Traducido del inglés para Rebelión por Beatriz Morales Bastos.
«Si no podemos suministrar suficiente electricidad a los iraquíes, ¿por qué las familias no se compran generadores privados?», preguntó un alto cargo iraquí en una rueda de prensa celebrada recientemente. La cita era parecida a la que se atribuye erróneamente a la reina francesa María Antonieta: «Si el pueblo no tiene pan, entonces que coma pastel».
Los iraquíes, al igual que los franceses, se levantaron de nuevo en un alzamiento que se inició en Basora. Después se extendió a todo el país y esta vez los dirigentes iraquíes no pudieron culpar de ello a los yazidis, como habían hecho en el pasado cuando hubo disturbios en las ciudades iraquíes occidentales. Quienes se reunieron en la plaza Tahrir de Iraq o en otras plazas no pertenecían a ningún partido, secta o raza específicos. Se reunieron como iraquíes y expresaron su ira contra sus gobernantes que los han sometido durante décadas de fracaso, sin justicia y sin algo tan mundano como nuevos proyectos de construcción. En vez de eso los gobernantes conspiraron en nombre de la religión para saquear la riqueza del país y utilizaron sus recursos para satisfacer sus malvados deseos y alimentar su obsesión por el dinero y el poder.
Los dirigentes iraquíes solo pudieron culpar al Daesh [acrónimo en árabe de Estado Islámico de Iraq y del Levante]. No fue muy inteligente por parte del clérigo chií y político Ammar Al-Hakim el calificar de miembros Daesh a los ciudadanos iraquíes que exigían electricidad, agua y servicios supuestamente con el fin de desestabilizar el país en un plan diseñado por [el autoproclamado califa del Daesh] Abu Bakr Al-Baghdadi. Se suponía que el fin de este plan era crear nuevos frentes que disminuyeran la presión sobre él tras las «victorias» logradas por sus milicias.
Quizá Al-Hakim no recuerda cuando las autoridades acudieron a él con el rabo entre las piernas en un caso sin precedentes de ceder poder a figuras religiosas y afirmando que desde 2003 se habían gastado más de 34.000 millones de dólares en el sector de la electricidad iraquí. El Comité para la electricidad del Parlamento había confirmado esta cifra, que según un prestigioso diario occidental, equivale a lo gastado en electricidad en tres países europeos, Gran Bretaña, Francia e Italia. Puede que Al-Hakim tampoco sepa que la pésima gestión de este sector en los últimos cinco años ha provocado unos daños y pérdidas a todo el país que se calculan en más de 300.000 millones de dólares.
Hubiera sido de desear que el propio Al-Hakim hubiera investigado la situación de este sector que es vital para la vida de todas las personas que viven en Iraq. Seis ministros entraron en el ministerio con las manos vacías y salieron con los bolsillos llenos a rebosar. Algunos huyeron del país, felices con lo que habían robado mientras prometían al pueblo solucionar el problema en unos meses. El último ministro afirmó que Iraq iba a exportar su exceso de energía a los países vecinos. Con todo, el ministro que más ignoró las exigencias del pueblo fue el que afirmó que este debía ser paciente porque la electricidad no iba a llegar a sus hogares en otros 27 años.
También parece que quienes hoy gobiernan Iraq, incluidos Al-Hakim y los seis ministros de energía, no han estudiado la historia porque de otro modo habrían conocido lo que llevó a las iracundas masas francesas a las calles de París exigiendo pan. Asaltaron el palacio de Versalles, destruyeron la cárcel de la Bastilla y se negaron a pagar impuestos en la revolución que llevó al derrocamiento de la monarquía y de la clase dirigente. Los dirigentes iraquíes debían haber conocido el significado de las palabras de Mirabeau en palacio: «Diga a quienes le han enviado que estamos aquí por la voluntad del pueblo y solo saldremos por la fuerza de las bayonetas». También deberían revisar la reacción del obtuso Luis XVI que escribió una palabra sobre la revolución en su diario, «nada», pero luego, como cualquier otro tirano, afrontó su destino a manos de los rebeldes que formaron la Asamblea Nacional para gobernar Francia.
Por lo que se refiere a las desafortunadas palabras de Al-Hakim, creo que mencionó una «crisis de gestión», «falta de fondos», «conflictos», etc. Sin saberlo estaba diagnosticando el «proceso político» sectario provocado por los estadounidenses. Los destacados dirigentes que Estados Unidos trajo por la «puerta de atrás» desconocen la ciencia de la política y el arte de la gestión y la gobernanza. Se apoderaron de miles de millones de dólares y llevaron al país al borde de la bancarrota. Estaban absortos en ese robo y así distrajeron al pueblo con «conflictos y luchas» por el dinero, la autoridad y el poder, y sumieron al país en un guerras civiles y crisis económicas y sociales que los iraquíes nunca habían conocido antes.
Esto ha agotado la paciencia del pueblo y le ha llevado a ejercer su derecho a protestar y manifestarse, al igual que hicieron los franceses al quedarse sin pan. Aunque los iraquíes aún no hayan asaltado el Versalles y la Bastilla iraquíes, siguen insistiendo en seguir con su levantamiento hasta derrotar a los opresores. Hay una razón para ello y es que no tienen nada que perder excepto sus grilletes. Puede que necesiten más tiempo que los franceses y puede que necesiten unos medios y métodos más eficaces e influyentes, pero solo entonces los dirigentes se darán cuenta de que la excusa de «esperar el mesías» ya no funciona y para entonces será demasiado tarde. Les ocurrirá como al rey y los clérigos franceses que hace más de dos siglos se dieron cuenta de que su marketing de la idea de ganar metros cuadrados en el cielo ya no funcionaba. A menudo el final de una revolución es su etapa más difícil.
Este artículo se tradujo al inglés desde la versión en árabe publicada en Al-Araby Al-Jadid, el 4 de agosto de 2015.
Fuente: https://www.middleeastmonitor.com/articles/middle-east/20246-the-electricity-uprising-in-iraq