Como género literario, la «novela de facto», como se califica a este libro, es un invento en el cual la mezcla de realidad y ficción produce un efecto de verosimilitud. Cara y sello de una dinastía (Copa Rota), de Mónica Echeverría Yáñez, combina el relato histórico documentado con ficción que «trata de ajustarse a realidades […]
Como género literario, la «novela de facto», como se califica a este libro, es un invento en el cual la mezcla de realidad y ficción produce un efecto de verosimilitud. Cara y sello de una dinastía (Copa Rota), de Mónica Echeverría Yáñez, combina el relato histórico documentado con ficción que «trata de ajustarse a realidades desconocidas, imaginando lo desconocido», siempre dentro del marco de lo verosímil. Explora la vida de Sonia Edwards Eastman, turbulenta y llena de dolor para alguien que fue «la más bella, la más rica» dentro de la familia Edwards, una verdadera dinastía que acumula fortuna y poder desde el siglo XIX. Esos Edwards, convertidos en poder fáctico a través de El Mercurio y la cadena periodística que se extiende por el país y que está siempre al mando del hijo mayor -invariablemente llamado Agustín-, ejercen un virtual mayorazgo que les permite manejar patrimonio y vidas de sus familiares directos.
La familia fue fundada en Chile por George Edwards, un marino inglés que desertó en Coquimbo y se estableció como médico en La Serena. Gracias a un matrimonio con una joven adinerada pudo extender su actividad hacia la minería. Comenzó como «habilitador» o prestamista -usurero casi siempre- de los mineros. Pronto tuvo minas y comercio de metales. Su hijo, Agustín Edwards Ossandón, profundizó la huella de financista y comerciante afortunado trazada por su padre. Llegó a ser el hombre más rico de Chile aprovechando la bonanza del cobre. También invirtió en la naciente industria salitrera en Antofagasta. Siempre muy ligado a los ingleses, casó con Juana Ross, hija de un banquero, que cuando quedó viuda dedicó la vida y parte considerable de su fortuna a obras de caridad.
La familia Edwards se opuso fieramente a Balmaceda, ayudando a sus enemigos. El hijo mayor -Agustín Edwards Ross- consolidó la fortuna que ya se extendía al comercio, la industria y la agricultura, y comenzó a incursionar en el periodismo mediante El Mercurio de Valparaíso, fundado en 1827 por Pedro Félix Vicuña.
Como género literario, la «novela de facto», como se califica a este libro, es un invento en el cual la mezcla de realidad y ficción produce un efecto de verosimilitud. Cara y sello de una dinastía (Copa Rota), de Mónica Echeverría Yáñez, combina el relato histórico documentado con ficción que «trata de ajustarse a realidades desconocidas, imaginando lo desconocido», siempre dentro del marco de lo verosímil. Explora la vida de Sonia Edwards Eastman, turbulenta y llena de dolor para alguien que fue «la más bella, la más rica» dentro de la familia Edwards, una verdadera dinastía que acumula fortuna y poder desde el siglo XIX. Esos Edwards, convertidos en poder fáctico a través de El Mercurio y la cadena periodística que se extiende por el país y que está siempre al mando del hijo mayor -invariablemente llamado Agustín-, ejercen un virtual mayorazgo que les permite manejar patrimonio y vidas de sus familiares directos.
La familia fue fundada en Chile por George Edwards, un marino inglés que desertó en Coquimbo y se estableció como médico en La Serena. Gracias a un matrimonio con una joven adinerada pudo extender su actividad hacia la minería. Comenzó como «habilitador» o prestamista -usurero casi siempre- de los mineros. Pronto tuvo minas y comercio de metales. Su hijo, Agustín Edwards Ossandón, profundizó la huella de financista y comerciante afortunado trazada por su padre. Llegó a ser el hombre más rico de Chile aprovechando la bonanza del cobre. También invirtió en la naciente industria salitrera en Antofagasta. Siempre muy ligado a los ingleses, casó con Juana Ross, hija de un banquero, que cuando quedó viuda dedicó la vida y parte considerable de su fortuna a obras de caridad.
La familia Edwards se opuso fieramente a Balmaceda, ayudando a sus enemigos. El hijo mayor -Agustín Edwards Ross- consolidó la fortuna que ya se extendía al comercio, la industria y la agricultura, y comenzó a incursionar en el periodismo mediante El Mercurio de Valparaíso, fundado en 1827 por Pedro Félix Vicuña.
Fue su hijo, Agustín Edwards Mac Clure, el que llevó la dinastía al estrellato. Dotado de empuje, imaginación e inteligencia extendió aún más el giro de los negocios, creando la compañía de seguros La Chilena Consolidada y fortaleciendo el banco familiar. Fundó El Mercurio de Santiago, al que dio un giro moderno que le permitió ganar influencia. Además, Las Ultimas Noticias, la revista Zig Zag y varios diarios de provincia aparecieron como parte de su proyecto periodístico. Firme partidario de Arturo Alessandri Palma tuvo importante figuración política. Cumplió misiones diplomáticas como embajador en Italia, España y Suiza, culminando su carrera como embajador en Inglaterra y como representante de Chile ante la Sociedad de las Naciones. Su nieto, Agustín Edwards Eastman, parece, sin embargo, haber equiparado y aun sobrepasado la trayectoria de su abuelo en los casi cincuenta años que lleva al mando de la familia.
Como en cualquier dinastía, entre los Edwards ha habido de todo. La línea central ha ido por el lado de la defensa del poder, la fortuna y la búsqueda de su acrecentamiento. Tarea en la que no han abundado los escrúpulos. El propio Agustín Edwards Mac Clure fue acusado de haber alterado la voluntad de Federico Santa María, el multimillonario filántropo que le encargó utilizar su herencia en la creación de una obra educacional destinada a los hijos de familias pobres.
Es, por otra parte, conocida la historia de Agustín Edwards Eastman, rodeada de polémicas y acusaciones de todo tipo. Incluyendo permanentes actuaciones conspirativas y antidemocráticas y su involucramiento con la dictadura de Pinochet. Su trayectoria ha estado marcada por una estrecha relación con el gobierno de Estados Unidos y una invariable orientación anticomunista, factores que, además, le han reportado fuertes beneficios económicos incluyendo el salvataje de su fortuna en los últimos días del régimen militar.
En ese mundo vive y crece Sonia Edwards, en constante pugna con su hermano Agustín, cuya voluntad se impone casi siempre. Muy joven intenta vivir un amor libremente, pero fracasa. La casan con un conde francés y su matrimonio naufraga en medio de una conspiración familiar, cuando Sonia comienza a hacer tímidas peticiones para recibir su fortuna. El peso de la autoridad del hermano mayor corta su vida y ella es incapaz de resistir. Queda embarazada de un enamorado que la abandona y por decisión familiar debe viajar a Inglaterra para que allí nazca su hija, inmediatamente entregada en adopción. Nuevamente trata de liberarse. Estudia sicología en la Universidad de Chile, lo que produce otro cortocircuito familiar: puede ser contaminada por «los rotos» y los comunistas. En la universidad descubre un mundo diferente y se acerca a la Izquierda. Tiene otros amores y se vincula al MIR. En el gobierno de Salvador Allende trata de cambiar la orientación de El Mercurio, y defiende a los trabajadores frente a su hermano Agustín.
Después del golpe, y afrontando riesgos graves, Sonia ayuda a los perseguidos. La vida va pasando y ella, que ha recuperado a su hija dada en adopción, asume nuevas inquietudes espirituales y de profunda humanidad hacia los pobres. Trabaja con niños condenados a muerte por el cáncer. Cuando enferma gravemente, pasa años en creciente deterioro y finalmente muere en una casa de reposo. La familia organiza los funerales, a los que asiste en lugar relevante su hermano Agustín.
La «novela de facto» termina. Construida con habilidad, logra el objetivo buscado. El trabajo de Mónica Echeverría es destacable por su valentía y agudeza. También, de alguna manera, a través de una dinastía y un caso individual, desnuda respetabilidades y mentiras que ocultan el verdadero mundo de la burguesía chilena
(Publicado en «Punto Final» Nº 606, 9 de diciembre, 2005)