Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández
A Barack Obama le sonrió la fortuna en los momentos en que estuvo de visita en Iraq. Llegó justo después de que el primer ministro iraquí Nouri al-Maliki se hubiera negado a aceptar un nuevo Acuerdo sobre el Estatuto de Fuerzas (SOFA, siglas en inglés) por el que se habría institucionalizado la ocupación estadounidense. El gobierno iraquí no se define claramente cuando dice que desea una retirada definitiva de las tropas de combate de EEUU, pero su portavoz, Ali al-Dabagh, declaró que deberían salir en el 2010. Esta fecha entra dentro del mismo período de tiempo de la promesa que Obama hizo de ir retirando cada mes una brigada de combate a lo largo de dieciséis meses. De repente, la proclama de John McCain de que las tropas estadounidenses deberían permanecer allí hasta alguna victoria indefinida sonaba poco viable y periclitada.
El gobierno iraquí parecía casi sorprendido de sus propias decisiones. En absoluto se siente tan seguro como pretende de poder sobrevivir sin el apoyo de EEUU, pero inesperadamente se encontró a sí mismo dejándose llevar por una oleada de nacionalismo. La ocupación estadounidense ha sido siempre impopular entre los árabes iraquíes desde sus mismos primeros momentos en 2003. Una encuesta dirigida en febrero de este año por ABC News, la BBC y otras cadenas de televisión mostraba que el 61% de los iraquíes estiman que la presencia de las fuerzas estadounidenses hace que la seguridad esté continuamente empeorando en Iraq y el 27% opina que la mejoran. El único segmento grande de apoyo a la ocupación estadounidense se encuentra entre los kurdos, que suponen la quinta parte de la población. Entre los árabes iraquíes, las otras cuartas partes, el 96% de los sunníes y el 82% de los chiíes dicen que no confían en las fuerzas ocupantes. La impopularidad de la ocupación ha sido el hecho político fundamental en Iraq desde el derrocamiento de Saddam Hussein hace cinco años. Los políticos, diplomáticos y soldados estadounidenses y británicos fracasaron al apreciar esa realidad. En respuesta a las cifras de la encuesta, que año tras año han ido mostrando que los iraquíes odian la ocupación, ellos mismos se guisan y se comen sus propias explicaciones, diciendo en privado que los «iraquíes dirán siempre que no quieren que nos vayamos de inmediato». Entonces van y proclaman, frente a todas las evidencias, que eso significa que los iraquíes, en secreto, no quieren que las fuerzas de la ocupación se vayan. Autoengaños como ese hacen que los comentaristas estadounidenses hablen con frecuencia de la extensión y calendario de una retirada de tropas estadounidense como si fuera exclusivamente una decisión de EEUU, algo a decidir según el resultado de las elecciones presidenciales estadounidenses. «Los iraquíes pueden estar profundamente divididos en líneas sectarias, étnicas, tribales y de facción», escribe Anthony Cordesman del Centro para Estudios Internacionales y Estratégicos en Washington y uno de los pocos comentaristas estadounidenses que entiende algo de política iraquí. Y añade, pero los iraquíes «tienen conciencia nacional, mucho orgullo nacional y no quiere estar ‘ocupados’ o tener una presencia estadounidense más allá de lo necesario». Es posible que decayera el nacionalismo, durante la guerra civil sectaria entre sunníes y chiíes en Bagdad en 2006-2007, pero en el momento mismo en que la carnicería sectaria disminuyó empezó a reafirmarse de nuevo.
Hay una actitud de gran tensión tanto en el gobierno iraquí como entre los iraquíes normales de a pie. El número de cadáveres que se recogen de las calles de Bagdad ha disminuido bastante desde hace un año, pero nadie sabe cuánto va a durar esto. «Por el momento la vida es mejor, pero todo el mundo sigue lleno de temor», me dijo una mujer chií. Y el descenso en la violencia es sólo comparable al anterior baño de sangre. Alrededor de 554 iraquíes fueron asesinados el pasado mes junio, cifra que aunque fue un 66% más baja que la del año anterior, sigue haciendo de Iraq el país más peligroso sobre la tierra. Se ha vuelto a vender abiertamente alcohol, mostrando que los tenderos que lo venden ya no tienen el miedo que tenían en otros momentos a los milicianos islámicos. Pero sunníes y chiíes ya no se visitan los unos a los otros en sus distritos. Bagdad sigue dividida en ghettos sectarios aislados unos de otros por altos muros de hormigón. Los 2,4 millones de refugiados que huyeron a Siria y Jordania no están volviendo en cifras significativas. Cuando lo hacen es a menudo porque cada vez resulta más difícil obtener visados de residencia en Damasco y Ammán. Los chiíes, mayoría en Bagdad, se hicieron con gran parte del resto de la capital a través de una guerra salvaje emprendida hace dos años por asesinos y escuadrones de la muerte. No hay indicios de que estos cambios demográficos vayan a alterarse. Cuando sunníes y chiíes intentan volver a sus casas en zonas que han sido purgadas por la otra comunidad, se encuentran con el peligro inmediato de que los maten. Cuando un marido y una mujer, ambos chiíes, fueron a visitar la casa de la que habían escapado en el muy poblado distrito al-Mekanik en Dora, al sur de Bagdad, se les disparó de inmediato produciéndoles la muerte y decapitando al conductor que les llevaba. Puede que las milicias hayan salido de las calles, pero no se han ido muy lejos.
Los dignatarios que visitan la Zona Verde, ya sea George Bush, Tony Blair o Barack Obama, rara vez son conscientes de la amplitud de las operaciones militares que hay que desplegar para protegerles, ni del impacto que las mismas tienen sobre los iraquíes. No es sorprendente que tales visitantes saquen una impresión exagerada del progreso hacia la normalidad en Bagdad. El pasado año, los empleados de la embajada estadounidense en el corazón de la Zona Verde se quejaban de que se le había ordenado no llevar chalecos antibalas ni cascos si se les fotografiaba o filmaba junto a John McCain, porque su atavío podría contradecir la proclama de que Bagdad era un lugar más seguro de lo que se decía. Cuando el vicepresidente Cheney estuvo allí de visita, se prohibió que en la Zona Verde sonara la sirena que normalmente avisa unos cuantos segundos antes de la llegada de una serie de cohetes o morteros. Los funcionarios del equipo de Cheney pensaron que el aullido amenazante de las sirenas podía sugerir a los televidentes en EEUU que no todo iba tan bien en Iraq como proclamaba el vicepresidente. En el caso de la visita de Barack Obama del 21 de julio, gran parte del Bagdad central fue clausurado para garantizar su seguridad, aunque no iba a moverse de lo más profundo de la Zona Verde. Un amigo, de nombre Gaylan, había sacado su coche para recoger un aire acondicionado que le estaban arreglando en el distrito de Karada, al este de Bagdad, cuando las tropas estadounidenses pararon todo el tráfico a las 12,15 del mediodía. Atrapado bajo el tórrido calor del verano iraquí, no se permitió que nadie se moviera de de nuevo hasta las seis de la tarde. «Había helicópteros sobrevolando nuestras cabezas controlando todo desde el cielo», dijo Gaylan. «Bloquearon la calle Abu Nawas, que está en el lado opuesto a la Zona Verde y registraron todas las casas de la calle. Después se trasladaron al hotel Babilonia y tomaron posiciones en lo alto del tejado. Estuve atrapado en medio del tráfico toda la tarde». Durante su larga espera, Gaylan tuvo todo el tiempo del mundo para preguntar a los otros conductores lo que pensaban de Obama y su visita. Sus opiniones rezumaban amargura, lo que no es precisamente sorprendente. «¿Qué nos importa a nosotros si un hombre blanco o negro gana las elecciones presidenciales estadounidenses?», replicó un airado conductor. «Obama y Bush son las dos caras de la misma moneda, una moneda estadounidense». Otro preguntó: ¿A qué viene aquí? ¿Qué es lo que va a hacer por nosotros? ¿Nos va a asegurar la electricidad? Tan sólo viene por motivos electorales». Un tercer conductor mostró sus dudas sobre el plan de Obama para llevarse a los soldados estadounidenses. «Dice que retirará las tropas de Iraq, pero no me lo creo», dijo. «Los estadounidenses tienen planeado apoderarse de Iraq durante un tiempo muy largo para así proteger a Israel de Irán y saquear todo nuestro petróleo».
No todos los visitantes oficiales llegan siquiera hasta Bagdad. Una semana antes de que Obama llegara, se esperaba que el Rey Abdullah de Jordania hiciera su primera visita oficial a Iraq. Este hecho revestía alguna importancia porque en el pasado se le había advertido a Abdullah del peligro de que el chiísmo revolucionario barriera todo el Oriente Medio. Junto con otros gobernantes árabes sunníes, había observado con horror cómo, tras el derrocamiento del régimen predominantemente sunní de Saddam Hussein, se establecía un gobierno kurdo-chií en Bagdad bajo protección estadounidense. Su visita para abrir una nueva embajada en Bagdad que sustituyera a la dinamitada en agosto de 2003, era una señal importante de que los dirigentes árabes sunníes estaban empezando a aceptar que el nuevo gobierno iraquí estaba aquí para quedarse. Pero la visita se canceló en el último momento por ‘preocupaciones de seguridad’ según dijeron los funcionarios jordanos. La policía iraquí declaró que la seguridad jordana, para comprobar la seguridad de la ruta, había hecho circular un convoy de prueba con cuatro vehículos multirruedas negros blindados especiales a través del distrito de al-Mansur antes de que el rey llegara. Cuando el convoy pasaba a toda velocidad por las calles de al-Mansur, los jordanos escucharon el sonido cercano de un tiroteo y temieron que pudiera ser un intento de asesinato del rey por parte de pistoleros. «En realidad», explicó un oficial del ejército iraquí de la 6ª División encargada de proteger a Abdullah, «habíamos cerrado herméticamente las calles para que pasara el convoy del rey cuando apareció un anciano conduciendo su coche desde una carretera secundaria que se dirigía hacia la calle principal, por eso los soldados empezaron a disparar al aire para llamar su atención y hacerle retroceder». Evidentemente, los jordanos no aceptaron del todo esa benigna explicación del tiroteo y se apresuraron a cancelar la visita. La confianza en el gobierno iraquí tiene aún poco camino andado. Hace cuatro meses, parecía que el primer ministro Nouri al-Maliki estaba a punto de ser depuesto. «En marzo, la mayor parte de los partidos políticos, incluidos nosotros mismos, estábamos preparados para deshacernos de él», dijo un funcionario kurdo. «Pero entonces consiguió el triunfo en Basora y en Ciudad Sadr y desde entonces se ha mostrado muy seguro de sí y apenas escucha lo que tenemos que decirle». El éxito del gobierno contra los milicianos del Ejército del Mahdi de Muqtada al-Sadr no fue para tanto como parecía. En los primeros combates allí del ejército iraquí, algunas de sus unidades se amotinaron y entregaron sus armas. Fueron las tropas estadounidenses las que más se encargaron de los combates en Ciudad Sadr y proporcionaron la logística y apoyo aéreo y de la artillería en Basora. Nadie sabe lo que hubiera ocurrido si el ejército iraquí hubiera que tenido que combatir al Ejército del Mahdi por sí solo. Hay todavía mil soldados en Basora y otro batallón apoyando al ejército iraquí en la provincia de Amara, que fue una vez el baluarte del Ejército del Mahdi en el sur de Iraq. El punto de inflexión en esos combates no sólo fue la intervención militar estadounidense sino el llamamiento de al-Sadr a sus hombres para que salieran de las calles y el apoyo de Irán al gobierno de Maliki. Ese fue un tanto que se apuntó Ahmed Chalabi, el muy maligno pero muy astuto oponente de Saddam Hussein, en sus bien defendidos cuarteles en Bagdad. «La gente no se da cuenta de que el éxito del ‘incremento’ fue consecuencia de un acuerdo tácito entre Estados Unidos e Irán», dice. Esto fue verdad cuando Muqtada, que necesitaría del apoyo iraní si se dispusiera a emprender una guerra real contra el gobierno iraquí apoyado por EEUU, declaró una tregua a comienzos del incremento el pasado año. Irán no quiere hacer nada que debilite o destruya al primer gobierno chií en el mundo árabe desde que Saladino derrocara a los Fatimidas en El Cairo de hace ochocientos años.
El comandante saliente estadounidense, el General David Petraeus, sigue diciendo que el descenso en la violencia y la extensión del control gubernamental en Iraq son ‘frágiles y reversibles’. Su cautela se basa en la experiencia. En Mosul, en 2004, Petraus, entonces comandante de la 101 División Aerotransportada, parecía haber pacificado la norteña ciudad de Mosul. Pero ocho meses después de que se fuera, los insurgentes se hicieron con la ciudad, la policía y el ejército cambiaron de bando o se fueron a casa y se capturaron treinta comisarías además de un alijo de armas por valor de 41 millones de dólares. No es probable que le hubiera ocurrido lo mismo al gobierno de Maliki. Pero algunos políticos iraquíes creen que el Ejército del Mahdi está sencillamente reservándose y que podría tomar medio Bagdad en cuarenta y ocho horas. Por el momento, los sadristas se han ido al campo. Muqtada está sentado en su casa de la ciudad santa de Qom en Irán donde dice proseguir sus estudios religiosos. Su estrategia consiste en no lanzarse a la lucha antes de que los estadounidenses se vayan o disminuyan sus fuerzas. Cuando las muchedumbres que asistieron en julio a las mezquitas bajo control sadrista en Ciudad Sadr empezaron a tirar abajo las barreras colocadas en la calle por el ejército iraquí, fueron los predicadores sadristas los que les suplicaron que se fueran a casa y evitaran la confrontación. «Él [Muqtada] no es el tipo de hombre», dice su portavoz Salah al-Obaidi, «que arranca la fruta antes de que madure».
El gobierno iraquí, por su parte, está ansioso por liquidar el movimiento sadrista, a pesar de sus profundas raíces en las empobrecidas masas chiíes, mientras que el ejército iraquí está apoyado por el potencial armamentístico estadounidense. Las divisiones de clase son profundas en la comunidad chií y a la clase media chií le gustaría ver permanentemente aplastado al movimiento sadrista. La persecución es implacable. En Basora, la policía ha dicho a los hombres que solían vender casetes de canciones alabando a Muqtada que los tiren y vendan en su lugar música gitana. En Amara, el ejército está bajo continuas presiones del gobierno de Maliki para que arresten a cualquier sadrista que encuentren. El gobierno sadrista ha sido arrestado, la provincia está efectivamente bajo la ley marcial e incluso los sadristas que se beneficiaron de una amnistía están siendo arrestados. Pero los sadristas y el Ejército del Mahdi dependen finalmente del núcleo de militantes comprometidos que sobrevivieron a la mucha más feroz persecución bajo Saddam Hussein. Será difícil eliminarles. El mismo Muqtada es aún reverenciado en millones de hogares chiíes, aunque su foto resulta menos evidente. Bashir Ali y Ahmed Mohammed, dos poderosos sheijs tribales anti-sadristas de Ciudad Sadr, me dijeron que pensaban que «la corriente sadrista había perdido gran parte de su apoyo en Ciudad Sadr y que no tiene fuerza para llevar a cabo un levantamiento». Son apenas observadores imparciales porque admiten libremente que los sadristas habían reducido el poder de las tribus y estaban ansiosos por devolverles el golpe. Pero, mientras proclamaban que los sadristas habían perdido popularidad, admitieron que no se atrevían a criticarles en público «porque nos dispararían la próxima vez que vayamos a la mezquita a orar». El rencor entre Maliki y los sadristas se profundiza porque fueron sus miembros parlamentarios los que le hicieron primer ministro. Sus ministros se retiraron de su gobierno en 2007 porque el primer ministro no le había pedido a Bush un calendario de retirada de los estadounidenses. Las muchedumbres sadristas se están manifestando todos los viernes exigiendo una retirada estadounidense. Paradójicamente, el gobierno de Maliki está ahora pidiendo una retirada estadounidense para los próximos años siguiendo los esquemas de Muqtada. El nacionalismo iraquí, junto con la reaparición del fervor religioso y el populismo socialista, es lo que ha permitido que los sadristas puedan hacer un llamamiento tan amplio. En gran medida porque Maliki no quería que le denigraran como títere de EEUU fue por lo que rechazó tan vigorosamente el nuevo acuerdo militar o SOFA que habría institucionalizado la ocupación estadounidense y sustituido el actual mandato de Naciones Unidas. Puede que le ponga nervioso pensar qué haría sin el apoyo estadounidense, pero no hay otro dirigente iraquí alternativo con el que sustituirle. Ni tampoco sería esto tan fácil de llevar a cabo como hace dos años. En aquel momento, el embajador de EEUU ayudó a desembarazarse del predecesor de Maliki como primer Ministro, Ibrahim al Yaafari, diciendo que Bush ‘no quiere, no apoya y no acepta’ que Yaafari dirija el gobierno. Desde entonces, el estado iraquí, con todo lo destartalado que está, ha recorrido un largo camino para reconstituirse a sí mismo con alrededor de medio millón de hombres en armas y unos ingresos del petróleo que el próximo año serán de 150 millones de dólares.
EEUU cometió un error al presionar por un SOFA con Iraq en el momento que lo hizo. Cuando EEUU presentó su primer proyecto de acuerdo de seguridad en marzo, contemplaba sencillamente proseguir la ocupación en la que EUU sería el gran señor colonial. El acuerdo que EEUU tenía en mente fue comparado por los iraquíes con el tratado anglo-iraquí de 1930, bajo el cual Gran Bretaña retuvo bastante autoridad en Iraq como desacreditar a los gobiernos iraquíes, que fueron considerados por muchos iraquíes como títeres del poder imperial. «Lo que los estadounidenses nos están ofreciendo en términos de soberanía real es incluso aún menor que lo que los británicos nos ofrecieron hace ochenta años», dijo un dirigente iraquí. El acuerdo fue apoyado por los kurdos e inicialmente por el ala pro-estadounidense del Consejo Supremo Islámico de Iraq, dos de los apoyos principales del actual gobierno, que querían encastillarse en el apoyo estadounidense para su actual elevado estatus. Pero EEUU, junto con muchos de sus aliados en la Zona Verde, ha tendido siempre a subestimar la amplitud con la que los iraquíes de fuera del Kurdistán rechazan la ocupación. No es que el gobierno quiera que los estadounidenses se vayan rápido. «El gobierno carece de fe en sí mismo y quiere estar abrigado por el ejército estadounidense», dijo Mahmoud Ozman, un veterano e influyente parlamentario que admite libremente que sus sentimientos como kurdo son diferentes de sus sentimientos como iraquí. Se opuso al SOFA con EEUU diciendo: «Creo que tenían tanta prisa porque EEUU quería un acuerdo para esta administración a fin de beneficiar con él en las elecciones al partido republicano».
El fallido intento de llegar a un acuerdo entre Iraq y EEUU ayudó a cristalizar el resentimiento iraquí ante la ocupación: las bases militares, la inmunidad de los contratistas y soldados estadounidenses, los 23.000 prisioneros retenidos por EEUU, la capacidad de las tropas de EEUU para arrestar iraquíes y desarrollar operaciones militares a voluntad. La amplitud de la violenta reacción de los iraquíes sorprendió tanto al gobierno de Maliki como a Washington. Pero había otras fuerzas también en juego. Los iraníes habían jugado un papel central al mediar en los meses de marzo y mayo para conseguir el fin de los combates entre el ejército iraquí y el Ejército del Mahdi. Los iraníes dejaron también claro que no iban aceptar el nuevo acuerdo de seguridad Iraq-EEUU. Lo que nunca entendieron los partidarios del ‘incremento’ como John McCain fue que su éxito, en cuanto a lo que por tal puede entenderse, dependía de la cooperación de Irán. El nuevo acuerdo de seguridad destruiría esta cooperación. «Los iraníes se oponen implacablemente al acuerdo», dijo Chalabi, que acababa de reunirse con los dirigentes iraníes en Teherán. «Consagra la presencia masiva de EEUU en Iraq y amenaza su seguridad. Dicen que más que ‘acuerdo de seguridad’ lo que será es un ‘acuerdo de no seguridad'». La voluntad creciente de Maliki de enfrentarse a EEUU a causa del acuerdo puede bien haber sido consecuencia de las seguridades ofrecidas por Irán de que no tendrían que enfrentarse a un levantamiento del Ejército del Mahdi en el sur de Iraq si así lo hacían. La lucha por el poder en Iraq está entrando en una nueva fase. Puede que EEUU no haya conseguido el acuerdo que querían con Iraq, pero siguen permaneciendo en el país como poder militar dominante. Los EEUU siguen controlando en gran medida el ejército iraquí. Ya sea Obama o McCain quien gane las elecciones presidenciales, la batalla por ver quién gobierna realmente en Bagdad proseguirá.
Enlace con texto original:
http://www.counterpunch.org/patrick08082008.html