La historia del Helvético es el cuento de Cinema Paradiso mezclado con Fuenteovejuna. La película tiene final feliz: desde hace quince años sus puertas siguen abiertas.
«Qué te voy a decir. Aquí veníamos a mirar y a ser mirados. No exagero si digo que un alto porcentaje de noviazgos y matrimonios de nuestra generación se generaron en torno al cine Helvético«, relata Nelson Silva.
Desde que el cine de la localidad uruguaya de Colonia Suiza abrió sus puertas el 15 de enero de 1915, se convirtió en punto de encuentro. Su sala para centenares de personas se abarrotaba los fines de semana y las fotos muestran los bailes que armaban tras retirar las sillas de la platea. Por eso, cuando echó la persiana en 1983, siguiendo a otras instalaciones de pueblos vecinos en el retroceso de la pantalla grande frente al vídeo o la televisión, para muchos cerraba algo más que un cine.
La historia del Helvético es un Cinema Paradiso mezclado con Fuenteovejuna. El relato de película de un pueblo unido que compra el cine que vertebró la vida social de la comunidad antes de que, tras una subasta, termine demolido y convertido en un supermercado o en una iglesia de salvación. Tres miembros de la comisión que lo gestiona en la actualidad recuerdan en diferido y proyectan en digital. El día que se produce la entrevista (martes 16 de abril de 2013) hace exactamente 15 años que se reinauguró la sala.
Un vetusto proyector Philips cinemascope del 55 de origen holandés es testigo mudo de la charla. Por sus tambores pasaron las bobinas de películas argentinas, los éxitos del mexicano Cantinflas y las obras maestras de Charles Chaplin. Algunas veces tardaban hasta cuatro años para que consiguieran estrenarse aquí. Desde las paredes también vigilan recortes de prensa y fotos de aquellas películas, desempolvadas cuando abrieron de nuevo las puertas del Helvético.
Colonia Suiza de Nueva Helvecia es el nombre completo de este apacible pueblo de 11.000 habitantes del interior del país en el que los nombres de las calles cruzan apellidos alpinos y próceres de la patria y en el que los escudos heráldicos representan los cantones suizos. Su plaza central debe ser de las pocas, si no la única, en «el paisito» que no está presidida por la estatua del líder de la independencia José Artigas, sino por un monumento a los hoscos campesinos que hace 151 años fundaron en pleno cono sur este reducto helvético. De la misma forma, con terquedad e ilusión, fue que los vecinos decidieron tomar las riendas del abandonado cine.
El Helvético de todos
La dueña del mítico cine no quería saber nada más de él. Por una parte le apenaba que el proyecto de su marido se redujera a escombros, pero por la otra sus acciones se dirigían a que el edificio en desuso terminara en una subasta de la que ganar mayor beneficio. Una comisión de vecinos apuntalada sobre recuerdos quiso frenar el remate en el que concurrirían, entre otros, un supermercado y una iglesia de salvación.
«Durante el proceso de recuperación de la sala estábamos todos chochos [contentos]. No sabíamos para qué lo queríamos, pero lo importante era recuperarlo», cuenta Nelson, que participa en la comisión desde los inicios. Cinco años antes, un jardín de infancia había abierto esporádicamente la sala para recaudar fondos.
Nelson relata cómo, durante los 14 años que estuvo abandonado, nadie nunca rompió un solo vidrio. «Cuando entramos por primera vez tras firmar la compra, era de noche y no había electricidad. Encontramos todo tal y como está ahora, pero más sucio». Aparecieron las máquinas que antaño pasaron las películas de su adolescencia y juventud, recortes de películas para probar los proyectores, algunas fotos viejas y «unos documentales espantosos de la época de la dictadura».
La fachada art decó del Cine Helvético se mantiene igual que tras la última reforma de 1955. Lo mismo ocurre con el resto del edificio. Nada se ha quitado, sólo se ha añadido y mejorado. Tras conseguir colaboraciones y firmar un crédito, hace un par de años consiguieron saldar todas las deudas. El Helvético funciona ahora como una sociedad civil sin ánimo de lucro. Los miembros de la comisión, como Isabel, Nicolás y Nelson, le echan tiempo y ganas de forma honoraria mientras lo compatibilizan con sus trabajos.
Titanic fue la primera película en proyectarse aquel 1998. Naufragó igual que el barco. El equipo de audio explotó en mitad de la sesión. «La gente nos perdonaba cualquier cosa», ríe Nelson.
Soñando en digital
Nicolás Leal apenas recuerda las veces que pisó ese mismo recinto acompañado de adultos, siendo niño. La memoria la reconstruye en base a los relatos de sus padres y abuelos. Para él, que se define como un cinéfilo, el Helvético son fotos en blanco y negro y sobre todo, el Helvético es presente.
La sala abre ahora únicamente los fines de semana, pero compagina las películas con otros eventos de teatro, conciertos, talleres, exposiciones. «Queremos que sea un espacio abierto», señala Isabel Álvarez. Consiguen sobrevivir «de a puchitos», con los pocos socios que les apoyan mensualmente, las entradas y las ventas del kiosko. Con eso pueden pagar a los tres únicos trabajadores del cine: el portero, la limpiadora y el técnico que pasa las películas. Gracias a premios de empresas y entidades públicas, logran hacer las grandes inversiones, como cambiar el sonido a Dolby surround. Su mayor sueño y desafío es ahora conseguir financiación para evolucionar al cine digital. «El sistema 35 milímetros tiene los días contados, es mejor adelantarnos», apunta Nicolás.
Una lucha continua en la que también ha habido momentos de querer tirar la toalla. «Hubo momentos de duda pero había que seguir para adelante y mantenerlo, se lo debíamos a toda la gente que participó y apoyó esto», señala Isabel. Por eso, para Nelson, el mayor logro es la continuidad, «que cada año siga abierto y que esté un poco más lindo que el anterior». Feliz cumpleaños, entonces. Y que cumpla muchos más.
Fuente: http://www.diagonalperiodico.net/culturas/pueblo-uruguayo-salvo-su-cine.html