Y me perdonan por no haberme resistido al chiste pero las declaraciones ante el senado de los Estados Unidos del teniente general Douglas Lute, candidato de la Casa Blanca para coordinar las políticas de guerra en Iraq y Afganistán, como que suenan a pretexto que invalide el posible nombramiento, a excusable error que lo descarte, […]
Y me perdonan por no haberme resistido al chiste pero las declaraciones ante el senado de los Estados Unidos del teniente general Douglas Lute, candidato de la Casa Blanca para coordinar las políticas de guerra en Iraq y Afganistán, como que suenan a pretexto que invalide el posible nombramiento, a excusable error que lo descarte, a veloz huída, porque ya me dirán cómo se explica que el nominado por Bush para tal fin afirme que «se debería considerar la retirada de las tropas en Iraq», o reconozca que, en varias ocasiones, expresó sus «inquietudes» por el plan de su mentor.
A este Lute como a aquel otro delincuente español famoso por sus fugas, por alguna razón que ignoro, también le va la huída. Incapaz de contrariar la solicitud de su presidente para aceptar el cargo y no queriendo, tampoco, presentar su renuncia, se decidió por abrir la boca y echar todo a rodar, una forma como cualquier otra de escapar.
Después de sus declaraciones, el teniente general Lute no parece que vaya a seguir contando con el aval del presidente para un cargo y función que, obviamente, dadas sus declaraciones, tampoco anhela, porque mal hábito de trabajo puede desarrollar en la labor encomendada de coordinar la guerra quien ya está pensando en la retirada. Y menos cuando a Bush se le ha concedido el dinero requerido para multiplicar la muerte. Si el nombramiento de Douglas Lute se confirma, pese a sus criterios, sería el propio Bush quien estaría haciendo buena la consideración de su valido.
A diferencia del viejo Lute , al teniente general Lute le escasean las habilidades hasta para escaparse y como buen militar egresado de West Point , amigo de pensar lo justo y hablar lo imprescindible, cuando se desboca, aunque sean dos párrafos, se pone en evidencia.
Si en el primero ponderaba la retirada de las tropas, en el segundo párrafo la justificaba porque serviría para «presionar al gobierno iraquí a que cumpla los objetivos que se le han marcado», reconocimiento en su fondo y en su forma de la democracia que han construido en Iraq esos que «presionan» y «marcan los objetivos». Y es cierto que se sabe pero no todos los días lo reconoce un alto mando, un teniente coronel que rechaza coordinar una aventura condenada al fracaso, a la derrota, que no acepta la orden de coordinar una guerra perdida. Caso semejante al de su antecesor, Meghan O´Sullivan, que optó por la común renuncia, y al de varios militares retirados consultados por la Casa Blanca para hacerse cargo de la misión, que también declinaron la oferta.
Al coronel Lute, en su huida, le quedará la gloria de haberlo dicho a tiempo para él, aunque demasiado tarde para Iraq.
A Bush en su huida hacia delante, le quedará el consuelo de encontrar, aunque tarde, quien sustituya a su viejo candidato y se ocupe de coordinar el caos y sus efectos en cualquiera de sus guerras, pero algunos de sus viejos colaboradores, conscientes de que el barco se les hunde, andan ya maquinando huidas, espantadas, desplantes, alistando salvavidas, poniéndose a recaudo de las cuentas que, antes o después, tendrán que rendir, no frente a un tribunal de justicia, que para eso es que se crearon los otros lutes, sino ante el simple juicio de la razón y la dignidad humana.