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El mar en la poesía épica de Lloréns y Palés

Fuentes: Rebelión - Imagen: "Mare Nostrum", Javier David Ramos, 2017

El mar Caribe, nos dice el cubano Fernando Ortiz, es el Mediterráneo de las Américas. Aquí, como en toda la región mediterránea, han habitado desde tiempo inmemoriales «pueblos muy marineros y observadores de los meteoros que influencian en los peligros de la navegación». El resultado es una homología cultural, según Ortiz, entre el Caribe y el Mediterráneo, en lo que toca a los símbolos universales del mar, el viento y los disturbios atmosféricos.

No es extraño, pues, que Luis Palés Matos escribiera un poema de corte épico sobre el mar y los huracanes. Me refiero, ante todo, a «Canción de mar», de su libro Tuntún de pasa y grifería. El género épico nos remite a la poesía heroica y en este poema tenemos una lírica heroica de carácter marítimo. Al leerlo, no se puede evitar pensar en los poemas de Homero y, en particular, en La odisea. La diferencia principal es que mientras Homero nos brinda la historia de la gran epopeya de Odiseo en su camino de regreso a Ítaca, Palés nos relata el viaje de los meteoros atmosféricos al atravesar los grandes océanos. El poeta boricua antropomorfiza el viento tempestuoso que deviene un personaje trascendental.

Luis Palés Matos no fue el primer poeta antillano en trabajar la temática del mar y la heroicidad. También Lloréns Torres le escribió al mar buscando crear una lírica boricua de la proeza en altamar. Cierto es que el heroísmo en el mar nunca ha tenido en nuestra poesía el lugar destacado que tuvo desde principios del siglo XIX en Cuba y otras islas del Caribe. Esto, posiblemente está ligado al hecho de que el coloniaje nunca ha permitido una amplia relación de libertad entre nuestro pueblo y los cuerpos de agua que rodean la isla. Palés y Lloréns lo sintieron así, y buscaron en la literatura esa conexión espiritual necesaria para la personalidad antillana cuajada.

En estas notas destacamos dos poemas de Palés y dos de Lloréns, que a nuestro juicio pertenecen a la temática de la épica del mar. Del primer autor, «Aires bucaneros» y «Canción de mar»; del segundo, «Mare Nostrum» y «Velas épicas». En muchos sentidos, son cuatro poemas parecidos. En ellos, ambos vates intentan definir nuestra conexión con el mar, mediante una apelación a la mitología, antigua y nueva. No obstante, también hay discontinuidad y ruptura. Lloréns nunca logra desprenderse de su visión de la preeminencia de la conquista española sobre la cultura boricua. Palés, sin negar el peso del «león hispano y su lanza guerrera», quiere dar paso a una visión del mar nueva, independiente y contrapuesta al coloniaje. El mar visto, pues, como una fuerza libertaria de significado universal.

Conquistadores y piratas

En «Aires bucaneros», Palés elabora su poesía mediante el uso alucinante de las más variadas imágenes marítimas. En algunas, el poeta guayamés escribe como «pinta el pintor», parafraseando a José Martí. De la visión de conjunto al detalle, y viceversa, en un simple trazado, de un solo tirón. Otras imágenes del poema apelan a los sentidos no visuales: al olor, la textura, el sabor y los estados de ánimos asociados a estos. Cuando los mezcla, el resultado es el mundo de lo irreverente y desmedido en altamar, tal y como imaginamos por el efecto de los cuentos infantiles, la vida diaria y la conducta de los bucaneros. La escritura en «Aires bucaneros» es también rítmica y musical, aunque en un sentido distinto a sus poemas negristas o de la negritud. Aquí la sonoridad ayuda a mantener un plano multisensorial intenso, como cuando explotan los cohetes en una feria de pueblo, con el sonido, el olor a pólvora y la visualización de los colores, todos partes del mismo espectáculo. La sensualidad propia de sus poemas mulatos se asoma, aunque de manera subordinada, en las imágenes de la ferocidad y el primitivismo sexual del pirata en su relación con las mujeres, consideradas por este como trofeo de guerra.

Palés dividió «Aires bucaneros» en seis partes. Las primeras tres describen al personaje principal: el bucanero o pirata. Lo épico comienza en la parte IV. Ahora, el bucanero es un aventurero de altamar, que reta todos los peligros de la navegación, incluidos «los horizontes en donde aúlla la agria jauría de la tormenta». Las Antillas se muestran, en esta sección, equivalentes al mar que enfrentó Odiseo en su viaje a Ítaca, pero aquí referenciadas al contexto de la América tropical. Los ciclones, por ejemplo, son poco comunes y de poca intensidad en el mar Mediterráneo, por más que Homero se esforzara en describir la capacidad destructiva de los vientos en altamar. Es muy posible que, en su descripción de la vida bucanera, el poeta guayamés estuviera influenciado por la maravillosa película silente The Black Pirate (1926), protagonizada por Douglas Fairbanks.

Mas, es en la parte V del poema, en que Palés introduce la gran epopeya del bucanero en el Caribe: su lucha en contra de los imperios mercantiles europeos. Toda poesía épica, como decía Susana Rotker, es una «lírica del esfuerzo desigual y de la lucha por trascender». Lo es en Homero y, por necesidad, lo es en Palés. El bucanero es el enemigo acérrimo de los grandes poderes marítimos comerciales, en particular de España. La desigualdad real existe en el contraste de la embarcación lugre del pirata y el poderío y los armamentos del galeón español.

¿Y en qué se manifiesta la trascendencia de este enfrentamiento? Pues en que el bucanero, apenas con su machete y pistola de pólvora negra, pero gracias a su astucia, captura el botín, que no es sino el tesoro de las Américas robado por los poderes mercantiles de Europa: «Polvos auríferos de la montaña, / finas vicuñas de la meseta, / tórridas mieles de la llanura, /resinas mágicas de la selva». Es decir, Palés transporta a los enfrentamientos entre los piratas y los galeones españoles la lucha todavía más épica y trascendental entre «el león hispano / y el tigre astuto de las Américas». Con ello, el bucanero queda determinado como un elemento propio de la rebeldía y lucha de los pueblos caribeños frente al imperio opresor. La imagen del rey Felipe palidece por su insignificancia frente a figuras históricas de la piratería, como Morgan con su «trama maestra». La naturaleza misma, esa que el pirata enfrentara con gran heroísmo a pesar de su embarcación rústica, es ahora su mejor aliada: «Y cuando izada sobre Tortuga / –pendón corsario– la noche ondea, / la luna, cómplice de los piratas / fija en las sombras sus calaveras».

Podría decirse, con cierto grado de razón, que hasta ahora no hemos dicho nada nuevo. Y es que nuestro trovador Roy Brown, al musicalizar el poema «Aires bucaneros», puso de relieve toda la exquisita lírica de esta imaginativa inspiración de Palés. Pero lo que no se ha destacado, en nuestra opinión, es el lugar importantísimo de este poema en la evolución de la poesía antillana del poeta. Más allá del uso maravilloso de imágenes aquí discutido, en «Aires bucaneros» el poeta guayamés rompe, por así decirlo, con la poesía épica puertorriqueña que le precedió. ¿Qué poesía? La de su maestro, Luis Lloréns Torres.

En efecto, ya antes de Palés, Lloréns había trabajado la temática de lo épico en el mar Caribe. Nos referimos, en particular, a su poema «Velas épicas», escrito tres décadas antes de que se publicara «Aires bucaneros». Este poema del juanadino es el reverso del de Palés. Tiene como personaje épico a los conquistadores españoles y, en particular a Cristóbal Colón en su primer viaje. El relato alcanza su clímax al hablarnos de la quema intencional del Fuerte Navidad en 1493 por los pobladores originales de La Española. Lloréns exalta el coraje de los «héroes» de la conquista, frente a los «desnudos bronces que en la sombra vagaban / y la oscuridad rubricaban / con hierbas encendidas en la boca».

Sí, en «Aires bucaneros», Palés busca crear una poesía de heroísmo, como ya lo había hecho Lloréns Torres en el poema «Velas épicas». La diferencia es que, en el caso del poeta guayamés, se trata de fundar una nueva épica a partir de una interpretación alternativa de la historia. En Lloréns, el personaje épico es Cristóbal Colón y sus acompañantes. Su poesía nos habla de la épica del conquistador en el siglo XV. En Palés Matos, el héroe es el bucanero en su lucha desigual en contra de los poderes mercantiles europeos en el siglo XVII. Lloréns exalta al «león hispano» en el contexto del siglo XV; el guayamés, al «astuto tigre de las Américas» en el siglo XVII. Todo, pues, en referencia inevitable al pasado.

Una épica universal

La invasión estadounidense en 1898 fue un duro golpe para cualquier proyecto de vida marítima propia de nuestro pueblo. Palés Matos, en particular, tiene que haber sentido una frustración enorme por nuestra desconexión del mar al momento de seleccionar esta temática. La región sureste de la isla, que incluye a su pueblo natal, Guayama, se convirtió entre 1898 y 1920 en una gran factoría para la producción y exportación de azúcar al mercado estadounidense. Los puertos de embarcaciones, que no eran muchos, estaban en función exclusiva de los intereses azucareros extranjeros. El escritor no podía ni imaginarse entonces una piratería épica local. ¿Qué sentido habría tenido apoderase de embarcaciones llenas de azúcar sin refinar en un país en que no había ni refinerías? Decía José Martí que la poesía «ha de tener la raíz en la tierra, y base de hecho real». La nueva épica que ya proponía Palés en Aires bucaneros, sin embargo, no podía versar sino sobre una relación abstracta con el mar.

Efectivamente, en Canción de mar, un poema que Margot Arce de Vázquez catalogara de coherente con Aires bucaneros, Palés nos brinda una poesía épica del mar, tomando como modelo la mitología griega y romana. El mar deviene el protagonista. Pero, no el mar Caribe, como había sugerido Lloréns en un poema titulado Mare Nostrum, sino el mar, pura y simplemente, abstractamente considerado.

Canción de mar es un poema visualmente alucinante. Mediante el uso de las más atrevidas analogías, Palés logra estimular la parte del cerebro que recrea lo visto y luego, sin pensar, lo recombina imaginativamente. Es como mirar un gran estanque de peces, con sus colores diversos y con sus criaturas de otro mundo, de ese otro mundo que es el mundo marino. Todo lo contrario, por supuesto, del mar Caribe visto por un poeta que creció en una ciudad que le dio la espalda al mar y carecía de aventuras de navegantes arrojados y valientes.

Cumpliendo con el requisito de que su poesía tuviera «raíz en lo real, y base en la tierra», el poeta guayamés no nos presenta un ser mitológico irreconocible para quien lee. Sí, es cierto que modela al protagonista de su épica comparándolo con Hércules, un semidiós de la mitología griega; pero le atribuye rasgos de la contemporaneidad. El mar, a quien Palés llama «Hércules prodigioso», tiene los rasgos físicos y mentales de la clase trabajadora actual. Así, es un jornalero que surca el campo, un peón que lleva en sus hombros las más pesadas cargas y un minero que draga el fondo de los océanos. De vital importancia es que a este semidiós no se llega implorándole a una divinidad superior y perfecta, sino sosteniendo en la mano un objeto común y, en apariencia, insípido: «Dadme esa esponja y tendré el mar. / El mar en overol azul / abotonado de islas / y remendado de continentes / luchando por salir de su agujero, / con los brazos tendidos empujando las costas».

La dualidad que la mitología grecorromana confirió a Hércules, divino y mortal, se repite cuando Palés describe, en un lenguaje coloquial, las tareas o trabajos del protagonista de su poema épico, el mar. Sus acciones terrenales siempre tienen significado divino: «Jornalero del Cosmos / con el torso de músculos brotado / y los sobacos de alga trasudándole yodo, / surcando el campo inmenso con reja de oleaje / para que Dios le siembre estrellas a voleo».

No hay en la épica palesiana, sin embargo, un trabajo más mundano que la labor del mar de lucir sobre sus hombros el acrobático genio de la «chiflada y versátil troupe de los meteoros». Este tema, el de los fenómenos atmosféricos y, en particular, del huracán del trópico, ya había hecho su aparición en la poesía de Lloréns Llores, quien dio los primeros pasos, tímidos sin duda, en nuestra literatura mitológica del mar. Pero es con Palés que ambos temas, el mar y los huracanes, adquieren una forma lírica sublime. Tal y como ocurre en el conjunto de la cosmogonía de los pueblos originales de las Américas, el huracán es, en la poesía madura de Palés, un ser mitológico «contingente y subordinado»; señor de los vientos, supremo terror que es a la vez supremo protector, aunque no se desprende nunca de su relación con una deidad superior. Y, en lo que no es sino un reflejo de los avances de la meteorología a fines de la década de los treinta del siglo XX, el poeta guayamés nos lleva en un viaje maravilloso por los tres corredores del ciclón tropical en el mundo. Se trata de una aventura épica autónoma, que recoge la rica visión mitológica de los grandes fenómenos huracanados en las culturas, océanos y continentes en que estos son más intensos y determinantes:

Ved el tifón oblicuo y amarillo de China,
con su farolería de relámpagos
colándose a la vela de los juncos.
Allá el monzón; a la indostana,
el pluvioso cabello perfumado de sándalo
y el yatagán del rayo entre los dientes,
arroja sus eléctricas bengalas
contra el lujoso paquebote
que riega por las playas de incienso y cinamomo
la peste anglosajona del turismo.
Le sigue el huracán loco del trópico
recién fugado de su celda de islas,
rasgándose con uñas de ráfagas cortantes
las camisas de fuerza que le ponen las nubes;
y detrás, el ciclón caliente y verde,
y sus desmelenadas mujeres de palmeras
fusiladas al plátano y el coco…

Los versos dedicados al simún africano y las «trombas hermafroditas» son igualmente alucinantes en las descripciones y el uso de las analogías. Palés capta todo el aliento de lo lírico en la vida y traslación de los meteoros tropicales.

La siguiente estrofa, también llena de imágenes visualmente fabulosas, está dedicada a las profundidades y a la labor del mar en calidad de minero: «Abajo es el imperio fabuloso: / la sombra de galeones sumergidos / desangrando monedas de oro pálido y viejo; / las conchas entreabiertas como párpados / mostrando el ojo ciego y lunar de las perlas; / en el pálido fantasma de ciudades hundidas / en el verdor crepuscular del agua…»

¿Qué del requerimiento de que la poesía épica sea una lírica del esfuerzo desigual y de la lucha por trascender? Este se cumple en la penúltima estrofa, en que Palés nos muestra al mar como una fuerza rebelde, que interviene irreverentemente en el mundo para formar su propio destino. Como ocurre en toda gran mitología, el mundo celestial era autoritario y el mar, rebelde:

El mar infatigable, el mar rebelde
contra su sino de forzado eterno,
para tirar del rischa en que la Aurora
con rostro arrociblanco de luna japonesa
rueda en el sol naciente sobre el agua;
para llenar las odres de las nubes;
para tejer con su salobre vaho
el broderí intangible de las tinieblas;
para lanzar sus peces voladores
como las últimas palomas mensajeras
a los barcos en viaje sin retorno
[…]
o cuando Dios, como por distraerse,
arrójale pedradas de aerolitos
que él devuelve a las playas convertidas
en estrellas de mar y caracolas.

Canción de mar es, pues, un poema que pone al mar, ese inmenso cuerpo de agua que rodea la isla de Puerto Rico, como una potencia de significado universal, de valor propio. Sí, Lloréns le cantó al mar quizás tanto más que Palés; pero en el poeta juanadino el mar está dado, ante todo, en su dependencia frente a la gran épica de España y los conquistadores; no de manera independiente. Incluso en el poema «Mare Nostrum», que versa sobre el mar Caribe y habla del coloniaje, el Mare Nostrum de Lloréns no es tan nuestro, pues existe bajo la sombra espiritual de la conquista: «Y eres nuestro, Mare Nostrum: porque, a todos nuestros pueblos, / para que oren por su paz y por su unión, / les ofreces el rosario de tus islas, / de que vuela en letanías la oración, / la oración que a Dios le reza el Nuevo Mundo, / prosternado ante la tumba de Colón».

En la oda palesiana, por el contrario, el mar está dado como una fuerza universal, tal y como lo vieron, en otros tiempos, los pueblos marinos del Mediterráneo. Tanto Lloréns como Palés, lo sabemos, se enfrentaron a la dura realidad de que el coloniaje había impedido un vínculo económico y cultural significativo de Puerto Rico con el mar. Los dos vates, por coincidencia, son oriundos de pueblos costeros en el sureste de Puerto Rico, dominados durante la primera mitad del siglo XX por la actividad de producción de azúcar para la exportación. Esta última determinaba la conexión con el mar. Pero, mientras que Lloréns se aferra a la idea de que la vieja épica española había dado los parámetros eternos de nuestra condición de pueblo caribeño, Palés nos dice que no; y afirma, de manera categórica, que estamos, como los viejos pueblos marinos del Mediterráneo, frente a un ente de valor universal, de trascendencia propia.

Liberado del falso abolengo español que le confiere Lloréns, el mar Caribe es una fuente universal de inspiración libertaria, de rebeldía futura para los pueblos caribeños sometidos al coloniaje. Palés rechaza la vieja épica, esa que buscaba en la antigua dominación española el aliento lírico de la vida insular. Para él, el mar significa el anhelo de lo infinito y la lucha perenne por la libertad, tal y como la antigua mitología nos hablara de la epopeya del prodigioso Hércules…