Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández.
Mientras los estadounidenses se sentaban a la mesa para la cena de Acción de Gracias, los iraquíes lloraban el jueves a los 40 manifestantes asesinados por la policía y el ejército en Bagdad, Najaf y Nasiriya. Cerca de 400 manifestantes han sido asesinados desde que cientos de miles de personas empezaron a salir a las calles a principios de octubre. Grupos de derechos humanos han descrito la crisis en Iraq como un «baño de sangre», el primer ministro Abdul-Mahdi ha anunciado que dimitirá y Suecia ha abierto una investigación contra el ministro de Defensa iraquí, Najah Al-Shammari, que es ciudadano sueco, por delitos contra la humanidad.
Según Al Jazeera, «los manifestantes exigen el derrocamiento de una clase política a la que consideran corrupta y al servicio de potencias extranjeras, mientras muchos iraquíes languidecen en la pobreza sin trabajo, atención médica o educación». Solo el 36% de la población adulta de Iraq tiene trabajo, y a pesar de que bajo la ocupación estadounidense se destripó al sector público, sus destrozados restos emplean todavía a más personas que el sector privado, al que le fue aún peor bajo la violencia y el caos de la doctrina de conmoción militarizada impuesta por Estados Unidos.
Los informes occidentales consideran apropiadamente a Irán como el actor extranjero dominante actualmente en Iraq. Pero si bien Irán ha adquirido una enorme influencia y es uno de los objetivos de las protestas, la mayoría de las personas que gobiernan hoy Iraq siguen siendo los exiliados con los que Estados Unidos viajó junto a sus fuerzas de ocupación en 2003, «todos aquellos que llegaron a Iraq con los bolsillos vacíos con la clara intención de llenárselos», como manifestó un taxista en Bagdad a un periodista occidental en aquel momento. Las causas reales de la interminable crisis política y económica de Iraq son la traición de sus antiguos exiliados, su corrupción endémica y el papel ilegítimo de EE. UU. en la destrucción del gobierno de Iraq, gobierno que les entregaron y en el que les vienen manteniendo en el poder desde hace 16 años.
La corrupción tanto de las autoridades estadounidenses como de las iraquíes durante la ocupación estadounidense está bien documentada. La resolución 1483 del Consejo de Seguridad de la ONU estableció un Fondo de Desarrollo por valor de 20.000 millones de dólares para Iraq a partir de los activos iraquíes incautados previamente, el dinero que quedaba en el programa «petróleo por alimentos» de la ONU y nuevos ingresos procedentes del petróleo iraquí. Una auditoría realizada por KPMG y un inspector general especial descubrió que funcionarios estadounidenses e iraquíes habían robado o malversado gran parte de ese dinero.
Funcionarios de aduanas libaneses encontraron 13 millones de dólares en efectivo a bordo del avión del ministro interino iraquí-estadounidense del Interior, Falah Naqib. El jefe de la criminal ocupación, Paul Bremer, mantuvo un fondo para sobornos de 600 millones dólares sin realizar ninguna justificación documental. Un ministerio del Gobierno iraquí con 602 empleados recaudó salarios por valor de 8.206 millones de dólares. Un oficial del ejército estadounidense duplicó el precio de un contrato para reconstruir un hospital y le dijo al director del hospital que el dinero extra era su «paquete de jubilación». Un contratista de EE. UU. facturó 60 millones de dólares en un contrato que era de 20 millones para reconstruir una fábrica de cemento, y le dijo a los funcionarios que debían sentirse agradecidos de que Estados Unidos les hubiera salvado de Sadam Husein. Un contratista estadounidense de oleoductos cobró 3,4 millones de dólares por trabajadores inexistentes y «otros cargos improcedentes». De 198 contratos revisados por el inspector general, solo 44 tenían documentación confirmando que el trabajo se había realizado.
Los «agentes pagadores» de Estados Unidos que distribuyen el dinero para proyectos en Iraq se embolsaron millones de dólares en efectivo. El inspector general solo investigó una zona, en los alrededores de Hillah, pero encontró 96,6 millones de dólares no contabilizados solo en ese territorio. Un agente estadounidense no pudo justificar 25 millones de dólares, mientras que otro solo pudo justificar 6,3 millones de dólares de un total de 23 millones. La «Autoridad Provisional de la Coalición» utilizó a gentes de esa calaña por todo Iraq y se limitó simplemente a «cancelar» sus cuentas cuando salieron del país. Un agente al que sí se enfrentaron regresó al día siguiente con 1,9 millones de dólares del efectivo desaparecido.
El Congreso estadounidense presupuestó también 18.400 millones de dólares para la reconstrucción de Iraq en 2003, pero aparte de los 3.400 millones de dólares desviados a la «seguridad», se desembolsaron menos de 1.000 millones de dólares. Muchos estadounidenses creen que las compañías petroleras estadounidenses se han forrado en Iraq, pero tampoco eso es cierto. Los planes que las compañías petroleras occidentales elaboraron con el vicepresidente Cheney en 2001 tenían esa intención, pero al revelarse que una ley para otorgar a las compañías petroleras occidentales lucrativos «acuerdos de producción compartida» (PSA, por sus siglas en inglés) por valor de decenas de miles de millones al año no era sino un gran saqueo, la Asamblea Nacional iraquí se negó a aprobarla.
Finalmente, en 2009, los líderes-marionetas de Iraq y sus titiriteros estadounidenses renunciaron a los PSA (por el momento…) e invitaron a las compañías petroleras extranjeras a ofertar por «acuerdos de servicio técnico» (TSA, por sus siglas en inglés) por valor de 1 a 6 dólares por barril para aumentar la producción de los campos petrolíferos iraquíes. Diez años después, la producción solo ha aumentado a 4,6 millones de barriles por día, de los cuales 3,8 millones se exportan. De las exportaciones de petróleo iraquí por valor de alrededor de 80.000 millones de dólares al año, las empresas extranjeras con TSA ganan solo 1.400 millones de dólares, y los mayores contratos no están en manos de las empresas estadounidenses. La Corporación Nacional de Petróleo de China (CNPC) lleva ganando alrededor de 430 millones de dólares en 2019; BP gana 235 millones de dólares; Petronas-Malasia 120 millones de dólares; Lukoil de Rusia 105 millones de dólares; y ENI de Italia 100 millones de dólares. La mayor parte de los ingresos petroleros de Iraq fluyen aún a través de la Compañía Nacional de Petróleo de Iraq (INOC, por sus siglas en inglés) hacia el corrupto gobierno que Estados Unidos respalda en Bagdad.
Otro legado de la ocupación estadounidense es el enrevesado sistema electoral de Iraq y el antidemocrático toma y daca político mediante el cual se selecciona a la rama ejecutiva del Gobierno iraquí. La elección de 2018 fue disputada por 143 partidos agrupados en 27 coaliciones o «listas», más otros 61 partidos independientes. Irónicamente, esto es similar al artificioso sistema político y de múltiples capas que los británicos crearon para controlar Iraq y excluir a los chiíes del poder después de la revuelta iraquí de 1920.
Este sistema corrupto mantiene hoy en día el poder dominante en manos de una camarilla de políticos corruptos chiíes y kurdos que pasaron muchos años en el exilio en Occidente, trabajando con el Congreso Nacional Iraquí (INC, por sus siglas en inglés) de Ahmed Chalabi, con sede en EE. UU., con el Acuerdo Nacional Iraquí (INA, por sus siglas en inglés) de Ayad Allawi, con sede en el Reino Unido, y varias facciones del partido chií islamista Dawa. La participación electoral ha disminuido del 70% en 2005 al 44,5% en 2018.
Ayad Allawi y el INA fueron el instrumento para el golpe militar desesperadamente chapucero de la CIA en Iraq en 1996. El gobierno iraquí siguió cada detalle del complot por una radio de circuito cerrado entregada por uno de los conspiradores y arrestó a todos los agentes de la CIA que estaban dentro de Iraq en vísperas del golpe. Ejecutó a treinta oficiales del ejército y encarceló a cien más, dejando a la CIA sin inteligencia humana desde el interior de Iraq.
Ahmed Chalabi y el INC llenaron ese vacío con una red de mentiras que los belicistas oficiales estadounidenses alimentaron en la cámara de resonancia de los medios corporativos estadounidenses para justificar la invasión de Iraq. El 26 de junio de 2002, el INC envió una carta al Comité de Asignaciones del Senado para presionar por más fondos estadounidenses. Identificó su «Programa de recopilación de información» como la fuente principal de 108 historias sobre las ficticias «armas de destrucción masiva» de Iraq y enlaces a Al-Qaida en periódicos y revistas estadounidenses e internacionales.
Después de la invasión, Allawi y Chalabi se convirtieron en miembros destacados del Consejo de Gobierno Iraquí de la ocupación estadounidense. Allawi fue nombrado primer ministro del gobierno interino de Iraq en 2004, y Chalabi fue nombrado viceprimer ministro y ministro del Petróleo en el gobierno de transición en 2005. Chalabi no pudo ganar un escaño en las elecciones de la Asamblea Nacional de 2005, sin embargo fue después elegido para la Asamblea y siguió siendo una figura poderosa hasta su muerte en 2015. Allawi y el INA están todavía involucrados en el toma y daca por los altos cargos después de cada elección, a pesar de que nunca obtuvieron más del 8% de los votos, y solo el 6% en 2018.
Estos son los ministros principales del nuevo gobierno iraquí formado después de las elecciones de 2018, con algunos detalles de sus antecedentes respecto a Occidente:
Adil Abdul-Mahdi – Primer ministro (Francia). Nació en Bagdad en 1942. Su padre fue ministro del gobierno bajo la monarquía respaldada por los británicos. Vivió en Francia de 1969 a 2003 y obtuvo un doctorado en ciencias políticas en Poitiers. En Francia, se convirtió en seguidor del ayatolá Jomeini y fue miembro fundador en 1982 del Consejo Supremo para la Revolución Islámica en Iraq (SCIRI, por sus siglas en inglés), con sede en Irán. Fue representante del SCIRI en el Kurdistán iraquí durante un período de la década de 1990. Después de la invasión, se convirtió en ministro de Finanzas en el gobierno interino de Allawi en 2004; vicepresidente de 2005-2011; ministro del Petróleo de 2014-2016.
Barham Salih – Presidente (Reino Unido y Estados Unidos). Nació en Suleimaniya en 1960. Doctor en Ingeniería (Liverpool-1987). Se unió a la Unión Patriótica del Kurdistán (PUK, por sus siglas en inglés) en 1976. Estuvo encarcelado durante seis semanas en 1979 y salió de Iraq para convertirse en el representante del PUK en el Reino Unido, con sede en Londres, desde 1979-1991; jefe de la oficina del PUK en Washington desde 1991 hasta 2001; presidente del Gobierno Regional Kurdo (KRG) de 2001-2004; viceprimer ministro en el gobierno interino iraquí en 2004; ministro de Planificación del gobierno de transición en 2005; viceprimer ministro de 2006-2009; primer ministro del KRG de 2009-2012.
Mohamed Ali Alhakim – Ministro de Relaciones Exteriores (Reino Unido y Estados Unidos). Nacido en Nayaf en 1952. Máster en Ciencias (por la Birmingham University), Doctor en Ingeniería de Telecomunicaciones (por la Southern California University), profesor de la Northeastern University en Boston 1995-2003. Después de la invasión, se convirtió en vicesecretario general y coordinador de planificación en el Consejo de Gobierno Iraquí; ministro de Comunicaciones en el gobierno interino en 2004; director de Planificación del Ministerio de Relaciones Exteriores y asesor económico del vicepresidente Abdul-Mahdi de 2005-2010; y embajador ante la ONU de 2010-2018.
Fuad Hussein – Ministro de Finanzas y viceprimer ministro (Países Bajos y Francia). Nació en Khanaqin (ciudad de mayoría kurda, en la provincia de Diyala) en 1946. Se unió a la Unión de Estudiantes Kurdos y al Partido Democrático Kurdo (KDP) como estudiante en Bagdad. Vivió en Holanda desde 1975-1987; cursó un doctorado incompleto en Relaciones Internacionales; está casado con una mujer cristiana holandesa. Nombrado jefe adjunto del Instituto Kurdo en París en 1987. Asistió a las conferencias políticas de exiliados iraquíes en Beirut (1991), Nueva York (1999) y Londres (2002). Después de la invasión, se convirtió en asesor del Ministerio de Educación de 2003 a 2005; y jefe de gabinete de Masoud Barzani, el presidente del KRG, del 2005 al 2017.
Thamir Ghadhban – Ministro del Petróleo y viceprimer ministro (Reino Unido). Nació en Karbala en 1945. Licenciado y máster en Ingeniería del Petróleo (Imperial College, Londres). Se incorporó a la Basra Petroleum Co. en 1973. Director general de Ingeniería y Planificación en el Ministerio del Petróleo iraquí desde 1989-92. Estuvo tres meses encarcelado y fue degradado en 1992, pero no abandonó Iraq y fue nombrado director general de Planificación en 2001. Después de la invasión, fue ascendido a director ejecutivo del Ministerio de Petróleo; ministro del Petróleo en el gobierno interino en 2004; elegido para la Asamblea Nacional en 2005, sirviendo en un comité formado por tres hombres que redactó la fallida ley del petróleo; presidió el comité de asesores del primer ministro de 2006-2016.
Mayor general (retirado) Najah Al-Shammari – Ministro de Defensa (Suecia). Nació en Bagdad en 1967. El único árabe suní entre los ministros de alto rango. Oficial militar desde 1987. Ha vivido en Suecia, pudo haber sido miembro del INA de Allawi antes de 2003. Oficial superior en las fuerzas especiales iraquíes respaldadas por EE. UU. reclutadas entre el INC, INA y los peshmerga kurdos de 2003 a 2007. Subcomandante de las fuerzas de «contraterrorismo» de 2007-2009. Residencia en Suecia 2009-2015. Ciudadano sueco desde 2015. Según informaciones, está bajo investigación por fraude de subsidios en Suecia y ahora por crímenes contra la humanidad por el asesinato de más de 300 manifestantes en octubre-noviembre de 2019.
En 2003, Estados Unidos y sus aliados desataron una violencia indescriptible y sistemática contra el pueblo de Iraq. Los expertos en salud pública estimaron de manera fiable que los primeros tres años de guerra y ocupación militar hostil costaron alrededor de 650.000 vidas iraquíes. Pero Estados Unidos logró instalar un gobierno títere de políticos chiíes y kurdos que habían estado viviendo en Occidente en la fortificada Zona Verde de Bagdad, con control de los ingresos petroleros de Iraq. Como podemos ver, muchos de los ministros del gobierno interino designado por los Estados Unidos en 2004 todavía gobiernan Iraq hoy.
Las fuerzas estadounidenses desplegaron una violencia cada vez mayor contra los iraquíes que resistieron la invasión y la ocupación militar hostil de su país. En 2004, Estados Unidos comenzó a entrenar a una gran fuerza de comandos de la policía iraquí para el Ministerio del Interior, y lanzó unidades de comando reclutadas entre la milicia de la Brigada Badr del SCIRI, que integraron los escuadrones de la muerte en Bagdad en abril de 2005. Este reino del terror respaldado por Estados Unidos alcanzó su punto máximo en el verano de 2006, en que llegaron cada mes a la morgue de Bagdad los cadáveres de hasta 1.800 víctimas. Un grupo iraquí de derechos humanos examinó 3.498 cuerpos de víctimas de ejecución sumaria e identificó al 92% de ellos como personas arrestadas por las fuerzas del Ministerio del Interior.
La Agencia de Inteligencia de Defensa de EE. UU. rastreó los «ataques iniciados por el enemigo» durante toda la ocupación y descubrió que más del 90% iban en contra de objetivos militares estadounidenses y aliados, que no respondían a ataques «sectarios» contra civiles. Pero los funcionarios estadounidenses utilizaron una narrativa de «violencia sectaria» para culpar del trabajo de los escuadrones de la muerte del Ministerio del Interior entrenados por EE. UU. a milicias chiíes independientes como el Ejército del Mahdi de Muqtada al-Sadr.
El gobierno contra el que los iraquíes protestan hoy sigue liderado por la misma pandilla de exiliados iraquíes respaldados por Estados Unidos que tejieron una red de mentiras para organizar la invasión de su propio país en 2003, escondiéndose luego detrás de los muros de la Zona Verde mientras las fuerzas y escuadrones de la muerte de Estados Unidos masacraban a su pueblo para hacer que el país fuera «seguro» para su corrupto gobierno.
Más recientemente han seguido actuando como animadoras mientras las bombas, los cohetes y la artillería estadounidenses reducían a escombros la mayor parte de Mosul, la segunda ciudad de Iraq, tras doce años de ocupación, corrupción y represión salvaje que llevaron a su gente a los brazos del Dáesh. Los informes de inteligencia kurdos revelaron que más de 40.000 civiles fueron asesinados en la destrucción de Mosul liderada por Estados Unidos. Con el pretexto de luchar contra el Dáesh, Estados Unidos ha restablecido una enorme base militar para más de 5.000 soldados estadounidenses en la base aérea de Al-Asad en la provincia de Anbar.
Se estima, en valoraciones conservadoras, que el coste de la reconstrucción de Mosul, Falluya y otras ciudades y pueblos será de unos 88.000 millones de dólares. Pero a pesar de los 80.000 millones por año en exportaciones de petróleo y un presupuesto federal de más de 100.000 millones de dólares, el gobierno iraquí no ha asignado dinero alguno para la reconstrucción. Los países árabes extranjeros, en su mayoría ricos, han prometido 30.000 millones, incluidos los escasos 3.000 millones de Estados Unidos, pero de esa cantidad se ha entregado muy poco si es que llega finalmente a entregarse algo.
La historia de Iraq desde 2003 ha sido la de un desastre interminable para su pueblo. Muchos de los integrantes de esta nueva generación de iraquíes que crecieron en medio de las ruinas y el caos que la ocupación estadounidense dejó a su paso creen que no tienen nada que perder más que su sangre y sus vidas cuando salen a las calles para reclamar su dignidad, su futuro y la soberanía de su país.
Las huellas sangrientas de los responsables estadounidenses y de sus títeres iraquíes en toda esta crisis deberían ser una advertencia grave para los estadounidenses sobre los resultados, previsiblemente catastróficos, de una política exterior ilegal basada en sanciones, golpes de Estado, amenazas y uso de la fuerza militar para tratar de imponer la voluntad de líderes estadounidenses alucinados sobre las personas de todo el mundo.
Nicolas J.S. Davies es un periodista independiente e investigador de CODEPINK. Es autor de Blood On Our Hands: the American Invasion and Destruction of Iraq.
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