Ziad, hijo de Tarek Aziz. (Foto: M. G. P.) AMÁN.- En la casa de los Aziz en Amán, el martes no se paró de llorar. La esposa, los hijos y los nietos de Tarek Aziz, antiguo vicepresidente iraquí y cara exterior del régimen de Sadam Husein, se congregaron allí para seguir la apertura […]
AMÁN.- En la casa de los Aziz en Amán, el martes no se paró de llorar. La esposa, los hijos y los nietos de Tarek Aziz, antiguo vicepresidente iraquí y cara exterior del régimen de Sadam Husein, se congregaron allí para seguir la apertura del primer juicio en el que éste comparece como inculpado, una hora marcada por su persistente tos, la lectura de informes médicos y la ausencia de cargos.
Gracias a la comparecencia, las mujeres de la familia constataron la degradación de su estado de salud; los varones, que no le han visto en persona en cinco años dado el riesgo que supone para cualquier allegado al antiguo régimen regresar a Irak -sobre todo siendo varón- se sorprendieron al ver a su padre tan débil y avejentado, obligado a usar un bastón para entrar en la sala.
«Le vi en baja forma, muy mal, pero me envió un mensaje con los abogados mediante el circuito cerrado del juicio en el que decía que no nos preocupemos, que está bien, que su ánimo está fuerte y que sobrevivirá«, dice su hijo Ziad Aziz mientras repasa insistente un ‘masbaha’ -rosario árabe- de color púrpura.
«También dijo que sabrá defenderse a sí mismo», añade Ziad, algo que podría ser una constante en el proceso que se reanudará el 20 de mayo, ya que el abogado de la familia no puede acudir en persona al proceso que se celebra en Bagdad. «Se refugió en Jordania hace un año: tuvo un altercado con el juez y fue encarcelado en Bagdad durante cuatro días. Los americanos le liberaron para ponerle en un avión con destino a Jordania. Teme que si vuelve sea encerrado de nuevo, así que trabaja desde aquí. Los abogados del resto de acusados se han ofrecido a ayudarnos».
A ellos podría sumarse el italiano Giovanni Di Stefano, que también formó parte de la defensa del dictador, y el francés Jacques Verges, aunque, según Ziad, su colaboración por el momento es «sólo una promesa». La ausencia del abogado no es el único factor inquietante para los familiares de Aziz: a ello se suma el hecho de que el juez sea Rauf Abdulrahman -quien condenó a muerte a Sadam-, las rencillas de los actuales líderes iraquíes con su padre y la influencia iraní.
Ziad acusa al Partido Al Dawa, la facción chií del primer ministro Nuri al Maliki, de estar tras el proceso contra su padre. «El 1 de abril de 1980, Al Dawa trató de matar a mi padre en la Universidad de Mustansariya. Ahora ha llegado al poder y tiene la posibilidad de acabar lo que empezó con el paraguas de la ley. El tribunal está teledirigido por el Gobierno iraquí y por Teherán, y eso es algo que nos han dicho muchos de los empleados del tribunal que escaparon del país».
Sin influencia en el interior
En el proceso iniciado el martes se acusa a Tarek Aziz y a otros siete ex oficiales iraquíes, entre ellos a Aref Said Ali Hasan al Majid (‘Alí el Químico’), de la muerte de 42 comerciantes, acusados, juzgados de forma arbitratria y ejecutados por la dictadura en 1992 por subir el precio de sus mercancías aprovechando la carestía provocada por el embargo internacional.
Según uno de los jueces del Alto Tribunal, Aziz firmó la orden de ejecución, pero incluso las familias de las víctimas exculpan al ex vicepresidente del episodio. «Nadie le ha acusado directamente«, afirma su hijo.
Los ocho podrían ser declarados culpables de delitos que incluyen genocidio y crímenes contra la Humanidad por aquel crimen, una acusación excesiva a juicio del hijo de Aziz, que admite abiertamente la estrecha relación de su padre con el dictador -a quien se refiere como «el presidente» y califica de «un gran hombre»- pero descarta cualquier participación en crímenes: «Su función se limitaba a las relaciones exteriores, no intervenía en asuntos internos«.
«Mi padre nunca lo ha ocultado: ya lo dijo en 2006 [cuando fue citado como testigo en la acusación contra el ex dictador], ‘Sadam es mi héroe y mi presidente‘». Eso no le impidió entregarse el 24 de abril, días después de la guerra, a las tropas estadounidenses pese a haber prometido, antes de la invasión, que jamás se rendiría.
«Se lo recomendamos todos, por el bien de la familia, pero la decisión la tomó él. Pensó que no había nada en su contra, que no podrían retenerle más de un año y necesitaba tratamiento médico. Y estuvimos todos de acuerdo porque era demasiado reconocible para tratar de escapar y nos habría puesto en peligro a todos».
Confidente de Sadam
Ziad piensa que de otra forma no habría sobrevivido. Desde que tenía 35 años trabajó con el régimen baazista de Irak. Fue el hombre de confianza de Sadam Husein, su ministro de Exteriores durante años, su ‘embajador’ cristiano -pertenece a la comunidad caldea iraquí- en todo el mundo y el negociador de Bagdad en todas sus crisis internacionales, incluida la última, que derivó en la ocupación y el conflicto civil. «Incluso la prensa árabe más contraria a Sadam se pregunta qué hace Tarek Aziz en este juicio. El era el responsable de los asuntos internacionales. Nunca tomó parte de las decisiones internas».
La familia de Tarek no se queja del trato recibido, más allá de la censura que rodea a los contactos -cartas tardías y censuradas, personal militar en las entrevistas bimensuales mantenidas hasta hace dos años por las mujeres de la familia y Aziz-, sino de la fragilidad de la acusación y de que haya permanecido cinco años encerrado sin cargos contra él pese a su delicado estado de salud.
«Tiene todo tipo de problemas: presión, azúcar, corazón, cerebrales…». En 2006 sufrió un ataque cardiaco en prisión, lo que no le impidió el martes mantener la presencia de ánimo. «Él dice que puede defenderse a sí mismo, pero no sé si lo logrará», dice Ziad.
La organización humanitaria Human Rights Watch criticó duramente el juicio contra el dictador y acusó al Alto Tribunal iraquí, encargado de juzgar a los responsables del régimen, de «despilfarrar» la ocasión de construir un sistema judicial imparcial.
Ziad recuerda cómo su padre vivió el fallo y su resultado: «Estaba tan triste que lloró cuando vio cómo le ahorcaban. Dijo: no sólo han matado a Sadam, han matado a Irak«. Ahora pide que su padre no siga su camino. «Con las pruebas existente, deberían liberarle. Si no reescriben nada, no hay ningún documento que le acuse».
Fuente: http://www.elmundo.es/elmundo/2008/05/01/internacional/1209658315.html