Peligros de Granada, 24 de noviembre de 2017 Hace unos días fuimos a ver la película Oro del director y coguionista Agustín Díaz Yanes. Y lo primero que nos llamó la atención fue: qué es realmente lo que quiere contar la película, después a quién va dirigida, más tarde habría que plantearse qué pretende comunicar […]
Peligros de Granada, 24 de noviembre de 2017
Hace unos días fuimos a ver la película Oro del director y coguionista Agustín Díaz Yanes. Y lo primero que nos llamó la atención fue: qué es realmente lo que quiere contar la película, después a quién va dirigida, más tarde habría que plantearse qué pretende comunicar y por último para qué.
En algunas crónicas periodísticas [1] se nos induce a error cuando se dice que Oro es una película histórica sobre el descubrimiento hispánico de América. Obviamente en el guion hay multitud de ocasiones para hacernos creer eso. Desde los nombres de los protagonistas hasta la repetición de la parte que le correspondería -del oro que los criminales españoles encontraran- al emperador hispanogermánico: Carlos Iº de España y Vº de ¿Alemania? [2]. Ese cambio de su parte alícuota en el trato es clave para entender la presunta trama de la película: pues la rebelión de los soldados del ejército imperial es reescrita desde un quinto a los dos quintas partes del oro que se localice en las tierras americanas. También las sediciones tienen su costo económico y se verán restablecidas oficialmente en el reparto que se haga del botín. Pues la conquista americana desde estos parámetros sólo se puede ver como un robo cometido por ladrones, aunque algunos usen las máscaras y los disfraces de la realeza imperialista. Una historia imperial que está aún por escribirse en clave y en consonancia con la picaresca literaria de un Imperio del hambre formado por harapientos, analfabetos, buscarruinas y ladrones.
Ya ha habido varias críticas a la película por la forma de contarnos la historia española de la conquista de América. Muchos comentarios digitales [3] a las reseñas de esta película se centran en el tópico de la leyenda negra. Desde un tiempo a esta parte parece que no se puede criticar el papel de lo que se ha venido en denominar como España de tal manera que ni siquiera a los españoles se les puede afear su conducta en un tema como la conquista a no ser que se quiere ver estigmatizado con el tópico de caer en esa etiqueta mítica de la crítica negrolegendaria.
Se hace necesario conocer algunos de esos referentes para poder hacer otra cosa: conocer la historia real tal y como realmente ha sido. Pues, parece que el oficio de los críticos de los que ellos suponen que son negrolegendarios no es otro que hacerse cómplices de otra leyenda: la de la sacralización del desorden monárquicamente establecido [4]. Un rey extranjero impuesto a la nobleza más innoble de Castilla y Aragón y asumiendo de manera subjetiva y voluntaria las cadenas de la esclavitud más deliberada y moderna. De tal manera que muchos de sus coetáneos no tuvieran más salida vital que la de hacer, como fuera, las Américas.
Gustavo Bueno [5], Iván Vélez [6], María Elvira Roca Barea [7] o Jesús González [8] Maestro [9] son claves para poder enfrentarnos a ese renacer de un determinado españolismo frente a la historia. Y habría que saber explicar con rigor algo más que el pasado realmente sido, así como los cambios y transformaciones que en ese tiempo fueron y han sido. Pues se juegan muchas cuestiones entre las bambalinas de ese circo intelectual [10].
A qué género literario de la cinematografía pertenece la película Oro de Díaz Yanes.
¿Pretende ser del mal llamado cine histórico? Pues, sin duda, no lo es. Claro que aparece un cronista del rey que va tomando nota de los más variados aspectos de las excursiones españolas para dar cuenta del discurso monárquico de la conquista tan peculiar y característico de los cronistas de Indias [11]. Pero se hace insuficiente esa presencia. Por muchos motivos Oro no es cine al que se le pueda dar la connotación de histórico: sólo los últimos cinco minutos de la película se hacen totalmente incomprensibles desde una perspectiva diacrónica. Una flecha indígena matará al personaje que encarna el actor Coronado. Y, para más guasa, en las últimas escenas los dos últimos personajes representados por Raúl Arévalo y Antonio Dechent se verán en una playa donde los indígenas no hacen ninguna mueca de estupor a que junto a ellos dos «enemigos» hablen y se vayan a una playa para proclamar con una bandera -¡anda que no es actual el esconder las miserias sociales con trapos de colores!- que aquellas tierras pertenecerán desde ese momento a la corona imperial española. Muy digno tal detalle para poder ser analizada de manera racional desde las cátedras de Psiquiatría actuales: ¿qué pasaría si un puñado de inmigrantes africanos nada más bajarse de una patera proclamaran que todas las tierras europeas han de ser rebautizadas por las culturas africanas y que sus propietarios fuera cualquier reyezuelo tiránico de África?
¿Pretende, entonces, ser cine de aventuras o de mero entretenimiento comparable a las películas como Tarzán, Avatar o, peor aún, a Tintín en África? ¿Y por eso se hace cómplice, tanto el director como su coguionista Arturo Pérez Reverte, de la ignorancia que se le inculca a determinado público «juvenil»? Pues nos tememos que la película carece de los motivos más elementales para atraer a ese gente. No hay una explicitud clara de una trama. Los soldados españoles que se muestran extremadamente avaros y que buscan oro compulsivamente como la gran razón de su existencia no lo encuentran y parece que es lo único que les mueve a actuar de forma tan ruin y sanguinaria. Pero, ¿eso es realmente cierto? ¿Fue ese el motivo real? ¿Es el oro la única causa que motivara a las incursiones ibéricas en otros continentes?
El oro parece ser desde el mismo título la única explicación de la conquista española de América. Y eso es darle la razón al simplismo más aberrante de los apologetas del dinero como única razón de ser del individualismo posesivo del capitalismo «neoliberal». Y en esa concepción hay muchos errores implícitos. Se sabe que en los diarios de Colón el oro aparece en momentos muy decisivos. Pero también sabemos que el dinero no se puede confundir ni siquiera con el capital. Y éste no es simple chatarra crematística financiera, aunque hoy eso se crea que es lo único que existe y a lo que merece la pena dedicarle todo en nuestras miserables existencias.
Y habría muchas más cosas que no se explican sólo desde un punto de vista financiero. Poner en la película a dos mujeres como doña Ana y su criada no es más que un recurso demasiado torpe para reclamar la cuota de pantalla de la femineidad oficial de estos tiempos de infamia posmodernista. No habría que contar cómo han llegado allí, de dónde salen, por qué están donde están, etc.
Cómo explicar la existencia de indígenas que pueden ser utilizados ya en 1527 como traductores de las lenguas indígenas a la española renacentista del siglo XVI. De qué manera han aprendido su labor, pues parece que ni siquiera con nuestros actuales gobernantes resulta fácil la tarea de hacerles conocedores de varias lenguas para su desenvolvimiento personal y político. No hace falta pues parece hablar del analfabetismo crónico del populacho español: ¡no parece ser otra la fuente de ese partido popular corrupto de nuestros trágicos y dramáticos días!
La crueldad y la violencia son permanentes en la película. Y lo peor es que se presentan en cualquier momento y sin explicar las causas. Parece que el cine gringo de pistoleros y de serie negra se ha aposentado en nuestras mentes y que no hace falta pensar que, curiosamente, la extorsión, la dominación y la violencia (y más si es armada, esto es: militar) son más racionales de lo que en nuestra postmodernidad ideológica se nos quiere hacer creer (¿o pensar?) que no hay nada que contar ni relacionar. Que ni siquiera la literatura vale nada. Pareciera que la injusticia como la violencia siempre se han de ver como gratuitas, arbitrarias y hasta naturales. Y no necesitan de ningún tipo de explicación sociológica, económica o histórica.
Así que ni históricamente ni desde el punto de vista del argumento espectacular la película Oro es sostenible. Su fracaso nos parece que está más que cantado. Ni siquiera se llegará a recaudar en las salas de cine los varios millones de euros que ha costado su producción. Y ese costo antieconómico que es realmente fundamental el tener que explicarlo, debería ser clave para interpretar (e interpelar) el milagro de la producción ideológica (cinematográfica, en este caso) de nuestro tiempo. Y decimos lo de milagro de manera bastante provocadora. Pues, es ininteligible que ese costo no se quiera -ni se sepa- explicar cómo sucede. Si se hiciera la explicación neoliberal de la economía, ésta tendría ya no sus días sino sus horas de existencia más que contados y finiquitados. Pues ni el Sol, ni el agua, ni el oro, ni el fútbol, ni la cultura, ni la literatura, ni el derecho, ni el cine, ni el amor, ni el odio, ni la propia economía, etcétera y etcétera se puede reducir a simples cálculos economicistas. Pero el ecocidio capitalista es ciego y no sabe ver ni siquiera lo que tiene delante de sus narices.
Por otra parte, nos parece que ni el director ni el guionista han calculado los daños que una exhibición tan torpe de la crueldad hispánica en la conquista de América pueden acarrear en las hornadas de inmigrantes «latinos» que se refugian en la actual España huyendo de sus sociedades del malestar donde la criminalidad y los negocios imperialistas son algo así como el pan diario con el que se ha de comulgar si se quiere conservar la vida en estos instantes tan mostrencos. Se vuelve a usar el pasado de manera muy torpe para generar discordias sentimentales y malentendidos etnicistas y culturalistas.
Una película que carece de argumento lógico, una historia de crueldad y de sangre que no tiene ni pies ni cabeza lo único que puede hacer es generar más problemas que beneficios; ya que cual ideología postmodernista se cree que no existe relato que se deba de abordar y de contar con lo que se anula la misma posibilidad de contar algo que tenga una mínima coherencia en la propia secuencialidad de las escenas cinéticas. Y lo peor es que las élites culturales que dominan en España querrán hacernos creer que Oro es una película de izquierdas y que por eso mismo refleja la mediocridad de los planteamientos de aquellos que queremos construir una sociedad mejor donde haya más igualdad, mayores libertades y mejores relaciones fraternales entre todos y cada uno de los seres que pueblan en la actualidad nuestros presente histórico. Y no es verdad, puesto que Oro no hace más que deslucir -o sea: oscurecer increíblemente- todo lo que toca en el film: la historia, la psicología, la literatura, la política, la economía y hasta la ecología. Así que otro cine no es sólo posible, sino que es urgente y necesario que se haga. Y, como María Elvira Roca Barea hace en su artículo reseñado anteriormente, no dejamos perder la oportunidad para ofrecer nuestros conocimientos para que lo intentemos con todas nuestras energías posibles haciendo posible otra literatura y otro cinematografía más complejas e históricas que den cuenta de nuestras existencias de fromas más cabales y racionales.
[1] Véase María Elvira ROCA BAREA No es oro todo lo que reduce, en El Mundo, 18 de noviembre de 2017 http://www.elmundo.es/opinion/
[2] ¿Cómo se llamaba Alemania antes de su unificación en 1870? ¿De dónde procede esa numeración de los reyes de un país que por aquel entonces no existía? ¿Es lo mismo la provincia romana de Hispania que la España isabelina? ¿Cuándo se creó el mito del llamar al Emperador en España Carlos V?
[3] https://www.elconfidencial.
[4] Miquel IZARD podría ayudarnos bastante en esa tarea de criticar a todos aquellos que sacralizan el desorden monárquico hispánico con la leyenda apologética y legitimadora del caos ingobernable de las criminales élites españolas. Puede leerse con gran aprendizaje de todo ello su librito: Genocidas, castrados y castradores. Terror y humillación en nuestro pasado (ed. Los libros de la catarata, Madrid, 2015).
[5] España frente a Europa (Barcelona, 1998).
[6] Sobre la leyenda negra (ed. Encuentro, Madrid, 2014). La forma tan ligera y soberbia de ningunear y etiquetar como paradigma negrolegendario la obra de Eduardo Galeano nos indica bastante de su forma de proceder y hasta de mal leer un libro como Las venas abiertas de América Latina que no es otra cosa que una aplicación bellamente literaria y excelentemente bien documentada a la historia de América del libro Iª de El Capital de Karl Marx.
[7] Imperiofobia y leyenda negra: Roma, Rusia, Estados Unidos y el Imperio español (Siruela, 2016). Obra extensa ya que elige esos cuatro imperios para presuntamente analizarlos, pero que no pasa de elaborar anécdotas y criterios de descalificación que no se sostienen salvo para todos aquellos lectores que busquen en el libro el que no se pueda ni se deba criticar a los Imperios realmente existentes. Es un libro sobrevalorado por un determinado público, pero que no alberga más que tópicos y lugares comunes de la ideología dominante contra todos aquellos valientes intelectuales que han sabido arrostrar las consecuencias de sus críticas a los poderes hegemónicos.
[8] No sabemos qué tipo de alergia le poseerá a tan ínclito «racionalista» español para escamotear su apellido y simplificarlo con una G y punto.
[9] Este personaje se prodiga mucho en su propio canal de vídeos en Youtube: puede verse en particular https://www.youtube.com/watch?
[10] Pierre VILAR ha estudiado bastante bien la cuestión del oro en aquellos buscadores de Indias Orientales.
[11] Beatriz PASTOR o Juan Carlos RODRÍGUEZ, entre muchos otros, han tratado estas cuestiones en diversas ocasiones.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de las autoras mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.