Traducido del árabe por Mónica Carrión para Fundación Al Fanar e IraqSolidaridad Edición IraqSolidaridad Lo que dicen ahora los ex socios del «proceso político», unos de otros y del propio proceso, después de que el primer ministro Nuri al Maliki los enviara lejos de la «república de la Zona Verde» de Bagdad creada por la […]
Traducido del árabe por Mónica Carrión para Fundación Al Fanar e IraqSolidaridad
Edición IraqSolidaridad
Lo que dicen ahora los ex socios del «proceso político», unos de otros y del propio proceso, después de que el primer ministro Nuri al Maliki los enviara lejos de la «república de la Zona Verde» de Bagdad creada por la ocupación estadounidense, deja sin palabras al pueblo iraquí y a su resistencia patriótica. La codicia de esos antiguos socios por las migajas del botín de la invasión ha pulverizado la «asociación» que la ocupación intentó establecer entre ellos por una parte, y con ellos por otra, lo que ha dejado al «proceso político» en un callejón sin salida y al borde de un colapso previsible e inevitable.
Ahora persisten en su corrupción esperando la oportunidad favorable que brinde el tremendo caos, resultado de ese colapso, para salir con el mayor de los botines, porque saben que el desmoronamiento del «proceso político» es solo cuestión de tiempo y que su cuenta atrás se precipita para escribiendo el último capítulo de la ocupación estadounidense de Iraq. Un capítulo que la resistencia iraquí, en este momento, considera su misión principal para pasar la última página de la ocupación.
Tras el estallido del caso de Tareq al Hashimi, vicepresidente de la república, el primer ministro Nuri al Maliki anunció que el «proceso político» no se colapsaría «por ese asunto», aunque Iyad Alaui, el líder del bloque Al Iraquiya, dijo que lo que estaba sucediendo en Iraq era un «golpe» contra ese proceso.
Yalal Talabani, «presidente de la República», hizo un llamamiento a la celebración de una «conferencia nacional» de los socios de ese proceso político para salvarlo del «golpe» de Maliki. Posteriormente, Masuud Barzani, presidente de la provincia del Kurdistán iraquí, hacía un llamamiento para la celebración de una conferencia «urgente» con el fin de «evitar el colapso del proceso político» y Ban Ki-moon, secretario general de Naciones Unidas, intervenía para suplicar a esos socios que la conferencia fuera un éxito ya que suponía una «importante oportunidad» para salvar ese proceso, tal y como afirmó en el informe periódico que ha presentado recientemente la misión de Naciones Unidas en Iraq al Consejo de Seguridad. Barack Obama, presidente de Estados Unidos, también intervino para respaldar esa conferencia mediante una llamada telefónica a Maliki, tras lo que Barzani, durante su última visita a Washington, se precipitó a pedir socorro al arquitecto estadounidense de ese proceso a fin de ponerlo a salvo. Esta y otras pruebas demuestran claramente que el proceso está exhalando su último suspiro.
Tanto si esa conferencia se celebra como si no, su fracaso está asegurado porque Maliki, que ya firmó un acuerdo de quince puntos para poner coto a sus poderes cada día más amplios, y aceptó diecinueve demandas de la provincia del Kurdistán, no ha cumplido con ninguno de estos compromisos hasta la fecha, y no parece previsible que se comprometa con ningún nuevo acuerdo entre los socios del «proceso político», ni aunque se vea obligado a ello por razones tácticas.
El futuro de Iraq depende de su unidad, como dijo el escritor iraquí Mohamed Akef Yamal en un artículo publicado el pasado martes por el diario Gulf News, sobre cuyo contenido todo el mundo está de acuerdo. Y la unidad de Iraq depende de un poder central en Bagdad que no sea ni sectario, ni étnico, ni tribal, ni individualista, y que represente la identidad de la mayoría del país, una identidad que es árabe y musulmana.
Como Seth Kaplan manifestaba el pasado miércoles en un artículo, titulado «Estados frágiles», la situación actual en Bagdad es justo la contraria, , ya que el país es víctima de la «fragmentación de la identidad política» y de la «debilidad de las instituciones nacionales», dos problemas «estructurales que se refuerzan uno a otro en un círculo vicioso, que desmonta la legitimidad del Estado de manera muy peligrosa y conduce a situaciones políticas extremadamente inestables y difíciles de reformar». Esta es la descripción del «proceso político» que los ex socios pretenden salvar hoy; una descripción insalvable que convierte el colapso de ese proceso en una mera cuestión temporal.
Hasta el momento en Iraq no existe un Estado por cuya desarticulación haya que temer, ya que ese Estado fue desmantelado por la ocupación en 2003. El «proceso político» insistió, mientras se mantuvo, en que ese Estado no se recuperase pero sin lograr crear un Estado alternativo. Su objetivo era realmente construir un poder sin Estado y, en estos momentos, el ciudadano iraquí de a pie sabe bien que el fin de ese «proceso político» es una condición previa indispensable para la reconstrucción del Estado iraquí.
El final del «proceso político» que construyó la ocupación estadounidense de Iraq tras la invasión es lo que realmente corroborará el fracaso del «Nuevo proyecto estadounidense del siglo XXI», -que establecieron los neoconservadores en 1997-, y también anunciará el fracaso y la derrota del proyecto de la ocupación iraquí que dirigió el ex presidente estadounidense George Bush hijo, quien asumió la aplicación de ese proyecto en Oriente Próximo partiendo de Iraq.
El día 22 del mes pasado, una persona cercana a la ocupación reconocía que la «intervención estadounidense» en Iraq había demostrado la deficiencia del proyecto de la ocupación y del proceso político trazado para Iraq. Así lo escribía Michael Bell, presidente de la comisión de donantes del FMI para la reconstrucción de Iraq entre 2005 y 2007, al recordar que, desde su marcha, (la de los estadounidenses) «[…] han hecho grandes esfuerzos para ayudar a Maliki a construir un Estado iraquí en el que se pueda vivir», y en ese Estado de Maliki, «la vida de cualquier persona considerada una amenaza está en peligro». Bell concluye diciendo que ante los estadounidenses en Iraq hay en este momento dos opciones: «[…] o Maliki logra reforzar su gobierno individualista o Iraq se desarticula en una serie de entes semiindependientes fundados sobre criterios religiosos, étnicos y tribales».
Está claro que Maliki tiene su propio plan para organizar una agenda «iraquí» que satisfaga los intereses estadounidenses, pero que difiere de los planes de la ocupación estadounidense para organizar una agenda similar a través del «proceso político» que diseñó para sí. Maliki depende del apoyo estadounidense tanto para su plan como para un plan alternativo, y esa alternativa es un hecho consumado ante el que a los estadounidenses tendrán que plegarse; dicha alternativa les impone la ruptura con su segundo apoyo en Irán, lo que explica el fracaso de la última visita de Barzani a Washington.
Barzani acudió a Washington pidiendo ayuda contra Maliki e instigando contra él después de que la autocracia de Maliki y su sectarismo lograran acabar con sus socios en el «proceso político». Barzani y Talabani se vieron privados del papel de «fabricantes de gobernantes» que les asignó la ocupación estadounidense. Ya no pueden ejercer de mediadores cada vez que estalla una disputa entre los socios porque ya no hay socios en el gobierno de la «república de la Zona Verde» cuyo poder ahora es monopolio exclusivo de Maliki, el partido Al Dawa y la coalición Estado de Derecho que él dirige.
El tiempo del «veto kurdo» que derribó a Ibrahim Yaafari como primer ministro ya es pasado, frente a Maliki la espada de ese veto está mellada.
La «compensación» de Barzani en Washington al ser recibido como se recibe a los jefes de Estado mientras se repetía «el compromiso de EEUU con la relación estrecha e histórica que mantiene con el Kurdistán y con el pueblo kurdo» no impidió que «se animara al presidente Barazani a seguir participando en el proceso político que dirige Maliki en Bagdad». En cuanto a las amenazas de separación a través de la participación de los kurdos de Iraq en un referéndum de autodeterminación, la Embajada de EEUU en la capital respondió a ellas con un comunicado que hablaba del apoyo de Washington a un Iraq unido en el marco de una Constitución federal. La candidatura de Brett McGurk como nuevo embajador de EEUU en Iraq -él fue quien convenció al gobierno de Obama de que Maliki, y no Alaui, era el hombre de Washington en Iraq- es la señal más reciente de la parcialidad de Washington hacia Maliki.
Sin embargo, el poder central que Maliki intenta consolidar en Bagdad, como alternativa al «proceso político», está condenado a chocar contra la roca de su sectarismo, de su individualismo, de su exclusión del otro y del monopolio de un poder sin Estado. No pasará mucho tiempo hasta que su plan corra el mismo destino que el del «proceso político» de la ocupación estadounidense. A la espera del colapso inminente de las dos alternativas, el pueblo iraquí y su resistencia patriótica aguardan el último episodio de la ocupación de Iraq y de su liberación.