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Aprendiendo de Reyam, una adolescente de Bagdad con la que chateo en internet

En nombre de la libertad

Fuentes: CounterPunch

Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens

Reyam tiene catorce años. Su nombre significa «gacela blanca.» Es una hermosa muchacha que ama dibujar y chatear con sus amigos. Es lista y muy aplicada en la escuela. Son las tres de la mañana en Georgia, y el monitor del ordenador y dos velas son la única luz en la pieza mientras Reyam y yo chateamos en Internet. Ella espera que le vaya bien en su prueba en la escuela. Le encantaría tener una mascota, y su icono en el mensaje instantáneo cambia todas las semanas para ajustarse a la última tendencia adolescente.

El milagro de la tecnología: Reyam me enseña árabe utilizando micrófonos, mensajes instantáneos y algo a lo que todavía me estoy acostumbrado llamado IMvironment. Reyam está en Bagdad. Llama mi ordenador y la oigo hablar – es amable, inteligente y afectuosa, sus padres deben estar orgullosos. Me cuenta que escucha bombas y la asustan. Me dice que a veces quisiera ocultarse bajo su cama y piensa que podría llorar. Me dice que trata tanto de no llorar. No quiere llorar. «Soy iraquí, y debo ser valiente.»

Su generador pierde potencia y nuestra conexión de esta noche se acaba.

¿Libertad?

Son las cinco de la mañana. En un aparcamiento frente a una tienda Winn-Dixie abandonada hay una vieja camioneta roja con más óxido que pintura y una cuerda que sujeta el capó. La puerta del conductor está abierta y se ve un par de pies con zapatillas. El hombre al que pertenecen trata de dormir. Todo lo que posee está apilado en la plataforma de carga de la camioneta.

Solía llamarse «Honest Abe,» y es la propia imagen de nuestro decimosexto presidente. Durante años viajó por escuelas de todo el país compartiendo su amor por la historia en un drama de un solo acto que había escrito, vestido con el sombrero negro y los faldones de su tocayo. Ahora fue acusado de robar dinero de la gente para la gente para la que trabajó durante los últimos cinco años, ha sido arrestado y liberado. Había trabajado a cambio de pensión completa y por razones que sólo él conoce, su seguridad social era exigua. Le interesaba más enseñar a los niños la historia de nuestro país que ahorrar dinero para su retiro. Sus manos pies están ampollados con heridas abiertas; una enfermedad de la piel que nadie parece capaz de diagnosticar. Como no quiere tener que preocuparse por su persona, la ciudad decidió dejarlo vivir en el aparcamiento hasta la fecha de su juicio. Un policía dijo que lo mejor sería si simplemente se muriera.

¿Libertad?

En Iraq, los militares de EE.UU. «surgen» para fortalecer la seguridad de un país cuyas fronteras solían ser seguras, diezmado ahora por una invasión de los militares de EE.UU. Hay quienes creen realmente en EE.UU. que nuestros soldados están allá combatiendo por su libertad. Miles de iraquíes se convierten cada día en refugiados de su país. Miles más han muerto en los cuatro años que ha durado este fiasco. ¿Es por la libertad?

Estoy sentada pensando en mis amigos en Iraq, el pueblo iraquí con el que hablamos, los soldados que nos cuentan lo que enfrentan y lo que creen; y miro a este EE.UU., mi patria.

Libertad.

Les voy a contar algo sobre la libertad.

La libertad no depende de la historia. La libertad no depende de interminables disertaciones sobre donde estuvo nuestra cultura y donde va.

La libertad no depende de que jóvenes hombres y mujeres sacrifiquen sus vidas por bonos de alistamiento que no sirven de otra cosa que como una fachada brillante para que los inocentes no sepan que están a punto de convertirse en esclavos.

La libertad no depende de guerras libradas en tierras extranjeros para no tener que enfrentar a nuestros enemigos en casa.

La libertad no depende del trabajo de generaciones pasadas, para que esta generación pueda permanecer inerte en su responsabilidad, consumida por el logro de la pretensión de éxito.

La libertad no depende de que otros libren nuestras batallas mientras profesamos nuestro apoyo moral para sus acciones desde salas de estar y monitores de ordenador en los que enviamos nuestras palabras usando seudónimos para que nuestro gobierno no pueda rastrear nuestras acciones.

Libertad.

Es agosto. A fin de mes las últimas brigadas que van a enviar como parte del «aumento» para la seguridad en Iraq deben salir de Fort Stewart. Los soldados ya no ocultan mucho sus sentimientos. En tiendas de comestibles, gasolineras y negocios locales, más y más soldados están dispuestos a expresar su desagrado por los continuos despliegues sin un fin definido. Algunos soldados vuelven para su cuarto período en cuatro años.

Libertad.

Me harán saber que los soldados se alistaron como voluntarios, que reciben lo que se merecen. Otros me dirán que los soldados pueden dejar de combatir cuando quieran. Aún más me escribirán para recordarme que nuestros soldados combaten por nuestra libertad, y que debemos honorarles apoyándoles y permitiéndoles que continúen su labor.

Este fin de semana en Georgia, los residentes se preparan para «las compras libres de impuesto,» Los aparcamientos de los centros comerciales estarán repletos de vehículos con cintas desteñidas con palabras apenas legibles: «Apoyo a nuestros soldados.»

Libertad.

Hace dos años recibí un llamado telefónico a las tres de la mañana. Era mi esposo llamándome desde la Prisión del Distrito. Lo llevaban en la noche a un aeropuerto en la vecina Savannah para volar a cinco mil kilómetros de distancia para servir la sentencia impuesta por un juez militar que supervisó la corte marcial arbitraria que sus comandantes amañaron y manipularon. Nadie en el comando se preocupó de informarme lo que se proponían, pero los últimos dos años fueron una sentencia infernal, igual que esperar que se materializaran las promesas de «apoyo» de los que afirmaban que les preocupaban los mejores intereses de los soldados, para comenzar con las razones por las que lo mandaron a la prisión.

Libertad.

Kevin, veterano de diez años que sirvió un período de combate en Iraq, vio la realidad de lo que le exigían que hiciera, y actuó para actuar en su contra. Kevin estaba orgulloso de servir en el ejército, estaba orgulloso de lo que dio a su país. Confió en la gente que le dijo que estaría junto a él cuando luchó contra acciones que violaron su compromiso de servir con honor. Cree en la Constitución y en su juramento de defender las leyes, suficientemente como para negarse a ceder ante las amenazas y la intimidación de su mando incluso si habría evitado que lo enviaran a la prisión por sus creencias.

Ayer era medianoche cuando presencié una escena que tiene lugar repetidamente en nuestra casa en el año desde que fue liberado de la prisión: la cólera y la frustración por enfrentar la realidad de que no interesa al país en el que creía y al que en realidad dio tanto, no importa el motivo por el que combate un soldado.

Libertad.

A diario sabemos más sobre la profundidad del programa de vigilancia que amenaza las libertades de la gente en EE.UU. La Ley Patriota se hace más invasiva con cada renovación. Las gentes se quejan de que le quitan sus libertades mientras siguen alabando los esfuerzos de nuestros soldados en Iraq por mantenernos libres.

La libertad se conquista. Por la libertad se lucha, no con fusiles, sino manteniéndose firme por los valores y principios que definen las leyes de nuestra Constitución. La libertad exige trabajo. La libertad exige compromiso. La libertad significa que nos veamos de un modo realista, nuestros objetivos y nuestras acciones; sabiendo que vivimos nuestra propia verdad, pero no a costas de la libertad de otros.

La libertad requiere valor y diligencia.

La libertad requiere la acción de todos, no sólo de unos pocos.

Hemos permitido con toda libertad que la patria de millones de inocentes iraquíes sea destruida. Hemos permitido con toda libertad que una guerra continúe durante más de cuatro años, creando un déficit presupuestario que generaciones tendrán que superar, sumiendo sus vidas en el caos, y dividiendo nuestra nación. Permitimos con toda libertad que nos despojen de nuestras libertades.

Es medianoche en Georgia. En la distancia se escucha el ruido de los tiros de artillería que resuenan desde los campos de entrenamiento de Fort Stewart. Ahora los escuchamos todas las noches mientras las últimas brigadas de la más reciente oleada de tropas hacen los preparativos finales para ir al frente. «Soy estadounidense, tengo que ser valiente,» aunque lo que veo de mi país basta para hacerme llorar.

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Monica Benderman es la esposa del sargento Kevin Benderman, veterano de diez años en el ejército de EE.UU. que sirvió un período de combate en Iraq y un año en la prisión por su protesta pública contra la guerra y la destrucción que causa a civiles y al personal militar estadounidense. Por favor visite su sitio en la Red: www.BendermanDefense.org

para saber más.

Para contactos con Monica y Kevin escriba a: [email protected]

http://www.counterpunch.org/benderman08032007.html