Con la certeza de que detrás de las estampas que expresan a nuestros pueblos, se halla una reafirmación indispensable que tiene qué ver con el color nacional, local y de individuos, y con el reconocimiento de una voz propia, Octavio Gettino, referencia obligada en la historia del cine argentino dialogó con Cubarte. El realizador y […]
Con la certeza de que detrás de las estampas que expresan a nuestros pueblos, se halla una reafirmación indispensable que tiene qué ver con el color nacional, local y de individuos, y con el reconocimiento de una voz propia, Octavio Gettino, referencia obligada en la historia del cine argentino dialogó con Cubarte.
El realizador y guionista rioplatense, quien fuera director del Instituto Nacional de Cine de Argentina, intervino recientemente en el V Congreso Cultura y Desarrollo, en Cuba, en donde se le recuerda como uno de los fundadores (junto a Gerardo Vallejo y Fernando «Pino» Solanas) del Grupo Cine Liberación.
¿De qué manera las nuevas tecnologías están incidiendo en la producción, la distribución y el consumo de materiales audiovisuales?
Cada vez más, por un lado en términos favorables para la presencia de contenidos y de intercambios culturales que tienen que ver con la problemática social, política y cultural de nuestros países. La existencia de elementos digitales en el audiovisual ha permitido que miles de jóvenes en América Latina estén registrando aspectos que tienen qué ver con sus realidades. Al margen de que eso no tenga una difusión o una divulgación, al menos documenta, testimonia y permite una expresión que la tecnología anterior no permitía por el elevado costo.
En América Latina se producen muchas películas pero no llegan a las salas de cine, circulan en algunos núcleos en donde empieza a trabajarse con digitalización, un DVD puedes llevarlo en el bolsillo, reproducirlo y se puede ver en salas chicas de 100 a 400 personas.
Lo que ocurre también con estas nuevas tecnologías es que como proceden de conglomerados, de grandes compañías, de países muy desarrollados, ellos también la usan en beneficio propio, en consecuencia lo que se vende es la tecnología. Todos esos servicios amplían la posibilidad del mercado, la posibilidad de recepción en millones y millones de hogares, y los contenidos que llegan a esos circuitos proceden también de los países que producen la tecnología.
El desafío mayor no es sólo tratar de obtener tecnología. Si tenemos tecnología y no producimos contenido, es decir, cosas que decir a través de la misma, alguien se va a ocupar de hacerlo. Comprar tecnología es insuficiente si no se desarrolla la capacidad de producción, lo que no es tan fácil porque hay que formar recursos humanos, ayudar a la comunicación de productores y receptores…
¿Qué se hace al respecto?
Muy poco. El crecimiento de la tecnología es mucho más rápido que la maduración de un pensamiento sobre qué hacer con ella. Se diseñan equipos tecnológicos y luego las empresas que los producen actúan en un marco competitivo de tanta velocidad que hace que te sorprendas constantemente. El uso de las tecnologías requiere investigación, reflexión. Hay carencias muy grandes en las políticas culturales de América Latina, en última instancia quien define los consumos, los usos de las nuevas tecnologías no son los ministerios de cultura, sino los de economía y de hacienda facilitando la importación de estos equipos, ayudando a comprar, estimulando la promoción y la compra de celulares, computadoras…Cuando esto no está acompañado de valores culturales, ideológicos, filosóficos y de entretenimiento (porque la gente cuando busca un televisor no busca educación sino entretenimiento en primer orden) ya aparece un desequilibrio. Para cubrir el llamado «tiempo libre», al cual no se le concede mucha importancia desde las políticas públicas, hay que recurrir al campo académico y empezar a investigar cosas que están por venir y preguntarse por qué la gente está consumiendo un tipo de producto determinado. Por otro lado, el periodismo tiene un papel muy importante porque es el que puede llegar al gran público. En este debate hay que preguntarse ¿queremos producir contenidos desde nuestros procesos identitarios, en constante cambio, o nos limitaremos a comprar las imágenes y las tecnologías que nos están ofreciendo, a veces incluso de manera gratuita, para que entremos ya en la cadena de valor de estas industrias.
Usted en su intervención habló de puentes entre quiénes están pensando en las industrias culturales de nuestros países y quiénes la ponen en marcha, ¿qué iniciativas son posibles?
La iniciativa tiene que ser participatoria, inclusiva. En el sector privado hay que distinguir entre los grandes grupos, que no tienen ningún interés en concebir al individuo fuera de los marcos estrictos del consumidor, y las pequeñas empresas. El Estado debe atender no tanto a los grandes grupos que ya se mueven por sí solos, sino la promoción de los medianos y pequeños productores, los que están expresando la identidad de agentes diversos. Si todavía se expresa la diversidad cultural es por la iniciativa que toman estos pequeños emprendimientos.
Lo que hace falta es establecer más puentes entre el Estado y los espacios de investigación y estudio, que no tienen que ser espacios académicos, y que se miran mucho al ombligo en nuestros países. Los puentes tienen que establecerse a través de mesas de diálogos que van a ser polémicas, tensionadas, porque los intereses son divergentes.
Corresponde al Estado tomar iniciativas para producir contenidos culturales, valores intangibles en pos de una sociedad más justa y equitativa. Si no se toman estas decisiones, reinará la disgregación, la dispersión, y será una guerra de pequeñas trincheras, sin un frente estructurado, entonces Estados Unidos y los grandes conglomerados mediáticos crecerán sobre nosotros y será el fin de la diversidad.
El imperio arrasa y destruye con lo que demuestra que no quiere diversidad ninguna. Pero no nos limitemos a la denuncia, el imperio ha hecho esto históricamente, y hoy tiene un poder mayor que nunca. Hitler no tenía tanto poder y cuando hizo lo que hizo tropezó con una serie de naciones altamente industrializadas. Europa hoy, que podía ser un valladar, es cómplice de todo esto. A mí lo que más me preocupa no es que los gobiernos respondan a esos intereses, sino que las sociedades legitimen ese tipo de acciones.
La tarea fundamental nuestra es la negociación en el sector de la cultura por tratar de lograr un equilibrio, una armonía. Ese es el desafío del intelectual porque a veces los políticos no tienen tiempo ni de pensar. Es peligrosísimo porque no tenemos conductores. Los líderes sintetizan la voluntad de multitudes, por lo menos momentáneamente. Los hombres pasan, las que no pasan son las instituciones, y hay que generar formar de organización que ayuden a superar la desaparición física de las grandes figuras, que no quedan muchas en este momento.
La gente que ahora trata de conducir los gobiernos de América Latina, salvo algunas excepciones, está pensando en estructuras políticas que ya se están disgregando, están apoyándose en formas de operatividad que se la dan pequeños grupos dispersos compitiendo entre sí, que son muy obsecuentes a la voz del que dirige, pero que luego cambian de rumbo. La preocupación de los políticos es atender los problemas más inmediatos porque son los que le van a dar resultados favorables en las elecciones.
En el campo académico hay insuficiencia porque no vemos esa realidad y no tratamos de crear espacios de diálogo con las esferas políticas. Sí lo hacen las grandes compañías con gente que cuando hay que discutir una ley ya tienen la ley preparada debajo del brazo.
Usted dijo que el cine ha ido en declive en Latinoamérica
Lo mejor o peor que puede haber en una industria hay que medirlo en relación a otras o a otros momentos. El cine latinoamericano cuenta hoy con un desafío mayor que el que tenía 50 años atrás. Por entonces había industrias poderosas en América Latina, que competían hasta cierto punto exitosamente con el cine norteamericano. Las más representativas eran las de Argentina, México y Brasil. Salvo en algunos países como Chile y Uruguay ,en estos momentos se está peleando por competir en el mercado de las salas de cine. Sin embargo hoy no va la gente a las salas de cine. En América Latina la concurrencia es de una vez por persona al año.
¿Por qué?
Primero porque hay otros medios compitiendo. La gente ve películas en la televisión, en el video, en el DVD. Cambia también la forma de percibir los contenidos audiovisuales porque nos hemos trasladado del espacio público al espacio hogareño. Esto está asociado también a las dificultades económicas de la población y a la creciente violencia en las calles.
Las tecnologías nuevas están manejadas por quienes producen los contenidos. En un país como Argentina se estrenan unas 200 ó 250 películas anualmente, las vean o no la gente, y el 70 ó el 80 por ciento son de origen norteamericano. En DVD se editan más de mil títulos por año. Después tienes la televisión de señal abierta, que te oferta entre mil y mil 400 películas por año. Está la televisión pagada, uno agarra cualquier catálogo de oferta mensual, lo multiplica por los doce meses, y halla una oferta de 18 mil a 22 mil títulos de largometrajes, sin contar los cortometrajes, los documentales y animados. El video-juego está desplazando a la televisión en cuanto a consumo del tiempo libre de los niños y adolescentes. Los contenidos de esos video-juegos no los produce el país tampoco, vienen de otros lugares, particularmente de Estados Unidos. El teléfono celular al inicio sólo servía para la comunicación persona a persona, ahora ya incorpora musicales, cortos hasta de tipo porno. Eso ha crecido enormemente, el 60 por ciento de la población en Argentina tiene todo esto ya. Los vidrios de colores que traían los españoles para seducir a los indígenas ahora los traen los japoneses y los estadounidenses. Ese es el panorama por donde pasa el consumo del audiovisual.
El cine nacional tiene muy poco espacio frente a todo esto. El cine se ha concentrado socialmente para clase media y territorialmente se ha ido concentrando también. Está cambiando la cultura audiovisual de la gente, si tú consumes regularmente películas en las salas de cine, tu cultura es de sala de cine, y cuando produces películas es para ese público, pero cuando ya tú no ves las películas en las salas de cine, sino en la televisión con un grupo de amigos de los cuales uno se levanta y el otro entra, y comen… ya cambia la dinámica. De hecho las nuevas salas que se construyen, están concebidas pensando en la coca-cola, las palomitas de maíz, lo que es otro gran negocio. El 30 por ciento de los ingresos de los multicines viene del consumo gastronómico. Si uno quiere producir películas en América Latina tiene que pensar en públicos que ya no son los de antes
¿Pudiera hablarse de concesiones artísticas necesarias o dentro del nuevo panorama pudiera hacerse un producto también válido desde el punto de vista artístico?
Si el Estado no interviene fomentando un cine de calidad que permita experimentar, renovar lenguajes…, las empresas privadas no tienen interés porque no están pensando en formar cultura, sino en ingresar más plata. Las mediciones de la repercusión de una película ya no se hacen tanto por la cantidad de espectadores sino por la recaudación. Es un proceso de concentración también cultural. Esto no impide de que también a nivel popular cuando aparecen figuras muy promovidas desde la televisión, alguna empresa grande atienda este mercado como cosa accesoria.
¿Me está hablando de diálogo entre televisión y cine?
Más que diálogo, son inversiones muy grandes que implican la producción de dos o tres películas, a las cuales llevan figuras promocionadas desde la televisión, y que incorporan todo el andamiaje de la publicidad.
El Estado tendrá que apuntar a un cine de experimentación, de público más reducido, y al mismo tiempo buscar un cine comercial, de calidad, que no sea lo más burdo de la cinematografía comercial, pero que no esté de espalda al mercado. Crear una capacidad de gestión para producir películas que con calidad tengan éxito comercial. En Argentina se han hecho cosas así, y en México también.
El desafío es múltiple: el Estado debe ayudar, fomentar, pero regular también, hay que favorecer el desarrollo de la expresión autoral, la identidad, la creatividad de una franja, pero por la otra, hay que tratar de que haya una posibilidad de sostenimiento del proyecto industrial, y si es necesario acuerdos de co-producción con otros países y con televisoras. El productor debe tener también el compromiso de mirar al público, es un compromiso ético.
El otro desafío del Estado es formar un nuevo consumidor de películas. La carencia mayor al respecto es la falta de programas en el sector educativo vinculados a la cultura audiovisual.
Al niño se le enseña a analizar la obra de Cervantes, se le enseña la pintura, la música, la danza, pero la expresión que más consume la infancia en nuestros países, que es el audiovisual (sea cine, televisión u otros medios), está fuera del espectro académico que se le brinda.
Empecemos a desarrollar programas a nivel local o provincial, como han hecho en alguna medida en Chile. No se trata de que la gente vea películas, sino de que entienda cómo está hecho el cine. Sólo así se podrá reclamar no sólo la libertad de expresión para el autor, sino también la libertad de elección para la sociedad, que es más importante. Mientras mejor formación se tenga, mayor es la capacidad crítica para elegir. El individuo tiene la capacidad de metabolizar lo que ingiere orgánicamente, hay que tratar de que la tenga también en lo relativo a lo intangible.
Hasta el producto más nefasto puede ser positivo si uno tiene una capacidad de resistencia. Desarrollar la sensibilidad y el pensamiento crítico es la meta y no se resuelve ni dando plata, ni ganando un premio en un festival, ni poniendo obligatoriedad de cuota en pantalla, ni censurando películas, sino con una serie de medidas políticas armónicas, integradas.
Junto con esto, tratar de establecer acuerdos regionales para la coproducción y codistribución. Tenemos que preguntarnos cada uno qué podemos hacer si es que queremos tener en nuestros países imágenes propias, que nos manifiesten en todo lo que es nuestro imaginario, en esa medida iremos construyendo nuestra cultura y nuestra identidad, porque ellas no son, están siendo permanentemente.