«Le diría que quedamos alrededor de 5.000 en todo el país, pero si me lo pregunta la semana que viene, puede que no lleguemos ni a 3.000. Tras veinte siglos de historia en Mesopotamia, estamos a punto de desaparecer» La angustia es palpable en el testimonio de Saad Majid Atiah, el presidente del consejo mandeo […]
«Le diría que quedamos alrededor de 5.000 en todo el país, pero si me lo pregunta la semana que viene, puede que no lleguemos ni a 3.000. Tras veinte siglos de historia en Mesopotamia, estamos a punto de desaparecer»
La angustia es palpable en el testimonio de Saad Majid Atiah, el presidente del consejo mandeo de Basora. Nos encontramos en el centro que esta comunidad tiene en la sureña ciudad petrolera de Irak; un lugar cuyas paredes cubren fotos de fieles con túnicas de color blanco celebrando bautismos colectivos en el río.
Apodados «los cristianos de San Juan» por los portugueses que llegaron a Basora en el siglo XVII, los mandeos reconocen a San Juan Bautista como la figura central de un culto cuyo rito principal es el bautismo. Llevan casi 2.000 años celebrándolos a orillas del Tigris y el Eúfrates.
«Los tiempos de Saddam también fueron duros para nosotros pero nuestra gente emigraba entonces por motivos principalmente económicos. Pero después de 2003, y tras el brutal acoso de los islamistas radicales, nuestra gente empezó a huir en masa a Kurdistán, a Siria, a Europa…», se lamenta Atiah. A su espalda, un pequeño trozo de tela blanca y una rama de olivo cuelgan de una cruz. Es la drabsa, una suerte de «bandera» mandea.
Según un informe de Human Rights Watch de febrero de 2011, el 90% de los mandeos ha muerto o abandonado el país desde la invasión en 2003. El drama ha alcanzado tales dimensiones que los mandeos han pedido en repetidas ocasiones la evacuación de su pueblo al completo. Sin ir más lejos, el cabeza del culto, el jeque Sattar Jabbar al-Hulu, reside hoy en Australia. Por el momento, Mazin Naif Rahim reside en su Basora natal. No llega a los treinta pero ya es el líder espiritual local.
«Hasta 1991 conducíamos nuestro rito en el río, pero la falta de seguridad y la contaminación nos han obligado a improvisar nuestro culto en estos pequeños pozos dentro en nuestros templos», explica Rahim, con una sonrisa entre la vergüenza y al autocompasión. Según dice, el Gobierno local sigue negándoles un terreno u junto al río, algo que pesa aún más ante la inminente celebración de un importante evento religioso.
«El 17 de marzo celebramos la «pronaya» durante cinco días; la creación del mundo de la luz. ¿Le parece este un lugar apropiado para ello?», dice Rahim, antes de enseñarnos el «tesoro de dios». Se trata del libro sagrado de esta comunidad; está escrito en la variante mandea del arameo y en su propio alfabeto.
«Lo traducimos al árabe porque entre los musulmanes corría el rumor de que incitaba a la apostasía», explica Rahim. «De esta forma queríamos mostrar que nosotros también creemos en un único dios, que rezamos y practicamos el zakat -la caridad».
Pero todo esfuerzo parece ser insuficiente ante una discriminación que se extiende prácticamente a todos los ámbitos:
«Con su expediente académico, mi hijo podría optar a un buen puesto de ingeniero en la industria petroquímica local pero lleva en paro desde que se licenció hace tres años», se queja Tahseen, un mandeo local. «Los mejores puestos se reservan para aquellas familias que perdieron algún miembro en la guerra contra Irán o durante la represión de Saddam. Los privilegios son para aquellos que tienen «mártires», y los nuestros no cuentan según sus preceptos».
A orillas del Tigris
Son cinco horas de coche para llegar desde Basora a Bagdad. Se trata de un recorrido que remonta el curso del Tigris y el Eúfrates a través de una rectilínea carretera en la que se encadenan camiones cargados de petróleo y coches con ataúdes en el techo rumbo a Najaf. Ese es el lugar en el que sueña ser enterrado todo chií.
Ya en la capital, los checkpoints se multiplican a medida que nos acercamos al centro principal de los mandeos en el barrio de Qadisiyah -en la orilla occidental del Tigris. Se trata de un auténtico cuartel general protegido por soldados del Ministerio del Interior y que rodean de muros de cemento. Desde ahí, Toma Zekhi, presidente del consejo local, aporta más claves sobre la persecución endémica que sufre su pueblo:
«No se trata de persecución por motivos únicamente religiosos», explica este hombre de espeso pelo blanco y bigote recortado. «Tradicionalmente, los mandeos hemos sido artesanos del oro y la plata, algo que se ha convertido en una pesadilla dado los niveles de delincuencia durante los últimos años. Un informe de Amnistía Internacional de abril de 2010 corrobora Las palabras de Zekhi respecto a lo peligroso que resulta ser joyero en el Irak post Saddam.
Zekhi decidió quedarse pero la mayoría huyó tras recibir misivas del tipo «conviértete o muere», algo igualmente recurrente entre la diezmada población cristiana local. Si bien es cierto que los ataques han disminuido en los últimos tres años, el camino hacia la convivencia entre los pueblos de Irak sigue sin despejarse.
«Religión y etnia van de la mano en Irak y, desgraciadamente, así se recoge en la Constitución», explicaba a IPS Saad Salloum, profesor universitario y editor jefe de Masarat, la única revista especializada en minorías de Irak.
«A los mandeos se les incluye a menudo en el sub-grupo de `cristianos y otras etnias´, con lo cual pierden privilegios como son las cuotas de representación tanto en el Parlamento como en las administraciones locales», matiza Salloum desde su despacho en el centro de Bagdad.
A 20 minutos de allí, y desde su pequeña tienda taller en el barrio de Karrada -sureste de Bagdad- Hassam Sapty Zaroon graba con esmero un medallón de plata: una abeja, un león y un escorpión a los que rodea una serpiente. Se trata de un amuleto que, según la tradición mandea, nos protegerá del mal.
«La nuestra es una tradición familiar que se remonta 400 años atrás. Todos hemos trabajado el oro y la plata con nuestras propias manos», dice el último de una ilustre saga de orfebres.
Si bien el artesano sigue usando exactamente los mismos instrumentos que su abuelo, Hassam Sapty dejó de mirar al Tigris con nostalgia desde que se convirtió al Islam hace algunos años.
Aún en el improbable caso de que se apliquen medidas urgentes, puede que estos motivos mandeos grabados en plata negra sean algunos de los últimos vestigios de una cultura milenaria a punto de diluirse para siempre.