Traducido para Rebelión por Germán Leyens
Las morgues de los hospitales de Bagdad se están llenando al máximo. En el hospital Yarmouk en el centro de Bagdad, los tres congeladores hieden a cuerpos en descomposición, a pesar de la temperatura.
El olor nos recibe al abrir las puertas. He olido cadáveres ardiendo en las piras funerarias en Nepal… pero esto es diferente. Este olor… ¿cómo describirlo? Pero no me abandona, mucho después de irnos del hospital.
Muchos de los cuerpos son de Faluya, obviamente recolectados en las calles, partes han sido devoradas por perros. Los cuerpos de Faluya tienen una piel típica, extrañamente descolorada, además de otras anormalidades.
Salgo del primer congelador y me doy contra un poste de metal. Dos de mis acompañantes, incluyendo a Abu Talat, se aseguran de que esté bien, mientras me quedo parado, aturdido… Ni siquiera siento el poste, sólo que me detuvo antes de pasar al congelador siguiente.
Los cadáveres están amontonados en los congeladores y casi todos están descubiertos, pero no todos. Lo que me impresiona más profundamente son los ojos. Tengo que sacármelos de mi mente.
La doctora que nos acompaña dice que la mayoría de los cuerpos han muerto a tiros… y no son de Faluya. La violencia contra los iraquíes continúa sin disminuir… se empeora con cada día que pasa.
Hago mi trabajo… tomando foto tras foto de lo más horrible que haya visto en mi vida. Muchos de los cuerpos son tan viejos que se encogen sobre sí mismos.
Después del último congelador, comenzamos a irnos. Escupo, tratando de que se vaya el olor… Abu Talat tiene una mirada perdida. Cuando siento náuseas, el trabajador hospitalario que nos acompañó a los congeladores se me acerca con un pequeño frasco de perfume, y comienza a aplicarlo a mi labio superior.
«Shukran jazilan (muchas gracias),» le digo, y pasa a hacer lo mismo con Abu Talat; luego seguimos adelante.
Hablamos algo más con la doctora mientras avanzamos lentamente. «Las morgues en todos los hospitales se llenan de cadáveres todos los días, la mayoría de ellos muertos a tiros por soldados», dice, «pero también muertos por crímenes y accidentes… Tantos civiles muertos».
Caminamos, bueno, más bien vamos arrastrando los pies, para salir del hospital, hacia el coche.
«Es lo más horrible que haya visto en mi vida», digo a Abu Talat.
Subimos al coche y simplemente conducimos.
«No sé qué hacer», le digo, «¿Qué quieres hacer?»
Alza las manos, queriendo decir que tampoco sabe. «Conduzcamos, simplemente», digo.
«Está bien, estoy simplemente tratando de conducir», responde.
Decido ir a comprar algunos suministros… tratando de volver a la normalidad a pesar de que sigo sintiendo olores de los cuerpos en descomposición a pesar del agradable perfume que me pasaron por el labio superior.
Compramos algo de almuerzo sólo porque es hora de almorzar y se supone que tengamos hambre, y seguimos conduciendo en camino al hotel.
Me da vueltas la cabeza, y lo mismo le ocurre a Abu Talat. «Estoy traumatizado», le digo. «Sí, a mi también me da vueltas la cabeza», responde antes de agregar: «Quiero tomar una ducha».
«Ojalá pudiera ducharme por dentro», le digo.
«Por afuera es muy fácil», dice suavemente, «¿Pero cómo nos limpiamos por dentro?»
Subimos a mi habitación y comienzo a escribir. La comida se queda en su bolsa sobre el sofá….Abu Talat dice: «En el Islam, si tocamos un cadáver, incluso si sólo lo vemos, tenemos que ducharnos», mientras camina hacia el baño.
Se detiene al verme mirar al vacío por la ventana. «Oye, no pienses en lo que viste. Sé que es difícil». Lo miro lentamente mientras agrega: «Para mí es más duro, porque soy iraquí. Tengo el corazón desgarrado».
Entra al baño de mi habitación para tomar la ducha, mientras recomienzo a escribir estas líneas.
Nadie sabe quiénes son esos muertos. Los congeladores están repletos. Otros también están llenos, en otros hospitales.
Sale del baño y comienza a rezar, mientras yo me ducho, tratando de librarme de los cuerpos. Ayuda, un poco.
Pero los ojos no me abandonan. Y se niegan a irse.
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