Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández
Era como caminar a través de una pesadilla: entrando y saliendo de las habitaciones del hospital, recorriendo largos pasillos, tomando contacto con los devastados padres iraquíes, que se interrumpían para atisbar a sus bebés físicamente deformes, enfermos terminales, quienes, en muchos casos, no llegarían a ver nunca el exterior del hospital principal de Faluya, nunca.
Y entonces, la nada vaga sensación de que debía pedir perdón. Las palabras pesaban como la melaza y eran casi imposibles de conformar. «Sentí que no estaba a la altura», dijo Donna Mulhearn. «¿Qué podías decirle a esas personas que no fuera un lo siento, pronunciado una y otra vez? Pero querías poder ofrecer algo más».
Donna Mulhearn es un nombre que necesitamos recordar, porque ella forma parte de un pequeño grupo de ciudadanos activistas que después de que muchos de nosotros hayamos dicho un largo adiós a Iraq por el espejo retrovisor, están asumiendo el legado medioambiental y humanitario de la guerra de Iraq como causa personal suya. Justo ahora, está haciendo lo que los medios dominantes occidentales no han hecho, que es informar acerca del horrendo número de abortos involuntarios, muertos, defectos y enfermedades congénitas entre los bebés de la zona urbana de Faluya, el lugar donde se produjeron los bombardeos estadounidenses más intensos (2004) durante la guerra.
Toda una generación de mujeres de esa ciudad iraquí suní, que en un determinado momento fue considerada «caldo de cultivo» de la insurgencia durante la guerra, es ahora incapaz de tener bebés sanos, según noticias informales y estudios científicos. La situación es tan terrible que los responsables del hospital están diciéndoles en voz baja a las mujeres que no se queden embarazadas. ¿Por qué? Muchos creen que se debe a la contaminación bélica -de todo tipo, desde metales pesados procedentes del armamento que explotó, hasta la radiación dejada atrás a causa del uranio empobrecido utilizado en la munición y tanques estadounidenses- inhalada por los habitantes de Faluya, que se filtra en las aguas subterráneas que van a parar al cercano Río Tigris, invadiendo hasta el aire que respiran.
«Este es la herencia tóxica incluida en los legados de la guerra», dijo Mulhearn a Antiwar.com en una reciente entrevista por Skype desde su hogar en Australia. «En los últimos diez años nos hemos centrado en los residuos visibles de la guerra, como minas terrestres y munición de racimo, en las cosas que hacen boom y explotan. Pero ahora necesitamos mirar en los residuos tóxicos que no son visibles pero que son extremadamente nocivos para las comunidades».
«Nocivos», esa palabra semeja un eufemismo para las cosas que los doctores de Faluya llevan viendo en estos últimos años. Gracias a Google, Vds. pueden también verlas, pero les advertimos que las imágenes no son para estómagos delicados. Algunos de los defectos más comunes en aumento en el Hospital General de Faluya son: Gastrisquisis (bebés nacidos con los intestinos sobresaliendo fuera de sus pequeños vientres); hidrocefalia (bebés nacidos con «agua en el cerebro», lo que hace que presenten una hinchazón anormal); encefalocele (defecto en el tubo neural por el que los bebés nacen con protuberancias en forma de saco en sus cabezas); macrocefalia (bebés con cabezas anormalmente grandes); espina bífida (la columna vertebral y el conducto raquídeo no se cierran antes del nacimiento, creando enormes agujeros en la espalda de los bebés) y labio y paladar leporino.
También ha habido numerosos informes -y las fotos no mienten- de bebés nacidos sin ojos, sin miembros, con miembros de más, cubiertos de tumores, sin genitales, con graves daños cerebrales. En 2010, Mark Simpson, de la BBC, informó de haber visto un bebé de tres cabezas cuando visitó una clínica en Faluya. Cuando escribí «The Children of War» para The American Conservative en marzo de 2011, los doctores estaban informando de dos nacidos con defectos congénitos al día, comparado con dos cada dos semanas en 2008.
Cuando Mulhearn viajó en julio, se le dijo que iban ya por dos al día de media y la desesperación a su alrededor era aún peor. «Me hirió muy duramente, lloré mucho. Veías a una bebé que tenía una hora de edad y que presentaba un gran agujero en su espalda, y eso era algo común -espina bífida-, su abuela estaba con ella porque la madre se encontraba aún en estado de shock».
Debido a la falta de interés y recursos, se han hecho pocos estudios para identificar el alcance y causas de lo que activistas como Mulhearn y especialistas sanitarios llaman crisis para intentar explicar lo que está sucediendo en Faluya, al igual que en Basora, que lucha tanto con los defectos congénitos como con las altas tasas de cáncer infantil (Basora fue en 1982 el centro de los ataques con artillería pesada durante la guerra Irán-Iraq).
La Dra. Samira Alani, especializada en pediatría en el Hospital General de Faluya que ha sido la voz incondicional del problema en los últimos años, dijo a Al Jazeera a principios de 2012 que había registrado 699 casos de defectos congénitos. En diciembre de 2010, el International Journal of Environmental Research publicó un estudio en el que se decía que desde 2003, las malformaciones genéticas alcanzaban la cifra del 15% de todos los nacidos en Faluya (que cuenta con una población de 326.471 habitantes). Compárese con la cifra del 3% de los bebés nacidos en EEUU con defectos congénitos y con el 6% de media mundial, y el problema se hará más terrible y alarmante aún.
El estudio más reciente, realizado por un grupo de investigadores iraquíes dirigidos por la Dra. Mozhfgan Savabieasfahani, toxicóloga medioambiental de la Escuela de Salud Pública de la Universidad de Michigan, encontró niveles más altos de mercurio y plomo en las muestras de cabello y uñas de las madres de los bebés nacidos en Faluya con defectos congénitos. De entre los bebés nacidos a partir de 2007 en las 56 familias investigadas (estas familias fueron seleccionadas por presentar historias de defectos congénitos y las madres no eran bebedoras ni fumadoras), el 50% tenía defectos congénitos y uno de cada seis embarazos terminó en aborto involuntario. Estas cifras comparadas con uno de cada 10 bebés nacidos con defectos congénitos y el 10% de abortos involuntarios antes de 2004. El estudio encontró asimismo tasas parecidas de toxicidad y defectos congénitos en Basora, que fue bombardeada y ocupada por los británicos durante la reciente Guerra de Iraq.
La conclusión del estudio fue: «Los conocimientos actuales sobre los efectos de exposición prenatal a los metales, combinados con nuestros resultados, sugiere que los bombardeos de Al-Basora y Faluya pueden haber exacerbado la exposición pública a los metales, culminando posiblemente en la actual epidemia de defectos congénitos de nacimiento».
Tras publicar el informe en octubre, Savabieasfahani declaró ante los periodistas que hay «huellas de metales en la población» y «pruebas convincentes que vinculan el asombroso aumento de casos de defectos congénitos en los bebés iraquíes con la contaminación neurotóxica de metales tras los repetidos bombardeos sobre las ciudades iraquíes».
Savabiesfahani, que también participó en el estudio anteriormente mencionado llevado a cabo en 2010, lo calificó de «epidemia» y «crisis de salud pública».
«La exposición del útero a los contaminantes puede cambiar drásticamente el resultado de un embarazo que podía haber evolucionado con normalidad», dijo. «Aquí aparecen claramente implicados los masivos y repetidos bombardeos sobre esas ciudades. No tengo conocimiento de ninguna otra fuente contaminante por metales en esas áreas».
Por supuesto que las autoridades estadounidenses niegan todo esto y continúan insistiendo en que la guerra no tiene nada que ver con las sombrías estadísticas provenientes de los principales hospitales de Basora y Faluya. De nuevo, una vez más, siguen también negando que sus propios soldados están cayendo enfermos a causa de toda la toxicidad a que se vieron expuestos proveniente de los enormes hoyos abiertos para quemar basura tóxica de todo tipo en las bases estadounidenses de Irán y Afganistán.
Un portavoz del Departamento de Defensa dijo a The Guardian (Reino Unido) en octubre: «No estamos al tanto de ningún informe oficial que indique que se ha producido un aumento en los defectos congénitos de los nacidos en Basora y Faluya que puedan estar relacionados con la exposición contenida en la munición utilizada por EEUU o sus socios de coalición. Siempre nos tomamos muy en serio las preocupaciones sobre salud pública que afecten a cualquier población que viva en un escenario de combate. La artillería que no ha explotado, incluidos los artefactos explosivos improvisados, constituyen un peligro reconocido».
Un portavoz del gobierno británico dijo que «no había pruebas científicas o médicas fiables que confirmaran un vínculo entre la munición convencional y los defectos congénitos en Basora», añadiendo: «Toda la munición utilizada por las fuerzas armadas británicas se ajusta a las exigencias del derecho humanitario internacional y es coherente con los Convenios de Ginebra».
La idea fundamental del trabajo de Mulhearn se concentra en el uranio empobrecido (DU, por sus siglas en inglés), en su uso por las fuerzas de la coalición durante la guerra y en la contaminación causada en los habitantes de las ciudades más machacadas, como Faluya. El DU es denso, altamente tóxico, un metal pesado radioactivo que se usa fundamentalmente por su capacidad de penetración y protección. Se halla profusamente en los tanques estadounidenses Abrams y en los vehículos de combate Bradley, muchos de los cuales están pudriéndose en el desierto desde la I Guerra del Golfo. Pequeñas partículas de metales pesados de las carcasas en putrefacción, además de la munición que explotó o no y que contenía DU, pueden viajar largas distancias en el aire y cuando se inhalan pueden ser letales, según los científicos.
«Las partículas invisibles que se crean cuando esas municiones impactan y se queman siguen siendo ‘calientes’. Hacen que canten los contadores Geiger y se pegan a los tanques, contaminando el suelo y volando en el viento del desierto, lo que van a estar haciendo durante 4.500 millones de años, que es el tiempo que el DU necesita para perder sólo la mitad de su radioactividad», escribía en 2002 Scott Peterson, del Christian Science Monitor, cuando estudiaba el paisaje de Iraq devastado por la batalla antes de la invasión de 2003. Lo denominó «campo de batalla radioactivo» y los crecientes problemas adscritos entonces al mismo: un posible «presagio de un futuro incierto».
Más tarde, en Bagdad, tras la invasión, Peterson utilizó su contador Geiger para probar la existencia de DU procedente de las 300.000 rondas de lanzamientos de la Fuerza Aérea desde sus aviones «Warthog» A-1 durante la primera fase de la Operación «Conmoción y Pavor» (pornografía bélica aquí).
«A los niños no se les ha dicho que no jueguen con los restos radioactivos», escribió Peterson en mayo de 2003. Tan sólo encontró un sitio donde las tropas estadounidenses habían puesto advertencias escritas a mano en árabe para que los iraquíes se alejaran. «Allí se encontró un dardo de DU de casi un metro de largo procedente de un proyectil de tanque de 120 mm que estaba produciendo una radiación de más de 1.300 veces los niveles de la radiación de fondo. Eso hizo que las ráfagas del contador Geiger se convirtieran en un zumbido constante».
El ejército no ha dicho nunca ni pío acerca del uso del DU durante la guerra, y no hay forma de saber con seguridad qué cantidades se utilizaron durante los dos principales bombardeos contra Faluya, una ciudad densamente habitada. Sabemos que hubo ataques aéreos incesantes desde marzo a septiembre de 2004, y más aún en la segunda fase en noviembre de ese mismo año, con un «ritmo constante» de ataques, sobre todo de aviones de ala fija y de combate AC-130. Se estuvo ametrallando a los insurgentes desde aviones F-15, atacándoles con bombas GBU-38 de unos 227 kilos de peso, JDAM (siglas en inglés de Munición de Ataque Directo Conjunto). (Vean la medida completa de lo que llaman «El modelo Faluya» en este angustioso informe aparecido en 2005 en la Air Force Magazine).
También durante la fase de noviembre, un portavoz del Pentágono, reconociendo de cierta forma los hechos, dijo que se había utilizado fósforo blanco -que quema la piel y la carne hasta llegar al hueso- como arma incendiaria contra «combatientes enemigos».
Al Pentágono le gusta señalar sus propios estudios, como el que dirigió la Agencia Internacional para la Energía Atómica (AIEA) en 2010, que examinó el agua, el suelo y la vegetación en determinadas ciudades, incluida Basora aunque no Faluya, negando cualquier culpabilidad en la aparente contaminación del país. Ese estudio concluía diciendo «las dosis de radiación del DU no suponen un riesgo radiológico para la población en los cuatro lugares estudiados al sur de Iraq».
Es enormemente importante hacer frente al reto de analizar toda la potencial toxicidad de las municiones, así como la contaminación de pasadas guerras -incluido el propio uso de armas químicas por Saddam- y las escasas, o no existentes, protecciones regulatorias contra los residuos y peligros industriales. Sabemos que es malo: un estudio iraquí realizado en 2010 halló 40 lugares con altos niveles de metales pesados y radiación, y los peores estaban en las ciudades, incluyendo Basora, Faluya y Nayaf.
Parece que Occidente se ha lavado las manos en el asunto. «No estudian los efectos de la guerra en los países que están invadiendo o bombardeando o lo que sea, no hacen nada de eso», dijo Adil Shamu, un estadounidense-iraquí que enseña en el Departamento de Bioquímica y Biología Molecular en la Universidad de Maryland. Cree que el estudio más reciente de muestras de cabello y uñas ha encontrado pruebas suficientes como para que se lleve a cabo una investigación mucho más amplia de las secuelas en Faluya. Pero sugiere que hay presiones políticas que lo impiden.
«Hay una intencionada negligencia: no investigas, no encuentras».
Mulhearn dice que hay una apatía similar en Australia, aunque hay más conciencia popular acerca del problema y más abiertas críticas al gobierno australiano (que también apoyó las operaciones en Iraq) sobre la cuestión. Declaró que hay un informe muy esperado (a punto de publicarse) de la Organización Mundial de la Salud que se supone va a arrojar luz sobre la prevalencia de los defectos congénitos de nacimiento en nueve zonas importantes de Iraq, aunque no va a abordar las posibles causas.
«Esta comunidad necesita respuestas», dijo Mulhearn, que lleva yendo y viniendo a Iraq desde 2003 cuando estuvo en Bagdad para actuar como «escudo humano» durante la invasión. Se encontraba en Faluya en 2004 durante los combates y sirvió allí como trabajadora de la ayuda humanitaria. Tiene planes para regresar a Faluya en febrero, esta vez con un director de cine. Le acompañará por las salas de pediatría y por la zona del polvoriento cementerio de la ciudad (que se utilizaba como campo de futbol) y que ahora sirve de destartalado camposanto de los bebés.
«Cuando me senté a hablar con las mujeres -probablemente cinco o seis de las familias afectadas-, pregunté: ‘¿Qué pensáis que ha podido causar todo esto, por qué le ha ocurrido esto a vuestros bebés?’ Todas ellas respondieron, sin pestañear, sin hacer una pausa, que era a causa del armamento de la guerra, sin duda alguna».
Mulhearn preguntó después que deberían darles, ¿compensación por los gastos médicos, procesamiento por posibles crímenes de guerra? «Tan solo contestaron: ‘Quiero que mi bebé se ponga mejor'».
«Eso es todo lo que podían ver delante de ellas, sus pequeños y martirizados bebés».
Hay muchas capas en esta historia, señaló Mulhearn, y no es la menos importante los cuidados que deben prestarse a esos bebés. Si viven, tendrán que crecer en una sociedad que carece completamente de apoyos públicos para niños con esas malformaciones, no hay escuelas especiales ni organizaciones privadas de beneficencia. Las redes familiares son muy importantes, pero no todo el mundo las tiene. «Así pues, ahí tienes a esos niños con discapacidades sentados durante todo el día en una habitación vacía, y algunas familias tienen hasta tres, y no pueden ir al colegio ni cuentan con ninguno de los estímulos necesarios».
Este es nuestro legado, dijo, el legado de las potencias occidentales que invadieron y ocuparon Iraq durante casi una década. «Siento con todo mi corazón que es una historia que tenemos que contar».
Pueden verse aquí más fotos e informaciones de Mulhearn sobre Faluya.
Kelly B. Vlahos ejerció durante más de diez años como periodista política en Washington. Ahora es editora-colaboradora de la revista The American Conservative.
Fuente: http://original.antiwar.com/vlahos/2012/12/17/the-babies-will-haunt-us/