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El tiempo lee poemas

Fuentes: Rebelión

No sé si hay en la poesía española de las últimas décadas muchos momentos tan cargados de sentido como el inicial de Descripción de la mentira: en él una mirada toma perspectiva para hacer balance del largo silencio que la antecede, silencio personal y colectivo -«era un país cerrado, la opacidad era la única existencia»-, […]

No sé si hay en la poesía española de las últimas décadas muchos momentos tan cargados de sentido como el inicial de Descripción de la mentira: en él una mirada toma perspectiva para hacer balance del largo silencio que la antecede, silencio personal y colectivo -«era un país cerrado, la opacidad era la única existencia»-, y en ese mismo gesto encuentra también la voz para expresarlo. Una voz nueva, «sin semejanza». El libro apareció hace poco más de cuarenta años. Ese momento parece, desde el punto de vista del autor, de Antonio Gamoneda, una experiencia de concentración temporal y existencial que no se agota: el vívido e instantáneo pasar de toda una vida ante los ojos, mientras afloran los múltiples estratos de sucesos y personas, confundidos primero, hasta que poco a poco van dando con su lugar -el que tuvieron en otro tiempo, el que retienen en su onda expansiva. Y me digo que, si hace de eso cuarenta y dos años, hace ya también muchos, treinta y seis, de la primera vez que leí el libro y escribí sobre él, y que no me resulta fácil evocar ese momento después de haberlo leído tanto, de haber escrito tantas páginas sobre él. Perdura, sí, la imagen del impacto y la sorpresa, de la novedad de aquella lengua y la fuerza de su mundo, de su música, y el poder de las imágenes, la atracción de su oscura densidad.

Viéndolo desde ahora, se diría que el tiempo lee poemas. Por supuesto, el debate inconcluso en España sobre la memoria histórica -que es un debate sobre la guerra civil de 1936-1939, que sigue abierto-, o la creciente quiebra del relato oficial de la llamada transición democrática de los años 70, resuenan hoy en estos versos junto a la «tierra desposeída de sus tumbas» o la conciencia de ser un superviviente en un país sometido a la destrucción, y forman parte de la lectura. Pero hablo sobre todo de una temporalidad propia de la poesía, de la lentitud o el calado de sus palabras. A través de los años la lectura ha ido posándose, alimentándose del texto y quizá también alimentándolo a su manera; las distintas escenas e imágenes se han ido iluminando, tendiendo vínculos, y una extraña literalidad se ha impuesto. Y, por ofrecer Descripción de la mentira la génesis de una lengua, cada texto posterior de Gamoneda parece influir en la percepción de ese origen.

Así, fluye ahora el relato. Es un único poema, articulado apenas por pausas de variable dimensión, y -escrito nada más morir Franco, entre diciembre de 1975 y diciembre de 1976- examina ese momento de cambio, que no es solo político, sino de los valores, del modo en que se trama la vida, y también es un cambio personal de quien habla, el final de la juventud. Después de la destrucción, queda un espacio de restos, de residuos, en donde solo se podría sobrevivir pactando de algún modo con las nuevas circunstancias. Sin embargo, todo lo antes vivido sigue tan activo que resulta difícil separarlo de lo que se vive en presente; no hay límites entre los tiempos, y la mejor prueba de ello es que vuelven de continuo aquellos con quienes se compartió el pasado, amigos, vecinos, conocidos, los que desaparecieron, en una especie de diálogo espectral con el superviviente, que a menudo se siente sometido a juicio, obligado a dar explicaciones de las nuevas conductas y valores. A cierta altura del libro, los recuerdos del pasado más próximo, el de la resistencia antifranquista, dejan paso al desbloqueo de una memoria remota, la de la primera infancia, la de la guerra y la posguerra, la sangrienta represión vista por el niño en los barrios obreros de León. La inmersión en ese tiempo hace aun más irreal la supervivencia, de modo que las conclusiones ya no son personales, biográficas, sino existenciales: vivir es fingir la existencia, la auténtica mentira es la propia vida.

Pero nada de esto compone de por sí un poema, ni tampoco sería audible entre las maquinarias del olvido. Es la voz poética que encuentra Gamoneda, su lengua nueva, lo que da energía y consistencia, hace memorable esa memoria. Como ahora se aprecia desde el lugar del análisis, el poema debía activar, para poder ser oído, junto a la original potencia de su ritmo, las formas de un intenso extrañamiento que sacudiera una atención dormida, alterara la costumbre de un discurso, de los vetos antiguos y los nuevos tópicos. No puede dar cuenta de ello un inventario de procedimientos. Descripción de la mentira es un cuerpo de insólita materialidad, que arrastra con su impulso, pero también es un espacio verbal de pensamiento, de exploración del sentido de la vida y de la identidad personal, y ambos se comunican y funden: las imágenes se hacen lúcidas y sensoriales las abstracciones. Los inesperados desvíos léxicos (a lo arcaico, lo jurídico, lo científico, lo rural), la preferencia por la metonimia -que tiene relación existencial con las cosas- sobre la metáfora, los microrrelatos vivísimos, la química de las sustancias y las temperaturas, el trabajo sonoro (como en las armonías y los ecos vocálicos) y sintáctico, hacen que cada página sea fuertemente sensible, mueva luces y sombras, esté cuajada de vida y de inquietud, conjure la dulzura y el miedo.

Pero hay algo más, algo decisivo. El poeta va siguiendo el mismo camino del lector: debe abrirse paso a través de un silencio y una opacidad hondamente interiorizados, a través de fragmentos de realidad cuyo signo y cuyos tiempos se confunden, tiene que hacer camino sin saber, en la perplejidad. Descripción de la mentira es una empresa de conocimiento, de recuperación de la memoria e indagación de las raíces personales; no se trata de una crónica, texto destinado a narrar unos hechos, sino que es acción él mismo, ejercicio de una búsqueda, lenta iluminación de una conciencia; el poema no cuenta, actúa: no es que refiera lo que ocurrió, es en él donde está ocurriendo. Y su saber tiene la medida de su tensión, de su recorrido; cuando ambos cesan, el poeta admite que «este relato incomprensible es lo que queda de nosotros». Esa es la temporalidad de la poesía: lo obvio no nos mueve de donde estábamos, en cambio cuando el texto resiste en su materia, el tiempo lo va leyendo.

 

Lecturas:

 

Antonio Gamoneda, Esta luz. Poesía reunida 1947-2004. Barcelona, Galaxia Gutenberg, 2004.

Miguel Casado, El curso de la edad. Lecturas de Antonio Gamoneda, 1987-2007. Madrid, Abada, 2009.

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