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El Hollywood neocon salva el mundo

Fuentes: Rebelión

En los últimos meses han florecido una serie de fenómenos cinematográficos con un componente ideológico notable que han servido para tomar temperatura a la industria dominante y a sus intereses y preocupaciones en lo relativo a la hegemonía cultural. Quiero centrarme aquí en dos de los casos más significativos: Prometheus y The Dark Knight Rises […]

En los últimos meses han florecido una serie de fenómenos cinematográficos con un componente ideológico notable que han servido para tomar temperatura a la industria dominante y a sus intereses y preocupaciones en lo relativo a la hegemonía cultural. Quiero centrarme aquí en dos de los casos más significativos: Prometheus y The Dark Knight Rises , que entre otras cosas creo vienen determinados por el perfil singular y significativo de dos realizadores virtuosos y admirados como son Ridley Scott y Christopher Nolan.

La primera se ha promocionado como la precuela de la magnífica Alien que el mismo Scott dirigió en 1979 convirtiéndose desde el primer momento en uno de los hitos de la ciencia ficción, gracias a su abrumadora carga crítica, tanto desde el plano metafísico como político, así como a un guión exquisitamente delineado y una acción dramática arrolladora. La reflexión que sobre la fuerza y su naturaleza se hacía, servía de vehículo para indagar sobre el Estado corporativo y el papel de la inversión privada relacionada con el militarismo, un modelo por el que se comenzaba a transitar con cada vez más firmeza y que tuvo su gran aceleración con la administración Reagan.

Desde entonces Rydley Scott no ha parado de dirigir proyectos y profundizar en su papel de figura eminente en Hollywood con resultados muy dispares. El hecho de que haya sido capaz de dirigir cintas como Blade Runner o Thelma & Louise , no debería ocultarnos la verdadera figura de un cineasta alejado de preocupaciones relativas a sellos más personales, y que por el contrario ha impulsado con éxito una carrera de realizador de grandes estudios, seguramente uno de los mejores en esa clave, con sus virtudes y sus defectos. Por sólo citar algunas, entre sus virtudes cabe destacar su relevante elaboración visual, dispar pero siempre consistente, su capacidad para controlar el ritmo narrativo así como el pulso de sus actores o la solvencia de su puesta en escena. Entre sus defectos quizás el que más duele sea su poca coherencia argumental, la falta de profundidad temática, el punto de vista alienante y asociado con el pensamiento dominante del sistema que suelen manejar en la mayoría de sus cintas para satisfacer el entretenimiento sin carácter crítico; en definitiva, su notable dependencia del trabajo creativo de los guionistas sin un criterio definido sobre la elección de proyectos y su falta de coraje ante las modulaciones que la industria impone a los suyos.

Sin embargo, hay un aspecto destacable en su filmografía reciente que sí ha aparecido como un sello personal: la exaltación de lo que algunos dan en llamar ‘los valores de la civilización Occidental’, a la que habitualmente relaciona de manera más o menos directa con ciertos principios e iconografía cristianos. Para nuestra desgracia, Prometheus no es una excepción. Es más: la película se erige como el mayor monumento creado por la comunidad cultural contemporánea a la deriva irracional de ese absurdo fundamentalista y anticientífico que en Estados Unidos se ha llamado ‘Creacionismo’.

» La NASA y el Vaticano están de acuerdo en que es casi matemáticamente imposible que podamos estar donde estamos hoy sin que haya habido una pequeña ayuda en el camino… A eso es a lo que atendemos (en la película), a algunas de las ideas de Erich von Däniken sobre cómo nosotros los humanos llegamos a ser lo que somos» dijo Scott para justificar el fundamento argumental del trabajo. La obra de von Däniken, que destacó en los 60 por reclamar la influencia extraterrestre en las culturas humanas antiguas, ha tenido desde su aparición el mismo desprestigio científico, justificado quizás en su momento por la exploración que en esos años cuestionaron de manera radical ‘lo establecido’ y seguramente sirvieron para sanear algunas instancias académicas obsoletas. Sin embargo, hoy (como entonces) no deja de causar risita nerviosa mencionar a von Däniken para dar categoría intelectual a una obra con pretensiones reflexivas sobre el origen de la humanidad. Del mismo modo, forzar puntos en común entre los cuestionamientos relativos de la NASA (propios del estudio científico) y las diatribas del Vaticano resulta del todo cómicos, si no fuese por la ofensiva que desde ciertos estamentos e instituciones se hace contra la comunidad académica y aquellos sectores con un mayor potencial crítico.

Por suerte para nosotros, Scott lo pone fácil, porque si el planteamiento intelectual no puede ser más pobre y disparatado, en aquello propiamente cinematográfico, Prometheus es un insulto a todo lo que Alien representa. Los personajes son insustanciales (por momentos, el personal de la misión parecería un hipotético equipo científico de la MTV), lo que provoca que las actuaciones sean inconsistentes; el guión es un desastre continuo sostenido a base de acción previsible e irrelevante; los giros, la trama y las subtramas parecen por momentos escritos por aficionados. La ambientación y la fotografía, lo más destacable de la película, evidentemente no pueden sostener tal hecatombe. Y al final, lo verdaderamente terrorífico al salir de la sala es pensar que Rydley Scott también prepara una precuela de Blade Runner

Por su parte, con The Dark Knight Rises en cierto modo ocurre lo contrario. Christopher Nolan es seguramente uno de los directores más consistentes que han aparecido en la última década, aunque siempre dentro de un alineamiento hacia las posiciones establecidas por la industria. Un renovador interesante e imprescindible del lenguaje del cine de grandes estudios, aunque habitualmente en la misma virtud está incluido el defecto. En el caso particular de su última película, el discurso, aunque incoherente por momentos e intuitivo en otros, es más elaborado y contundente, mejor entrelazado con la acción dramática y con claves significativas que sirven para entender con claridad las posibilidades para exponer mensajes políticos complejos a través del entretenimiento masivo. Como en las dos anteriores entregas de la trilogía sobre Batman de Nolan, el motor de ese discurso no es otro que la actualidad política estadounidense, su debate contemporáneo, aunque mediatizado por una visión notablemente reaccionaria.

Christopher Nolan, que escribió la película junto a su hermano Jonathan, ha destacado en varias entrevistas la importancia que para ellos tuvo Historia de Dos Ciudades de Charles Dickens para la elaboración del guión. No en vano, la película recoge las últimas líneas de la novela en una parte clave de la cinta. Sin embargo, la visión de los Nolan sobre el libro es clave para entender la postura ideológica que adopta la película. Sobre el mismo dijo Jonathan: «Para mi Historia de Dos Ciudades fue el más terrible retrato de una civilización conocida y descriptible que se cae completamente en pedazos con los terrores en París en Francia en ese período. No es difícil imaginar que las cosas podrían ir de una forma tan terriblemente equivocada». Es decir, que para los Nolan la historia debería servirnos para aprender que así como en el fin de la monarquía absoluta (esa es la «civilización conocida y descriptible» de la que se habla) y la transformación del Estado moderno gracias a una serie de movimientos revolucionario donde hubo también expresiones de inestabilidad y terror, es preferible mantener el status quo y la seguridad de éste a un reparto más justo que venga del caos de los de abajo.

Con este planteamiento, Nolan se lanza a realizar una cinta con notables ecos provenientes de la realidad actual, como la vinculación de algunas acciones del villano Bane con las protagonizadas por el movimiento Occupy Wall Street (OWS), si bien la desviación ultraviolenta de Bane en la película poco o nada tiene que ver con las movilizaciones pacíficas de los indignados de OWS. Del mismo modo, una vez tomada la ciudad por las masas populares (si bien engañadas por el populismo de Bane) que buscan un nuevo modelo de organización social y reparto, se entra en una dinámica de persecución de las fuerzas del orden (representadas por una policía incorruptible) y las élites económicas, que sufren una especie de juicios jacobinos amañados.

No podemos olvidarnos que Batman es Bruce Wayne, un millonario (por herencia) filántropo, recluido al estilo de Howard Hughes al principio de esta última entrega, que no se dedica a acumular o incrementar su capital (aunque sus negocios están enteramente vinculados al sector especulativo y de armamento), sino a mantener el orden de ‘su ciudad’ (o a la caridad, cuando no surgen problemas…), cual caballero aristócrata que desprecia las ambiciones egoístas de la burguesía representada por los nuevos ricos. Hablamos de un modelo feudal, muy acorde con lo expresado implícitamente por Jonathan Nolan al hablar de la caída de la monarquía absoluta en la Francia revolucionaria.

Los elementos que reflexionan sobre la actualidad, siempre acorde al pensamiento mediático dominante, también se reflejan en algo clave en la trama de la cinta: la energía limpia en la que invirtió Wayne y que le ha llevado a la ruina es fácilmente transformable en un arma masiva en las manos de los ‘malos’. Imagino que a Ahmadinejad le habrá hecho replantearse el programa nuclear iraní… Esta serie de aspectos, con un perfil ideológico notablemente enrocado entorno a posiciones neocon como se transmite en el caos que representa la irrupción de ‘los de abajo’ o la honorabilidad incuestionable de las fuerzas de seguridad, ya estaban presentes en anteriores entregas.   En la cinta predecesora las actividades relacionadas con la llamada ‘Guerra contra el Terror’ servían como marco para encuadrar algunas acciones, como el secuestro en tierras extranjeras (en aquel caso era Hong Kong) de un criminal para entregarlo a ‘la Justicia’ o la intervención de los móviles de los ciudadanos para salvar sus vidas, en un claro posicionamiento en el debate entorno al derecho frente a la seguridad.

Después de las ofensivas macarthistas que marcaron especialmente el cine de los años 50 o el reaganismo que nos regaló una cascada de joyas patrioteras irrisorias en los 80, parece que el discurso neocon encuentra su espacio en una industria repleta de recetas para salvar el mundo. En un reciente artículo a propósito del último Batman de Nolan, escribía Slavoj Žižek con acierto: » The Dark Knight Rises confirma una vez más la forma en que los éxitos de taquilla de Hollywood son indicadores precisos de las problemáticas ideológicas de nuestras sociedades.» A la espera de los nuevos rumbos a los que la ineludible realidad llevará a esas problemáticas ideológicas, al menos no dejemos de reflexionar sobre cómo las élites quieren que veamos las de ahora.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.