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La brutalidad creciente y el engaño de la guerra de Irak reflejan la reciente historia imperial británica

El precedente colonial

Fuentes: The Guardian

Traducido para Rebelión por Marina Trillo

La transferencia de fuerzas británicas en Irak para apoyar un asalto estadounidense sobre Falluja marca otra etapa en el retroceso a la era colonial, cuando las rebeliones populares contra la ocupación fueron rutinariamente suprimidas por fuerza aplastante.

Estos episodios pasados, revelados en documentos desclasificados del Gobierno Británico, proporcionan numerosos paralelismos con Irak, y sugieren un modelo de futuros desatinos y atrocidades. Aquellos en Gran Bretaña a los que les gusta considerar las intervenciones militares más recientes como humanitarias podrían hacer hincapié en esos paralelismos, como revela la última fase de la guerra contra Irak.

Las declaraciones de los ministros Británicos que dicen defender la civilización contra la barbarie en Irak hallan un poderoso eco en la Kenia de los años 1950, cuando Gran Bretaña intentaba aplastar una revuelta contra el gobierno colonial. Pero, mientras los medios británicos y la clase política expresaban su horror por las tácticas del Mau Mau, los peores abusos fueron cometidos por los ocupantes. La policía colonial usó métodos como rebanar orejas, azotar hasta la muerte y verter parafina sobre sospechosos a los que luego prendía fuego.

Las fuerzas británicas mataron a alrededor de 10.000 Kenianos durante la campaña del Mau Mau, frente a las 600 muertes entre fuerzas coloniales y civiles europeos. Algunos batallones británicos mantenían registros para anotar las matanzas, y daban recompensas de 5 libras esterlinas a la primera sub-unidad que matara a un insurrecto, cuyas manos eran a menudo cortadas para hacer más fácil la toma de huellas dactilares. Se establecieron «zonas de fuego libres», donde a cualquier africano le podrían pegar un tiro nada más verlo.

Cuando se intensificó la oposición al gobierno británico, operaciones brutales «de reasentamiento», que condujeron a la muerte a decenas de miles, forzaron a alrededor de 90.000 en campos de detención. En esta versión de los años 1950 de la prisión de Abu Ghraib de Irak, los trabajos forzados y las palizas fueron sistemáticos y las enfermedades rampantes. Los antiguos oficiales del campo describieron «raciones insuficientes, trabajo forzado, brutalidad, azotes» y «métodos japoneses de tortura».

Los guerrilleros que resistieron contra el gobierno británico fueron rutinariamente denominados «terroristas», como ahora en Irak. Gran Bretaña nunca admitió que luchaba contra una rebelión popular, nacionalista en Kenia. De igual modo, los rebeldes izquierdistas Malayos que lucharon contra el gobierno británico en los años 1950 tenían gran apoyo popular entre la comunidad China, pero oficialmente se les llamaba «terroristas». En secreto, sin embargo, la correspondencia del Ministerio de Asuntos Exteriores refirió que la guerra se libraba «en defensa de la industria del caucho», controlada entonces por compañías británicas y europeas.

Pero bajo el lema de la lucha contra el comunismo, a las fuerzas británicas se les dio rienda suelta en Malaya. Castigos colectivos fueron infligidos a los pueblos que ayudaban a los insurgentes. Se promovió la política de disparar a matar, decenas de miles de personas fueron trasladadas a «pueblos nuevos» y usadas como mano de obra barata, y los soldados británicos se fotografiaban sosteniendo las cabezas decapitadas de los guerrilleros. La idea de que la rebelión terminó gracias a haber «ganado los corazones y mentes» es un mito; fue aplastada por medio de la fuerza abrumadora, p.e. bombardeos aéreos masivos.

La brutalidad tenía que ser mantenida en secreto, un tema clave en la supresión de rebeliones. Después de que Gran Bretaña intervino para aplastar una rebelión en Omán en 1957, un comunicado interno del Ministerio de Asuntos Exteriores indicaba que «queremos evitar que la RAF mate a Arabes de ser posible, especialmente porque habrá corresponsales de prensa sobre el terreno». El comandante del ejército británico en Omán observó más tarde que «en toda la escala del Mando se tomaron grandes esfuerzos para mantener todas las acciones operativas fuera del alcance de la prensa».

La razón de esto era que Gran Bretaña cometió numerosos crímenes de guerra en Omán, incluido el bombardeo sistemático de objetivos civiles tales como abastecimientos de agua y granjas. Estos ataques «disuadirían a las aldeas disidentes de que recolectaran sus cosechas» y garantizarían la «carencia de agua», declararon los oficiales en privado. El bombardeo estaba destinado a «mostrar a la población la potencia de las armas de que disponemos» y a convencerlos de que «la resistencia será infructuosa y sólo conducirá a privaciones».

Gran Bretaña defendía un régimen sumamente represivo donde estaba prohibido fumar en público, jugar al fútbol y hablar con alguien durante más de 15 minutos. No obstante Harold Macmillan le dijo al Presidente Kennedy en un telegrama 1957 que «creemos que el sultán es un verdadero amigo de occidente y hace todo lo que puede por su pueblo».

Cuando Blair y Bush declaran apoyar la democracia en Irak, debe recordarse también que Londres y Washington se opusieron casi siempre a fuerzas populares, democráticas en Oriente Medio, prefiriendo regímenes fuertes capaces de mantener «el orden».

La postura británica sobre la guerra estadounidense en Vietnam ofrece otras lecciones útiles. Del mismo modo que Tony Blair se hace pasar por facilitador de un freno a las tácticas estadounidenses en Irak, Harold Wilson declaraba hacer lo mismo respecto a Vietnam. Sin embargo, Gran Bretaña apoyó en secreto a EEUU en todas las etapas de la escalada militar.

En julio de 1965, cuando EEUU dobló el número de sus tropas de tierra en Vietnam, Wilson en privado reiteró al Presidente Johnson su apoyo a la política estadounidense «en interés de la paz y la estabilidad».

La correspondencia Wilson-Johnson destaca un nivel espantoso de connivencia entre el No 10 y la Casa Blanca para engañar al público. Cuando EEUU bombardeó primero Hanoi y Haifong en junio de 1966, Wilson publicó una declaración disociando al gobierno del bombardeo. Pero esta declaración había sido pasada a EEUU para su aprobación mientras Wilson le aseguraba a Johnson que «no puedo ver que haya ningún cambio en su posición básica que yo le pudiera pedir.» El mito de que Gran Bretaña no es cómplice de las brutalidades estadounidenses en Irak tiene su precedente en Vietnam.

Los archivos desclasificados muestran que, en 1962, Gran Bretaña envió un equipo de SAS encubiertamente a Vietnam del sur bajo «estatus civil temporal», para ayudar a entrenar a soldados del régimen dictatorial del Presidente Diem. Gran Bretaña proporcionó en secreto armas y apoyo de inteligencia a EEUU para mejorar los bombardeos estadounidenses.

Además, los brutales programas estadounidenses «de contra insurgencia» estaban basados en prototipos desarrollados por asesores británicos. El «Plan Delta» Británico para el régimen sudvietnamita, descrito por el Ministerio de Asuntos Exteriores como diseñado «para dominar, controlar y someter a la población» de las áreas rurales, se convirtió en el programa estadounidense de «aldeas estratégicas», que forzó a millones de campesinos vietnamitas dentro de aldeas fortificadas que se parecían a campos de concentración.

Como en Irak, la públicamente proclamada búsqueda de la paz fue en gran parte una farsa. Un alto funcionario del Ministerio de Asuntos Exteriores escribió en 1965: «El gobierno está luchando una acción continua de retaguardia para mantener el apoyo diplomático británico a la política americana en Vietnam. Sólo pueden lograr esto enfatizando constantemente que nuestro objetivo, y el de los americanos, es un acuerdo negociado».

Estos episodios destacan el abismo entre lo que los ministros han dicho al público y lo que han entendido que sea el caso en privado. Los archivos secretos desclasificados señalan algunas desagradables verdades sobre la actual política en Irak: Que la guerra no es sobre lo que nuestros líderes dicen que es (democracia), que no es principalmente contra quién ellos dicen que es (terroristas) y que no está siendo librada para quien ellos dicen que es (Iraquíes).

Los iraquíes son considerados en la práctica como «no gente» cuyas muertes importan poco en la búsqueda del poder occidental; el principal bloqueo en la comisión de atrocidades es el miedo a ser expuesto y los ministros harán todo lo que puedan para encubrirlas. El público es la amenaza principal para su estrategia, lo que explica por qué recurren a campañas de engaño públicas. Si, como es de esperar, las atrocidades se multiplican ahora en Irak – con Gran Bretaña como cómplice – no podemos decir que no fuimos advertidos.

· El nuevo libro de Mark Curtis, La No Gente: Abusos Británicos Secretos de los Derechos Humanos, será publicado el mes que viene por Vintage.

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http://www.guardian.co.uk/comment/story/0,3604,1335961,00.html