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En el interior de la diáspora iraquí

Fuentes: TomDispatch.com

Traducido del inglés por Sinfo Fernández

La semana pasada, la Organización Mundial de la Salud (OMS) (1) publicó nuevos indicadores de la desintegración de la situación sanitaria en Iraq donde, según dicha organización, mueren 100 personas de media al día con cifras muy superiores de heridos. De los heridos que logran llegar hasta el servicio de urgencias, el 70% se exponen allí a la posibilidad de morir. Sin embargo, muchos de ellos no pueden acceder en modo alguno a las clínicas ni a los servicios de urgencias a causa de las nefastas condiciones de la seguridad en el país. (La mayor parte de los observadores cualificados creen que todos los recuentos efectuados de muertos están por debajo de las cifras reales, dado el gran y cada vez mayor problema que supone recoger cifras exactas en medio de la debacle.)

En los hospitales iraquíes, las medicinas y el equipamiento escasean cada vez más, a la vez que un cada vez mayor número de profesionales de la salud se incorpora al éxodo general del país: «La violencia diaria, junto con las difíciles condiciones de vida y trabajo», informa la OMS, «están obligando a marcharse a cientos de experimentados profesionales del campo sanitario».

Añadimos unos cuantos indicadores facilitados en el informe de la OMS, recogidos por Elisabeh Rosenthal del New York Times (2):

«El 80% de los iraquíes no puede acceder a atención sanitaria alguna, el 70% no disponen de suministro regular de agua potable y el 60% no puede acceder al sistema público de distribución de alimentos… Como consecuencia de las múltiples carencias sanitarias, la diarrea y las infecciones respiratorias están provocando ya la muerte de los dos tercios de los niños menores de cinco años… Según una investigación nacional llevada a cabo en 2006 por UNICEF, el 21% de los niños iraquíes presentan desnutrición crónica.»

Y a todo esto se une una crisis de refugiados que está atenazando al país, que los medios apenas están cubriendo y que probablemente es la peor que en estos momentos se registra en el planeta. Casi cuatro millones de iraquíes han tenido que abandonar sus hogares, según Refugees International (3). Pero no es necesario que dependan sólo de alguna ONG imparcial para su información. Aquí recojo para Vds. unas estimaciones aproximadas que recientemente se citaron en una entrevista con David Petraeus (4), el general encargado del «plan de incremento de tropas» del Presidente en Iraq:

«Precisamente ahora, hay un gran enfrentamiento entre grupos sobre todo en el entorno de Bagdad, [que está] devastado por los resultados de la violencia sectaria.’ Hay barriadas que se han quedado despobladas y el General Petraeus cree que ‘cientos de miles, quizá millones’ de iraquíes han sido desplazados.»

Recientemente, uno de los habituales de Tomdispatch, Dahr Jamail, que estuvo durante un período de tiempo en Bagdad cubriendo la guerra de Iraq, ha visitado algunos de los desbordados centros y campos de refugiados en Siria que tratan de hacer frente y atender a las decenas de miles de desesperados refugiados iraquíes que llegan cada mes. Jamail es un personaje notable. Un hombre joven que se encaminó por sus propios medios a la región para cubrir la guerra y que proporcionó al periodismo «independiente» un nombre del que sentirse orgulloso. Nuestro primer reportero de investigación, Seymor Hersh (5), dijo esto de él recientemente, al criticar las prácticas periodísticas de los medios dominantes estadounidenses en una entrevista con la cadena Al Yasira:

«Tenemos aquí a un joven periodista, Dahr Jamail, que ha hecho un trabajo muy valioso y en cuatro o cinco ocasiones he incluido algunos de sus valientes relatos en mis historias… No sólo en el New Yorker, [también] en el New York Times, donde me he sentido muy a gusto trabajando durante una década, lo primero que Vds. [editores] eliminaban es cualquier mención a otro periodista. Ese es un aspecto muy desagradable de nuestra profesión: la competencia. Antes que dar crédito a un competidor, preferimos ignorar la historia. Eso pasa en todas partes. Todos saben a lo que me estoy refiriendo.»

Ahora, entremos a considerar la visión de la situación que desde Siria nos ofrecen los ojos de Dahr Jamail, junto con las fotos del periodista Jeff Pflueger. Tom

«Ahora Soy un Refugiado»

La crisis iraquí sin nombre

Dahr Jamail

Desde que comenzó en marzo de 2003 la «conmoción y el pavor» de la invasión de Iraq, la maraña explosiva de ese país no ha salido nunca de las noticias ni ha estado mucho tiempo fuera de la portada. Sin embargo, en la información casi no se han recogido las consecuencias de la destrucción, desintegración y caos étnico de Iraq más allá de sus fronteras. Y aún así, con -según las estimaciones de Naciones Unidas- aproximadamente 50.000 iraquíes huyendo de su país cada mes (y cifras incalculables de otros que son desplazados a nivel interno), Iraq está creando una de las más -si no la más- graves crisis de refugiados sobre el planeta, una crisis sin nombre y a la que apenas se presta atención.

Durante las dos últimas semanas he estado en Siria visitando los centros y campos para refugiados, las oficinas y empleados del Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) y las barriadas pobres de Damasco que se van atestando de desesperados y casi sin dinero refugiados iraquíes, llegando a vivir en algunas ocasiones hasta 15 personas en una habitación. En términos estadísticos y humanos, estos pocos días han supuesto poder abrir una pequeña ventana a la magnitud de una catástrofe que todavía está en desarrollo y que no muestra signos de poder suavizarse en ningún imaginable futuro inmediato.

Empecemos con las cifras, aunque no sean muy exactas. Las últimas cifras de Naciones Unidas sobre la crisis de refugiados en Iraq indican que entre 1-1.200.000 iraquíes han escapado a través de la frontera hasta llegar a Siria; que unos 750.000 han cruzado a Jordania (aumentando su modesta población de 5,5 millones de habitantes en un 14%); al menos otros 150.000 lo han hecho al Líbano; unos 150.000 han emigrado a Egipto; y se estima -estas cifras son las más inseguras de todas- que unos 1,9 millones han sido desplazados internamente a causa de la guerra civil y la limpieza sectaria dentro de Iraq.

Estas cifras resultan asombrosas en una población estimada, en los años anteriores a la invasión, en sólo 26 millones. Es decir, al menos uno de cada siete iraquíes, como mínimo, ha tenido que huir de su hogar debido a la violencia y al caos desencadenados por la invasión y la ocupación de Iraq llevada a cabo por la administración Bush.

En efecto, como admiten incluso los funcionarios de Naciones Unidas sobre el terreno, esas son sin duda estimaciones a la baja. «Confiamos mucho en las cifras oficiales que nos ha proporcionado el gobierno sirio respecto a los refugiados iraquíes que han llegado allí», me dijo Sybella Wilkes (6), funcionaria de información pública regional del ACNUR, mientras hablábamos recientemente en el principal centro de procesamiento de refugiados en Duma (7), una ciudad en los alrededores de la capital siria. Incluso las estimaciones más altas del ACNUR de 1,2 millones de refugiados iraquíes en Siria (un país de sólo 17 millones de habitantes) eran, me dijo, probablemente muy bajas.

Según Wilkes, el gobierno sirio, utilizando datos recogidos en los puestos fronterizos del sur, estima privadamente que la cifra de iraquíes en Siria debe estar más cercana a los 1,4-1,5 millones. Los operativos del ACNUR allí, desesperadamente infradotados y escasos de personal, no disponen de personal en la frontera que recoja las cifras y no hay forma de controlar la magnitud real del desastre que hay en marcha.

Sin embargo, pueden sentir el opresivo peso diario en su trabajo. Erdogan Kalkan, un empleado turco del ACNUR de 35 años que lleva quince en la organización, me dijo que el desbordado equipo había dado ya cita a 35.000 refugiados que buscan ayuda en Siria; sólo el 25.000 de estos casos habían conseguido que sus casos fueran atendidos, y eso apenas supone un arañazo en la superficie del problema. «Desde el principio, hemos ido incrementando nuestra capacidad de atención y tratamiento», dijo mientras fumaba un cigarrillo. Estábamos hablando en un almacén recién transformado, donde las familias iraquíes pueden ahora encontrarse con los trabajadores del ACNUR en pequeños cubículos blancos y ser entrevistados para averiguar por qué tuvieron que dejar Iraq y cuáles son sus necesidades más inmediatas.

El presupuesto del ACNUR para los iraquíes llegados a Siria en 2006 fue de apenas 700.000 dólares, menos de un dólar por refugiado que cruza la frontera. El ACNUR necesita recursos financieros mucho mayores tan sólo para poder empezar a ayudar a la masa de refugiados iraquíes en el país, además de alimentos, medicinas y ayuda de otras agencias de Naciones Unidas. Por el momento, es básicamente la única agencia de Naciones Unidas que atiende a los iraquíes en Siria, Líbano y Jordania. UNICEF y otras agencias de NNUU han demostrado interés por el problema pero, hasta el momento, han proporcionado pocos apoyos en Siria, según Kalkan.

Adham Mardini, el asistente para información pública del ACNUR en Damasco, me dijo que se había aumentado precipitadamente su presupuesto en Siria hasta 16 millones de dólares para 2007, aunque eso, también está muy por debajo de lo que se necesitaría para satisfacer las necesidades más básicas de los refugiados en situación más desesperada. Eso supone poco más de 13 dólares por cada refugiado iraquí al año, si no se incluye a los refugiados en Siria de Somalia, Palestina, Afganistán y otras zonas destrozadas por la guerra de las cuales el ACNUR es también responsable (junto con la partida de gastos generales del ACNUR). Los refugiados iraquíes reciben suplementos alimentarios de UNICEF, pero sólo en los casos más precarios, y la distribución de dinero está fuera de toda posibilidad.

A finales de 2006, el ACNUR en Damasco inició sus trabajos con el más modesto de los operativos, con dos personas encargadas de la tramitación, cada una de ellas viendo entre cinco y siete casos al día. Ahora hay 25 personas llevando más de 200 casos al día, por no mencionar a guardias, conductores, nuevos ordenadores, un puesto de ayuda en el centro del Creciente Rojo, un baño nuevo y planes para añadir un centro para niños, servicios de apoyo psicológico y un centro comunitario antes de que el Secretario General de Naciones Unidas efectúe una visita a finales de mes.

Sin embargo, todo esto no es aún suficiente para poder atender el implacable flujo de iraquíes que cada mes entran en Siria. Los iraquíes, que ahora suponen algo más del 8% de la población de este pequeño país, cuentan las historias de por qué dejaron su tierra y qué intentan hacer ahora, una información que las cifras, por impactantes que sean, no pueden aportar.

Algo más que números

«Lo he dejado todo atrás», me dijo Salim Hamad, anteriormente trabajador del ferrocarril en Bagdad. «Mi casa estaba vacía cuando la dejé, y no tengo ni idea de lo que ha pasado con ella». Nos encontramos en una pequeña tienda de té en el campo de refugiados de Yarmuk, en Damasco, que crece descontroladamente. Quizá no es muy apropiado porque Yarmuk es ante todo un campo de refugiados palestinos, pero la diáspora iraquí representa el mayor éxodo de refugiados en Oriente Medio desde que en 1948 se creó el estado de Israel. El campo es una masa uniforme de altos edificios grises de apartamentos a través de los que serpentean atestadas calles. Según la gente local, decenas de miles de iraquíes se han incorporado ya a sus filas y las cifras aumentan cada día, por lo que Salim Hamad no es alguien atípico entre los recién llegados.

Hace cinco meses, Salim tuvo que vender su coche, sus muebles y la mayor parte del resto de sus pertenencias sencillamente para conseguir dinero suficiente para traer a su mujer y a sus tres hijos a Siria. Estaban cansados y atemorizados, me dijo, de ver cadáveres cada día en las calles.

Ya que la Jordania del pro-estadounidense Rey Abdullah había tomado, desde hace tiempo, medidas drásticas contra la entrada de iraquíes en su país, para Salim y otros muchos, Siria se convirtió en el único destino posible. Yarmuk, con electricidad y agua corriente, es, en realidad, unas de las zonas mejores para los refugiados. Los otros dos campos de refugiados que los iraquíes están ahora inundando, Yaramana y Sayada Zainab, presentan condiciones de vida mucho más lúgubres, incluyendo habitaciones con más de 10 personas durmiendo en el suelo sin camas, sin agua potable para beber y en algunos casos mucho calor y electricidad intermitente.

Otros iraquíes están viviendo en las barriadas más pobres de la ciudad, liquidando sus ahorros, dependiendo en ocasiones de la buena voluntad de familiares o amigos sirios. Dadas las restricciones de visados, que prohíben que los iraquíes trabajen aquí (excepto, por supuesto, en la economía de mercado negro), en el momento en que agoten sus magros ahorros, la crisis va seguramente a agravarse exponencialmente.

Recientemente, el ACNUR ofreció el sorprendente pronóstico: De acuerdo con sus estimaciones más optimistas, alrededor del 12% de la población iraquí, cifrada actualmente en 24 millones de personas, se habrá visto obligada a desplazarse a finales de 2007. Estamos hablando de casi 3 millones de desplazados. (A esa cifra se añadiría la creciente población iraquí de refugiados internos y el aumento desbocado de mortandad civil, lo que diezmará a la población hasta niveles jamás contemplados, y sin duda, lo peor está por llegar)

Un informe publicado el 22 de marzo pasado por la ONG Refugees International denominaba la huida de iraquíes del Iraq destrozado por la guerra como «la crisis de desplazamiento que presenta el crecimiento más veloz del mundo».

«El peso de toda esa situación está ahora cayendo al máximo sobre Siria y Jordania», me dijo Wilkes, del ACNUR. «La política de ‘puertas abiertas’ Siria es extraordinaria, pero económica y socialmente nos preguntamos hasta cuándo van a poder mantenerla. Estamos muy preocupados por el impacto que la crisis está teniendo sobre esos gobiernos. Confiamos en que la comunidad internacional se ofrezca a compartir la carga.»

El detonante fundamental de esta crisis fue la invasión y ocupación de Iraq en 2003 y, en efecto, ni el Presidente Bush ni sus altos cargos han dado paso significativo alguno para compartir la debacle resultante de refugiados. Hasta el momento, la administración estadounidense ha concedido a los iraquíes sólo 466 visados. Bajo recientes presiones de Naciones Unidas, dijeron que ofrecerían 7.000 visados más, pero sin anunciar qué criterios van a seguir para aceptar a los refugiados ni cuándo van a decidirse a emitirlos. Después de escuchar esa cifra irrisoria, un refugiado iraquí me dijo con incredulidad: ¿Siete mil para cuatro millones de iraquíes que han tenido que huir de su país o están internamente desplazados?… Si lo que querían era insultarnos, dudo que lo hubieran conseguido mejor».

«Pido a todas las naciones, especialmente a EEUU, que hagan todo lo que puedan para ayudarnos», fue la manera en que Wasim Yuburi, un banquero que huyó con su familia de Bagdad para poder seguir con vida, me expuso el asunto. «Ya que el gobierno estadounidense ha causado esta situación, ¿no deberían ser responsables ahora de ayudarnos?»

Como Salim, también huyó hacia Siria con nada más que alguna ropa y sus magros ahorros. Ahora, el dinero que trajo se está agotando y no tiene ni idea de cómo va a poder alimentar a su familia cuando se le acabe.

Ali Ahmed (8), de 32 años, tiene una historia similar que contar. «Yo era director financiero de siete compañías en Bagdad, pero tuve que abandonar mi casa, mi coche, todo». Después de que unos milicianos dispararan contra su coche en el anteriormente exclusivo distrito de Mansur, Ali huyó a Jordania. Volvió de nuevo a Iraq para intentarlo de nuevo, pero una vez más se tuvo que enfrentar a la muerte en un ataque en el que fueron asesinados seis de los empleados de su compañía.

Pero las cosas no acabaron ahí. «Teníamos a once ingenieros de una de las compañías detenidos por el Ejército del Mahdi [la milicia del clérigo chií Muqtada al Sadr]. No volvimos a saber de ellos. Entonces comprendí que tenía que dejarlo todo y escapar para salvar la vida».

Ali no contempla la posibilidad de volver pronto. «No espero poder volver al menos en quince o veinte años. Lo he dejado todo atrás y ahora no tengo nada, salvo una pequeña tienda de alimentación que dirijo aquí. Pero no es suficiente. Ni las Naciones Unidas, ni ningún gobierno, y menos que todos el gobierno iraquí, está haciendo lo suficiente para ayudarnos.» (El gobierno sirio, hasta aquí, mantiene la política de mirar hacia otro lado cuando lo que encuentran los iraquíes son trabajos modestos y poco valorados que no hacen que los sirios pierdan sus trabajos.)

Otro refugiado iraquí me dijo que fue detenido por miembros de la milicia del Ejército del Mahdi y que le habían estado apretando la garganta con una barra como parte del «interrogatorio». Fue afortunado de salir con vida de la experiencia. Muchos no son tan afortunados, sobre todo si se trata de casos de enfrentamientos sectarios. La matanza de sunníes por el ejército del Mahdi y la de chiíes por grupos extremistas sunníes se han convertido en algo habitual.

A pesar del hecho de que Sadr ordenó recientemente a su milicia que centrara todos sus ataques en las fuerzas ocupantes, cada día aparecen decenas de cuerpos muertos en las calles de Bagdad, probando lo contrario.

Los iraquíes que trabajaban con el ejército estadounidense o con las autoridades ocupantes, o que de alguna forma estaban asociados con ellos, están pasando por la misma situación, si no peor. Cualquiera que haya colaborado de alguna forma con las fuerzas estadounidenses en Iraq se ha convertido en objetivo, junto con sus familias.

«Solía trabajar con los estadounidenses cerca de Kut», me dijo Saad Husein, un ingeniero eléctrico de 34 años. «Trabajaba para Kellogg, Brown and Root [entonces una filial del gigante en servicios petrolíferos Halliburton] para construir allí una base iraquí hasta que, al volver a Bagdad, encontré un amenaza de muerte en un trozo de papel deslizado bajo mi puerta. No tuve otra opción que la de huir.»

«Las cosas se están poniendo cada vez peor en Iraq», fue la forma en que Salim Hamad, que escapó hace cinco meses, resumió la situación de la vida en su antigua patria cuando nuestra entrevista estaba terminando. «Hay una gran diferencia entre quienes se fueron hace cuatro años y quienes han salido hace cuatro días. En Iraq todo está basado ahora en el sectarismo y no hay protección por ningún lado, ni por parte de los estadounidenses ni por parte del gobierno iraquí.»

Huyendo de la «Libertad y Democracia»

Sa’ad Husein, que llegó a Damasco sólo hace tres meses, describía la Bagdad que abandonó como una «ciudad de fantasmas» donde negras pancartas con amenazas de muerte aparecen colgadas por la mayor parte de las calles. Hay, declaró (y este extremo se verificó con otros refugiados recién llegados), tan sólo una hora de electricidad al día y no hay forma de encontrar trabajo alguno.

«Yo era un antiguo capitán del ejército iraquí, y creo que fue por eso por lo que fui amenazado, además de trabajar con las autoridades ocupantes», explicó. Cuando le preguntamos cuántos de sus antiguos colegas sunníes del ejército habían también recibido amenazas de muerte, contestó: «Todos ellos». No era seguro, me dijo, para él regresar para enrolarse en el ejército iraquí que ahora es de mayoría chií: «Podían matarme. Esta es la nueva libertad y democracia que tenemos.»

En todos los niveles mensurables, la vida en Bagdad, que entra ahora en el quinto año de ocupación estadounidense, se ha convertido en un infierno para los iraquíes que han intentado permanecer, quienes van poco a poco añadiéndose a las cifras crecientes que pasan a formar parte del éxodo diario hacia los países vecinos. En general, hay consenso en que el funcionamiento de la seguridad, electricidad, agua potable, atención sanitaria y puestos de trabajo -es decir, los elementos esenciales de la vida urbana moderna- son todos ellos mucho peores que durante los últimos años del régimen de Sadam Husein.

«Los estadounidenses están deteniendo a tanta gente…», dijo Ali Hasan, de 41 años, del área de Bagdad de Hay Yihad, cuando hablamos enfrente de la oficina central del ACNUR en el centro de Damasco. «Y a mi hermano le mataron milicianos chiíes cuando se negó a darles las llaves para que saquearan las casas sunníes que estábamos cuidando.»

Como decenas de refugiados se arremolinaban alrededor del fotógrafo Jeff Pflueger y mío, queriendo contar sus historias, Hasan, un chií que escapó también de Bagdad hace sólo tres meses, añadió: «Ahora no puedo regresar. Soy un refugiado y todavía no me siento seguro porque sigo temiendo al Ejército del Mahdi.

«Hay muchos iraquíes que ahora no salen nunca de sus casas porque tienen mucho miedo de las milicias», insistió Abdul Abdula, un hombre de 68 años que escapó de Bagdad con su familia, agarrando literalmente el micrófono que estaba utilizando para grabar mi entrevista con Hasan.

Abdula, un sunní que llegaba desde la destrozada área de Yarmuk, en Bagdad, dijo que miembros de la milicia chií esperaban en las afueras de su barrio para detener a todo el que intentaba salir. «Nos quedábamos en nuestras casas, pero también detuvieron a gente en sus propias casas. Esos escuadrones de la muerte aparecieron tras la llegada Negroponte (el anterior embajador estadounidense, John). Y el gobierno iraquí está sin duda implicado porque las milicias dependen de él.»

Mientras hablaba con Abdula, me apercibí que una mujer con una abaya negra que le cubría todo el cuerpo, con uno de sus brazos escayolado, permanecía cerca de nosotros.

Cuando me aproximé a Iman Abdul Rahid (9), una madre de 46 años de Bagdad, ella estaba deseando contarme su triste historia, demasiado típica de la vida de los civiles en la capital iraquí actualmente. «Resulté herida», dijo, «porque estaba cerca de un coche bomba que mató a mi hija… Hay matanzas y amenazas de nuevas matanzas y explosiones a diario en Bagdad».

«EEUU tiene la culpa por invadir Iraq, por eso nos gustaría que la administración estadounidense nos ayudara a los refugiados», añadió, «me gustaría que la gente leyera esto y le dijera a Bush que nos ayudara.»

Seis Meses y Contando

Los sábados y los lunes pueden contemplarse multitud de escenas en el centro de procesamiento de refugiados del ACNUR (10) en Duma. Los refugiados, algunos de los cuales llevan esperando varios meses para poder pasar su primera entrevista en el centro, un requisito fundamental para encontrar ayuda, llegan en taxis, mini-buses, a pie o en autobuses alquilados especialmente por el ACNUR. Hacen cola frente a una puerta recién pintada de azul y blanco, controlada por guardias de seguridad, y lentamente van afluyendo al transformado almacén y esperan ansiosamente que les llamen por su nombre y número.

En una de mis visitas de los lunes, cuando mi amigo Jeff y yo nos aproximamos al almacén convertido en centro de procesamiento, había más de 1.000 iraquíes arracimados alrededor de la entrada esperando poder pasar. Los taxis tocaban la bocina intentando atravesar la muchedumbre de refugiados, cada uno de los cuales sujetaba un número que representaba su puesto en la cola, junto con los pasaportes y otros documentos necesarios.

Cuando estábamos siendo escoltados al interior del centro por Adham Mardini, el asistente para información pública del ACNUR, nos dijo que el día anterior habían llegado al lugar entre 6.000 y 7.000 refugiados iraquíes. En sólo ese día, se habían programado 2.179 futuras entrevistas, cada una para una media de 3,6 personas, ya que muchas de ellas eran acordadas por el cabeza de familia.

«Los domingos y los lunes son aquí una locura porque esos son los días en que les fijamos las entrevistas», comentó. «Y estas gentes que ves ahora han tenido que esperar hasta seis meses sólo para llegar a la primera entrevista.»

Sin embargo, algunos de los iraquíes que vemos están en una situación de necesidad extrema. Los refugiados llegan a menudo sin medicinas y con problemas graves de corazón, de hígado, con quemaduras tremendas en sus cuerpos o con heridas mal cicatrizadas, y eso sin hablar de los problemas psicológicos a que se enfrentan a causa de la violencia contemplada o experimentada o por sus vidas completamente desraizadas. A todo esto tiene que hacer frente el minimalista centro del ACNUR. Un gran número de llegados son metidos sencillamente en una ambulancia para que sean trasladados a hospitales locales o para ser tratados por el Creciente Rojo Sirio.

Bajo una marquesina improvisada fuera del almacén pero dentro de la puerta exterior, las familias afortunadas (11) que tienen cita en el día de hoy están llenando sus impresos. Los hombres están de pie escribiendo en hojas de papel que sujetan contra las paredes; las mujeres sostienen bebés llorosos entre la cacofonía y el caos. Periódicamente, un voluntario del ACNUR parece en la puerta del edificio con un megáfono para anunciar los nombres de los que deben prepararse para ser entrevistados. La mayoría de ellos llevan esperando al menos cuatro meses para alcanzar este día.

Los iraquíes continúan agolpados a través de la puerta desde la calle cuando hablo con Mardini. «Como puedes ver, el plan de seguridad de Bagdad está funcionando muy bien», dice con una sonrisa irónica. Desde cientos de millas, es su organización la única en proporcionar «seguridad» y no se puede esperar que lo puedan seguir consiguiendo con la velocidad a la que se incrementa la llegada de iraquíes desesperados.

Para poner las cosas aún peor, los funcionarios del ACNUR han estado notando un incremento de refugiados kurdos provenientes de las más pacíficas regiones del norte de Iraq. «Alrededor del 50% de todos los que han llegado en las últimas dos semanas son kurdos», dice Kalkan, el veterano que lleva quince años en el ACNUR con el que hablé anteriormente, uniéndose a Mardini y a mí en la puerta. Dadas las circunstancias, los dos expresan una mezcla contenida de frustración y desencanto. Después de todo, justo cuando el ACNUR en Damasco empieza a ampliarse para poder atender las cantidades masivas de refugiados con las que tienen que tratar, el flujo aumenta desconcertadamente.

Alrededor de una hora después, cuando salimos a la calle, la muchedumbre de refugiados ha disminuido milagrosamente a sólo unas cuantas docenas de desolados iraquíes en el exterior de la puerta ya cerrada. No podemos entender qué les llevó a desaparecer tan rápidamente.

«He tenido que venir aquí tres veces para conseguir esta cita porque había muchísima gente», me dijo un doctor iraquí (12), que tiene el número 525, mostrando su lugar en la cola. «¡He llegado hoy a las cinco de la mañana con toda mi familia de once miembros para tener esta entrevista y ahora ellos la han retrasado!»

El había sido uno de los que estaban en la cola cuando ese día cerraron la puerta. Debido al abundante número de refugiados, la mitad de los entrevistadores del ACNUR habían tenido que dedicarse a la tarea de fijar futuras citas para los recién llegados. Por eso, la mitad de las entrevistas fijadas para ese día se habían cancelado.

«Ahora tengo que estar esperando otros dos meses», me dijo el doctor, cuando fijé mi mirada en sus cansados ojos. Todavía sujeta su número en la mano mientras una pequeña multitud empieza a congregarse a nuestro alrededor y otras personas empiezan a volcar historias parecidas de frustración y desespero. Como la frustración en las voces es cada vez mayor, Jeff me hace una foto con una mirada de preocupación y decidimos darles las gracias por el tiempo dedicado y marcharnos. Aparte de escribir la tragedia de sus historias colectivas y de tomarles fotos para mostrar al mundo los rostros de esta cada vez más imponente crisis, poco más podemos hacer.

Abu Talat

Abu Talat, de 58 años de edad, con cuatro hijos, fue mi principal intérprete durante mis ocho meses en Iraq. Hace seis meses, finalmente, perdió toda esperanza de poder permanecer en su casa en Bagdad, cogió a su familia y como cientos de miles de iraquíes huyó a Siria. Es uno de los refugiados más afortunados, tenía suficientes ahorros como para poder alquilar un humilde apartamento de dos habitaciones en Damasco.

Siempre ha sido, y continúa siéndolo, un hombre orgulloso. Al haber servido en el ejército iraquí hasta 1990, conserva rasgos militares como la dignidad, honestidad y honor en sus niveles más elevados. Aunque siempre le ofrecí ayudarle en todo lo que pudiera cuando su vida se desintegrara, sólo en una ocasión aceptó de mí una pequeña suma de dinero.

Tras mi llegada a Siria, me invitó a su casa para compartir una cena con su familia. Tras la comida, y mientras bebíamos un té intenso, le pidió a su hija que me mostrara el certificado del ACNUR que prueba que son refugiados oficialmente. Me tendió el papel y me observó mientras lo leía.

El documento le señalaba como cabeza de familia. Una foto suya en blanco y negro en la parte superior de la hoja y los nombres y edades de los miembros de su familia en la parte inferior. Sobre esos nombres aparecía el texto siguiente:

«Este papel certifica que los nombres de las personas que figuran a continuación están reconocidos como refugiados por las Naciones Unidas, por al Alto Comisionado para los Refugiados de Naciones Unidas según su extendido mandato. Como refugiado, (él/ella) es una persona protegida por la oficina del ACNUR, y deberá ser protegido, especialmente de un retorno forzoso a un país donde (él/ella) podría tener que hacer frente a amenazas a su vida o libertad. Cualquier asistencia que se le pueda conceder será muy valorada.»

Le miré sin saber qué decir y entonces le devolví el papel. Lo miró por encima, como si no pudiera darle crédito y se puso a mirar fijamente al infinito mientras su pecho se estremecía visiblemente luchando para dominar la necesidad de llorar. Finalmente, dijo sin dirigirse a nadie en particular: «Ahora soy un refugiado».

Enlaces señalados en el texto:

(1) http://www.newscientist.com/article/dn11629-iraqs-hospitals-buckle-under-conflict-pressure.html

(2) http://www.iht.com/articles/2007/04/18/news/who.php

(3) http://www.reliefweb.int/rw/RWB.NSF/db900SID/LRON-72DGS2?OpenDocument

(4) http://op-for.com/2007/04/a_chat_with_general_david_petr.html

(5) http://aljazeeraforum.wordpress.com/

(6) http://jeffpflueger.com/dameasy/photography/pictures/images/Middle_East/Syria/Damascus/refugees_at_UNHCR/Sybella_Wilkes_Regional_Public_Information_Officer_for_the_UNHCR_1325.html

(7) http://jeffpflueger.com/dameasy/photography/pictures/images/Middle_East/Syria/Damascus/refugees_at_UNHCR/Refugees_line_up_to_make_an_appointment_at_the_UNHCR_6_months_from_now_1336.html

(8) http://jeffpflueger.com/dameasy/photography/pictures/images/Middle_East/Syria/Damascus/Iraqi_Refugees/Ali_Ahmed_an_Iraqi_refugee_in_Yarmouk_camp_in_Damascus_1303.html

(9) http://jeffpflueger.com/dameasy/photography/pictures/images/Middle_East/Syria/Damascus/Iraqi_Refugees/Ali_Ahmed_an_Iraqi_refugee_in_Yarmouk_camp_in_Damascus_1303.html

(10) http://jeffpflueger.com/dameasy/photography/pictures/images/Middle_East/Syria/Damascus/refugees_at_UNHCR/Families_with_appointments_at_the_UNHCR_facility_in_Douma_1327.html

(11) http://jeffpflueger.com/dameasy/photography/pictures/images/Middle_East/Syria/Damascus/refugees_at_UNHCR/Iraqi_widow_infant_and_family_complete_paperwork_with_UNHCR_in_Douma_Syria_1333.html

(12) http://jeffpflueger.com/dameasy/photography/pictures/images/Middle_East/Syria/Damascus/refugees_at_UNHCR/Iraqi_refugee_doctor_not_admitted_by_UNHCR_on_day_of_his_appointment_1324.html

Dahr Jamail es un periodista independiente que ha estado cubriendo el Oriente Medio durante los últimos cuatro años, ocho meses de los cuales en el Iraq ocupado. Jamail está escribiendo en la actualidad para Inter Press Service y Al-Yazeera English, y contribuye de forma regular con sus escritos en Tomdispatch.com: El próximo libro de Jamail «Beyond the Green Zone: Dispatches from an Independent Journalist in Occupied Iraq (Haymarket Books) se publicará en el mes de octubre. Jamail está informando actualmente desde el Líbano. Se pueden encontrar sus informes regulares en su página de Internet: Dah Jamail’s MidEast Dispatches. (http://www.dahrjamailiraq.com/)

Jeff Pflueger es un fotógrafo que vive en el Area de la Bahía de San Francisco y es programador. Su trabajo ha aparecido en National Geographic Adventure, Men’s Journal, Outside y otras revistas. Pflueger ha trabajado estechametne con Dahr Jamial durante tres años creando y manteniendo su página de Internet. También tiene su propia página. (http://jeffpflueger.com/mt/home/index.php). Pueden verse algunas de sus fotos tomadas en Siria en los enlaces de este artículo.

Enlace texto original en inglés:

http://www.tomdispatch.com/index.mhtml?pid=188872

Sinfo Fernández forma parte del colectivo de Rebelión y Cubadebate.