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Un partido chiíta se atribuye 50 por ciento de sufragios, su fuente: el ejército estadunidense

El voto de los iraquíes fue para liberarse de la ocupación de EEUU

Fuentes: La Jornada

El viento azotó Bagdad este lunes, arrancando carteles electorales de los muros, enviando remolinos en miniatura entre las cortinas de las tiendas de la calle Rashid y dando nuevo sentido a capuchas y pasamontañas que llevan los policías en la plaza Tahrir. Tahrir -independencia- es una palabra por la que muchos votaron el domingo; no […]

El viento azotó Bagdad este lunes, arrancando carteles electorales de los muros, enviando remolinos en miniatura entre las cortinas de las tiendas de la calle Rashid y dando nuevo sentido a capuchas y pasamontañas que llevan los policías en la plaza Tahrir.

Tahrir -independencia- es una palabra por la que muchos votaron el domingo; no por la «democracia», como quieren los medios occidentales, sino por la libertad: para ser libres de hablar, de votar; para librarse de los estadunidenses, que también estaban aquí este lunes, conduciendo sus Humvees por el distrito de Karada, volando en círculos sobre la ciudad en sus Apaches y sus pequeños helicópteros rastreadores Sioux, semejantes a abejas.

Tendremos que esperar días enteros los resultados de la elección. Un vocero de la Alianza Nacional Iraquí (ANI), partido musulmán chiíta, declaró al New York Times que los estadunidenses y británicos dicen que su partido obtuvo probablemente 50 por ciento de los votos -¡la república chiíta ha alcanzado la mayoría de edad!-, y no se habla de otra cosa en Bagdad cuando la gente escucha la noticia en árabe o en sus propias estaciones del Golfo.

Pero ¿cómo podrían los estadunidenses saber que la ANI ha ganado más de la mitad de los votos? Al final de la calle Jumhuriya, policías vestidos de civil, de pie en la caja de una camioneta pick-up, algunos con la cabeza cubierta, nos apuntan con sus rifles.

Es mediodía; se supone que todavía estamos en el toque de queda. Las casas están tapiadas, las tiendas cerradas. Es como si después de votar los chiítas esperaran el equivalente político de un tsunami en castigo, en tanto los sunitas simplemente se toman su tiempo.

El shish kebab iraquí, en el restaurante de Bagdad que menos me agrada, sabe a cartón. No me extraña que mi amigo Haidar diga que la única ocasión en que se come algo decente en estos días es en los funerales: la carne más delicadamente especiada, los vegetales más frescos, los pasteles más bellos, todos servidos para honrar al mártir más reciente.

En la calle Nidhal encuentro un autobús de la Haj que viene a la zaga de nuestro auto: es un gran camión negro con una bandera iraquí en el frente y su destino, La Meca, escrito en gruesa pintura negra en una manta. Demorados por el toque de queda electoral, los peregrinos partían en su largo viaje hacia el sur, a través de Najaf y Kerbala, Basora y Kuwait hacia Arabia Saudita, para caminar en torno a la Kaaba y apedrear los pilares que en la imaginería popular representan al diablo. En contra de esta insurgencia, de esta elección y del eterno e irremediable optimismo de Bush y Blair, este mucho más eterno ritual de fe musulmana y oración sigue adelante.

Mi agente de viajes libanés estaba en la Haj y lo llamé desde Bagdad para cerciorarme de que hubiera llegado a salvo a casa -los peregrinos tienen el inquietante hábito de morir aplastados en las cercanías del «diablo»-; de pronto me di cuenta de lo que debe ser para los iraquíes, prisioneros en su patria, hacer una llamada al extranjero. Apenas unos días en la claustrofobia de Bagdad y ya una llamada internacional es una bocanada de oxígeno. Sí, me dice Ahmed, en Beirut hace frío, hay nieve en las montañas, la señora de la limpieza cerró las ventanas y él regresó sin novedad de la Haj. «Me acordé de usted cuando apedreé al diablo», anuncia con alegría. Y allí, sentado con mi almuerzo de cartón, me pregunto qué habrá querido decir.

En la televisión de mi cuarto la imagen da brincos. El ex agente de la CIA y primer ministro «interino», Iyad Allawi -quizá también próximo primer ministro «interino»-, dice a los iraquíes que su voto del domingo significa que «los terroristas han sido derrotados». A ponerse los chalecos antibalas, digo para mí.

¿Por qué esta gente -los británicos hacían lo mismo en Irlanda del Norte- invita nuevos ataques? Este es el mismo Allawi que, desde la seguridad de su búnker en la Zona Verde, llamó a su vulnerable pueblo a votar hace dos días.

Ocultan magnitud de la tragedia

Cada vez más sentimos esta distancia cósmica entre el verdadero Irak y el de fantasía de Washington y Londres. Observo a Blair hablar con nerviosismo, con un lenguaje corporal a la defensiva y mirada mística, diciéndonos el estupendo éxito que ha sido esta elección. Pero cuando calculo el momento de la grabación original, concluyo que ya debía saber que el Hércules de la RAF se estrelló, que 15 británicos murieron, y sin embargo escogió ocultar a su pueblo la magnitud de la tragedia al dar su mensaje el domingo por la noche. ¿Por qué sorprendernos, entonces, de que estadunidenses y británicos mantengan todavía en secreto el número de iraquíes que perecen cada día?

Dos veces esta mañana ha habido tremendas explosiones en Bagdad. Escuché una balacera cerca de Ciudad Sadr. Pero la radio iraquí no da ninguna explicación. A media mañana, dos autos de la policía me rebasan, con las sirenas abiertas y rifles Kalashnikov apuntando desde las ventanillas a los automovilistas; los policías lanzan maldiciones a cuanta persona se atraviesa en su camino. Una vez más, nadie sabe la razón. Ellos son el mundo real, encapuchado e inidentificable. Polvo que se agita con rapidez.

Como el viento.

© The Independent

Traducción: Jorge Anaya