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El fracaso de un proyecto imperialista o cómo Estados Unidos ha salido derrotado de Iraq

Fuentes: IraqSolidaridad

«La decisión del presidente Barack Obama de retirar las tropas estadounidenses de Iraq es la consecuencia final de una pérdida paulatina del control de Estados Unidos sobre los resortes de poder iraquíes; es el fin lógico de una ocupación mal planificada, tanto en lo militar como en lo social y lo político; es una derrota […]

«La decisión del presidente Barack Obama de retirar las tropas estadounidenses de Iraq es la consecuencia final de una pérdida paulatina del control de Estados Unidos sobre los resortes de poder iraquíes; es el fin lógico de una ocupación mal planificada, tanto en lo militar como en lo social y lo político; es una derrota sin paliativos del proyecto estadounidense en Iraq»

La decisión del presidente Barack Obama de retirar las tropas estadounidenses de Iraq es la consecuencia final de una pérdida paulatina del control de Estados Unidos sobre los resortes de poder iraquíes; es el fin lógico de una ocupación mal planificada, tanto en lo militar como en lo social y lo político; es una derrota sin paliativos del proyecto estadounidense en Iraq. Estados Unidos se retira dejando al país sin visos de reconstrucción económica [1], anémico en lo político y controlado desde la sombra por su enemigo número uno: Irán.

En mayo de 2003, Paul Bremer, el procónsul estadounidense en Iraq, cometía un error estratégico al dictar la Orden nº2, por la que disolvía el ejército, las fuerzas de seguridad y el Ministerio del Interior iraquíes, después haber declarado ilegal el Partido Baaz mediante la Orden nº1, error que ha lastrado todas las decisiones posteriores de la ocupación estadounidense, lo que ha obligado a los distintos equipos al frente de su gestión a improvisar medidas a corto plazo. La falta de una estructura militar -que se demostró inapelable en la invasión- resultó inadecuada para garantizar la seguridad del país y hacer frente a una creciente resistencia popular armada, nutrida, en buena parte, por antiguos militares del ejército recién desmantelado, y colocó a los estadounidenses en una situación muy delicada. Las bajas estadounidenses que en algunos meses, como en el verano de 2007, llegaron a superar los cien muertos, obligaron a buscar con urgencia un aliado sobre el que construir las nuevas fuerzas de seguridad.

El aliado envenado fueron las milicias de los partidos políticos chiíes iraquíes que regresaron a la sombra de la ocupación estadounidense tras su exilio en Irán, donde combatieron contra Iraq en la guerra irano-iraquí. Las Brigadas del Báder, milicias del Consejo Supremo de la Revolución Islámica de Iraq (por entonces el partido chií más fuerte), se convirtieron en la columna vertebral de las nuevas fuerzas de seguridad [2].

A corto plazo, la obediencia de estas fuerzas a Irán no fue un problema para Washington pues sus intereses coincidían con los de Teherán y le servía para hacer frente a la resistencia iraquí con métodos que incluyen ejecuciones sumarias, torturas o castigos colectivos entre otras violaciones de los Derechos Humanos, violaciones todas ellas documentadas por diversas organizaciones iraquíes e internacionales.

El respiro militar que empezó a sentir Estados Unidos a finales de 2007 fruto de la creación de estas fuerzas de seguridad, sumado al proyecto de los consejos Al Sahua [3] en regiones sunníes, el cerco económico impuesto sobre la resistencia y el aumento de los efectivos militares estadounidenses, sirvió de cortina de humo para ocultar la pérdida de poder real que se estaba produciendo en las instituciones políticas iraquíes.

El acuerdo de seguridad (SOFA en sus siglas en inglés) firmado entre Washington y Bagdad en noviembre de 2008 [4], y que finalmente ha llevado a la salida total de las tropas, fue un signo de esa creciente presión de Iraq sobre Estados Unidos, cada vez más impotente en el control de los asuntos iraquíes.

Envueltos en la nebulosa de los supuestos gobiernos leales a Washington, los estadounidenses no han sabido gestionar el aspecto estratégico de su presencia en Iraq. Perdidos en esa visión tan a corto plazo que no les permitía planificar a futuro, han ido perdiendo resortes de presión contra el gobierno y las instituciones públicas iraquíes, por otra parte cada vez más dependientes de Irán.

En las semanas previas a las elecciones legislativas de marzo 2010 [5] se escenificó -bajo el foco de los medios de comunicación- esta incapacidad para imponer sus propios intereses al perder el pulso por los llamados candidatos «desbaacificados» (candidatos que no pudieron presentarse a las elecciones por su supuesto pasado baacista). La maraña político-administrativa controlada por el sector proiraní, hizo inútiles los viajes y las amenazas veladas del vicepresidente Joe Biden, y dos de los tres cabezas de la lista Al Iraquiya (lista no sectaria y apoyada por Washington) no pudieron concurrir a las elecciones. Biden aceptó la derrota y aseguró que se trataba de un asunto interno iraquí en el que Estados Unidos no se entrometía.

Mucho menos elegante, el presidente iraní Mahmud Ahmadineyad, aseguró públicamente, al conocerse la noticia de la victoria de Al Iraqiya, públicamente que Ayad Alawi, líder de la lista, jamás sería primer ministro. Y así fue. Casi un año después, tanto Alawi como su apoyo internacional se rinden ante la realidad y desbloquean el reparto de poder, facilitando así la formación del nuevo gobierno con 37 ministros, aunque sigue sin nombrarse el ministro de Seguridad. La solución de consenso ha sido Nuri al Maliki, que tampoco era la primera opción iraní pero que ha servido bien a los intereses iraníes desde su llegada al poder, como opción de consenso de segunda fila, después de que los principales líderes chiíes no llegaran a un acuerdo entre ellos, en mayo de 2006.

La negociación para la prórroga de la presencia militar estadounidense en Iraq más allá del 31 de diciembre de 2011, que hace unos meses se daba por descontada, se llevó a cabo dentro de un nuevo marco: el de las revoluciones árabes en general y de la siria en particular. La intención de Teherán era aceptar la prórroga de la presencia de las tropas estadounidenses en territorio iraquí a cambio de que se rebajase la presión internacional contra el régimen de Al Asad.

Al marco de las permanentes negociaciones que durante todos estos años se han llevado a cabo entre Washington y Teherán respecto a Iraq, el régimen de los ayatolás incorporó, en la primavera de 2011, un nuevo elemento de presión en forma de ataques contra las bases estadounidenses, ataques perpetrados por las milicias proiraníes (o directamente por los comandos iraníes desplegados en Iraq) y con sofisticados misiles iraníes. Sin embargo, el efecto deseado ha sido el contrario. Ante la convulsa situación que vive la zona y la clara vulnerabilidad de las tropas estadounidenses rodeadas por un escenario triplemente hostil (una población que cada viernes pide en manifestaciones pacíficas el final de la ocupación, la resistencia iraquí que sigue bombardeando bases y atacando convoyes aunque de forma limitada y, finalmente, unas milicias iraníes equipadas con armamento mucho más sofisticado y letal, y dispuestas a actuar cuando la situación regional así lo exija), la decisión de retirada total [6] es, por fin, una decisión estratégica que rompe el impase de estos nueve años de ocupación y permite a Estados Unidos centrarse en su batalla contra Irán desde una posición de menor vulnerabilidad.

En el marco de esta lucha regional, el futuro a corto plazo, se presenta sombrío para Iraq. Nuri al Maliki no esperó a que se retirase oficialmente el último marine para lanzar una ofensiva a todos los niveles cuya finalidad no era otra que hacerse con el vacío dejado. La batalla desatada implica a la justicia (orden de detención contra el vicepresidente Tareq al Hashemi), a la política (intento de despojar de su puesto como vice primer ministro a Saleh al Mutlak, su viceprimer ministro) y a las fuerzas de seguridad (detenciones masivas contra las bases populares de la oposición al proceso político).

Los recientes atentados deben analizarse en el contexto de esa lucha por el poder, como así ha declarado el vicepresidente Hashemi, quien aseguró que dichos atentados solo pueden perpetrarse con la colaboración de sectores de las fuerzas de seguridad.

Por primera vez, las fuerzas apoyadas por Irán van a tener que hacer frente al control de la seguridad en Iraq sin el apoyo estadounidense. Hasta ahora, todas las facciones de la resistencia armada han declarado y defendido públicamente que hasta lograr la expulsión del ocupante estadounidense no atacarían salvo en situación de autodefensa, a las tropas iraquíes, a las milicias iraníes o a Al Qaeda. Su mirilla puede cambiar de dirección una vez que, oficialmente, no quedan ocupantes estadounidenses. Pero, sobre todo, la capacidad militar de la resistencia puede cambiar si Estados Unidos levanta el veto a los países árabes para que la financien y así hacer frente a la expansión iraní hasta sus fronteras, hoy por hoy, la gran obsesión de los países de la zona por encima de Israel.

No obstante, la opción por la que sin duda se decantan todas las fuerzas nacionalistas es por el triunfo de la revolución de los jóvenes iraquíes en pie desde el 25 de febrero de 2011[7]. Sin apenas cobertura mediática, la revolución de los jóvenes iraquíes ha sido aplastada a sangre y fuego por las fuerzas de seguridad iraquí. La resistencia armada y las tribus contrarias al proceso político mantienen suspendidas medidas más drásticas, que podrían significar una fractura del país, hasta ver si fructifica esta revuelta. Si la revolución sigue el modelo tunecino o egipcio -sin líderes destacados y con un alto grado de unidad nacional-, el resultado sería la mejor de las luces al final del sombrío túnel que atraviesan los iraquíes desde la invasión estadounidense en 2003.

Notas de IraqSolidaridad:

1. Sobre la reconstrucción, véase en Darh Jamail, /Siete años después de los asedios de Faluya

2. Véase Mahan Abedin, «Informe: Irán en Iraq, Badr, Irán y los nuevos cuerpos de seguridad irquíes», disponible en español en http://www.iraqsolidaridad.org/2004-2005/docs/ocup_20-12-05_2.html. Véase también Carlos Varea y Pedro Rojo «¿Está jugando Irán a la ‘resistencia’ en Basora? Las milicias chiíes se diputan Basora, mientras Irán bloquea la negociación con EEUU sobre Iraq», disponible en español en: http://www.iraqsolidaridad.org/2006/docs/analisis_1-06-06.html.

3.- Véase Carlos Varea «Muerte y éxodo: la ocupación y la violencia secaría en Iraq», disponible en: http://www.iraqsolidaridad.org/2009/docs/06_02_09_muerte_exodo.html.

4. Véase Pedro Rojo, «Iraq: ‘El acuerdo de seguridad sobre la retirad de tropas estadounidenses’, un contrato de permanencia», disponible en: http://www.iraqsolidaridad.org/2008/docs/05_12_acuerdo.html.

5.- Véase Pedro Rojo, «Elecciones iraquíes 2010: clave para la evolución interna y regional», disponible en http://www.iraqsolidaridad.org/2010/docs/elecciones_05_03.html.

6.- Véase Declaración de la CEOSI sobre la retirada de las tropas estadounidenses de Iraq, disponible en: http://iraqsolidaridad.wordpress.com/2012/01/02/retirada-de-las-tropas-estadounidenses-de-iraq/.

7.- Véase el bloque informativo sobre las revueltas de los jóvenes en: http://iraqsolidaridad.wordpress.com/category/las-revueltas-de-los-jovenes-iraquies-young-iraqi-revolution/

Pedro Rojo es arabista y miembro de la CEOSI.

www.iraqsolidaridad.wordpress.com