Hemos oído al presidente y al vicepresidente de los Estados Unidos decirlo una y otra vez: Había una conexión entre los hechos del 11-S e Irak. Pues tomémonos esto en serio y consideremos algunas de las relaciones entre los dos. Cifras y comparaciones Al menos 3.438 iraquíes murieron por causa de la violencia en julio […]
Hemos oído al presidente y al vicepresidente de los Estados Unidos decirlo una y otra vez: Había una conexión entre los hechos del 11-S e Irak. Pues tomémonos esto en serio y consideremos algunas de las relaciones entre los dos.
Cifras y comparaciones
Al menos 3.438 iraquíes murieron por causa de la violencia en julio (casi el mismo número murieron en junio y agosto), considerablemente más que las 2.973 personas que murieron en los ataques del 11-S de 2001 en Nueva York.
1.536 iraquíes murieron en Bagdad sólo en agosto, según los últimos cálculos del depósito de cadáveres. Esto, en una sola ciudad y en un cada vez más típico mes, equivale a más o menos la mitad de las víctimas del 11-S. Según el Washington Post, el cómputo no incluye las víctimas de los atentados suicida ni los que fueron llevados a los hospitales de la ciudad. Tampoco incluye los muertos en ciudades cerca de la capital.
A principios de septiembre, 2.974 soldados de los EE.UU. habían muerto en Irak y en la guerra global contra el terror de la Administración Bush, más de los que murieron en los ataques del 11-S. (22 soldados más murieron en Irak en los nueve primeros días de septiembre; y como mínimo, 3 en Afganistán.)
Cinco años después, según Emily Grosden y David Randall del periódico británico The Independent, la guerra global contra el terror de la Administración Bush ha implicado, como mínimo, 20 veces las muertes del 11-S; y como máximo, 60 veces. Esta guerra «ha matado un mínimo de 62.006 personas, ha creado 4’5 millones de refugiados y ha costado a los EE.UU. más de la suma de dinero necesaria para pagar las deudas de todas las naciones pobres de la tierra. Si la estimación de otras muertes, las llamadas «no cuantificadas», se incluye -insurgentes, miembros del ejército iraquí en la invasión de 2003, los que no han sido captados por los medios de comunicación occidentales y los que han muerto como resultado de heridas-, entonces el total podría llegar a la cifra de 180.000.» Según el periodista australiano Paul McGeough, los oficiales iraquíes (y otros) estiman que la tasa de mortalidad en el país desde 2003 «es de 50.000 o más – el equivalente proporcional de unos 570.000 estadounidenses.»
La semana pasada, el senado de los EE.UU. acordó destinar otros 63 miles de millones de dólares a operaciones militares en Irak y Afganistán, dónde los costes han sido, por ahora, de un promedio de 10 miles de millones de dólares al mes en este año. Esto conlleva un coste (en impuestos) para las guerras de Bush de unos 469 miles de millones de dólares, y sigue aumentando. Esto es el equivalente de 469 memoriales de la Zona Zero si son a coste completo, el doble si las ceremonias se realizan según los presupuestos revisados y reducidos de 500 millones de dólares. (Y además se ha de tener en cuenta que el coste de estas dos guerras no incluye varios gastos futuros perfectamente previsibles como el cuidado de los veteranos de guerra, y que en total podría llegar a los billones de dólares.)
En el 2003 la Administración Bush, con su invasión de Irak finalizada, tenía unas 150.000 tropas desplegadas en el país ocupado. Poco menos que tres años y medio después, casi lo que supuso ganar la Segunda Guerra Mundial en el Pacífico, y a pesar de toda la cobertura mediática sobre supuestos golpes de fuerza, el nivel de tropas de los EE.UU., de hecho, está subiendo -en unos 15.000 el mes pasado. Ahora llega a 145.000, justo 5.000 menos que la cifra de la ocupación inicial. (Durante la preinvasión, altos oficiales de la Administración Bush como el Secretario de Defensa Paul Wolfowitz, dieron por supuesto que los niveles de tropas estadounidenses se reducirían a los 30.000 tres meses después de tomar Irak.)
Reconstrucción
Mientras los estadounidenses planean recordar el 11-S con cuatro torres enormes y un gran hoyo de la memoria extremadamente costoso, los bagdadíes piensan de un modo más práctico. Aprovecharán sus escasos fondos para construir dos nuevas secciones del depósito de cadáveres (con unidades de refrigeración) en la capital, para lo que tienen más en su país: cuerpos sin vida. Tienen previsto, además, aumentar la capacidad del depósito de cadáveres para que pueda albergar 250 cadáveres al día. Si se utiliza a pleno rendimiento, esto supondría unos 7.500 cadáveres al mes. Cabe pensar en ello como una inversión para peores días venideros.
Mientas las construcciones de los memoriales de Nueva York no pueden empezar a alzarse (o a adentrarse en el suelo), debido a las disputas sobre los excesivos costes estimados, lo que se podría pensar que es el verdadero memorial de la Zona Zero está creciendo en el corazón de Bagdad; y a diferencia de las futuras estructuras en Manhattan o, de igual forma, a diferencia de cualquier otro proyecto de construcción en Irak, va a ti
Meses de récords batidos
Los ataques con explosivos de la insurgencia iraquí (o IED’s) (1), «los mayores asesinos de tropas estadounidenses», alcanzaron números récord este verano -1.200 muertos en agosto, cuadriplicando los cálculos de enero del 2004 según el Washington Post, mientras que los atentados con bomba y los ataques sorpresa por parte de ciudadanos iraquíes han bajado drásticamente. Cayeron en picado de 5.900 en abril a 3.700 en julio. («Esto hará que salir a la calle no sea tan letal», fue la observación optimista del general retirado, Montgomery G. Meigs, director del Joint Improvised Explosive Device Defeat Organization.)
Según una avaluación cuatrimestral recientemente puesta en conocimiento que el Pentágono está obligado a realizar para el Congreso, las bajas iraquíes han crecido un 51% los últimos meses, cuadriplicándose en casi dos años.
A partir del mismo informe, los ataques mensuales a los EE.UU. y a otras fuerzas aliadas iraquíes crecieron hasta unos 800, duplicándose desde los inicios de 2004. En la provincia de Anbar, el centro de la insurgencia suní (donde un informe «muy pesimista» de los servicios secretos de los Marines indica que «no hemos sido vencidos militarmente pero hemos sido vencidos políticamente – y aquí es donde se ganan o pierden las guerras») los ataques son de un promedio de 30 por día.
Un «récord colateral» en la Guerra contra el Terror: el ahora cuantificable cultivo de opio de Afganistán se proyecta que crezca al menos un 50% este año, lo que significaría un remarcable 92% de la oferta mundial. Según Antonio Acosta, el director ejecutivo mundial de la oficina de las Naciones Unidas sobre drogas y crímenes, esta oferta excederá el consumo mundial en un 30% -por lo tanto, asoman otros récords. (Mientras tanto, según el Washington Post, la investigación sobre el paradero de Osama Bin Laden ha batido un récord a la baja. Su rastro «se ha difuminado… Los comandos de los EE.UU. cuyo objetivo es capturar o matar a Osama Bin Laden no han seguido una pista creíble en más de dos años.»)
La condición iraquí
Junto con la guerra civil, la limpieza étnica de los alrededores, la todavía fuerte insurgencia y la infernal situación de inseguridad, los iraquíes están experimentando una creciente inflación, posiblemente alcanzando un 70% este año (lo que será más del doble que el aumento del 32% del año pasado); un estancamiento de salarios (allí donde aún existen); un sistema bancario «inerte»; un aumento de precios de gas y electricidad en un 270%; una corrupción masiva («Una auditoría financiada por Naciones Unidas descubrió la semana pasada un vacío de cientos de millones de dólares en ingresos por petróleo iraquí que habían sido mal contados el año pasado o que se habían perdido en su totalidad»); una falta de electricidad adecuada o de suministros de agua potable; un alto y persistente desempleo, yendo -en función de la estima- desde 15-50/60% (el reciente informe del Pentágono al Congreso establece cifras de un 18% de desempleo y un 34% de subempleo); unos agudos cortes de gasolina, queroseno y gas butano en el país con la tercera mayor reserva de petróleo, forzando al gobierno de Irak a dedicar 800 millones de dólares de sus escasos fondos para importar refinados de petróleo de los países vecinos, haciendo de las colas para conseguir gas y de las esperas de toda la noche la esencia de la vida normal. («Cumplir hoy requiere varios días de pago, paciencia monástica, o ambos…»); una industria de petróleo, ya dañada en el momento de la invasión, en caída libre (sus tres refinerías principales están ahora funcionando a media capacidad y produciendo solamente la mitad de la cantidad de barriles que se producían antes de la invasión, mientras que la mayor refinería en Baiji a veces opera a niveles tan bajos como un 7’5% de capacidad; unos cortes severos de los subsidios por gas del gobierno (a petición del FMI); y un aumento de la malnutrición -según el informe del Pentágono al Congreso, 25’9% de los niños iraquíes han interrumpido su crecimiento normal.
En otras palabras: económicamente, Irak ha sido esencialmente deconstruido.
Bucear en Irak
El 9 de diciembre de 2001, el vicepresidente Dick Cheney comenzó a argumentar públicamente en rueda de prensa que había conexiones entre Irak y el 11-S. «Se ha comprobado con toda seguridad», dijo al periodista Tim Russert, que Mohamed Atta, el jefe de los secuestradores del 11-S, se había encontrado el pasado abril en Praga con un oficial mayor de los servicios de inteligencia iraquíes. El 8 de septiembre de 2002 volvió a la carga y reafirmó el supuesto encuentro todavía más categóricamente: («Con toda evidencia, Atta viajó a Praga en varias ocasiones, nos consta que estuvo en Praga con un oficial mayor de los servicios de inteligencia iraquíes meses antes de los ataques al World Trade Center.») Todo esto -y dijeron mucho más Cheney, el presidente y demás altos cargos, siempre dejando Irak y el 11-S, o Saddam y Al-Qaeda, o Saddam y Zarqawi en el mismo contexto retórico con el vínculo final normalmente dejado en manos del oyente- fue literalmente una «bushmanipulación».
Todas estas fueron declaraciones desmentidas por los servicios de inteligencia antes, durante y después de la invasión de Irak. El otro día supimos por un informe parcial revelado por la comisión del senado sobre inteligencia que analistas de los servicios secretos estaban cuestionando sólidamente los pretendidos vínculos entre Saddam Hussein y Al-Qaeda mientras los oficiales mayores de la Adminitración Bush afirmaban la existencia de estos vínculos para justificar la invasión de Irak. Supimos también que los miembros de los servicios de inteligencia sabían que Saddam Hussein había intentado capturar a Zarqawi y que el argumento que sostenía que Zarqawi y él estaban urdiendo una conspiración fue totalmente rechazado el pasado otoño por la CIA. Nada de esto ha impedido al vicepresidente o al presidente -el cual todavía este 21 de agosto seguía insistiendo que «Saddam tenía relaciones con Zarqawi»- continuar haciendo estas vinculaciones, implícitas o explícitas, aún cuando ellos mismos también se han echo atrás en las declaraciones.
Como suele pasar, bajo tales mentiras y manipulaciones subyace una profunda verdad. En este caso, llamémosle la «verdad del deseo cumplido». El vínculo entre el 11-S e Irak es desafortunadamente demasiado real. La administración Bush lo hizo posible en el calor del shock post 11-S.
Pensemos en el vínculo de esta forma: en el inmediato despertar del 11-S, el presidente y el vicepresidente secuestraron el país, empleando los equivalentes retóricos a los cutters y mazas que usaron Atta y los demás terroristas; más tarde, con la mayoría de pasajeros a bordo y sin ahorrase demasiado el espíritu del Vuelo 93 de la United Airlines, y una vez sobrevolado Afganistán, estrellaron el avión del estado directamente dentro de Irak, causando el equivalente de un Katrina que nunca cesa y convirtiendo este país -desde Basora en el sur hasta la frontera con el Kurdistán- en el equivalente mundial de la Zona Zero.
Nota:
(1) Iniciales de «Improvised Explosive Devices», es decir, explosivos usados por la insurgencia iraquí como munición de «combate informal asimétrico» o «guerra de guerrillas» contra los ejércitos de ocupación.
Tom Engelhardt , que dirige el Nation Institute’s Tomdispatch.com («un buen antídoto contra los medios mayoritarios») es cofundador del America Empire Project, autor de The End of Victory Culture, una historia del triunfalismo americano en los ti
Traducción para www.sinpermiso.info: