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El parque temático de la muerte

Fuentes: La Jornada

El lunes, George W. Bush alabó a los codiciosos políticos sectarios -quienes no cumplieron el plazo para redactar la nueva constitución- por sus «heróicos» esfuerzos en pos de la «democracia». Al mismo tiempo, me topé con un amigo en uno de los más conocidos hoteles de Bagdad, del cual él es el gerente. Llevo tres […]

El lunes, George W. Bush alabó a los codiciosos políticos sectarios -quienes no cumplieron el plazo para redactar la nueva constitución- por sus «heróicos» esfuerzos en pos de la «democracia». Al mismo tiempo, me topé con un amigo en uno de los más conocidos hoteles de Bagdad, del cual él es el gerente. Llevo tres años de conocerlo, pero ahora se ve del doble de su edad. Me agarró del brazo y me miró a la cara. «Señor Robert», me dijo, «¿Se enteró de que fui secuestrado?» A diario me encuentro con conocidos iraquíes o amigos cuyos primos, padres o hijos han sido secuestrados. A menudo los dejan libres. A veces los asesinan y voy con sus familias a darles el pésame, lo cual es especialmente doloroso para mí; porque soy occidental y tengo que llegar a decir cuánto lo siento a parientes que culpan a Occidente de la anarquía que mató a sus seres queridos. Pero esta vez mi amigo sobrevivió.

Otro buen amigo, profesor universitario, me visita para tomar el café al día siguiente. La ausencia de identidades en este reportaje ya dice todo lo que hay que saber sobre el terror del que Bagdad es presa. «Estaba vigilando a los alumnos que presentaban el examen final del semestre en el departamento de lingüística cuando descubrí a un alumno, ya maduro, haciendo trampa. Caminé hacia él, y lo acusé de traer un acordeón. Dijo que no. Le dije que le quitaría el examen, pero él se inclinó y me dejó claro que me iba a matar si yo le impedía completar su examen. Fui con el director del departamento. Creí que iba a disciplinar a este hombre y quitarle el examen, pero sólo habló con él y luego le permitió terminar. Mi propio director me falló». Mi amigo adora la literatura inglesa, pero ahora tiene nuevos problemas.

«Muchos de mis alumnos ahora están muy orientados hacia el Islam. Quieren que sus clases pasen a través del prisma de la religión. ¿Qué puedo hacer? Ya no puedo hablarles sobre existencialismo porque parecería anti-islámico, eso significa que Sartre ya no existe. Estas personas me preguntan sobre el mensaje religioso en las obras de Eugene O’Neill. ¿Qué puedo decirles? Ya no puedo dar clases ¿me entiendes? Ya no puedo enseñar».

Desde la «liberación» de Bagdad en abril de 2003, han sido asesinados en Irak 180 profesores. Poco después de la visita de mi amigo, me llama uno de sus colegas.

«Secuestraron al viejo Amin Yassin y a su hijo hace dos días; no sabemos dónde están». A diferencia de muchos de sus colegas, Amin Yassin no perteneció al partido Baaz. Era un lingüista retirado que enseñaba gramática en el departamento de inglés de la Universidad de Bagdad. Su hijo de 30 años era maestro de secundaria. Ambos desaparecieron en el barrio de Javraha, a 11 kilómetros de Bagdad.

El pasado jueves, en la estación de autobuses de Nahda, dos bombas destrozaron a 43 personas, casi todos ellos chiítas musulmanes, y también hubo una bomba en el hospital Kindi, en el que familiares de las víctimas gritan y tratan de identificar a los muertos.

El problema es que los trabajdores de las morgues muchas veces no atinan a colocar los miembros mutilados con los cuerpos correctos, o las cabezas con los torsos que les corresponden. Me dirijo al Hotel Palestina, donde las más grandes agencias ntoiciosas occidentales tienen su base. Tomo el elevador hacia uno de los pisos superiores sólo para encontrarme con un guardia y una pared de acero macizo que bloquea el corredor del hotel. Me revisa, hace que otro guardia mande mi tarjeta al otro lado de la barrera. Después, el otro guardia me mira a través de una rejilla y abre la puerta metálica.

Entro y me encuentro con otra pared de acero que se abre sólo hasta que la anterior se cierra, y así me encuentro finalmente en el chamaogoso corredor del hotel.

Los reporteros están en una habitación de aire viciado con una pequeña ventana desde la que se ve el río Tigris. Un miembro del personal estadunidense admite que no ha salido «en meses». Un reportero árabe hace su trabajo en la calle; otro estadunidense viaja por Irak, pero sólo como «incrustado» con las tropas de su país. Ningún periodista estadunidense camina por las calles de Bagdad. Esto no es lo que he llamado periodismo de hotel, esto es periodismo de prisión.

Uno de los estadunidenses, un viejo y valiente amigo mío desde la guerra de Beirut se me acerca. «Mira esto, Fisky», me dice. «Este es el tipo de mierda que nos dan los estadunidenses en estos días. Esto es de lo que quieren que escribamos». Es el boletín de la oficina de prensa de la Coalición, los médicos brujos de las tropas de ocupación. «Las historietas traen montones de carcajadas a la Fuerza de Tareas en Bagdad», dice.

Conduzco por la capital. Hay un enorme embotellamiento porque la Guardia Nacional iraquí, los iraquíes entrenados por estadunidenses que se supone deben salvar la cadena de Donald Rumsfeld al permitir que las fuerzas estadunidenses reduzcan sus números aquí, han montado un puesto de control. La mayoría de ellos se ven tan asustados que usan sus pasamontañas de manera tal que les cubra hasta la boca. Al igual que todos los iraquíes que conozco, no confío en la Guardia Nacional, que ha sido infiltrada por insurgentes tanto suntias como chiítas; y tienen una horrenda propensión a llevar a cabo allanamientos de hogares en zonas sunitas, a arrestar a sus compatriotas y a robarse todo el dinero que encuentran en las casas.

«Primero arrestaron a mi hijo y luego se llevaron todas mis joyas», se quejó una mujer ante las cámaras de la televisión árabe satelital, en un reportaje que pretendía investigar a esta corrupta milicia.

Voy a casa, enciendo la televisión y me encuentro con un reportaje de la BBC sobre la fueza de «elite» de las tropas iraquíes que actualmente recibe entrenamiento antiterrorista en Gran Bretaña. Ahí están, con follaje en el casco, saltando sobre arbustos y arroyos… en las colinas de Gales.

Noche de viernes. En el corazón de esta ciudad que es un horno, se erige la Zona Verd; diez kilómetros cuadrados de palacios tapiados, barricados y sellados, casas de campo y jardines que alguna vez fueron el centro de lujo asiático del régimen de Saddam, donde ahora languidecen el gobierno iraquí, el comité constitutivo, la embajadas estadunidense y británica y muchos cientos de mercenarios occidentales. Muchos de ellos no han conocido a iraquíes. Mujeres en shorts trotan en medio de jardines de rosas. «Contratistas» de ambos sexos descansan a la orilla de las piscinas. Antes había ahí al menos tres restaurantes, hasta que uno de ellos fue hecho estallar en un ataque suicida. Ahí uno puede comprar accesorios para teléfonos celulares, periódicos, películas pornográficas en DVD.

Por razones tácticas, los estadunidenses se vieron obligados a incluir a decenas de hogares iraquíes de clase media en el trazado de la Zona Verde, una decisión que ha enfurecido a muchos propietarios. Muchas veces tienen que esperar cuatro horas para pasar por todos los puestos de control.

Ironía de ironías, la tumba de Michel Aflaq, fundador del partido Baaz que alguna vez existió tanto en Irak como en Siria, está dentro de la Zona Verde.

La noche de viernes, el castillo de los cruzados se vio bañado por una cascada de luces. Yo miraba las estrellas sobre la ciudad cuando un ruido sordo y un estallido de luz se produjeron dentro de la Zona Verde. En algún lugar, no lejos de mí, alguien lanzó un mortero que iluminó esa pecera que se ha convertido en el símbolo de la ocupación para todos los iraquíes. Muchos se preguntan qué será de ella cuando sea derrocada la dominación occidental sobre Irak. Algunos dicen que se convertirá en cuarteles para los insurgentes, otros creen que ahí se edificará el próximo parlamento.

Yo apuesto a que quien quiera que esté al frente de Irak cuando la ocupación se haya desmoronado convertirá toda esa cosa en un parque temático. O quizá sólo se convierta en un museo.