Las autoridades advierten de que el sistema de salud no aguantará en caso de una epidemia. El país atraviesa una crisis política y económica cuando el precio del petróleo cae en picado. Sin contar con la guerra oculta librada por Irán y los planes del Pentágono contra las milicias.
Cuando se acercaba la epidemia, cuando se descubrieron los primeros pacientes, el ministro de salud iraquí, Jaafar Sadiq Allaoui, tomando acta de la difícil situación del sistema médico de su país, solicitó una asistencia de emergencia por cinco millones de dolares. El gobierno se negó: las cajas están vacías.
En estas condiciones, la pandemia puede llegar a tener efectos devastadores. Es cierto que, a diferencia del vecino Irán completamente devastado por el virus, las autoridades impusieron, a partir del 15 de marzo, el primer caso de Covid-19 se detectó el 23 de febrero, un toque de queda total en las dieciocho provincias y la prohibición de viajar por todo el país. Pero temen una posible contaminación masiva debido a las peregrinaciones chiítas, una de las cuales reunió nuevamente, el 14 de marzo, a decenas de miles de iraquíes en Bagdad y en las ciudades santas.
También tienen que contar con el irascible e incontrolable pequeño líder religioso Moqtada al-Sadr, cuyo movimiento Sayroun («En Marcha») tiene el mayor número de diputados en el Parlamento. Si pidió a sus seguidores que dejaran de manifestarse contra el poder, el activo líder chiíta eximió la oración colectiva de sus prohibiciones y recomendó proseguir las peregrinaciones. Sus últimas declaraciones han generado otras polémicas: acusó a los matrimonios del mismo sexo de haber provocado la epidemia.
Las autoridades están aún más preocupadas porque el sistema de salud está exhausto, en particular debido a las guerras que han sacudido a Iraq prácticamente sin interrupción durante cuatro décadas, el colapso del Estado, especialmente después de la invasión estadounidense de 2003, y luego el surgimiento del Estado Islámico. Los videos publicados en las redes sociales dan testimonio de hospitales en mal estado, con equipos deteriorados o rotos y una higiene que deja que desear. Algunos animales domésticos circulan por ellos sin que nadie se lo impida. A esto se suma la fuga masiva al extranjero del personal médico más calificado debido a los numerosos secuestros para pedir rescates o por asuntos políticos de los últimos veinte años o a los casos de violencia contra el personal sanitario por parte de familiares de pacientes que no están satisfechos con un diagnóstico o quieren vengarse de una muerte. Jaafar Allaoui, el Ministro de la Salud, ha reconocido además en una cadena de televisión local que si la epidemia se desencadenara verdaderamente, el sistema iraquí no aguantaría.
«Las cifras muestran 700 contagios y alrededor de cincuenta muertes, pero eso no tiene nada que ver con la realidad», insiste Mohammed S., que representa a una gran empresa europea de obras públicas en Bagdad. «Especialmente porque ni siquiera podemos hacer tests», agrega el investigador Adel Bakawan, autor de L’Impossible État irakien: les Kurdes à la recherche d’un État (el imposible Estado iraquí: las y los kurdos a la búsqueda de un Estado, ediciones de L’Harmattan, 2019[1]) y director de un centro de sociología en la Universidad de Soran, en el Kurdistán de Iraq, que cuenta con una red local en toda la antigua Mesopotamia. En realidad, hay un pánico total. Tenemos un Estado que no tiene una infraestructura normal en un país en el que, además, las medicinas son escasas. Pero lo que más asusta a las y los iraquíes no es tanto el coronavirus como la ausencia de un sistema de salud capaz de cuidar a la población. «
Como resultado de la pandemia que polariza la atención la evacuación, el domingo, del ejército estadounidense de la base aérea K-1, cerca de Kirkuk (al norte del país), es decir, unos 300 soldados, pasó casi desapercibida. Al igual que las de Al-Qaim, cerca de la frontera siria, y de Qayyarah, cerca de Mosul, que también fueron entregadas a las fuerzas antiterroristas iraquíes.
Sin embargo, estas bases, desde las cuales la Coalición ha llevado a cabo innumerables ataques contra el Estado Islámico, tienen un alto valor estratégico. La K-1 se encuentra en un territorio con un destino incierto, amenazado por implosiones étnicas: una confrontación entre las milicias chiítas y peshmergas kurdas, las tribus árabes sunitas y chiitas, las poblaciones kurdas y turcomanas, estando estas últimas al mismo fragmentadas entre sunitas y chiítas, siempre dispuestas a enfrentarse entre sí. Sin mencionar los grupos yihadistas, en principio derrotados pero que resurgen en el campo en cuanto cae la noche.
Ahora bien, estas bases de la Coalición sufren el lanzamiento casi diario de cohetes por parte de milicias chiítas pro iraníes que tienen la intención de vengar el asesinato del general iraní Qassem Soleimani, asesinado por un avión no tripulado estadounidense en enero de 2020. Esto explica, al menos parcialmente, la retirada de las fuerzas de la Coalición, unos 7.500 hombres, incluidos 5.200 soldados estadounidenses, aunque un comunicado de prensa dijera el domingo que este «movimiento estaba previsto desde hacía mucho” y «no estaba relacionado» con ataques recientes de las milicias o con la epidemia.
Pero, ¿esta retirada solo tiene como objetivo proteger a las fuerzas estadounidenses en la gran base de Kirkuk, ahora protegida por misiles Patriot, o las están preparando para una operación importante contra las milicias chiítas pro iraníes, en particular después de la muerte la semana pasada de dos soldados estadounidenses y un médico británico en la base de Taji (norte de Bagdad)? Según las recientes revelaciones del New York Times , el Pentágono ha ordenado al ejército estadounidense que planifique la escalada de los combates. Sin embargo, no es seguro que se produzca una ofensiva de este tipo: varios generales estadounidenses se resisten, por temor a que el actual atolladero iraquí se convierta en un caos aún mayor.
Hasta el asesinato de Soleimani y Abou Mahdi al-Mohandes, alias «el ingeniero», su representante en el teatro iraquí, donde tenía la misión de dar forma a un Estado dentro del Estado según el modelo del Hezbolá libanés, Iraq fue dirigido a la vez por iraníes y estadounidenses, lo que hacía de la antigua Mesopotamia una especie de condominio. «La muerte de Qassem Soleimani rompió esta asociación que duró desde 2003 [fecha de la invasión estadounidense – nota del editor] hasta 2020. Sin embargo, sin este acuerdo, nada en Iraq puede funcionar y los EE.UU. ya no tienen un verdadero interlocutor. Antes, en cualquier momento, podían llamar a Soleimani por teléfono y resolver un problema con él en 30 minutos. Esta es la paradoja: mataron a su hombre en Bagdad «, dice el investigador Adel Bakawan.
«Económicamente, el país está muerto»
Por lo tanto, con o sin coronavirus, estadounidenses e iraníes continúan librando en Irak una guerra oculta. En realidad comenzó antes del asesinato de Soleimani, cuando Donald Trump, el 27 de diciembre de 2018, alrededor de la una de la mañana, informó desde la base estadounidense-iraquí de Ain al-Assad que la misión de las fuerzas armadas de los Estados Unidos Unidos en Irak debía ahora vigilar a Irán y ya no había que pensar en aceptar a Teherán como socio en la gestión del estado iraquí. Es decir, una nueva estrategia absolutamente inaceptable para Teherán. Después del asesinato de Soleimani, la República Islámica, al no tener la capacidad militar para responder directamente, eligió una confrontación indirecta en el territorio iraquí, a través de las milicias chiítas que están bajo su control. Objetivo: expulsar a los Estados Unidos de Irak.
Pero aunque sean muy antiamericanas y estén financiadas por el Estado, que todavía tiene los medios para mantenerlas, a diferencia del sistema de salud, estas milicias, en número de 63, están en conflicto unas con otras. Por un lado, encontramos tres de los cuatro más poderosas: la brigada Badr, que ha existido durante unos treinta años, tiene decenas de miles de combatientes y controla completamente la provincia estratégica de Diyala; Kataëb Hezbolá, responsable de la mayoría de los lanzamientos de misiles sobre las bases estadounidenses, así como sobre la «zona verde» (el sector ultraprotegido de Bagdad donde se encuentran las administraciones y la mayoría de las embajadas); y la Liga de los Virtuosos. Por otro lado, las vinculadas al movimiento «Sayrun» de Moqtada al-Sadr, que ganó las últimas elecciones legislativas con alrededor de una treintena de diputados.
Las primeras están próximas a Teherán y se reclaman del velalayat-e faqhi (el «magisterio del piadoso juriconsulto», que establece el dominio de los religiosos). A menudo se han fundado en Irán y están dirigidos por mostazafín («desheredados», hombres provenientes de los estratos sociales más pobres), como Hadi Ameri, el jefe de las brigadas de Al-Badr. Las segundas, por el contrario, se reclaman del nacionalismo iraquí, rechazan el velayat-e faqhi, fueron creadas en Irak y están dirigidas por «herederos», como Moqtada al-Sadr, hijo de un gran ayatolá asesinado por Saddam Hussein.
De su conflicto surge una tormenta de crisis que el estado iraquí no puede controlar en un momento en que el coronavirus ha comenzado a devastar el país. Después de las revueltas de la juventud iraquí, que obligaron al primer ministro Adel Abdel-Mahdi a renunciar a fines de noviembre, Iraq aún no ha encontrado un jefe de gobierno. No hay escasez de candidatos, pero el presidente Barham Saleh debe nombrar una personalidad con el acuerdo del movimiento Sayrun, que ipso facto provoca la oposición de las milicias pro iraníes, que no quieren la supremacía de Moqtada al-Sadr sobre la población chiita. A medida que pasan los días es menos probable que la reciente designación de Adnane Zorfi, un ex gobernador de Nadjaf, para el cargo de jefe de gobierno, sea aceptado para formar un gobierno.
“Ninguno de los campos quiere ceder. Sin embargo, el nombramiento de un primer ministro debe ser el resultado de un consenso dentro de los partidos chiítas, explica Adel Bakawan. Hasta la fecha, no han logrado federarse en torno a un proceso, un proyecto o un programa. El que lograba agruparles era, nuevamente, el general Soleimani».
Por lo tanto, Iraq se ha vuelto ingobernable. Desde noviembre, por lo tanto, no ha tenido ni primer ministro ni gobierno. Sin mencionar que el movimiento de protesta juvenil iraquí, que ha ocupado las calles de las grandes ciudades durante más de seis meses, aunque hoy sea mucho menos visible debido a la epidemia, aún no ha bajado los brazos. Y sigue siendo radicalmente hostil a las élites chiítas acusadas de corrupción masiva, de incompetencia y de haber llevado al país a la ruina.
«Para salir de la crisis, agrega el mismo investigador, hay tres hipótesis: un gobierno de coalición, pero ¿lo aceptarán ciertas facciones? Presiones de la comunidad internacional representada por los dos actores en el teatro iraquí, la República Islámica y los Estados Unidos, pero, en el contexto actual, es poco probable que lo hagan. Finalmente, la suposición más devastadora y dolorosa para Iraq sería que los partidos chiítas elijieran lo que yo llamo la ruta Kalashnikov, que lleguen a la guerra civil para imponerse a los demás, y mucho más dado que tienen milicias fuertemente armadas. Esto es lo que sucedió en la década de 1990 entre los kurdos con la guerra fratricida entre el PDK (Partido Democrático del Kurdistán) de Massoud Barzani y el PUK (Unión Patriótica del Kurdistán) de Jalal Talabani».
Además de la crisis política, existe la catástrofe económica causada por la caída del precio del barril[2]– el petróleo representa el 90% de los ingresos del Estado – que cayó alrededor de 25 dólares mientras que el presupuesto 2020 – que aún no ha sido votado – contaba con un barril a 56 dólares. Sin contar el final, desde mediados de marzo, del turismo de peregrinación en el que cada año millones de iraníes llegaban a los grandes santuarios chiítas de Nadjaf y Kerbala y que, además, está en el origen del contagio en Iraq.
«Económicamente, el país está muerto», estima Mohammed S., el representante de una empresa europea de obras públicas en Bagdad. No veo cómo el Estado podrá pagar los salarios de las y los funcionarios públicos en abril [con los pensionistas, hay ocho millones n.ed.], cuyo número ha aumentado en 350,000 en los últimos meses por la reducción de la edad de jubilación a los 60 años para comprar la paz social, lo que representa más de tres mil millones de dólares, mientras que los ingresos del petróleo alcanzan apenas 2.500 millones mensuales y los ingresos están cayendo en un 65%».
Notas
[1] https://www.editions-harmattan.fr/index.asp?navig=catalogue&obj=livre&no=62643
[2] Martine Orange, Medipart. Disponible en ESSF (article 52629), Covid-19 : le spectre de la Grande Dépression hante l’économie mondiale.