allá los están matando. Aquí, también Nos están…, dice el eslogan que ya está hasta en el barrio donde vivo; no lo cito para que no me busque L. C. Vélez, de la FM. Quien en 2022 entrevistó a la alemana Rebecca Sprösser (2), amante de la salsa que quiso quedarse en Cali y miembro de la 1ª Línea, señalada por la gente de bien. El 22.jul.2021 un sicario atentó contra ella: disparó en su lugar al joven que, por leal, fue su escudo; por cuenta de la ajena lápida, recibió 13 tiros y murió. (3) Para el padre su hijo era muy bohemio y siempre iba de viaje. Su abuelo, también lo cree: Era como una lanzadera. Dio briega, pero estudió economía. Cursó un año de derecho, como quería el papá, pero… Pasó a economía y le fue muy bien. Juliano dice que su padre se benefició de lo que el avô le obligó a cursar. La economía lo dotó de sólido saber sobre mercado/comercio e industria: Por eso sabía lo que regía al mundo. Todo comenzó para él en Aimorés, Minas Gerãis, donde nació hacia 1944…

Ahí estaba la finca con vastas selvas atlánticas; y el río. Por allí pasaban trenes interminables: la mayor reserva minera del planeta. Allí creció el único niño entre siete hermanas más. En el verano, jugaba en el Rio Doce o Río Dulce. S. S. no se queda quieto, dice W. W., haciendo de sí mismo: de fotógrafo. Por deformación profesional, reacciona/responde a los aparentes retos del cineasta alemán, usando su arma preferida, la cámara. Wim, tengo una foto tuya muy bonita, dice. Yo también, y no te lo digo, responde W. W. En este caso, fotografiaba no sólo a uno, sino a dos: a aquél y a su hijo Juliano, codirector del filme. Quien ya había acompañado a su padre en varios viajes: como a Papúa, Nueva Guinea, 2011. O, como ahora, a una isla remota al norte del mar de Siberia Oriental, viaje del cual W. W. dice que no pudo disfrutar. Padre e hijo invitaron a W. W. a hacer parte de La sal de la tierra, quizás para agregar una óptica externa sobre su viaje, recuerda W. W. No dudó un segundo: ¿Qué más se podía pedir?

Como pensará el espectador. Haber podido asistir a dos horas de cátedra (libre) fotográfica, de preocupación por el destino del planeta, de empatía con la Humanidad. Por fin, podría llegar a conocer a S. S., sus móviles, por qué su trabajo lo había impactado tanto. W. W. ignoraba lo que había detrás del artista. S. S. tenía solo 15 años cuando tomó el tren y se marchó para siempre de Aimorés para ir al Instituto en Vitória, capital de ES. A la que el suscrito ha sido invitado desde 2014 por UFES. Tan joven, no sabía qué hacer con el dinero, ya que hasta entonces no lo había usado. Vivía en un lugar donde lo tenía todo. Al llegar, pasó a no tener nada. En la granja, producían lo necesario para vivir. Así que, al inicio, pasó hambre por miedo a tener que ir a un sitio a pedir algo. W. W., asegura que se ignora qué habría sido de S. S. de no haber aparecido Lélia Wanick en su vida. Tenía 17 años, estudiaba música, luego arquitectura (‘música congelada’) y era ‘[..:] bella. Fue amor a primera vista’.

Cuando ganó una beca para un máster en economía en la U. de São Paulo, se mudaron allí y se casaron. Eran los años 60 y ambos hacían parte de movimientos de izquierda, como otros estudiantes lo hacían en París, Berlín o Chicago. Brasil estaba bajo la dictadura militar, la de ‘el día que duró 21 años’ (1964-85). Así, el riesgo de ser detenido/deportado y torturado era constante. En agosto de 1969 (época de Garrastazu Médici), Lélia y S. S. salieron en un barco para Francia. Mientras él seguía economía, ella estudiaba arquitectura: un día, compró una cámara para su trabajo. El que la disfrutó fue S.: la primera foto que sacó fue de Lélia, claro. Entró en la OIC y se mudaron a Londres. Con la idea de hacer carrera en el BM, a menudo iba a África para estudiar proyectos de desarrollo. Llevaba la cámara de Lélia y volvía siempre con muchas fotos: como los satisfacían mucho más que los informes económicos, ambos tomaron la decisión de que S. abandonara economía para cual Sísifo empezar de cero.

Volvieron a París e invirtieron todo su capital en un costoso equipo fotográfico. Durante un tiempo probó fotos en deportes, hizo retratos, bodas y hasta desnudos, antes de hallar su vocación. Níger (1973). Mujer negra con tinaja sonríe. Empatía con S. S. Son sus primeras fotos. ¿Lugar?: Tahoua. Otra mujer negra, su hijo a la espalda. Dos jóvenes madres en cola para recibir comida; época de gran sequía en Níger; para Lélia fue más difícil por su embarazo. La vida privada, siempre, en paralelo con la de fotógrafo. Cuenta sobre el morabito que invitó a Lélia a sentarse en sus piernas; así, él le salió al corte para decirle que estaba en embarazo. No le quedó sino reconocer su falta de sincronía, de tacto. Luego se llevaría un kl de azúcar, tan contento como si se hubiera ido con ella. Cuando alguien moleste a su mujer, dele un kl de azúcar…, y lío resuelto. Su hijo Juliano nació en París, 1974. Ahí está mi futuro colega y codirector, dice W. W. Lélia seguía apoyando a S. S. en todo como joven madre

Trabajó mucho en su propio oficio y en presentar el trabajo de su compañero en revistas, periódicos y agencias. Tras el éxito de algunos trabajos relevantes, hallaron el valor de concebir su primer gran proyecto fotográfico: “Otras Américas”. Que, si se mira bien, contiene una ironía sobre la manera como los gringos designaban (o designan aún) a su país cual si fuera un hemisferio. El mismo proyecto que lo llevó por toda Suramérica e incluso Centroamérica. Juliano se fue acostumbrando a las largas ausencias del padre. Otras Américas (1977-84). Foto dividida: a la der., arriba, una mujer se asoma por una ventana. Niña con bandeja de manzanas con caramelo en su cabeza, come una; también, le sonríe al fotógrafo. Lo que insinúa algo que ya se dijo: la foto no es sólo del autor. Al dejar Brasil en 1969 empezó a echar de menos a Latinoamérica. Así va a Ecuador, Perú, Bolivia. Soñaba también con Los Andes. Época de profunda agitación social, efecto del descontento popular.

A causa de la tiranía liderada por los gringos. Bolívar: ‘Los EEUU parecen destinados por la Providencia a plagar la América de miserias, en nombre de la libertad’. Época de la Teología de la Liberación: C. Torres, H. Cámara, P. Casaldáliga. (4). En Ecuador, conoce a Gabicho, sacerdote de su misma edad: El que llevaba la palabra de Dios, dice, como quien confiesa su ateísmo. Gabicho unía a campesinos en cooperativas, introducía la solidaridad y, con las comodidades a su alcance, pudo hacer viajes que lo maravillaron, S. dixit, y aparece con aquellos a más de 3.000 m de altura. A veces, durante el día, subían a desniveles de 600 o 700 m. Disfrutaba mucho la vida con esas comunidades. Muestra a los Saraguros, etnia del sur de Ecuador. Creyentes/borrachos por igual; el fin de semana, ebrios por completo. Mientras habla, unos niños miran a un hombre que parece muerto, pero solo está perdido de la perra. Su cabello se funde con un tapete que lo cubre y parece no lavarse desde el génesis.

Lo que, bueno, no importa porque está por fuera del tiempo. Por eso parece muerto. Además, de su pecho brota una hierba que parece hervir, quizás por el fuego del alcohol tomado. El rictus de su boca deja ver el placer del beber cumplido: no del deber… porque alcoholizarse no es obligación, salvo para el que está harto del otro yugo, el del trabajo. Un claroscuro, a la Rembrandt, muestra a dos hombres y una monja, con un grueso libro abierto, especie de Biblia ampliada. El campesino a la izq. es Guadalupe, Lupe, gran amigo de S. S. cuando tenía pelo y barba rubios/pelirrojos muy largos. Un día, en la montaña, le dijo a Sebastião, que lo sabía enviado del cielo. S. S. añade: ‘Porque según la leyenda de Saraguros, los dioses, a la imagen de Cristo, volverían a la tierra para verlos, para observarlos y notar quiénes merecían el cielo’. Lupe está en su pieza de adobe cuarteado, sentado en la cama, con su cobija (apenas) dos tigres, con la virgen y otras imágenes en la pared y cuatro sombreros, más el que lleva…

Lo cubre la típica ruana que le ayuda a soportar el frío de Los Andes. Lupe, dice S. S.: Creía firmemente que yo estaba allí para observarlos. Frase de tinte mesiánico: obvio, de S. S. Quien relata que nunca había visto a un pueblo, como el Saraguro, con otro ritmo del tiempo; el que pasó con ellos, le parecieron 100 años, he ahí la diferencia entre tiempo natural y cronológico, el interesado, el del capitalismo. El que se alía con la frase infeliz de B. Franklin que arrastra el símbolo de la esclavitud humana: El tiempo es oro. Algo inmaterial, eterno, imposible de asir, vuelto por arte de mafia quintaesencia de lo material, finito, deleznable. Lo que acaba por derivar en ruina. Lo que, en últimas, lleva a la ruina, como lo confirma Celia cuando, al fin, se pudre. Lo que confirma S. S.: ¡Todo era tan lento! Era otra forma de pensar, otra velocidad. Había fatalismo en sus caras. Como en la del hombre que registra la cámara y que parece revelar las mismas sensaciones que el fotógrafo ilustra con sus palabras.

De Ecuador a Uajaca, para mostrar a los mixes: allí, todo es medieval, hasta el arado. Lo más relevante, la música: gente que la adora. El hijo mira al padre y al lado su clarinete: enseñar por el ejemplo. Sus miembros que tocan un instrumento, no necesitan trabajar: lo hacen con música. La diferencia en percibir la cultura. Cuánto tiempo acá, fue oficio de vagos, de quien no sabrá cómo ganarse la vida, como si de paso hacer música significara perderla. Nietzsche: La vida sin música es sencillamente un error, una fatiga, un exilio. Citada La vida sin música sería un error, he ahí la frase completa escrita a su amigo y confesor Peter Gast. Los Saraguros le dieron un cuarto frío, de cemento, para ver si resistía, si quería quedarse. Como resistió, lo llevaron a una casa. Hizo amigos y convivió en armonía con la comunidad. Dos fotos lo muestran con Lupe: en una, éste sonríe con cerveza en mano, mientras aquél parece preguntarse sobre su futuro; en la otra, ambos sobre una roca, en equilibrio frente al porvenir.

Luego, en el norte de México muestra a los Tarahumaras, esos excelsos corredores de fondo, tanto como son etíopes o kenianos: caminan corriendo. Era un reto seguirlos porque no andaban, sino volaban. Y aquí ¿quién es el autor de una foto? ‘La fuerza de una foto es que, en esa fracción de segundo, entendemos un poco la vida de la persona que fotografiamos. Los ojos dicen mucho, la expresión de la cara. Cuando haces un retrato, no eres tú solo el que saca la foto. La persona te ofrece la foto’, S. dixit. Y el campesino con ruana, parece hacerlo con brazos y manos. Los viajes, por Otras Américas, fueron claves. Poder volver a Brasil, tras años sin pisarlo. La esencia era la misma, era un continente, estábamos muy cerca. Con lo que alude a la igualdad, convivencia, en fin, a la necesidad de permanecer como unión de países libres que se oponen a la represión, explotación, intervención, violencia y muerte. Al abordar la cercanía, sonríe mientras una niña toca la barba del enviado celestial, según Lupe.

Juliano crecía con un padre ausente. Lélia y S. S. se carteaban. Obvio, previo a las actuales formas de comunicación: no, de incomunicación. Cada vez que volvía, a su hijo le parecía: “Un superhéroe, más que un fotógrafo”, narra W. W., mientras Juliano exhibe a un supermán cogido por las piernas, como en gesto de victoria y a la vez en acto de nostalgia por la ausencia del padre. ¡Y corten!, exclama W. W. Juliano salta y se presenta: ¡Soy yo, 30 años después!, cuando por fin se une al padre en una de sus misiones: a Wrangel, isla en el Ártico. S. S. esperaba fotografiar la última gran reunión de morsas. Juliano quería descubrir a quien conocía nada más que como padre. Quería descubrir al fotógrafo, al aventurero. El oso polar, su mayor predador, impide fotografiar a las morsas. Contrario a lo que haría Treadwell, S. S. no sabe si está bien devenir intruso, para liberar su pasión por registrarlas. En la duda, abstente, dijo Confucio, pero Tim Treadwell no lo oyó, no sabía de su certeza sobre la duda.

S. S. piensa que es distinto con el oso cerca, para hacer una foto así. Panorama poco apto: ‘Tenemos un documento del oso, pero […] ni una foto. Aquí no está bien. No hay nada detrás. […] para encuadrar la foto, embellecer el panorama. No tenemos acción, […] nada’. Ese punto de vista documentado no envidia al que hizo Vigo para revelar que no se trata de descubrir el cine/documental social, sino de buscar despertar la necesidad de ver buenos filmes sobre la sociedad y sus nexos con sujetos y objetos (5). Los tres observan al oso hasta que cae dormido. Lo mismo que S. S. El cansancio ha vencido a los guerreros. Ojalá éstos se cansaran más a menudo, para que hubiera menos combates: hasta que se acaben. Los tres caza fotos de morsas, a ras de suelo como en una guerra convencional: que ya no hay. Ahora son guerras por la comida, la del hambre, la del agua. Todas al margen del virus/negocio y su vacuna separatista que impide a los de cierta marca entrar a países cuya marca es distinta.

Pero, pocos lo notan. Solo que aquí, el ir a ras de suelo, es para que el oso que se revuelca no advierta su presencia mientras buscan el modo de fotografiar, por fin, a las morsas. La espalda de Juliano sirve de soporte, para que su padre haga su trabajo. Las morsas pelean entre sí. La foto en b/n, con su cámara Leica preferida, permite ver el mar plateado por el sol al fondo, mientras aquellas en primer plano muestran sus grandes colmillos, los que les sirven para impulsarse al salir del mar y llegar a tierra firme. Colmillos de entre 50 cm y un m que soportan el peso de entre Ton y 1.700 kl en cierto momento. Los héroes, padre e hijo, en señal de logro, chocan sus manos. Otra vez, el amor cumplido, no el deber…: y sin beber. El tercero también choca sus manos con Juliano. ‘La imagen que tenía en el objetivo, son los dientes saliendo; no se podían discernir las formas de las cabezas, ¡impresionante! Parecíamos estar en el infierno de Dante, con todos esos dientes, esas formas… ¡increíble!’.

Al tomar agua pura del Ártico, parece recordarles a los humanos el valor del precioso líquido, por la cual no solo hay guerras y la entrada del ‘oro azul’ en el mercado de ‘valores’; sino, más allá, la privatización de un DDHH, a través de su sectorización/parcelación, para ser cobrado por m3 y según sea la talla del agricultor, como ya pasa en Europa. Juliano le pregunta al padre por el año 1979. Lélia en embarazo espera su segundo hijo, Rodrigo. Nace y todo indica que será ‘Down’, ser al que solo falta descubrirle sus cualidades comunicativas. Eso hace la familia. Cuando el médico confirma el temor, S. S. explota en llanto. Para Juliano, nunca iba a poder estudiar/leer/escribir como él. Rodrigo cual ente de un mundo aparte. De pronto algo pasó. ‘Gracias al amor, Rodrigo creó su propio lenguaje’. Poco después, viajaron a Brasil. La Dictadura, fuera. De cinco años, Rodrigo no entendía el valor de ese viaje. El 31 de dic volvía al Brasil, después de diez años y medio lejos. Lélia no halló la Vitória que dejó.

Todo había cambiado. Minas Gerais, también. El reencuentro filial, duro: los había dejado jóvenes/fuertes y ahora estaban viejos/débiles. S.S. deseaba conocer Brasil más a fondo. Una de sus hermanas le prestó un carro y viajó seis meses por una zona muy deprimida: el Nordeste. Lugar donde se ubica la historia de una novela clave brasileña: Vidas secas, de G. Ramos, llevada al cine por Pereira dos Santos. Zona donde la mortalidad infantil es una de las más altas de América Latina. Niños muertos antes del bautismo. Por oscuros manejos de la Iglesia, a través del tiempo, se cree que los niños sin bautizar que mueren no van al cielo, sino al limbo. En esa época, la Iglesia alquilaba los ataúdes cientos de veces. Recuérdese que ella inventó el paraíso para que los empobrecidos (no pobres) se ilusionen con una vida mejor, mientras sobreviven en la miseria. Una zona del planeta donde vida y muerte están muy cerca: como en Colombia, de 2002 a 2022. Un grupo reza y a la par hace trabajo político.

Aquí, mientras los grupos hacen política, rezan para que nadie advierta el timo. Si alguien lo nota, corre el riesgo de desaparecer en ese ‘limbo’ al que van los niños no bautizados. Brasil tiene un gran movimiento de campesinos sin tierra; la mayoría, del Nordeste. Tienen gran fuerza moral y física, pese a su fragilidad porque comen mal. Tierras muy áridas: así, tienen un pedazo de Sahel. Granja Salgado, MG, Brasil. El abuelo habla de la larga sequía en la región. Tenían mucho ganado, pájaros, aves: todo, se acabó. En lo alto de la montaña, una mata muy buena: la Mata Atlántica. Él fue feliz en la fazenda porque sacó adelante a sus hijos: siete mujeres (seis con carrera) y a Tião. A todos, con mucha dificultad. En cualquier caso, criados con buena alimentación y buena ropa. Juliano cuenta que desde que llegó al Brasil, las tierras del abuelo son así: yermas/secas. Cuando S. S. a su vez regresó, más que eso le preocupaba otra cosa: el sufrimiento de la gente. Eso lo cambió, según relata su hijo…

Su rol como fotógrafo adquirió un nuevo sentido. De ahí se infiere lo esencial que era para él marcharse: “Le echaba muchísimo de menos, pero lo entendí”, dice Juliano. Sahel, el final del camino (1984-1986) S. S. comienza a trabajar con Médicos sin Fronteras: Etiopía (1984) Luego, por todo el Sahel en el 85 y 86: un reportaje sobre el hambre, campo de refugiados, el mayor del planeta hasta entonces. Para él gran parte de la gente estaba en la miseria. Un problema de inequidad antes que un asunto de ‘catástrofes naturales’, expresión hija del oportunismo. Región copta, cristiana y humilde. El hambre acabó con millones; el cólera los diezmaba. Jóvenes que no paraban de sufrir. Vacíos, los ojos envejecen primero. El frío mata montones. Allí, la gente se acostumbra a morir: lo que quieren gobiernos indolentes. Cada persona que muere es un pedazo del mundo que muere, afirma; sobre la retención de comida por el Gobierno, dice: Fue una deshonestidad política brutal. Región Tigray – Etiopía 1984.

S. S. regresó a fines del 84 a Etiopía. La guerrilla entendió el saqueo del Gobierno y mandó a la gente a Sudán. Todos se fueron por Tigray. Mientras dos helicópteros Mil Mi-24 atacan, una mujer huye con una olla a modo de casco, en compañía de su hija. Disparan a los pobladores: como aquí en Cali. S. S. hizo la foto y… a correr. Muchas mujeres embarazadas caminaban con la ilusión de comer algo y beber agua, al llegar a la tierra prometida: la que, por eso, nunca llega, por injerencia de los poderosos. Al dejar Etiopía, debió ir a Sudán, donde tuvo mucho trabajo pues había miles en pésimas condiciones. Había que desmontar ya el puesto de Médicos sin Fronteras, por costoso de mantener, por escasez de agua para su operación y, obvio, para la salud de la gente. Debían desplazarse lo más rápido posible. Los amontonan en camiones de la ONU: a una mujer famélica le resulta imposible alzar una garrafa con agua. El hombre a su lado, se desentiende. Solo el de arriba le extiende la mano.

El fin: llevarlos a otro campamento, a una tierra hermosa y fértil a orillas del Nilo Azul, dice S. S., quien hizo 400 km a bordo de esos camiones. Con el agua cerca, muchos mueren por hambre. Por la miseria, no llevan alimento alguno. Malí, 1985. Un niño desnutrido, junto a un árbol seco, otea el horizonte. Ojeras palpables, vientre abultado. Pese a la luz, no tiene casi sombra. Otra gran sequía. La piel de la gente es la de los árboles marcados por viento y arena. Solo mujeres y niños. Los hombres se fueron a Libia a trabajar o a Costa de Marfil por lo mismo, con el anhelo de volver y traer comida para la familia. Muy pocos regresaron. Mujer flaca, piel cuarteada, da de mamar a sus pequeños, desnutridos como ella. Bofetón al Nuevo Orden económico de toda época; a la avaricia de la Iglesia y en especial al Vaticano; a los 15 ‘filántropos’ que cual avestruces prefieren hundir la cabeza o sacarla para saciar sus vicios. O, peor aún, viajar al espacio a sabiendas del planeta en deterioro que nos han dejado.

Como hizo Jeff Bezos en su nave espacial New Shepard, odisea que costó USD$ 2.5 millones por minuto para un vuelo de ‘apenas’ diez. Deterioro por recalentamiento global; pésimo uso del agua; extracción de minerales fósiles; explotación de bovinos; quema de bosques para ganadería, siembra de cultivos ilícitos y de otras materias para producir biocombustibles. En fin, cuanto demanda un mundo degradado por el hiperconsumo, pero antes por drogas y guerras: agua, hambre, virus y vacunas para exterminar a los humanos. El médico belga Luc, amigo de S.S., aparece y mide/pesa a un niño: una de las fotos que con mayor eficacia muestra el horror del mal reparto, la inequidad, la injusticia causados por esos trillonarios, filántropos, pedófilos del mundo: de una balanza, penden unas cuerdas; de ellas, un niño; de él, apenas se adivina una figura humana. Foto que le trajo líos, pues algunos intelectuales acusaron a S. S. de una especie de neo/porno/miseria (recuérdese a Ospina/Mayolo) a inicios del año 2000.

Periodistas del NYT y Susan Sontag (autora de Contra la interpretación, ¡qué ironía!) lo acusaron de usar de modo cíni/co/mercial la miseria humana e incluso de exponer bellamente las situaciones dramáticas corriendo el riesgo de hacer perder su autenticidad. Sin embargo, detrás de su trabajo no hay afán alguno de lucro, así sus libros y sus actos le hayan permitido llevar una vida holgada pero no ostentosa. Lo que la foto en particular muestra es el símbolo del desequilibrio entre humanos y su injusticia: la balanza. Una, miserable, que sostiene a un niño más miserable aún, ya que no le hace mella por su (falta de) peso; y que obliga a pensar en la miseria humana de los 50 dueños del mundo, su soberbia, abyección, desidia: aspectos que a la vez reflejan su avaricia, su pésima humanidad, el espejo en que ninguno se quiere ver, quizás por su inaceptable resultado: les enrostraría su misantropía, vanidad, (infinita) soberbia, en suma, los acabaría. Cómo no, a ellos, los invencibles, los poderosos, los eternos.  

Otra foto que sacude/conmueve: la del niño de 8 años, de espaldas a la cámara, con su banjito, su camiseta desleída, sin pantalones, palo, olla, y un perro enjuto: que, para S. S. asume una postura única: “La de alguien que sabe adónde va”. O, para completar el sentido, alguien que llegará muy lejos porque no sabe adónde va. En busca de otros grupos, de un pueblo. S. S. se encariñó con la gente de Sahel. Fotos, libro y exposición de Lélia concitaron la atención orbital sobre sequías y muerte de millones de seres: preguntas sin respuesta sobre la causa. Luego, se volcó sobre un tema que le llevó a casi 30 países, de los 100 que conoce con relación a los 194 que reconoce la ONU: excluye a Palestina, pero no al Vaticano, que tiene en Roma el club gay mayor de Europa: nada personal, sino señalado por la prensa global. (6) ​Trabajadores 1986-1991. “Quise rendir una especie de homenaje a todos los hombres y a todas las mujeres que construyeron nuestro mundo. La arqueología de la Era Industrial”, dice.

Su perspectiva como fotógrafo había cambiado, pero él seguía siendo el mismo: “Empujado por la misma empatía con la condición humana”. Y esto se dio en su transición de economista a fotógrafo, es decir, ya como polímata, por su nuevo viaje a Ruanda. ‘Trabajadores consiguió unir al [S. S.] economista con el artista en el que se había convertido’. Lo dicho: en polímata, el sincretismo perfecto entre científico (porque la economía es ciencia o que lo diga Marx) y artista, como podrían asentir también L. Da Vinci o B. Vian. Workers fue el III volumen de fotos que concibió junto a su esposa Lélia, su mejor colaboradora. Fotografió a obreros del acero de la URSS; vivió con saboteadores de barcos en Bangladesh; navegó con pescadores de Galicia y Sicilia; mostró la producción de carros en Calcuta; observó a agricultores en Ruanda, país ya visitado en tanto economista. Al acabar la I Guerra del Golfo, la tropa iraquí se retiró y Saddam prendió fuego a miles de pozos de petróleo, señala W. W.

En mar.1991: 751 pozos quemados en Kuwait por el lío que desató Irak; luego, la coalición de 31 países liderada por EEUU. (7) Al ver la TV, S. S. supo que tenía un reportaje: ‘Fue como trabajar en un gran teatro’. Del tamaño de un planeta, sin control, se podía ir adonde fuera. Emanaciones de humo denso de petróleo, tanto que el sol no pasaba. A veces, era de noche las 24 horas. Cada explosión sonaba como un cañón: ‘Mi sordera comenzó entonces’. Los bomberos de Calgary, tras apagar el fuego, debían lavar cada noche su camión rojo, sin importar que al otro día en minutos volviera a estar hecho mierda por el oro negro. Un trabajo infernal. Retrasó su viaje tres veces. Salir de allí, raro, le partió el corazón: un espectáculo tan enorme. En ese paraíso/jardín del reino de Kuwait, por las quemas, los caballos resultaron locos; las aves, con sus alas pegadas. Los kuwaitíes, al irse encerraron sus animales, y a los beduinos, que no consideran humanos. Workers unió, pues, al economista con el foto/artista.

Un nuevo proyecto de S. y Lélia surgió, sobre el desplazamiento (forzado) de poblaciones enteras debido a tres factores: 1. Guerras; 2. Hambrunas; 3. Mercado global. Mientras Europa cerraba sus fronteras, S. intentaba arrojar luz a las víctimas de marginación, racismo, xenofobia, tres males en toda época. Surgió Éxodo 1993/99. En la Introducción, S. S. expresa una idea que yo sostengo: ‘Más que nunca, siento que hay una sola raza humana. Más allá de las diferencias de color, de lenguaje, de cultura y posibilidades, los sentimientos y reacciones de cada individuo son idénticos’. Despertó el interés orbital sobre refugiados de India, Vietnam, Filipinas, Suramérica, Irak y más lugares. Pero, volvía una y otra vez al continente que lo cautivó, quizás por ser el más expoliado a través de la Historia: África. Tanzania 1994. Parte de su proyecto sobre desplazamiento se dio ese año, cuando el avión del Pdte. de Ruanda fue abatido: Juvénal Habyarimana (1937-1994), militar y político de la etnia Hutu…

Todo, justo, a raíz de la brutal represión contra Tutsis por Hutus: a causa del callado/hipócrita afán separatista de EEUU, cuyo lema predilecto es: Divide y vencerás. Desde la Doctrina Monroe (1823), pasando por el Manifest Destiny (1845), con su ‘América para los americanos’, como si fuera su continente, hasta llegar a la Doctrina de Seg. Nal. (2001), el engendro de Bush padre y sus secuaces, bajo la creación del filósofo político del nazismo Carl Schmitt, a quien se reseña como si nunca hubiera salido de Plattenberg, Alemania. Una catástrofe: gente con todos sus bártulos en bicicletas. Inseguridad por doquier. Como acá. S. S. fue en sentido inverso a la migración, hacia la frontera. Llegó a Ruanda. Muertos por montones en las vías. Ataques con granadas, acababan mutilados a machete. De a poco entendió la dimensión del genocidio que tenía frente a sus ojos: no como esos reporteros de guerra que la cubren desde cómodos apartacos en Rosales, Country o El Chicó, en Bogotá…

Genocidio de marca mayor. 150 km hasta las afueras de Kigali y 150 km de muertos. Al paraíso Ruanda lo suplantó el infierno. En días, la llanura había dado lugar a una megaciudad de casi un millón de personas. S. fue sacudido por una madre con su hijo en piernas: la sonrisa como producto de la confianza en su madre, aun entre el caos/horror. Yugoslavia 1994-1995. La violencia y la brutalidad no son un monopolio de los países lejanos. Está allá en Europa, en la antigua Yugoslavia. Otro país separado por el capricho gringo en siete: Bosnia-Herzegovina; Croacia; Eslovenia; Macedonia; Serbia y Montenegro (desde 2003); Kosovo (que en 2008 se separó de Serbia). A raíz de los muertos causados por croatas y aún más por serbios, lo que más le disgustó fue ver hasta qué punto el odio contagia: así no lo sea, sino que políticos interesados en sacar tajada polarizan a los pueblos vía medios. No se propaga el odio porque sí: los pueblos no se odian ni el odio jarocho se extiende porque le dio la gana.

La población serbia de Krajina fue expulsada, así la bosnia por aquella, y los Cascos Azules azuzando. Entre vecinos se disparaban por la polarización gringa, el odio de una nación de inmigrantes hacia los del planeta: EEUU contra el resto. Campo de refugiados en Tuzla, Bosnia. Gente que huye del enclave de Zepa, con los serbios asesinando a miles de jóvenes. En Bosnia solo había ancianos, mujeres y niños: a los jóvenes los habían retenido o matado. ‘Somos un animal […] terrible, nosotros, los humanos’, S. dixit. Bueno, si se sacara a los políticos, no serían tan brutales como señala el ya émulo de Kapuściński. ‘Nuestra historia es una historia de guerras’. Una sin fin, de represión, de locos. Congo 1994. Ruanda empeora. Los Hutu, en el poder, caen ahora frente a los Tutsi y se retiran al Congo. Éstos habían huido de aquellos; ahora, al revés. En suma, todos huyeron, lo que quería EEUU. Jul.1994: Goma acoge a más de dos millones. El cólera se propagó y la gente comenzó a caer como moscas.

Casi 15 mil muertos al día. Un padre deja a su niño sobre una pila de cadáveres y parte con el amigo que lo espera. No daban abasto para enterrar a la gente. Una máquina del ejército francés recogía por decenas, echaba al suelo y cubría con tierra. “Todo el mundo debería ver estas imágenes… para que vea lo terrible que es nuestra especie”, enfatiza S. S., como quien de paso responde a los censores de su obra, entre ellos S. Sontag, aquélla que escribió ‘contra la interpretación’ y ahora caía en la fosa que había hecho para otro. Tras ver tantos niños entre semisanos y mórbidos, al salir estaba enfermo, no por infección sino porque su alma se enfermó, dice con tristeza que sobrecoge, obliga a reflexionar, propende por corregir tanto error o dolo humanos. Un año después, fue a Ruanda, para el regreso de los Hutus del Congo que no tenían adónde ir. ONU los obligaba a volver. Ruanda 1995. El planeta entero parecía una tienda de refugiados, expresa S. La autoridad Tutsi lo invitó a verificar lo ocurrido allá…

Los que se escondieron en una iglesia, asesinados. Recuérdese Bojayá: los hechos no fueron como la historia oficial dijo: un alto militar actuó en connivencia con los paras a fin de que el hecho se atribuyera a la guerrilla. Congo 1997. De los que dejaron Ruanda, dos millones, una parte volvió, pero otra, 250 mil personas, temiendo la represión, dejó Goma y se escondió en el bosque congolés. Luego, aparecieron 40 mil: 210 mil seguían perdidas. Seis meses después, empezaron a aparecer por Kisangani. El Alto Comisionado de la ONU llevó allí a S. En medio de tanta muerte, la vida seguía. En la selva, un hombre corta el pelo, en ausencia de la vanidad, quizás porque no cabe allí. Por eso, la siguiente toma estruja no solo a S. S. sino a los espectadores de La sal de la tierra, que son, justo, las personas, los seres humanos. Un angoleño, con mirada de judío, recoge los dólares del pueblo, sus divisas para cambio: no estaba ahí para otra…: ¡En medio de la nada! […] de un bosque aislado de todo, S. dixit.

De pronto la guerrilla de Kisangani, pro-Tutsi, empezó a echar a todos: vagaron otro semestre para volver a Ruanda. Muchos fueron asesinados, otros en delirio, unos más, locos, como los caballos del jardín/reinado de Kuwait. De los expulsados no se supo más. Fue su último viaje a Ruanda. Cuando se fue, ya no…: ‘No creía en la salvación de la especie humana. […] Nadie merecía vivir. ¡Cuántas veces tiré al suelo la cámara…!’ W. W.: ‘Sebastião se había asomado al corazón de la oscuridad y se cuestionaba su trabajo como fotógrafo social y testigo de la condición humana. ¿Qué le quedaba por hacer luego de Ruanda?’. Según Juliano, para entonces la salud del abuelo empeoró. S. S. y Lélia volvieron a Brasil y se ocuparon de la granja, sin saber qué hacer con aquello. Pájaros, caimanes y bosques desaparecieron. (8) Los recuerdos de infancia, también. Lélia ideó replantar el bosque que había antes. Algo no intentado: mucho menos, a lo largo de 600 Has. Siguiente década, milagro: el Instituto Terra.

Con la primera siembra, Lélia soñaba que de noche moría todo: la tierra, muy degradada; dudaba que las plantas arraigaran. Había 400 especies de Mata Atlántica: ellos tenían 150. De dicha siembra, se perdió el 60%; de una más, 40%. Hasta ahí, dos millones de árboles sembrados: todo depende de ellos (9): la tierra remedio contra la desesperanza. Ver crecer árboles y bosques hizo renacer su pasión. Nuevo proyecto sobre medio ambiente. Primera idea, denunciar destrucción de los bosques, contaminación de los mares. Hagámosle un homenaje al planeta. ¿La sorpresa? Descubrir que casi la mitad sigue como el día del… Génesis 2004-13. Por su fama de fotógrafo humano/social, le advirtieron no meterse en un proyecto de paisajes/animales, por inexperiencia, pero él dijo: ‘Los límites están en la mente’, como en Kaspar Hauser, de Herzog. En la etapa inicial, Galápagos. S. quería seguir a Darwin (10): las mismas especies, con ecosistemas diferentes, evolucionan de modos muy diferentes.

Comprobó que el humano es tan Natura como árbol/tortuga/piedra. Todos, agrego, son seres vivos, con energías diferentes, de variada intensidad y no obstante iguales. No como dicen los polacos, para justificar la inequidad. Al respetar su espacio, de chimpancés v. gr. (lo hubiera sabido Treadwell) (11), ellos terminan por aceptar al humano, pero no puede portarse jamás como intruso, porque hasta un animal lo nota. Génesis lo hizo volver a viajar. Mostraría una visión más optimista de lo que vio herido/destruido. Iba a ser su obra magna: una carta de amor al planeta. Estado de Pará, Brasil, Tribu Zoé, 2009. Sus miembros llevan un tubo en el maxilar. En su núcleo las mujeres cobran papel esencial. Único sitio en el que tienen cuatro esposos y ellos otras tantas… Pero, mientras hacen poco el amor por ocupados, ellas se cansan de quienes lo hacen mucho, puesto que no tienen dichos oficios ni ayudan en casa.

Ya en serio, las mujeres dominan sobre parte de los hombres. S. vuelve a sus plantas antiguas.

Resalta el helecho, planta de sombra que crece en el centro selvático: el termostato de la Naturaleza, que conserva la temperatura ambiente y le recuerda el cabello de su bella madre: esas eran sus plantas, hasta que murió; luego las cuidó su padre hasta que también… La tierra del Instituto es clave para su familia, dice S. refiriéndose también a sus parceiros. Así cierran un ciclo, en el que transcurrió nuestra vida. Hoy vuelven a añadir sus vidas, a todo ello: Sigue siendo nuestra historia. Fue parte del ayer y ahora del hoy. ‘Y el día que yo muera dejaremos aquí la selva que había un poco antes de que yo naciera’. Al hacer este recuento, habla en portugués, ya no en francés. El hombre cuyas fotografías han contado miles de historias, lega una gran historia y un gran sueño: la destrucción de la Naturaleza se puede revertir. Más de mil fuentes de agua vuelven a regar el Instituto Terra. Ya hay plantados 2.5 millones de árboles, la fauna regresó, la tierra ya no es de los Salgado, sino un Parque Nacional de todos.

La sal de la tierra son esos mismos hombres que la devastan y frente a los que S. pone un espejo para que se vean y rectifiquen su error. Su obra no sería tan visible sin Lélia ni el amor callado de sus hijos, que han nutrido su pasión por un oficio del cual muchas veces quiso recular; si no jamás habría dicho: ¡Cuántas veces tiré…! No celebra las migajas que con violenta calma tiran empachados a empobrecidos; para él, el criterio estético de la moral es inaceptable frente a la ética de quienes brindaron al Otro lo mejor de sí, mientras esclavos de la avaricia se creen dueños de los otros y la Natura: por eso simulan filantropía, pero esconden su placa de genocida/pedófilo, ante el riesgo de ir a prisión donde, igual que los sicarios de la prensa, siempre debieron estar; sin fortuna alguna, puede mostrar que ella es incompatible con la honestidad, base de su obra sin fin: en ella juegan papel crucial su empatía con la Humanidad y su pacto con la verdad, como el de M. Abu-Jamal, J. Assange, D. Hale… (12)

A mi hijo Santiago, el mejor fotógrafo que conozco, así haya otros tan grandes como S. S., en recuerdo del video que me tomó en Medellín, cuando presenté el libro de Gonzalo Vidal El correr de las horas.

Notas:

(1) https://rebelion.org/para-los-que-solo-ven-lena/

(2) https://www.youtube.com/watch?v=_Dl_Ae75hAs

(3) https://pluralidadz.com/tendencias/luis-carlos-velez-el-periodista-mas-lame-botas-que-ha-parido-colombia/

https://www.elespectador.com/colombia/atentan-contra-la-alemana-que-respalda-la-protesta-social-en-cali/?fbclid=IwAR2oxPJ4OJaKN-RogQhiL0CJZysvgKafec8Hgq34FT68H3S_Rmi-1xKH9F8

(4) http://www.scielo.org.mx/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0188-25032007000300002

(5) http://www.catedras.fsoc.uba.ar/decarli/textos/Vigo.htm   

(6) https://www.youtube.com/watch?v=yETHK13uc2Y

(7) https://elpais.com/diario/1991/11/07/sociedad/689468409_850215.html  

(8) https://rebelion.org/primero-el-exterminio-indigena-luego-el-de-la-amazonia/

(9) https://culturainquieta.com/es/lifestyle/item/15477-el-fotografo-sebastiao-salgado-y-su-esposa-han-plantado-mas-de-2-millones-de-arboles-en-20-anos-reviviendo-un-ecosistema.html

(10) Cabe revisarlo frente a Lamarck. Así, recomiendo los libros del colegamigo brasileño Maurício Abdalla: La crisis latente del darwinismo, Darwin, el sapo y la charca, El principio de cooperación

(11) https://rebelion.org/grizzly-man-2005-un-hombre-muerto-en-peligro-hasta-el-final-uno-ya-sabido/

(12) https://www.democracynow.org/es/2021/7/26/daniel_hale_whistleblower_case

https://www.democracynow.org/es/2021/7/28/titulares/whistleblower_daniel_hale_sentenced_to_45_months_for_exposing_us_drone_program

FICHA TÉCNICA: Título original: The Salt of the Earth. En español: La sal de la tierra. País: Francia / Brasil / Italia. Año: 2014. Formato: DVD; color / B/N; 105 min. Género: Documental. Dir.: Wim Wenders / Juliano Ribeiro Salgado. Guion: W. W. / J. R. S. / David Rosier. Fot.: Hugo Barbier / J. R. S. Mús.: Laurent Petitgand. Mon.: Maxine Goedicke / Rob Myers. Narración: W. W. / J. R. S. / S. S. Prod.: D. Rosier. Prod.: Decia Films. Dist.: Le Pacte. Premios: Premio Especial del Jurado en Cannes/2014, categoría Un Certain Regard al Mejor Documental (MD). Premio César a MD. Premio del Público en el Festival Internacional de Cine de San Sebastián. Premio de la Audiencia en el Festival Internacional de Cine de Tromsø/2015, Noruega. Premio Platino a MD 2015. Idiomas: francés / inglés / portugués.

Luis Carlos Muñoz Sarmiento, (Bogotá, Colombia, 1957) Padre de Santiago & Valentina. Escritor, periodista, crítico de literatura/cine y jazz, catedrático, corrector de estilo, traductor y, ante todo, lector. Colaborador de El Magazín EE, 2012; columnista, 2018. Su libro Ocho minutos y otros cuentos, Colección 50 libros de Cuento Colombiano Contemporáneo, fue lanzado en la XXX FILBO (Pijao, 2017). Mención de Honor por MLK: Todo cambio personal/interior hace progresar al mundo, XV Premio Int. de Ensayo Pensar a Contracorriente, La Habana, Cuba (2018). Siete ensayos sobre los imperialismos – Literatura y biopolítica, en coautoría con Luís E. Soares, publicado por la UFES, Vitória (Edufes, 2020). El libro El estatuto (contra)colonial de la Humanidad, producto del III Congreso Int. Literatura y Revolución, con su ensayo sobre MZO y su novela Changó, el gran putas, lo lanzó UFES, el 20.feb.21. Invitado por Pijao Eds. al Encuentro Nal. de Narrativa vista desde las Regiones (Ibagué, 1º a 4 nov.23). Invitado por UFES al Congreso Literatura, Soberanía Nacional y Multipolaridad (Vitória, 25.nov.23). Autor en ARC, Rebelión, Magazín de EE, Las2Orillas y traductor/coautor, con Luis E. Soares, en dichos medios. Director del Cine-Club Al Filo del Tiempo, que se emite desde la bóveda interdisciplinaria de La Fábrica de Sueños. E-mail: [email protected]            

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