Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens La guerra de 1948 tal como la ven: Otto Preminger en «Éxodo», Amos Gitaï en «Kedma» y Elie Chouraki en «¡Oh, Jerusalén!» El contraste entre la estereotipación étnica exhibida en «Éxodo» y el retrato de los personajes en «Kedma» de Amos Gitaï no podría ser más grande. […]
Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens
La guerra de 1948 tal como la ven: Otto Preminger en «Éxodo», Amos Gitaï en «Kedma» y Elie Chouraki en «¡Oh, Jerusalén!»
El contraste entre la estereotipación étnica exhibida en «Éxodo» y el retrato de los personajes en «Kedma» de Amos Gitaï no podría ser más grande. En «Kedma,» no se discuten estrategia o táctica, y por lo tanto no hay consideraciones odiosas sobre la capacidad de un grupo étnico en relación con otro. La gente simplemente se ve en situaciones y trata de sobrevivir. Describe el relato durante el viaje de los sobrevivientes del judeocidio perpetrado por el gobierno alemán, antes de la llegada a Palestina del «Kedma». Es cómo todos los personajes – judíos europeos y palestinos – reaccionan una vez que el barco ha desembarcado a sus pasajeros. En «Kedma» no hay líderes visibles. Su existencia sólo puede ser supuesta. Sus planes, estrategias y justificaciones no son explicados. Permanecen en la memoria como parte de una tragedia mayor producida por fuerzas sobre las que la gente «ordinaria» parece tener poco o ningún control.
La película de Gitaï expresa una falta de confianza en el liderazgo y, de esta manera, «Kedma» puede ser entendida como una lectura (y una forma de ver) «Éxodo». Existe, en realidad, un notable desarrollo paralelo de ambas cintas. Lo que falta en la película de Preminger – la miseria moral, la desesperación existencial, las dudas y la confusión de los sobrevivientes del judeocidio – es enfocado en el filme de Gitaï. Al contrario, lo que falta en la cinta de Gitaï – la expresión de ideales, aspiraciones y del dogma sionistas, las glorificaciones de un grupo étnico a costa de los otros – es el punto central de la de Preminger.
Esta inversión temática es particularmente evidente respecto a dos aspectos de las películas: primero, en el uso de nombres y, segundo, en los dramáticos monólogos o soliloquios con los que terminan ambas cintas.
En «Éxodo,» el uso de nombres con propósitos simbólicos se hace inmediatamente evidente. «Éxodo» se refiere al retorno bíblico de los judíos de la esclavitud a la Tierra Santa – su territorio otorgado por Dios, un sitio sagrado. Este sitio sagrado es necesario para la observancia religiosa y la identidad judías. Sólo allí, como se explica en «Éxodo», pueden sentirse seguros los judíos. Sólo allí, afirma, pueden liberarse de odiosas percepciones propias, impuestas por el antisemitismo y las presiones asimilacionistas, y convertirse en el pueblo fuerte, seguro de sí mismo y confiado que es realmente.
La visión de la identidad judía propagada por el sionismo es implícitamente cuestionada en «Kedma» de Amos Gitaï. De nuevo, el título de la película es significativo desde el punto de vista simbólico. «Kedma» significa el «Este» u «Oriente,» o «ir hacia el este.» La gente en el Kedma – refugiados judíos de Europa, que hablan idiomas europeos y yidish – llegaba a otro mundo cultural, un mundo extraño, en el este. El resultado será más desorientación existencial y otro entorno conflictivo desde el punto de vista étnico.
La diferencia en perspectiva manifiesta en las dos cintas se encuentra también en los nombres dados a los protagonistas. En «Kedma» se da un ejemplo de la abrupta hebreización de los nombres cuando los pasajeros llegan a la nueva tierra, subrayando así la transformación cultural, central en el proyecto sionista. En «Éxodo,» hay mucha discusión explícita de ese aspecto del sionismo, y algunos de los nombres dados a los personajes centrales revelan la arbitrariedad de su mensaje.
Es, desde luego, una convención bien establecida que se den nombres evocativos a los protagonistas de una obra literaria o cinematográfica. ¿Dónde estaría, por ejemplo «El talón de hierro» de Jack London, sin su héroe, Ernest Everhard? La respuesta es que la novela podría ser más impresionante sin atavíos propagandísticos tan fácilmente evidentes. Y lo mismo vale para «Éxodo». El principal protagonista de Leon Uris es Ari Ben Canaan, en hebreo: «León, hijo de Canaán.» Este modelo para ser imitado por los judíos por todas partes es con ello el heredero directo de los antiguos canaanitas, precursores de la comunidad judía en la tierra de Palestina. Una vez establecido este legado y el patrimonio históricos, bastó con que Paul Newman actuara como el combatiente fuerte – feroz, duro y artificioso – con su melena rubia cortada corta, al estilo militar.
El objeto de las afecciones de Ari, por ambivalentes que puedan ser, es Kitty Fremont, representada por Eva Marie Saint. El aparejamiento del serio y tan duro Ari, el «León» y la dócil pero fiel «Kitty» implica una clásica relación de género, pero la unión del complejo sabra y de la mimosa USamericana simboliza la relación especial entre USA y el naciente Estado de Israel que ha llegado a ser llamado el «Estado cincuenta y uno» de USA.
El otro personaje principal, representado por la cara infantil de Sal Mineo, es «Dov Landau,» el sobreviviente de 17 años del gueto de Varsovia y de Auschwitz. Este nombre trae a la mente la paloma de la paz y la infancia evocada indirectamente por el término «landau» (¿cochecito de bebé?). La ironía es que el angelical Dov, baja al suelo palestino con la furia de un ave de rapiña enloquecida. Es el terrorista consumado – colérico y ávido de sangre. La conversión de Dov al sionismo como proyecto colectivo, contrariamente a un vehículo para su venganza personal, sobreviene al final de la historia cuando se ha logrado (temporalmente) la paz mediante un combate implacable. Dov parte entonces de Israel al Massachusetts Institute of Technology donde perfeccionará su pericia en ingeniería lograda en la construcción de bombas en Varsovia y en Palestina. La paz significa la refinación de la capacidad técnica para la defensa de la nueva nación. Mientras tanto, los árabes han asesinado cruelmente a la novia de Dov, la suave y dulce Karen.
«Éxodo» y «Kedma» difieren del modo más notable porque esta última evita el tipo de burda propaganda desarrollada de modo tan fastidioso por Leon Uris y Otto Preminger. En lugar de obligar a los espectadores a aceptar una visión del nacimiento de Israel basada en caricaturas, deformaciones y omisiones de la realidad histórica, Amos Gitaï prefirió colocar simplemente a los personajes (que vemos brevemente) en una situación específica, que es el verdadero centro de la cinta. Mientras Preminger simboliza el destino de un pueblo en una historia de personajes fuertes, Gitaï ilustra la tragedia de una coyuntura histórica en la que los actores históricos fueron en su mayor parte incidentales. Vemos ese aspecto en la inversión temática de Gitai de la película de Preminger que justifica el proyecto sionista como el retorno justo y profetizado de un pueblo forzado a errar por un mundo hostil durante 2000 años. La resistencia encontrada a este proyecto, explica, es sólo el resultado de individuos malvados, interesados (como el Gran Muftí de Jerusalén) que temen perder sus privilegios una vez que los árabes sepan que el asentamiento judío los beneficia. Ari concluye: «Juro que vendrá el día en el que árabes y judíos vivan juntos en paz.» Dicho esto, la cinta termina con un convoy militar que se pierde en la distancia, hacia una nueva batalla por la causa justa.
En «Kedma,» hay dos soliloquios, pronunciados no por líderes fuertes y ecuánimes, sino más bien por gente perturbada, atemorizada, atrapada en una red tejida por aprendices de brujo que se quedan en el trasfondo – los verdaderos arquitectos de las situaciones en las que se sellan los destinos y se destrozan las vidas. Un judío polaco, de mediana edad, hace el primer discurso. Horrorizado por el nuevo ciclo de sufrimiento que presencia al llegar a Palestina, grita que el sufrimiento, la culpa y el martirologio se han hecho esenciales para el carácter judío. Sin eso, grita, el pueblo judío «no puede existir.» Ésa es su tragedia.
Un anciano campesino palestino, expulsado de su tierra, huyendo del combate, hace la segunda expresión de desesperación. Haciendo caso omiso del peligro, dice: «Nos quedaremos aquí a pesar de ustedes. Como un muro, llenaremos las calles de manifestaciones, generación tras generación.»
¿Cómo reconciliar el judeocidio fascista y la Nakba (el «desastre» palestino causado por la limpieza étnica sionista)? «Kedma» de Gitaï coloca el dilema contemporáneo dentro de su contexto histórico y existencial. «Éxodo» de Preminger hizo todo lo posible por no suministrar a los cinéfilos los elementos necesarios para una comprensión informada. Es la diferencia entre, por una parte, la demagogia y la propaganda y, por la otra, un llamado a la razón y la justicia.
Concluirá mañana.
Larry Portis es profesor de Estudios USamericanos en la Universidad de Montpellier en Francia. Para contactos escriba a: [email protected]