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La “Gestión táctica de la percepción” en Iraq

En Iraq sólo hay militantes, no civiles

Fuentes: Tom Dispatch

Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens

Los actos importan. Así describió su impulsiva decisión, en 2003, de cubrir en persona la Guerra de Iraq de George W. Bush, Dahr Jamail, joven guía de montaña y voluntario de equipos de rescate en Alaska (que solía escribir independientemente «fuera de temporada»): «Decidí que lo único que podía hacer era ir a Bagdad para informar yo mismo sobre la ocupación. Ahorré algún dinero, compré un laptop, una cámara, y un pasaje de avión y, armado de información obtenida a través de algunas conexiones en Internet, me dirigí a Oriente Próximo.» Así fue. Antes de darse cuenta iba conduciendo por el desierto iraquí desde Amman, Jordania, hacia Bagdad y directamente hacia lo desconocido. Tenía pocos contactos; ninguna organización mediática que lo respaldara; ningún hotel/oficina con guardas privados al cual volver de noche; ningún sitio empotrado con las fuerzas estadounidenses para su protección; ni siquiera, al llegar a Bagdad, algún sitio para el cual escribir.

Un verdadero palo de ciego. ¿El resultado? Un relato singularmente descollante de cómo se sentía Iraq, de lo que lo que era la vida real para los civiles iraquíes después del ataque de choque y pavor de marzo de 2003 que se convirtió en la interminable ocupación/catástrofe que todos conocemos tan bien. Jamail, que ha escrito regularmente para Tomdispatch durante estos últimos años, ha publicado ahora un libro sobre su tiempo en (y siempre tan cerca de) el terreno en Iraq: «Iraq, Beyond the Green Zone: Dispatches from an Unembedded Journalist in Occupied Iraq.» Por inquietante que sea volver, una vez más, a ver la verdadera cara de la ocupación estadounidense, vista en gran parte a través de ojos iraquíes, leer el nuevo libro de Jamail es también una absorbente aventura, la odisea de un neófito que se convierte en periodista bajo la presión de los eventos.

Al hacer una reseña del libro para Mother Jones magazine, Nick Turse escribió recientemente:

«Sospecho que el relato de Jamail resultará ser un documento duradero de lo que sucedió en realidad durante los caóticos años de la ocupación, y cómo transformó a los iraquíes de a pie. Para parafrasear a uno de los mejores corresponsales de la Guerra de Vietnam, Gloria Emerson, escribiendo sobre los excepcionales relatos de Jonathan Schell sobre ese conflicto: Si, dentro de años, los estadounidenses están dispuestos a leer algunos libros sobre la guerra, éste debiera encontrarse entre ellos. Lo dice todo.»

No se lo pierdan – ni el más reciente trabajo de Jamail, a continuación. Tom

En Iraq sólo hay militantes, no civiles

«Gestión táctica de la percepción» en Iraq

Autor: Dahr Jamail

«Algunas veces pienso que debería haber una regla en la guerra de que hay que ver a alguien de cerca y llegar a conocerlo antes de que se le pueda disparar.» Coronel Potter. «M*A*S*H»

Nómbralos. Mutílalos. Mátalos.

Desde el comienzo de la ocupación estadounidense en Irak, los ataques aéreos y de los militares de EE.UU. sólo han matado a «militantes,» «criminales,» «presuntos insurgentes,» «colocadores de artefactos explosivos improvisados,» «combatientes anti-estadounidenses,» «terroristas,» «varones en edad militar,» «hombres armados,» «extremistas,» o «al Qaeda.»

El modelo para la información sobre tales ataques ha seguido siendo el mismo desde los primeros días de la ocupación hasta la actualidad. Tomemos un ataque de helicóptero el 23 de octubre de este año cerca de la aldea de Djila, al norte de Samarra. Los militares de EE.UU. afirmaron que habían muerto a 11 de «un grupo de hombres que colocaban una bomba al borde de la ruta.» Sólo posteriormente reconoció un portavoz militar que por lo menos seis de los muertos eran civiles. Residentes locales afirmaron que los asesinados eran campesinos, que había niños entre ellos, y que la cantidad de muertos fue mayor que 11.

Lo que sigue es una parte de la declaración publicada por la portavoz militar de EE.UU. en el norte de Iraq, mayor Peggy Kageleiry:

«Un presunto insurgente y miembro de una célula de artefactos explosivos improvisados [IED, por sus siglas en ingles] fue identificado entre los muertos en un enfrentamiento entre Fuerzas de la Coalición y presuntos colocadores de IED al norte de Samarra… Durante el enfrentamiento, los insurgentes utilizaron una casa cercana como refugio para volver a enfrentar a aviones de la coalición. Un miembro conocido de una célula de IED estaba entre los 11 muertos durante los múltiples enfrentamientos. Enviamos condolencias a las familias de esas víctimas y lamentamos toda pérdida de vidas.»

Como de costumbre, la versión de la gente del lugar fue enormemente diferente. Abdul al-Rahman Iyadeh, pariente de algunas de las víctimas, reveló que el «grupo de hombres» atacados eran en realidad tres agricultores que habían dejado sus casas a las 4.30 de la mañana para regar sus campos. Dos fueron muertos en el ataque inicial del helicóptero y el superviviente volvió corriendo a su casa donde se reunieron otros residentes. El segundo ataque aéreo, afirmó, destruyó la casa matando a 14 personas. Otro testigo dijo a los periodistas que otras cuatro casas fueron alcanzadas por el helicóptero. Un policía iraquí local, el capitán Abdullah al-Isawi, estimó la cantidad de víctimas fallecidas en 16 – siete hombres, seis mujeres, y tres niños, y otras 14 fueron heridas.

Como sucede a menudo, los militares de EE.UU., una vez que fueron cuestionados, declararon que se estaba realizando «una investigación» del incidente.

Y así son las cosas

El 21 de octubre, dos días antes de ese ataque de helicóptero cerca de Djila, soldados estadounidenses, de nuevo con la ayuda de helicópteros, pero esta vez en un vecindario urbano densamente poblado, afirmaron que habían matado a 49 «hombres armados» en un «tiroteo» en Sadr City, extenso vecindario chií en el este de Bagdad. También en este caso, los militares insistieron inicialmente en que «ningún civil fue muerto o herido.» Un consejo ciudadano chií y otros grupos chiíes respondieron que habían muerto numerosos espectadores inocentes. Entre los 13 muertos mencionados en informes iniciales de la policía iraquí local había tres niños y una mujer. Otras autoridades iraquíes anunciaron que 69 personas habían sido heridas.

Los militares de EE.UU. no presentaron explicación alguna por la amplia diferencia entre las cifras de víctimas mencionadas por estadounidenses e iraquíes.

El informe oficial estadounidense dice lo siguiente:

«El objetivo de la operación era un individuo del que se informó que era un antiguo miembro de Grupos Especiales especializado en operaciones de secuestro. La inteligencia indica que se trata de un jefe de célula bien conocido y que ha buscado financiamiento de Irán para realizar secuestros de alto rango. Al llegar, la fuerza terrestre comenzó a despejar una serie de edificios en la zona objetivo y recibió fuego pesado de estructuras adyacentes, de armas automáticas y granadas impulsadas por cohetes, o RPG. Reaccionando en autodefensa, las fuerzas de la Coalición se enfrentaron, matando a una cantidad de criminales, calculada en 13. También fueron solicitados aviones de apoyo para enfrentar a personal enemigo que maniobraba con RPG contra la fuerza terrestre, matando a unos seis criminales. Al partir del área objetivo, las fuerzas de la Coalición siguieron recibiendo fuego pesado de armas automáticas y RPG y también fueron atacados por un artefacto explosivo improvisado. Reaccionando en autodefensa, la fuerza terrestre enfrentó la amenaza hostil, matando a los que se calcula fueron 10 combatientes adicionales. En total, las fuerzas de la Coalición calculan que 49 criminales fueron muertos en tres enfrentamientos separados durante esta operación. Las fuerzas terrestres informaron que no sabían nada de que haya habido algún civil inocente muerto como resultado de esta operación.»

Para ser justos, los militares admitieron que el objetivo de la caza del hombre no estaba, de hecho, entre los capturados o muertos.

Después de la «operación» los medios noticiosos televisivos transmitieron imágenes de familias afligidas en las calles de Sadr City. Un hombre informó que el hijo de 6 años de su vecino había sido muerto, y que un niño de 6 años fue herido. Medios de televisión árabes captaron escenas de ambulancias con sirenas aullantes que llevaban a los heridos al hospital Imam, el mayor de Sadr City, donde se veía a doctores atendiendo a las víctimas, incluyendo niños.

Típicamente para tales incidentes, esos 49 «criminales» muertos volvieron a convertirse en civiles cuando la policía local comenzó a comprobar los hechos, incluyendo a dos (no tres) niños, en su recuento final.

El primer ministro iraquí Nour al-Maliki prometió una investigación para la cual responsables militares de EE.UU. ofrecieron que se formara un comité conjunto, pero, como sucede tan a menudo en semejantes «investigaciones,» no ha habido ningún informe de seguimiento. En este «incidente,» los militares de EE.UU., que sepamos, mantienen su afirmación de que no hubo civiles muertos o heridos.

Dos meses antes, en un incidente similar, los militares de EE.UU. afirmaron que 32 «presuntos insurgentes» fueron muertos durante un ataque aéreo, también en Sadr City, una afirmación contradicha por iraquíes del vecindario, lo que fue seguido por la promesa usual de una investigación – de la cual, una vez más, no se ha vuelto a oír.

«Gestión de la táctica de la percepción»

Para aportar una perspectiva, quiero volver al Iraq de noviembre de 2003. Había estado allí menos de una semana en mi primera visita a ese país ocupado, cuando los militares de EE.UU. informaron sobre un furioso tiroteo entre fuerzas estadounidenses y 150 ex combatientes paramilitares fedayín de Sadam Husein. Según el general Peter Pace, en aquel entonces vice-jefe del Estado Mayor Conjunto, soldados estadounidenses, al ser atacados por ese grupo, habían reaccionado con fiereza y habían matado a 54 de ellos. «Atacaron y fueron muertos, así que pienso que será aleccionador para ellos,» señaló con aire de suficiencia el general Pace.

La mayor parte de los medios de información occidentales simplemente anotaron los 54 «insurgentes» muertos y lo dejaron tal cual. Sin embargo, los medios locales en Bagdad, y canales como Al-Jazeera, citaron cifras muy diferentes tomadas directamente del hospital en Samarra donde atendieron a los heridos. Los médicos anunciaron que ocho murieron en el incidente, incluyendo a un peregrino iraní, y que 50 iraquíes fueron heridos.

Viajé esa semana a Samarra, visité la morgue en el Hospital General de Samarra, hablé con iraquíes heridos en el hospital, y entrevisté a uno de los jeques más destacados de la ciudad, así como con varios testigos presenciales del evento. Lo que descubrí fue un acuerdo general en que una patrulla estadounidense había efectivamente sido atacada – pero sólo por dos pistoleros, mientras entregaban dinero a un banco en el centro de la ciudad. Soldados estadounidenses nerviosos habían respondido con una andanada que no mató a ninguno de los atacantes, sino a ocho civiles, mientras hería a 50 más. Las calles en el centro de la ciudad, donde tuvo lugar el tiroteo, estaban acribilladas.

Los militares, no obstante, insistieron en su cifra – 54 muertos – e insistieron en que la enorme fuerza de «insurgentes» había atacado con morteros, granadas, y armas automáticas.

Uno de los entrevistados, que había estado en su negocio de té cercano, y testimoniado la mayor parte del incidente, resumió como sigue la reacción local:

«Los estadounidenses dicen que la gente que se les enfrentó eran todos de al-Qaeda o fedayín. Todos vivimos en esta pequeña ciudad. ¿Por qué no vimos a esos combatientes extranjeros y extraños a nuestra ciudad antes o después de esta batalla? Todos aquí nos conocemos, y nadie ha visto a estos extranjeros. ¿Por qué cuentan esas mentiras?»

Otro hombre, en la escena, había llamado mi atención hacia un coche aparcado, marcado por 112 impactos de bala. Mientras lo fotografiaba, se me acercó un hombre con dos niños a su lado. Eran, dijo, los hijos de su hermano que había sido muerto por los tiros.

«Este niño y esta niña, su padre fue muerto por los estadounidenses. ¿Quién se preocupará por esta familia? ¿Quién velará por estos niños? ¿Quién los alimentará ahora? ¿Quién? ¿Por qué mataron a mi hermano? ¿Cuál es el motivo? Nadie me lo ha dicho. Era conductor de camiones. ¿Cuál es su crimen? ¿Por qué le dispararon? ¡Le dispararon 150 balas! ¿Es algo normal ahora que se mate a la gente, lo que sucede todos los días? ¿Es éste nuestro futuro? ¿Es el futuro que EE.UU. prometió a Iraq?»

Mi vida como periodista independiente en este país estaba recién comenzando y sentí sus preguntas como golpes en el estómago. Por cierto, yo era el único periodista estadounidense que le escuchaba y entonces escribía para un público de menos de 200 por correo electrónico. Es lo que significa, en términos del Pentágono, dominar no sólo el campo de batalla, sino el paisaje mediático en el que se informa sobre ese campo de batalla. Y resultó ser que ese tipo de dominación estaba muy presente en las mentes del Pentágono en ese período.

Dentro de días de ese incidente, por ejemplo, el New York Times publicó un artículo sobre cómo el Pentágono había otorgado un contrato a SAIC, una compañía privada, para que investigara cómo el Departamento de Defensa podía utilizar la propaganda para una «influencia estratégica más efectiva» en la «guerra contra el terror.» El Pentágono se refería a esa guerra relámpago propagandística potencial como «campaña de gestión táctica de la percepción.» El título del documento producido por SAIC era «Ganando la guerra de las ideas.»

El 2 de diciembre de 2005, los militares de EE.UU. admitieron que el Grupo Lincoln, que se describía como «una firma de comunicaciones y relaciones públicas estratégicas que suministra perspectiva e influencia en entornos retadores y hostiles,» había sido contratado por el Pentágono para colocar artículos de buenas noticias pro-estadounidenses en la nueva prensa «libre» iraquí de la que el gobierno Bush alardeaba en aquel entonces. Esto fue denunciado durante una información del senador John Warner de Virginia, jefe del Comité de Servicios Armados del Senado.

La admisión no resultó ser, como se podría haber esperado, un paso hacia la disuasión. El Grupo Lincoln no sólo recibió más contratos, sino los militares siguen utilizando actualmente una amplia gama de tácticas similares con aún más impunidad. En Iraq, la propaganda y la desinformación han sido, de hecho, continuas y de escala masiva. Y, desde luego, los anuncios regulares de muertes «insurgentes» o «criminales» en operaciones estadounidenses nunca han cesado, ni tampoco los anuncios de «investigaciones,» cuando esas afirmaciones son seriamente cuestionadas en el terreno – informaciones de las que, con la excepción de unos pocos casos, nunca se vuelve a oír.

Todo esto es un recuerdo de algo que George W. Bush dijo una vez: «Vean, en mi ocupación hay que seguir repitiendo cosas una y otra vez y otra vez más hasta que se asuma la verdad, como si se catapultara la propaganda.»

Tirón de orejas a los militares

Incluso si alguna de esas investigaciones, condujo a alguna parte, esa parte fue casi invariablemente una calle sin salida. Tomemos Haditha. Testigos dijeron a los periodistas que, el 19 de noviembre de 2005, en la ciudad occidental de Haditha, 24 civiles iraquíes fueron masacrados por marines de EE.UU. No constituía un secreto que los marines habían matado a tiros de cerca a hombres, mujeres y niños como represalias por un atentado al borde de la ruta que había matado a uno de los suyos.

El Washington Post citó a Aws Fahmi, un residente de Haditha, que observó desde su hogar como los marines iban de casa en casa matando a miembros de tres familias. Escuchó a Younis Salim Khafif, su vecino al otro lado de la calle, suplicando en inglés por su vida y las de su familia. «Oí a Younis hablando a los estadounidenses, diciendo: ‘Soy amigo. Soy bueno.'» Fahmi dijo: «Pero lo mataron, y a su esposa y a sus hijas.»

Un corresponsal especial del Post e investigadores estadounidenses en Washington informaron que algunos de los muertos fueron mujeres que trataban de servir de escudos a sus hijos. Según certificados de defunción, las niñas matadas en la casa de Khafif tenían 14, 10, 5, 3, y 1 años.

Una vez conocida la noticia en EE.UU., los militares ordenaron una investigación del incidente. De hecho, un iraquí había logrado filmar el interior de la casa bañada en sangre así como escenas de los heridos en el hospital de Haditha, y había registrado declaraciones de testigos presenciales de la matanza.

Hasta ahora, dos años después de la masacre, las investigaciones no han terminado. Responsables anónimos del Pentágono han admitido ante periodistas que existe abundante evidencia para fundamentar acusaciones contra los marines acusados de disparar deliberadamente a civiles, incluyendo a mujeres y niños indefensos. Fiscales del Cuerpo de Marines y de la Armada estudian la evidencia, y probablemente solicitarán más investigaciones.

En cuando a las acusaciones presentadas contra los soldados involucrados en la masacre, el 2 de abril de este año fueron abandonadas todas las que habían sido presentadas contra el sargento Sanick P. Dela Cruz, acusado de matar a cinco civiles, como parte de una decisión que le otorgó inmunidad para que testificara en posibles cortes marciales contra siete otros marines acusados por el ataque y su supuesto encubrimiento. El 9 de agosto todas las acusaciones por asesinato contra el soldado de primera clase Justin Sharratt y las acusaciones por no investigar el incidente contra el capitán Randy Stone fueron abandonadas por el teniente general James Mattis, bien conocido por afirmar al hablar de los combates en Afganistán: «Es divertido matar a cierta gente.» El 23 de agosto, el oficial investigador sugirió que las acusaciones contra el soldado de primera clase Stephen Tatum también deberían ser abandonadas. El 19 de octubre, los oficiales al comando de Tatum decidieron que las acusaciones deberían ser reducidas a homicidio involuntario, puesta en peligro imprudente, y agresión agravada.

Más recientemente, el 18 de septiembre, todas las acusaciones contra el capitán Lucas McConnell fueron retiradas, y el oficial investigador recomendó que lo mismo debiera suceder con el soldado de primera clase Stephen Tatum.

El 3 de octubre, un oficial investigador de una audiencia según el Artículo 32 (un procedimiento similar a un jurado de acusación civil) recomendó que el sargento segundo Frank D. Wuterich fuera juzgado por homicidio por negligencia en las muertes de dos mujeres y cinco niños, y que las acusaciones de asesinato por su participación en el asesinato de 17 civiles inocentes, fueran retiradas. En otras palabras, hasta ahora, nadie ha ido a la cárcel por la masacre de Haditha.

Ahora es un lugar común que tales investigaciones, sobre atroces crímenes contra civiles iraquíes, se prolonguen durante meses o incluso años. También es un lugar común que al completarse tales investigaciones, los soldados de bajo rango, que son acusados por los crímenes, sean a menudo absueltos por entero o que los tribunales militares pronuncien sentencias ridículamente ligeras.

El 8 de noviembre, por ejemplo, el sargento segundo Michael Hensley, francotirador, fue declarado no culpable por jueces militares de tres acusaciones de asesinato premeditado por matar a tres civiles iraquíes. En su lugar fue condenado sólo por colocar un rifle AK-47 junto a los restos de un iraquí muerto durante una de sus misiones – como evidencia de que el hombre era un «insurgente.»

En enero de 2004, Zaidoun Hassoun, de 19 años, y su primo Marwan Fadil fueron obligados a punta de pistola por soldados de EE.UU. a lanzarse de una saliente al río Tigris en Samarra. Fadil sobrevivió. Testificó que los soldados, después de obligar a ambos a caer en las aguas del río, se quedaron riendo mientras Hassoun se ahogaba.

El sargento primero Tracy Perkins fue el único soldado juzgado por este caso. El abogado de la defensa, capitán Joshua Norris sugirió que Perkins no podía ser condenado por homicidio involuntario porque no había «ningún cuerpo, ninguna evidencia, ninguna muerte.» En los hechos fue absuelto de la acusación de homicidio involuntario por un tribunal militar el 9 de enero de 2005, y en su lugar fue degradado a un grado más bajo y sentenciado por agresión a seis meses en una prisión militar.

Del mismo modo, el 6 de junio de 2006, tres soldados británicos fueron absueltos de acusaciones por matar a Ahmed Jabber Kareem, de 15 años, en mayo de 2003 al obligarlo a meterse en un canal en Basora.

Deshumanización de los iraquíes

Nada de esto – de los propios interminables «incidentes» a la manera como el Pentágono ha dominado la información al respecto – podría haber sido posible sin una deshumanización generalizada de los iraquíes entre los soldados estadounidenses (y una profunda, aunque generalmente no expresada y poco considerada, convicción en el «frente interno» estadounidense de que las vidas iraquíes tienen poco valor). Si, hace cuatro decenios, los vietnamitas eran «gooks,» «dinks,» y «slopes,» los iraquíes de la ocupación estadounidense eran «hajis,» «negros de la arena,» y «cabezas de toalla.» El racismo latente favorece el proceso de deshumanización, ayudado hábilmente por medios dominantes que tienden, con honorables excepciones, a aceptar los anuncios del Pentágono por lo menos como una aproximación inicial a la realidad en Iraq.

Hayan sido «incidentes» involucrando ataques de helicóptero en los que se presupone que los que mueren en tierra son enemigos y malos, o la destrucción generalizada de la ciudad de Faluya en 2004, o la masacre en Haditha, o la fiesta de matrimonio masacrada en el desierto occidental de Iraq que también fue registrada en vídeo (mayor de marines James Mattis: «¿Cuánta gente va en medio del desierto… a realizar una boda a 130 kilómetros de la civilización más cercana? Se trataba de más de dos docenas de varones en edad militar. No seamos ingenuos.»), o los asesinatos en los puntos de control estadounidenses, o incluso la propia invasión inicial de Iraq, encontramos el uso de las mismas técnicas de propaganda: Satanizar a un «enemigo»; informar de que sólo se mata a «combatientes»; insistir en la historia a pesar de la evidencia contraria; si hay presión, lanzar una investigación; si la presión continúa, acusar sólo a soldados de bajo rango; condenar a unos pocos de ellos; darles sentencias ligeras; y a repetir el ejercicio.

Al escribir estas líneas, el grupo Just Foreign Policy [Política Exterior Justa] ha presentado un cálculo de iraquíes matados desde la invasión y ocupación dirigida por EE.UU. Su cantidad: 1.118.846. Hay que considerar esa posibilidad en el contexto de la última serie de noticias desde Iraq sobre una disminución de la violencia.

El cálculo se basa en cifras de un estudio realizado por investigadores de la Universidad Johns Hopkins en EE.UU. y de la Universidad al-Mustansiriya en Bagdad y publicado en octubre de 2006 por la revista médica británica The Lancet, que estableció que 655.000 iraquíes murieron como resultado directo de la invasión y ocupación anglo-estadounidense. La metodología del informe ha sido calificada de «sólida» y «cercana a la mejor práctica» por Sir Roy Anderson, principal consejero científico del Ministerio de Defensa de Gran Bretaña. Desde entonces, aparte de Just Foreign Policy, la agencia de encuestas de investigación Opinion Research Business ha extrapolado una cifra de 1,2 millones de muertes en Iraq. Sobre esta base, el veterano periodista nacido en Australia, John Pilger, escribió recientemente: «La escala de la muerte causada por los gobiernos británico y de EE.UU. puede haber sobrepasado la del genocidio ruandés, convirtiéndola en el mayor acto singular de asesinato masivo de fines del Siglo XX y del Siglo XXI.»

El que haya sido descartada, (o que no haya sido considerada en general) por los medios dominantes en EE.UU., la posibilidad de que la cantidad de iraquíes muertos alcance ese nivel es una indicación del éxito de una efectiva «campaña de gestión táctica de la percepción,» de la forma como el gobierno de Bush ha continuado «catapultando la propaganda,» y de la deshumanización de los iraquíes que la ha acompañado, Agréguese a eso la negativa de los militares de EE.UU. de llevar ante la justicia a los acusados de algunos de estos atroces crímenes, la falta de responsabilización, y medios del establishment que han camuflado regularmente la verdadera naturaleza de la ocupación, y tendremos el ambiente perfecto para la continuación de la matanza a escala industrial en Iraq, incluso si las noticias sólo destacan a personajes como Britney Spears y Lindsay Lohan y sus aventuras en diversas clínicas de rehabilitación.

En lo que podría servir razonablemente como un resumen de la ocupación estadounidense de Iraq, Voltaire, el filósofo francés del Siglo XVIII, escribió: «Está prohibido matar; por eso todos los asesinos son castigados a menos que maten en grandes cantidades y acompañados por el son de trompetas.»

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Dahr Jamail, periodista independiente, es autor de «Beyond the Green Zone: Dispatches from an Unembedded Journalist in Occupied Iraq» (Haymarket Books, 2007), que acaba de ser publicado. Jamail informó desde Iraq ocupado durante ocho meses así como desde el Líbano, Siria, Jordania y Turquía durante los últimos cuatro años. Escribe regularmente para Tomdispatch.com, Inter Press Service, Asia Times, y Foreign Policy in Focus. Ha colaborado con The Sunday Herald, The Independent, The Guardian, y The Nation, entre otras publicaciones. Mantiene un sitio en la Red: Dahr Jamail’s Mideast Dispatches, con todos sus escritos.

Copyright 2007 Dahr Jamail

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